Carlos Tomás Elías* ORCID: 0009-0001-8859-5912
UNSa - CIUNSa - CONICET
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Recibido: 23/08/2023 - Aceptado: 20/12/2023
En la obra de Baltasar Gracián, filósofo y literato español del siglo XVII, se pueden encontrar diversos planteos antropológico-filosóficos. Entre ellos, la reflexión acerca de la diferencia ontológica entre varones y mujeres cuenta con un papel fundamental. Para el autor, el sexo con el que se nace condiciona las posibilidades de desarrollo tanto físicas como racionales y morales. En este sentido, no todo ser humano cuenta con las mismas potencialidades ni tiende a las mismas cosas. Teniendo esto en cuenta, este trabajo pretende brindar una aproximación acerca de cómo es que se entiende a la mujer y el lugar que ocupa en algunas de las secciones más notables de la producción graciana.
Palabras Clave: Baltasar Gracián; antropología; filosofía; literatura; mujeres
In the work of Baltasar Gracián, a spanish philosopher and litterateur from the XVII century, it is possible to find sundry anthropological philosophical considerations. Among them, the reflection about the ontological differences between men and women is particularly important. To the author, the sex people are born with put limits in the develop of physical, rational and moral capabilities. In this sense, not every human has the same potentialities nor goes for the same things. This paper aims to share an approach to the thought about women and their position in some of the most relevant parts of Gracian’s work.
Keywords: Baltasar Gracián; anthropology; philosophy; literature; women
La España del siglo XVII es sobradamente conocida por su impresionante producción cultural. Los artistas, escultores y literatos representaron un amplio repertorio de temáticas a lo largo de sus producciones. Se desarrollaron estilos únicos en los que se recuperaban elementos del pasado distante mientras se los fusionaba con lo católico y nacional. La capacidad creativa de la gente fue abundante y llamativa para los tiempos que arribaron aún después. En este sentido, resulta comprensible el uso del término de Siglo de Oro para describir aquella época dorada.
Ahora bien, resulta interesante prestar atención a las construcciones de la otredad que se presentaron en la literatura de aquel entonces. Uno de los aspectos característicos de la península ibérica fue sin lugar a duda su heterogeneidad. Hubo variedad de creencias, estatus y posiciones. Existieron distintas variables involucradas en la construcción de identidades que suponían integraciones y exclusiones, al igual que supremacías y subalternizaciones. Todo esto se plasmó en páginas que aunque podrían no haber tenido la intención de expresarlo, lo lograron en su intento de mostrar algunas de las situaciones o pensamientos propios de su contexto.
Por supuesto, diciendo esto es inevitable que emerja la pregunta acerca del lugar de la mujer. Como se evidencia con los estudios contemporáneos, “hablar sobre el papel de las mujeres en la literatura es algo apasionante” (Lozano Mijares, 2017, p. 9). En este sentido, conociendo las investigaciones más recientes y estando al tanto de un medio cargado de complejidades sociales como lo fue la España áurea, ¿cómo podría pasar desapercibido algo así? ¿Acaso se podría pensar que durante uno de los auges intelectuales más notables de la historia española la mujer se dejó de considerar?
Con la recuperación de los antiguos, la impronta religiosa y la atención puesta en la situación de decadencia generalizada, el cómo se podía entender al ser humano era un tópico fundamental. Naturalmente, los intentos de clarificación y acentuación de la distinción entre los integrantes de la masa de gente fue una consecuencia inevitable. Se establecieron dicotomías entre un “yo” y un “otro”, siendo el “yo” el varón católico español la mayor parte de las veces y el “otro”, todo lo demás. Aunque claro, entre quienes componían ese “todo lo demás” perteneciente a las reflexiones antropológicas que se supieron tejer, las féminas ocuparon un lugar especial.
Teniendo en cuenta estas últimas consideraciones este trabajo se propone ofrecer una modesta reflexión sobre el modo en que Baltasar Gracián, un intelectual con destacables cavilaciones acerca del ser humano, pensó a las mujeres en medio de sus escritos en los que convergieron literatura y filosofía. Huelga decir que se sabe que este tema no fue tratado más que unas pocas veces1 y se estima que su revisión podría suponer un aporte para los estudios relativos a uno de los tiempos y latitudes más llamativos de la Europa moderna.
Para lograr el propósito planteado, es necesario mostrar los claroscuros del pensamiento del autor en torno a las mujeres. Aunque prestando especial atención sólo a algunos de los textos en los que su mención parece particularmente sobresaliente: Arte de ingenio. Tratado de la Agudeza, El político, El Discreto y El Criticón. Así, a lo largo de distintos apartados se exhiben las notas negativas y positivas que se les atribuye, mientras se intenta señalar en dónde se pone un mayor acento, de qué modo y por qué.
Baltasar Gracián formó parte de un contexto complejo y convulsionado. Su medio estuvo repleto de conflictos bélicos, tensiones, pestes y muertes. Siguiendo una descripción clásica como lo es la de Emilio Carilla (1969), se puede decir que el siglo XVII fue un “siglo de descenso político-social (…). Crisis de gobierno, inflación económica, miseria, derrotas militares y diplomáticas” (p. 144). En ese tiempo los fracasos fueron más palpables que los logros y hubo abundancia de desesperaciones. Con estas situaciones, que prepararon un escenario de crisis, el pesimismo se volvió moneda corriente y ello se pudo apreciar sin importar por donde se mirara.
Además de eso, también se presentó una notable ortodoxia religiosa que limitó los modos de expresión de los pensadores pertenecientes a distintos ámbitos. Las obras debían pasar por la mirada de censores dedicados a controlar minuciosamente que no hubiera nada que atentara contra la ideología católica dominante. Como consecuencia, se llegaba al punto en que ciertos temas no se podían tratar bajo ningún concepto en las distintas producciones literarias (Wardropper, 1983).
Con respecto a esto es interesante observar que, pese a que se podría pensar que la existencia de tales condiciones habría vuelto yermo al pensamiento y a la creatividad, la situación se mostró contraria a todo pronóstico. Incluso con numerosas dificultades se irguieron mentes brillantes. Las plumas, cinceles y pinceles se esgrimieron para dar lugar a representaciones en las que se condensaron perspectivas de lo más variadas. Allí se transmitió toda una serie de críticas a la sociedad del momento, adhesiones al pensamiento hegemónico, cuestionamientos acerca de posturas que circulaban y mucho más.
En el caso de la obra graciana, ésta mostró desprecio por numerosas situaciones que se vivían y por el estado de la humanidad. Retomando aportes del pasado y del presente, de la historia, la teología, la filosofía y la literatura, denunció los males que lo rodeaban y el declive en el que su entorno se sumía (Welles, 1982). De hecho, es llamativo el modo en que se estructuraron lo que se podría tomar como sus planteos tanto éticos como antropológico-filosóficos.
El pensamiento de Gracián tuvo como base la cuestión antropológica. Esto recorrió el conjunto de sus publicaciones, aunque de diversas maneras, madurando y cambiando. Durante las últimas décadas esto llamó la atención de la comunidad filosófica y se convirtió en uno de sus objetos de estudio (Ayala, 1987; 2001; Blüher, 1991; Jiménez Moreno, 1998; Cerezo Galán, 2003; Vega, 2011; García-Peñuela, 2016; Fernández Ramos, 2017; Sol Mora, 2017; Elías, 2020; Vázquez Manzano, 2022a; 2022b).2
Una de las labores conceptuales más importantes hechas por el autor estuvo contenida en El Criticón. La pieza, una gran alegoría de la vida humana, tematizó los peligros latentes del mundo y las diferencias existentes entre los seres humanos. Con respecto a esto último, se distinguió de manera clara entre lo que eran hombres y personas. Allí, con los primeros se hacía referencia a aquellos seres antropomórficos que se llamaban a sí mismos humanos, pero que se entregaban a los vicios y se asemejaban a las bestias. Con los segundos, se viraba la mirada hacia quienes abrazaban la virtud y ejercían sus potencialidades racionales posicionándose por encima de la animalidad (Ayala, 1987 y 2001; Fernández Ramos, 2017; Elías, 2020).
El problema es cuando se habla sobre las proporciones de hombres y personas en el mundo. Esto se nota claramente cuando los protagonistas de la novela van a la Plaza Mayor del Universo y se dan cuenta de que está:
llena de gentes; pero sin persona, [donde] a dicho de un sabio que con la antorcha en la mano, al mediodía iba buscando un hombre que lo fuese y no había podido hallar uno entero: todos lo eran a medias; porque el que tenía cabeza de hombre, tenía cola de serpiente, y las mujeres de pescado; al contrario, el que tenía pies, no tenía cabeza. Allí vieron muchos Acteones que luego que cegaron, se convirtieron en ciervos. Tenían otros cabeza de camello, gente de cargo y de carga; muchos, de bueyes en lo pesado, que no en lo seguro; no pocos, de lobos, siempre en la fábula del pueblo; pero los más, de estólidos jumentos, muy a lo simple malicioso. (Gracián, 2011, p. 1005-1006)
La cantidad de hombres resultaba abrumadoramente mayor que la de las personas. De hecho, se podría pensar que las personas prácticamente no existían. No obstante, al margen del pesimismo generalizado y la crítica contenida en esa alegoría, cabe destacar que en otras secciones se mantenía la flama de una cierta esperanza que apostaba por la posibilidad de un cambio. Estaba la creencia de que se podía instruir a los varones en algunos de los mejores modos de vivir.3
Naturalmente, es necesario prestar atención a esto último. Las consideraciones gracianas depositaban una cuota de optimismo en ciertos varones dado que se tenía confianza en el poder de la providencia y en los dones con los que la naturaleza parecía bendecir a algunos.4 No obstante, las mujeres no solían recibir una mirada tan amable. Quizá la formación jesuita del estudioso haya tenido que ver.5 En definitiva, para él, varones y mujeres eran fundamentalmente distintos. Sus potencialidades distaban de ser semejantes, entre ellos había una diferencia ontológica fundamental que la mayor parte de las veces resultaba infranqueable.
Como dice Carlos Vaillo (2001), entre las páginas escritas por Gracián estaban “la marginación y menoscabo del extranjero o el disidente y sobre todo de la mujer” (p. 116). El elemento sexo-genérico era parte fundamental de un cuerpo de distinciones y modos de establecimiento de alteridad.
Continuando, para entender la visión graciana, no se debe olvidar que el autor tuvo una rigurosa formación en la Compañía de Jesús. A causa de ello logró conocer en profundidad las Sagradas Escrituras y una gran cantidad de textos clásicos que enriquecieron su pensamiento. Accedió a distintas fuentes y supo ponerlas en diálogo. De ahí que se puedan encontrar ciertos ecos y menciones explícitas de varios escritos a lo largo de sus reflexiones.
Siguiendo con esta idea, la manera en que interpretó a las mujeres respondió en alguna medida a herencias obtenidas tanto por el lado de la fe como de la razón. Desde ambos frentes retomó ideas oscuras y desalentadoras. Así, bien se podría pensar que la tradición judeo-cristiana y lo cultivado por los clásicos le dieron herramientas para iniciarse en la sospecha sobre una naturaleza femenina vil, que luego devino aparente convicción.
Como detalle adicional, señalando otros aspectos del espacio en el que se formó, se podría destacar el impacto de las consideraciones y vivencias del fundador de la Orden a la que perteneció y que podrían haber tenido algún efecto tanto en él como en su escritura. Según explica Wenceslao Soto Artuñedo (1997), después de la conversión de San Ignacio de Loyola, “su actitud ante la mujer, en general, [fue] de ‘ponerse en guardia’ por los efectos de su imprudencia”. A fin de cuentas, “por aconsejar a mujeres sufrió tres procesos de la Inquisición en Alcalá” (p. 303).
Habiendo dicho esto, se podría decir que no faltaron elementos para que las mujeres fueran subestimadas y pensadas de manera negativa. La perspectiva del autor apreció en poca medida las luces que el pasado les dio y las consideró como usualmente inferiores al varón. De ahí que en su Arte de ingenio retomara el dicho generalista de que “la mayor capacidad de la más sabia mujer no pasa de la que tiene un hombre cuerdo a los catorce años” (Gracián, 2011, p. 189).
Aunque claro, se menciona una cita problemática. Frente a estas palabras hubo interpretaciones sumamente disímiles. Mientras Elena Cantarino y Miguel Grande (1998) la emplearon para reforzar la perspectiva misógina en torno a Gracián, Anna Sydor (2007) la retomó explicando que no era sino parte de un conjunto de un conjunto de ejemplos destinados a reforzar y clarificar determinadas ideas.
Sin embargo, es necesario tener cuidado con la segunda visión. Aunque es cierto que lo escrito por el jesuita tuvo un rol ejemplificador al interior de su libro, no se puede dejar de pensar en el sentido de aquellas palabras. Resulta extraño creer que teniendo una capacidad tan fértil, el autor se haya decantado por algo que no transmitiría nada de lo que pensaba y con un propósito netamente ornamental.
Si bien a la luz de distintos puntos de la producción graciana no resulta incorrecto afirmar que “Gracián, discretamente, se pronuncia a favor de perpetuar la memoria de las mujeres virtuosas” (Sydor, 2007, p. 4), el virtuosismo que se intenta preservar tiende a un carácter verdaderamente extraordinario y mucho más raro del que se puede encontrar en los varones.
Siguiendo con esta consideración, se puede pensar que la posición de análisis graciana se centró más en las sombras y en el problema que suponían las mujeres que en sus posibilidades de excelencia. De hecho, desde los estudios clásicos y bíblicos parecería que se entendía que quienes pertenecían al género femenino eran descendientes de Eva, Circe y Pandora, poseedoras de una sangre que las llevaba a inclinarse a todo aquello que podía arrastrar a la humanidad a su ruina.
Por supuesto, es necesario aclarar que no es que el autor mencionara a estos personajes con frecuencia o de manera explícita. Sin embargo, en las lecturas que se realizan, pueden ser encontrados o imaginados sin demasiada dificultad. El juego de alusiones que se pone en práctica permite que el lector se remita a otras obras literarias afamadas en el pasado. Así, hay semejanza entre las mujeres y Eva por ser fuentes de tentación. La hay con Circe por convertir a sus contrapartes masculinas en bestias entregadas al instinto. Finalmente con Pandora por representar la raíz de todos los males.6
Con respecto a Cirse, es mencionada de manera clara en Arte de Ingenio. Allí Gracián hace un guiño a la figura de la mujer recordando a Homero y a su “Uliseada”. Según dice, el griego pintó “al vivo la peregrinación humana por entre Cilas y Caribdis, Circes y Cíclopes de los vicios” (Gracián, 2011, p. 258). Luego, en El Criticón, esta idea encuentra cierta continuidad. Después de todo, cuando se describe a la corte se dice por boca de uno de los personajes que allí están “las verdaderas sirenas y falsas hembras con sus fines monstruosos y amargos dejos” y que “hay encantadoras Circes, que a muchos que entraron hombres los han convertido en brutos” (Gracián, 2011, p. 919).
En cuanto a Eva y Pandora, se puede encontrar una alusión a ellas en los inicios de una de las crisis de El Criticón donde parecería que se recrea algo semejante a parte del Génesis bíblico con el momento de la creación. Allí se explica cómo Dios crió al hombre y habiendo hecho esto, encerró en una cueva, con candado, todos sus posibles vicios y males enemigos, dejando la llave a resguardo de su libre albedrío. No obstante, poco después también se dice que:
la mujer, llevada de su curiosa ligereza, no podía sosegar hasta ver lo que había dentro de la fatal caverna. Cogióle un día bien aciago para ella y para todos, el corazón al hombre y, después la llave; y sin más pensarlo, que la mujer primero ejecuta y después piensa, se fue resuelta a abrirla. Al poner la llave, aseguran, se estremeció el universo; corrió el cerrojo y al instante salieron de tropel todos los males, apoderándose a porfía de toda la redondez de la tierra. (Gracián, 2011, p. 932)
Es importante mencionar que, con respecto a esta última cita, hubo interpretaciones que buscaron retirar las notas negativas que se le atribuyeron para entender la mirada que el autor tuvo con respecto a la mujer. A propósito de esto se puede encontrar lo dicho por Anna Sydor (2007). De acuerdo con lo que sostiene:
recurriendo a la fábula pagana para explicar una cosa que parece seria, el jesuita configura esta cuestión como otro mito más; un cuento que inserta entre los cuentos. Porque si realmente quisiera darle autoridad a esta consideración, se hubiera acogido a la Biblia, cuyas fábulas, según los teólogos, dictan la incuestionable e indiscutible ‘ley divina’, que les sirvió de referencia a muchos misóginos. (p. 2)
No obstante, este planteo parece desconocer las características de la escritura graciana. Así, por un lado, hay que recordar que en los textos del autor preponderó un estilo fundamentalmente secular. Por otro lado, es importante advertir que, como dice Jorge Ayala (2001), Gracián suele buscar “expresamente la dificultad, pero no por afición a lo críptico, sino porque quiere desarrollar en el lector la capacidad de recordar, de interpretar y de reflexionar” (p. 169). Es decir que este posible acogimiento directo de las Sagradas Escrituras en el que se piensa, no habría sido viable.7
Con ello, no es exagerado afirmar que para Gracián, en ciertas partes de su discurso cuando menos, la mujer es realmente una de las causas más notables por la que los males abundan en la tierra. Parece contar con una naturaleza problemática capaz de llevarla a cometer atrocidades mientras deja de pensar en su entorno. De este modo, se puede interpretar como facilitadora de desastres y heralda del caos. Especialmente para una época en la que la desvirilización masculina parece algo usual y no es posible ponerle freno (Cardeñosa Gardner, 2009).
Ahora bien, la mirada graciana no caracteriza a la mujer sólo con el fragmento citado en el apartado anterior. Las palabras mencionadas tan sólo permiten empezar a percibir los matices de un enfoque que en principio se podría caracterizar como despreciativo. Después de todo, profundizando y siguiendo a Romera-Navarro (1935), de entre todos los posibles modelos, el jesuita:
ha escogido el que suena más ingrato en los oídos: no el medieval (la mujer, ser extraordinario, se le rinde culto caballeresco), no el del Renacimiento (nada sobrenatural la mujer, pero con su eterno encanto), sino el del Viejo Testamento (la mujer criatura satánica). (p.120)
De acuerdo con Gracián, las mujeres en general son criaturas temibles. Suelen llevar consigo ciertos rasgos innatos que las inclinan hacia el vicio y al pecado. Debido a esto, se estima que juegan un papel fundamental en el deterioro del mundo y la humanidad. Por eso mismo se entiende que aunque los varones no tengan más remedio que relacionarse y vivir con ellas con el propósito de tener descendencia, deben hacerlo con cautela y tomando recaudos.
La caracterización de la mujer como criatura satánica y ser de cuidado es algo que se puede encontrar en distintos momentos de la producción graciana. Así, volviendo sobre algunas secciones de El Criticón, se puede leer cómo se dice que los varones son malos, pero que “aún peores las mujeres y más de temer” (Gracián, 2011, p. 838). Además, también hay otros fragmentos donde se sigue tratando de aludir a la maldad de las féminas, por ejemplo, cuando se dice que: “donde hay juncos (...) hay agua; donde humo fuego y donde mujeres, demonios” (Gracián, 2011, p. 931).
Se explica que la mujer tiende a una naturaleza aparentemente inocente, pero tremendamente desviada y que con ello se dedica a corromper a los varones. Por supuesto, no es que ella nazca totalmente arruinada, pero su degeneración en algo similar a un demonio es casi segura si no hay cuidado y lo cierto es que una vez iniciado este proceso hundirá a otros consigo. Así, las más de las veces, los varones terminarán volviéndose criaturas bestiales a causa de ellas.8
En cierto modo se estima que hay una curiosidad femenina ajena al uso de la razón, que encantaba a los varones y los atraía. Sin embargo, lejos de ser algo con un potencial heurístico benéfico, supone una desviación de las sendas de la decencia y el ejercicio de la racionalidad. El deseo de probar nuevas formas de hacer las cosas que ya estaban establecidas gracias al genio e ingenio de grandes figuras del pasado es causa de lamentos. Así, se vuelve sobre esta idea de que se podría pensar que se ve a la mujer como Eva en tanto invitaba al pecado; como Pandora porque podía iniciar los males en el mundo; como Circe dado que bestializaba a los incautos.
Con estas ideas, que surcan las páginas de lo escrito por Gracián, se trata de dar una advertencia a los varones (Cantarino y Grande, 1998). Si bien no es que estos sean presas indefensas en las garras de sus depredadores, deben tener en cuenta cómo es una de las encarnaciones más notables y atractivas del peligro. Muchas veces será imposible no tratar con las encantadoras, pero terribles criaturas que el Criador dispuso como sus compañeras y es por ello que se deben forjar un entendimiento y una claridad que los ayude a reconocer y sortear los riesgos que se presentarán.
Ahora, no se debe pensar que la mirada negativa que Gracián tenía acerca de la mujer no permitía apreciar excepciones (Sydor, 2007). De hecho, no es extraño observar alusiones a figuras femeninas destacables en distintas páginas de la producción del jesuita. Siendo un erudito, conocedor y admirador del pasado, le resultó imposible no mencionar a quienes fueron joyas de su tiempo. No pudo dejar de referir a las excepciones a lo que lucía como una regla de la naturaleza en general.
En sus textos, que se remitieron a las Sagradas Escrituras, textos filosóficos, antiguas leyendas y libros de historia, se recuperaban grandes mujeres provenientes de distintos ámbitos. Algunas de aquellas que pertenecieron al mundo de la política o la religión y que sobresalieron, fueron reconocidas y nombradas. Así, mujeres de familia, monjas, santas y nobles aparecieron en las páginas de una producción que ante todo rememoraba y resaltaba variados ejemplos de excelencia humana.
A modo de ilustración se puede señalar la mención de la Virgen María en Arte de Ingenio. Allí se dice que ella “vivió como Señora de la vida” y que “no sujeta a sus achaques, murió como Señora de la muerte de amor”. También se añade que “tuvo lo mejor de la naturaleza; (...) alcanzó lo mejor de la gracia, y (...) consiguió lo mejor de la gloria” (Gracián, 2011, p. 255).
Por si esto no fuera suficiente, si se busca un caso de encomio no ligado a lo bíblico, se puede prestar atención a El Político. Entre sus páginas se menciona a Semíramis, gran personaje histórico contenido en leyendas griegas. La que fundó Babilonia y conquistó grandes extensiones de tierra. Alguien que, según el propio Gracián (2011), “empeñose en ser hombre” y contó con “una gran capacidad” (p. 123); un ser humano “a quien se rinde toda admiración” (p. 129).
Luego, se puede hablar de El Discreto, donde se ensalzó a Isabel de Borbón, un destacado personaje del siglo XVII. Se dice que fue un prodigio, poseedora de galantes prendas y merecedora de universal aplauso. A su vez, alguien que “obró mucho en poco tiempo, vivió plausible, murió llorada” (Gracián, 2011, p. 331).
Finalmente, está El Criticón, donde es interesante ver el modo en el que se subrayó la grandeza de Sor Margarita de la Cruz (que fue mencionada en Arte de Ingenio) y Sor Dorotea. Se las describe como dos mujeres serenas y gloriosas que “dejando de ser ángeles pasaron a ser serafines” (Gracián, 2011, p. 1049).
Si se quisiera continuar, también se podrían señalar algunos otros nombres como los de Santa Inés, Santa Isabel, Santa Ana, Santa Teresa, la emperatriz Elena, la reina Urraca, la reina Juana, la reina Isabel, doña Artemisa de Oria y Colona y doña Blanca, entre otros más.9 No obstante, estas menciones son aisladas la mayor parte de las veces y no cuentan con un desarrollo detallado; por sí solas no ocupan un lugar especialmente relevante en el desarrollo de las ideas y esto dificulta cualquier análisis que se pueda establecer de manera individual en relación con ellas.
Por supuesto, si se desea ir más allá de estos ejemplos y observar el modo en que, en palabras de Aurora Egido, Gracián salvó de la quema de sus críticas a algunas mujeres (Egido y Gimferrer, 2014), se puede dirigir la mirada a la dedicatoria de El Comulgatorio que está dirigida a Doña Elvira Ponce de León, Marquesa de Valdueza. Un gesto que, si bien podría haber tenido un trasfondo político, no por ello dejaría de ser digno de consideración y un indicio de cierto grado de reconocimiento hacia el sexo femenino. Después de todo, no se puede ignorar el hecho de que el nombre de un varón noble podría haber ocupado el lugar de la portada de aquella primera edición.
Desde la mirada graciana se consideraba que desde tiempos remotos existieron mujeres destacables, pero de igual manera que fueron indudablemente pocas. La reducida cantidad de veces en que éstas fueron mencionadas es prueba de ello. Comparativamente hablando, los varones eran los que usualmente se lucían, quienes alcanzaban la gloria con mayor frecuencia, aquellos que transitaban el camino de la virtud con mayor regularidad. Aunque claro, cuando las mujeres lograban superar los límites de sus inclinaciones hacia la corrupción, se volvían seres que nada tenían para envidiar al varón.
Es claro que desde la perspectiva del autor el florecimiento de las mejores potencialidades era algo digno de elogios y especialmente si se lograba en circunstancias adversas. Esto se debía a su tremenda rareza y al tipo de esfuerzo que implicaba. Sin embargo, no se debe perder de vista que los casos puntuales de grandes mujeres señalados generalmente supusieron un intento de imitar a los varones o la presencia de varones que de alguna manera respaldaron la autoridad obtenida.
En este sentido, uno podría pensar que quizá las excepciones a la regla que se recuperaban eran nada más que parte de una serie de estratagemas para conseguir reconocimiento y validación. Tal vez se mencionaban mujeres insignes dentro de determinados campos porque así habría sido más sencillo llegar a un público más amplio.10 Después de todo, en el ambiente político y religioso eran valoradas en cierto punto.
No se debe olvidar que la modernidad en España, tan diferente a la de otros países (Fernández Ramos, 2017), mantuvo consideraciones propias de la cosmovisión medieval.11 De esta manera, muchas veces las mujeres habrían tenido un lugar que, si bien no era el mejor, tampoco suponía lo peor.12 En algunos casos se aceptaba que ellas contaban con un rol relevante aunque no tuvieran una capacidad física o racional como la de sus contrapartes masculinas.
Naturalmente, el pensamiento graciano fue producto de su tiempo y fue legatario de una cosmovisión de la que no se podía desprender con facilidad. Sus modos de concebir a la mujer fueron producto de una tradición donde eran vistas con cierto recelo.13 De hecho, uno podría pensar que debido al contexto del jesuita se manifiesta la idea de que “defender a todas las mujeres, viene a ser lo mismo que ofender a casi todos los hombres, pues raro es el que no se interesa por la procedencia de su sexo con desestimación del otro” (Feijóo, 1999).
Las más de las veces la sociedad española del siglo XVII veía en la mujer a un ser inferior al varón. El ejercicio de actividades públicas, que generalmente suponían prestigio y honor, eran terreno de lo masculino. El cuidado de lo privado, donde pocos ojos podían observar lo que sucedía y que por tanto contaba con un bajo estatus, se asociaba a lo femenino. De esta manera había roles firmemente asignados a cada quien. Por eso:
Si se nacía mujer en un familia hidalga o plebeya, en esto la suerte era indiferente, el analfabetismo de por vida casi estaba garantizado, salvo para las pocas que se dedicaran al servicio de Dios. Si no había vocación religiosa, la sociedad barroca reservaba a la mujer tres tareas: ordenar el trabajo doméstico, perpetuar el linaje y satisfacer los requerimientos sexuales del esposo. (Fernández Ramos, 2017, p. 74-75)
En general, la mujer tenía papeles muy limitados. A raíz de toda una serie de convenciones sociales y culturales, las alternativas con las que contaba eran básicamente las que tenían que ver con el trato con lo divino o la atención a la familia y el hogar. Eran muy pocos los casos que podían obviar esta realidad. Así, la idea se reafirma cuando, a grandes rasgos, se sostiene que:
No es un tópico afirmar que en la Edad Moderna el único horizonte que se le ofrece a las mujeres oscila entre el hogar y el convento. Ambos poseen un denominador común: la obediencia, una obediencia entendida como supeditación al hombre. Dentro de una cultura caracterizada por un antifeminismo latente, la mujer es considerada como un ser inferior. Para los menos radicales su inferioridad consiste en una debilidad mental impuesta por la propia naturaleza, pero susceptible de ser paliada. Para los más extremos unas peculiares connotaciones biológicas hacen de su inferioridad algo insalvable puesto que sería no sólo mental, sino también física y moral. (Martínez-Burgos, 2000, p. 525)
En aquella época se contemplaban argumentos de corte biologicista que respaldaban las convicciones acerca de la inferioridad femenina. Estaban muy presentes la teoría clásica de los temperamentos14 y la concepción aristotélica de la mujer como ser incompleto. La medicina apoyaba las ideas de fragilidad e inestabilidad que tenían que ver con el cuerpo, pero que se hacían extensivas al modo en que funcionaban el pensamiento y las inclinaciones naturales (Berriot-Salvadore, 2000).
Difícilmente un erudito como Gracián hubiera pasado por alto el arsenal de ideas desestimatorias en relación con las mujeres. El hábil manejo de los conocimientos de su época hizo que necesariamente los plasmara de un modo u otro a lo largo de las páginas que escribió. Si bien buscaba representar y criticar a su tiempo, también daba un lugar notable a lo que se sabía y circulaba en los distintos centros de conocimiento propios de aquel momento.
En este sentido, no se podría afirmar que el autor fuera misógino. Tan sólo se entiende que ocasionalmente retomara cierto discurso de este carácter basado en lo que se podría pensar como:
una repartición injusta de las cuatro virtudes clásicas: ‘la mujer no es valiente, sino cobarde e inconstante’ (carece de andreía); ‘no es templada, sino histérica y descontrolada’ (carece de sophrosyne); ‘no es sabia, sino ignorante y necia’ (carece de phrónesis), y ‘no es justa, sino egoísta e interesada’ (carece de dikaiosyne). (Castany Prado, 2022, p. 281)
No se debe perder de vista que este tipo de consideraciones eran naturales para la época y el país. Esto se puede notar sin problema en textos como Instrucción de la mujer cristiana de Joan Lluís Vives (1535), La perfecta casada de Fray Luis de León (2003) o Vida política de todos los estados de mujeres de Fray Juan de la Cerda (2010). En ellos se advertía que la mujer debía seguir ciertas prácticas a la perfección dependiendo de su lugar en la sociedad. De no hacerlo, resultaba disturbante y hasta peligrosa.
Como explica Silvina Alejandra Herrera Longobardo (2019), en aquel entonces las mujeres sólo podían tener una vida honrosa a través del matrimonio o el convento y ajustándose a toda una serie de preceptos asfixiantes. Quienes eran mujeres “libres” que no dependían de ningún varón para tomar decisiones o tener sustento, eran mal vistas. Después de todo, no encajaban en una lógica binaria donde se podían ejercer tanto el poder como el control masculinos de manera verticalista e indiscutible.
A propósito de esto, es curioso el modo en que, en consonancia con ciertos prejuicios de raigambre medieval, se mantuvieron algunas dudas sobre la capacidad intelectual que tenían las mujeres. De hecho, si se presta atención a la colección de nombres que Gracián emplea, no aparecen los que corresponden a las damas que batallaron en el mundo letrado y contribuyeron en gran medida al desarrollo cultural español.15 Pese a que las mujeres formaron parte de las academias españolas hasta el siglo XVII y al lugar que tuvieron en las justas poéticas (Egido, 2020), no se las retomó.
Con esto se podría cuestionar a Anna Sydor (2007) cuando afirma que Gracián “propone unos modelos imitables que van más allá del ‘papel natural’ que se le asignaba a la mujer en la sociedad de aquel entonces” (p. 8). Desde una perspectiva a tono con el ambiente de su época, las mujeres deben dedicarse a tareas “naturales” específicas con muy pocas excepciones, pudiendo brillar de manera excelente en estas. No parece que se contemplen posibilidades reales de que trasciendan a los espacios adjudicados desde tiempos previos. De ahí que prácticamente no haya referencias a grandes intelectuales16 o mujeres por fuera del status quo impuesto por la norma social.
En la producción graciana, que tuvo características tanto literarias como filosóficas, se desarrollaron diversas reflexiones antropológico-filosóficas. Entre ellas, estuvo aquella asociada a la mujer. Se consideró cómo era su naturaleza, el modo en que operaba en el mundo, sus potencialidades y las distinciones que tenía con el varón.
Gracián, hijo de su tiempo y sus circunstancias, mostró a las féminas como criaturas fundamentalmente diferentes a sus contrapartes masculinas. En general las caracterizó como seres de cualidades malignas y tendencias peligrosas, como quienes podían desatar los males del mundo y empujar a otros a una vida alejada de la virtud. Retomó las ideas más oscuras acerca de ellas y las dibujó como semejantes a demonios que, pese a ser necesarias para la vida terrena, encerraban las peores cosas.
Si bien el autor supo señalar excepciones a esta regularidad, también advirtió las dificultades para que aparecieran. Exhibió el modo en que la historia tuvo a quienes transitaron por una senda otra y más acorde a lo necesario para un bienestar social y espiritual, pero sin dejar de advertir la rareza de tales casos. Debido a esto es que intentó transmitir a sus lectores, que eran varones, los cuidados que tenían que tomar y la cautela con la que debían hacer cualquier aproximación.
Es cierto que la sociedad ya contaba con una imagen negativa de las mujeres que era avalada desde distintos frentes desde hacía muchas centurias. Sin embargo, como alguien abocado a la filosofía moral que buscaba guiar a sus contemporáneos, Gracián no pudo dejar de señalar esta cuestión. Permitió que su pluma transmitiera, en distintas oportunidades, los ecos de ciertas ideas del pasado mientras las más de las veces hacía énfasis en lo peor a modo de medicina preventiva. Es de esta manera que en sus páginas parece que se asomaron las sombras de algunas figuras como las de Eva, Circe y Pandora antes que las de otras como María.
Habiendo dicho esto, lo escrito en este trabajo no intenta reafirmar la idea de un Gracián misógino como el que se pensó durante mucho tiempo con Cacho Palomar (1987) y Cantarino y Grande (1998). Sin embargo, tampoco trata de ir en contra de esta idea de manera absoluta como lo hizo Sydor (2007). Simplemente se ponen en diálogo ambas posturas mientras se sostiene que, aunque se puedan encontrar expresiones misóginas en la escritura graciana, también se puede hallar algo claramente diferente.
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*Carlos Tomás Elías es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Salta (UNSa). Cuenta con una Beca Doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y se está doctorando en el área de Filosofía en la Universidad Nacional de Cuyo (UNCUyo). Sus líneas de investigación están relacionadas con la antropología filosófica, la historia de la filosofía moderna, la producción literaria de la España áurea y la enseñanza filosófica de la filosofía.
Sólo se tiene constancia de tres investigaciones exclusivamente abocadas a este tema (Cacho Palomar, 1987; Cantarino y Grande, 1998; 2007). Al margen de esto, se sabe que la cuestión fue abordada por otros estudiosos, pero sólo como apéndice de otras indagaciones y de manera superficial.↩︎
Se habla nada más que de las últimas décadas debido a que sólo desde los años 80 se empezó a entender a Gracián como filósofo. Antes de eso los estudios lo consideraban únicamente como un literato y se enfocaban mayormente en cuestiones relativas al género y al estilo con los que escribió (Cantarino, 2000; 2001).↩︎
Esto se puede notar en el modo en que se dirige a su público en las primeras páginas de cada texto, en las secciones dirigidas específicamente al lector.↩︎
Esto se puede notar con especial claridad si se vuelve la mirada a las descripciones y dilucidaciones presentes en El político, por ejemplo.↩︎
Se sostiene esta probabilidad teniendo en cuenta las estrictas jerarquías del clero, los mensajes bíblicos que se podían interpretar como justificatorios de la superioridad del varón por sobre la mujer y la asidua lectura de los clásicos que muchas veces daban lugar a un pensamiento dicotómico y discriminatorio.↩︎
Cabe destacar que estas comparativas no son especialmente novedosas, pero no se suelen mostrar en conjunto. Se pueden ver menciones al respecto consultando autores como Delfín Garasa (1964), Anna Sydor (2007), Aurora Galindo Esparza (2013) y Alejandro Hernández Pérez (2018).↩︎
Para reforzar la crítica de este párrafo, se puede señalar que El Comulgatorio fue el único texto en el que Gracián dejó de lado su estilo de escritura secular y sólo porque con esta publicación esperaba apaciguar a los miembros de la Orden que sentían desagrado por sus acciones. Sin embargo, en ningún momento se trata de establecer una defensa de las mujeres en general.↩︎
La deshumanización de los seres humanos es parte de los problemas que constantemente se denuncian. En distintas oportunidades el autor alude a hombres bestializados o bestias antropomorfizadas que plagan la tierra mientras se hacen pasar por seres humanos decentes (Elías, 2020).↩︎
Uno se podría sentir tentado a mencionar a las maravillosas alegorías femeninas de El Criticón entre las que destacan Artemia y Virtelia, entre otras. No obstante, es necesario aclarar que eso no se hace aquí debido a que se entiende que estas no encarnan la perspectiva que se tiene sobre la mujer. Después de todo, las alegorías son representaciones de conceptos contenidos en términos que, de acuerdo con las reglas de la lengua, ya cuentan con un género.↩︎
Aunque están quienes consideran que Gracián despreciaba al vulgo (Blecua Teijeiro, 1944) y que escribía para unos pocos hombres cultos (Wardropper, 1983), se podría pensar que aún para llegar a ellos era necesario hacer uso de cierto ingenio que considerara sus valoraciones e intereses, independientemente de si se compartieran por completo. Si esto no se hacía, el público al que se dirigía, que de por sí era reducido, hubiera sido demasiado pequeño.↩︎
Aquí se entiende que no hay una división tajante entre los distintos períodos históricos y que existen múltiples intermitencias. Algunas de ellas están más disimuladas que otras, pero no por ello dejan de existir y manifestarse. Así, no sería desacertado afirmar que en todos los países europeos modernos hubo rastros del pensamiento medieval. No obstante, esto fue más palpable en España que en otros lugares por la impronta político-religiosa que existió.↩︎
Esto se debe a que en comparación con las miradas antigua y renacentista, la que correspondía al Medioevo implicaba más posibilidades para la mujer en la sociedad (Cardells Martí, 2021).↩︎
Es interesante pensar, de la mano de Bernat Castany Prado (2022), que en el siglo XVII el odio, y en cierto modo el miedo, hacia las mujeres tuvo un aumento importante en comparación con el pasado a causa de sus libertades en gradual expansión.↩︎
Cuando se habla de la teoría clásica de los temperamentos, se hace referencia a aquella que contiene los principios de la fisiología galénica que dispuso de gran popularidad en el Medioevo. Según esto, la mujer contaba con órganos más fríos y húmedos que el varón, haciéndola débil e impotente. Luego, a partir de ello también “se considera la vagina como pene ‘no nacido’, con lo que se sugiere que la mujer es un hombre invertido o introvertido, literalmente vertido hacia adentro. Se cree que los genitales masculinos son iguales a los femeninos” (Zamora Calvo, 2019, p. 101).↩︎
Es pertinente aclarar que Aurora Egido (2020) destaca la existencia de estas mujeres mientras recupera a María de Zayas, Beatriz Galindo, Juana Contreras e Isabel de Vergara a modo de ejemplo.↩︎
Sólo se logra observar que se menciona a Santa Teresa y a su pluma. No obstante, esto se hace de manera secundaria, recuperando las palabras de Góngora. No se dice nada sobre ella de forma directa ni a partir de alguna consideración propia.↩︎