Francisco David García Martín* ORCID: https://orcid.org/0000-0002-0216-5066
Universidad de Salamanca
fdgarcia@usal.es
Recibido: 26/07/2023 - Aceptado: 09/01/2024
Este trabajo pretende mostrar la interrelación que presentan la otredad y el final de la Guerra Civil española en torno al concepto de libertad dentro de las memorias de Isabel Oyarzábal Smith, tituladas He de tener libertad (1940). Sus reflexiones muestran el examen de cómo los republicanos se han convertido en el diferente, y deben huir fuera de España para evitar la destrucción de una identidad comunitaria basada en la libertad como máxima política. A través del análisis de sus palabras, la necesidad del individuo de seguir luchando por sus ideales incluso tras la derrota nos enseña el valor de la ética personal frente a los condicionantes impuestos por la realidad.
Palabras clave: Guerra Civil española; literatura del exilio; otredad; literatura de la memoria: literatura contemporánea española
This work aims at showing the interrelationship between otherness and the end of the Spanish Civil War concerning the concept of freedom based on the analysis of the Memories of the writer entitled He de tener libertad (1940). Her reflections show the examination of how Republicans have become the different, and how they must flee outside Spain to avoid the destruction of a community identity based on freedom as a political maxim. Through the analysis of her words, the need of the individual to continue fighting for his ideals, even after defeat, teaches us the value of personal ethics in spite of the constraints imposed by reality.
Keywords: Spanish Civil War; exile literature; otherness: memory studies; Spanish Contemporary Literature
Explicaba el profesor Ricoeur, al analizar cuáles eran las características básicas del discurso historiográfico y de su pretendida búsqueda de la verdad, que “L'objectivité de l’histoire consiste précisément dans ce renoncement à coïncider, à revivre, dans cette ambition d'élaborer des enchaînements de faits au niveau d’une intelligence histoirienne” (Ricoeur, 1967, p. 30). La historia, como disciplina, debe buscar una objetividad que le resulta elusiva y cambiante. En momentos históricos en los que el mismo concepto de verdad parece desvanecerse ante los ojos de sus protagonistas, cuando la realidad es tergiversada por el discurso hasta modificar su apariencia y su misma expresión, la memoria es capaz de convertirse en una herramienta de gran valor para poder acercarnos a coyunturas tan convulsas. Atención que el régimen franquista supo prestar a la configuración del recuerdo desde su mismo nacimiento, al reconocer cómo la victoria de su discurso en este campo era tan relevante como la derrota militar del enemigo (Cuesta, 2008, p. 153). Este proceso ha conllevado, según las palabras del profesor Colmeiro, una falta de cuestionamiento crítico tras la transición de la memoria española recibida, a pesar de la importancia que tiene la “naturaleza autorreflexiva sobre la función de la memoria” (2013, p. 18), en la construcción del imaginario colectivo de una comunidad.
La conjunción entre la historia y el recuerdo que podemos ver en los diferentes textos memorialísticos legados por los exiliados republicanos es una manera de acercarse al complejo fenómeno que ha supuesto el olvido de la historia reciente española por amplias capas de la población. Tal y como expone el investigador Carlos Hernández, al reflexionar sobre los cientos de campos de concentración creados por el Franquismo a lo largo de todo el territorio español:
España sigue siendo un país al que le han robado la memoria y le han falseado su historia. Es una nación en la que, de alguna manera, todos estamos enfermos. Enfermos de una amnesia perfectamente programada que nos ha provocado numerosos efectos secundarios. (2019, p. 56-57)
La caída de la República estuvo envuelta en la desconfianza y en las divisiones internas que acabarían, finalmente, con la resistencia en torno al gobierno legítimo. Las sucesivas derrotas militares se unieron al progresivo abandono internacional que sufrió la España leal. La pretendida neutralidad de Londres continuó arrastrando al gobierno francés hasta el final del conflicto, y con él a la mayor parte de los posibles aliados que Negrín hubiera podido tener. Tal y como expone el investigador David Jorge: “los británicos veían sólo aquello que querían ver, manteniendo al margen razonamientos susceptibles de entrar en contradicción con sus bien arraigados prejuicios o de implicar la necesidad de tomar parte activa en conflicto alguno” (2016, p. 153). Las potencias occidentales, lideradas por las opiniones de los gobiernos británico y francés, mantuvieron una concepción de la República basada en la otredad y en los estereotipos (Viñas y Hernández, 2009, p. 34-35). Y todo ello mientras la península se encontraba inmersa en un proceso de enfrentamiento interno, en el que las verdades y los méritos que el individuo considera como propios llegan a ser utilizados como justificación, a través de su amenaza, de la realización de todo tipo de barbaridades (Maoz y McCauley, 2008).
Las penurias de la guerra, el frío y la falta de alimento se convirtieron en los principales problemas de Madrid, ciudad que llevaba casi tres años convertida en frente de batalla. La capital del país fue la protagonista incuestionable de los dos últimos meses de la guerra. En sus calles se vivió el enfrentamiento final. Una nueva guerra civil, dentro de la primera, en la cual terminó el futuro de la República. Franco era consciente del gran simbolismo que albergaba la capital. No solo era la capital política de España, también era el lugar que había rechazado a sus tropas durante casi tres años. La plaza donde se había creado el mito de la resistencia republicana. Para consolidar la nueva dictadura que pretendía imponer sobre el país, la ciudad no solo debía ser ocupada militarmente, sino también debía ser conquistada psicológicamente. La fragmentación que se produjo a consecuencia del golpe de Casado, junto a los enfrentamientos entre las diferentes facciones gubernamentales, le dieron a Franco la oportunidad precisa. Solo tuvo que esperar, mientras veía cómo los restos de la República se descomponían ante sus ojos (Bahamonde y Cervera, 1999, p. 313).
Dentro de este complejo marco, la ficción se convirtió en la herramienta que muchos autores consideraron más adecuada para intentar reflejar el estupor, la incredulidad e, incluso, la vergüenza que les produjo la descomposición final de la República. Un proyecto por el que muchos de ellos habían dado todo lo que tenían, pero que terminó deshaciéndose ante la incomprensión y la incapacidad de diálogo de unos pocos. La ideología, las ideas personales sobre lo que debía ser este proyecto común, así como los odios internos entre las diversas facciones que apoyaron al gobierno legítimo –larvados durante toda la guerra– fueron agudizando unas diferencias que, ante el clima de derrotismo y desánimo que se extendió tras la derrota en la Batalla del Ebro, terminaron fracturando un propósito que ya había dejado en la memoria la resistencia y el espíritu de lucha de 1936 y 1937. El negrinismo y el casadismo se enfrentaron en un combate fratricida que, por su mera existencia, acabó con la unión que había mantenido viva a la República hasta ese mismo momento.
La ficción se convierte así en una herramienta de primer orden para estudiar la memoria viva de uno de los momentos más dramáticos de la historia reciente de España. En línea con el marco teórico e historiográfico que acabamos de presentar, nuestro objetivo en este trabajo es acercarnos a la figura y obra de la malagueña Isabel Oyarzábal Smith, concretamente respecto a lo que esta escritora recogió sobre la caída de la República en sus memorias, tituladas I must have Liberty (1940) –traducidas, además, al español en el año 2010 de la mano de Nuria Capdevila-Argüelles bajo el título de He de tener libertad, texto en el que nos basaremos en este estudio–.
Autora, asimismo, de otros escritos donde relata su experiencia en la Guerra Civil –como Diálogos con el dolor (1944), Smouldering freedom (1945) o En mi hambre mando yo (1959)–, a través de sus memorias –escritas desde un exilio en México que estuvo lleno tanto de dificultades y duro trabajo de adaptación como de agradecimientos hacia su tierra de acogida (Nieva-de la Paz, 2017, p. 118)–, se caracteriza por ser una escritora comprometida por la causa republicana, pero sin dejar nunca de atender al drama que supuso la guerra en su conjunto. Como expone la investigadora Palomo Alepuz a partir del análisis de En mi hambre mando yo: “a pesar de que Isabel Oyarzábal se alinea ideológicamente de forma explícita con uno de los bandos en liza, no se puede definir exactamente como una novela tendenciosa precisamente porque muestra la tragedia de la guerra en su componente universal y humano” (2022, p. 147). A lo largo de las obras mencionadas, el objetivo principal de Oyarzábal será defender el programa del gobierno republicano de Negrín de las críticas recibidas (Nieva-de la Paz, 2015, p. 262). Se trata de relatos multifacéticos en los que las noticias que le van llegando a nuestra autora se entremezclan con un análisis de la realidad basado en el compromiso con la verdad de lo sucedido:
Oyarzábal intenta ofrecer un relato lo más objetivo posible cuando trata asuntos políticos y sociales, cuando rememora la guerra civil y sus causas, cuando habla del éxodo, de los campos de concentración o de otras tierras de exilio, a la par que cuenta las noticias que le llegan de la Europa en guerra, procedentes de Varsovia, de Londres o de Vichy. (Samblancat Miranda, 2017, párr. 4)
De madre inglesa y padre español, Isabel Oyarzábal pasó su infancia en la ciudad andaluza de Málaga, donde intentaron enseñarle a comportarse según los estándares de la alta sociedad del momento, con una instrucción encaminada hacia el matrimonio y las relaciones sociales. Oyarzábal, sin embargo, pronto se rebelaría contra esta manera de entender la vida y la sociedad. En I must have liberty podemos apreciar cómo los condicionantes de clase no le impidieron apreciar la falta de libertades que la rodeaban, y ser consciente de cómo la otredad impedía a muchos seres humanos disfrutar de una serie de libertades básicas:
A veces me apetecía de veras cerrar los ojos a la realidad que me rodeaba y vivir mi propia vida pero al final me resultaba imposible. No podía ya ignorar la llamada de la libertad ni olvidar los sufrimientos que había visto padecer al pueblo. Tampoco quería rendirme a la indignidad de ser gobernada por un poder irresponsable y arbitrario. La vida sin libertad no merecía la pena y España se despertaba lentamente a esa verdad. Nuestra obligación era ayudar al país. (2010, p. 210)
Se trata de una obra que, en palabras de la investigadora María del Mar Mena,
revela una sinceridad nada desdeñable y no muy común en las autobiografías, que hace del texto un referente de la época en la que se inscribe lo narrado y ello unido a la cercanía de su publicación a los hechos, así como la relevancia del personaje, la convierten en un valiosísimo testimonio para la memoria de una época que ha permanecido silenciada. (2015, p. 636)
Su obra se inscribe en una tradición autobiográfica femenina en la que numerosas autoras –como Constancia de la Mora, Carlota O’Neill, Ernestina de Champourcín, María Casares o María Zambrano, por citar algunos ejemplos– intentaron reivindicar la lucha de la España republicana desde su exilio (Lizarra, 2011, p. 41-43). Nuestra autora utiliza el género memorialístico como testimonio de época, para intentar exponer la lucha de toda una generación a través del hilo conductor de su vida. Unas memorias que, tal y como explica Josebe Martínez (2006), trascienden la función introspectiva del género autobiográfico para preguntarse sobre el porqué del mundo y exponer un proyecto ético-patriótico sobre la realidad española de su época.
Como ha sido analizado en otra ocasión (García Martín, 2022), Oyarzábal tendrá que vivir sus primeros años entre la rigidez moral y conductual impuesta por el tradicionalismo de la sociedad española de la época. Tal y como expone la investigadora Nuria Capdevila-Argüelles, se trató de un espacio de gran relevancia en la formación de nuestra autora, al observar el sometimiento de la mujer y la falta de libertades impuestas por el patriarcado sobre una parte tan importante de la comunidad:
Tanto Montseny como Isabel de Palencia mencionan repetidas veces en su obra la influencia de la mediocridad patriarcal del entorno burgués en la estabilidad física y psíquica de la mujer, tema que preocupaba enormemente a Isabel de Palencia, y que influiría en su actividad política dentro y fuera de España en los años de la Segunda República. (2010, p. 24)
Una sociedad que procuró obligar a nuestra autora, según ella misma explica en sus memorias, a transformarse en una mujer cuyo objetivo más relevante fuera encontrar un marido al que respetar y una familia que formar y cuidar; una perspectiva vital que poco encaje tendría para una mente tan lúcida y crítica como la de Oyarzábal, tal y como también sucediera, por la misma época, a la escritora británica Virginia Woolf: “In the first place, to have a room of her own, let alone a quiet room or a sound-proof room, was out of the question, unless her parents were exceptionally rich or very noble, even up to the beginning of the nineteenth century” (1929, p. 44). Todo ello con el objetivo de lograr la emancipación tanto en la vida pública como en la privada, tal y como expone Oyarzábal en sus memorias, para que la mera entrada en la primera no suponga la continuidad del sometimiento en el ámbito familiar (Peña, 2008, p. 238).
En un mundo en el que los estudios femeninos no se veían adecuados, su lucha la llevará a intentar romper los tabúes de una sociedad que le impedía cumplir con sus sueños y planes vitales. Tal y como expone Foucault, en su obra Dits et écrits (1954-1975) :
la transgression est un geste qui concerne la limite; c’est là, en cette minceur de la ligne, que se manifeste l’éclair de son passage, mais peut-être aussi sa trajectoire en sa totalité, son origine même. Le trait qu’elle croise pourrait bien être tout son espace. (2004, p. 195)
Una lucha que tendrá, en la conjunción de la política y la realización del individuo como un ser completo, su máximo exponente. Todo ello a través de unos escritos que entremezclan el rechazo a una simbología y praxis femenina que únicamente sirven para recortar su libertad personal (Luther Hillman, 2013, p. 155-157), al mismo tiempo que la constatación del proceso de cosificación y deshumanización del individuo que se estaba produciendo en la sociedad de su época llevó a Oyarzábal a enfrentarse a este proceso de resolución de la ambivalencia moral del ser humano a través de la construcción del exogrupo como un “otro” sobre el que construir el sentido del endogrupo (Livingstone, 2016, p. 425). Un proceso que busca convertir al otro, al exogrupo, en un espacio de oposición sobre el que construir las bases excluyentes del endogrupo, como una manera de perpetuar y magnificar unas divisiones artificiales que solo sirven para que una parte reducida de la población pueda seguir manteniendo el poder (Said, 2010, p. 430).
I must have liberty, publicada por vez primera en inglés en Nueva York en el año 1940 –y traducida al castellano en el año 2010 por Nuria Capdevila-Argüelles, edición en la que nos basaremos a lo largo de este estudio–, divide la vida de nuestra autora en tres periodos, a través de tres libros principales. El primero de ellos, titulado “Una niña rebelde”, está dividido en seis capítulos y recoge la infancia y juventud de la autora. En él, Isabel de Oyarzábal recoge cómo la constatación de la otredad en sí misma, ante la opresión que observaba en su sociedad y la falta de oportunidades y libertad que vivió como mujer, fraguará su carácter reivindicativo y su visión del mundo. Esta parte, en la que no podemos detener nuestro análisis, termina con la marcha de nuestra autora a Madrid, debido al apoyo de su madre. En la capital, logra, siempre gracias a su esfuerzo, ser actriz. Nos explica en sus memorias cómo entendió la falta de importancia que tenía el dinero para poder lograr la libertad que ella tanto ansiaba, lo que influirá en sus esfuerzos sociales y políticos en apoyo al feminismo y a las reivindicaciones políticas del mundo obrero. Una labor que llevará a cabo con la oposición que produjeron hechos como su trabajo como corresponsal, fruto de la crítica social hacia su persona: “Cualquier trabajo se consideraba degradante para una mujer que no estuviese a punto de morirse de hambre pero… ¡escribir para periódicos extranjeros! Si hubiese prestado mis servicios literarios a la prensa española, quizás su desaprobación hubiese sido menor” (2010, p. 121). La fuerza de sus memorias responde a una necesidad interna de Oyarzábal por hacerse oír y por denunciar las injusticias de la realidad que se dispone ante sus ojos: “En sus recuerdos manifiesta la necesidad que siente de ser libre, de verse liberada de una reglamentación estricta en el contexto de un colegio confesional en la España finisecular” (Eiroa San Francisco, 2023, p. 42).
El segundo libro, que se nos presenta con el título de “Avanzando unidos”, se centra en las impresiones y experiencias de la autora durante los años de la República, aunque comienza en 1909, con los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona. Anticipando los conflictos sociales que va a vivir el país posteriormente, Oyarzábal nos ofrece su opinión sobre la quema de iglesias que se produjo durante estos días. Como parte de su trabajo posterior en el extranjero, nuestra autora tuvo que enfrentarse en repetidas ocasiones a la propaganda franquista y a los intentos del bando rebelde para desvirtuar al gabinete republicano ante los ejecutivos occidentales.
Las quemas de templos católicos producidas desde 1931 fueron uno de los mayores ataques que recibió el gobierno legítimo, antes y después de que la Guerra Civil finalizara. Isabel Oyarzábal nos ofrece, a raíz de los combates producidos en Barcelona durante julio de 1909 –como forma de protesta por el inicio de la Guerra de Marruecos–, su opinión y las razones que ella consideraba eran las causantes de estos episodios de violencia, adelantando la explicación política de los hechos posteriores (2010, p. 131).
Las injusticias y el despotismo del cual hacía gala la Iglesia española (y que luego continuaría con el pleno apoyo de sus jerarquías a los mandos rebeldes encabezados por Franco) es visto por Oyarzábal como la verdadera causa de estas quemas de iglesias, no la falta de orden. Y utiliza unos hechos producidos bajo el gobierno de Maura, conservador, debido en parte al argumentario franquista sobre la falta de orden público durante la República. El anticlericalismo de esta época –que ya presentaba una gran vitalidad en el siglo anterior– tiene una de sus razones principales en el poder desproporcionado que tenía la Iglesia Católica sobre la sociedad española del momento (Núñez, 1996, p. 67). Esta lucha por la imposición del control sobre la población explica buena parte de los odios desatados contra espacios religiosos tras el estallido de la guerra. Una violencia desatada contra la Iglesia tras el golpe de Estado de 1936 que responde, en cierta medida, a la configuración del clero español dentro del imaginario popular como parte únicamente de uno de los bandos en lucha dentro del conflicto revolucionario. Sin que pueda servir en ningún caso como justificación de lo sucedido, el hecho es que la temprana adscripción de la Iglesia española a la causa de los rebeldes posicionó a esta institución –y a todo lo que ella representaba– como parte del enemigo social contra el que numerosos grupos de republicanos lucharon durante la guerra (De la Cueva, 2012, p. 58-62). La lucha contra la tiranía, provenga de la sociedad o de las instancias católicas, es el combate que esta autora se ha propuesto mostrarnos en sus memorias. La libertad será la guía que ella va a utilizar para oponerse a estas imposiciones. Y será también uno de los mayores valores que asocie al gobierno republicano, como muestra el título de esta segunda parte de la obra.
Las convicciones republicanas de nuestra autora se muestran al lector desde los primeros momentos. Oyarzábal considera que los enemigos de la joven República que acababa de ser proclamada intentaron derribarla desde los primeros meses tras el 14 de abril de 1931. Su posición resulta clara, señalando quiénes eran los principales opositores al nuevo gobierno:
ciertos grupos consideraban el nuevo régimen insatisfactorio y, a los pocos meses de la proclamación de la República, parte de las antiguas fuerzas autócratas en el ejército, la aristocracia y la Iglesia ya confabulaban contra ella. Podía verse en su propósito de sabotear no solamente las nuevas medidas e instituciones sino también negocios ya establecidos de antes. (2010, p. 231)
Unas palabras que se encuentran en la línea de lo que historiadores como Ángel Viñas afirman al estudiar cómo los preparativos y los planes que culminaron en el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 comenzaron poco después de la misma proclamación de la República (2019, p. 22-26).
Su trabajo como diplomática comenzó también en estos momentos, siendo destinada a Ginebra para defender las posiciones del gobierno español en los trabajos que realizaba la Sociedad de Naciones en torno a los derechos laborales –llevando a cabo una labor en la cual la propia Oyarzábal llegó a considerar que las mujeres “supieron defender con mayor énfasis que los hombres los principios democráticos” (Paz Torres, 2008, p. 324)–. La situación de los obreros españoles era difícil, pero nuestra autora procura también desmentir la propaganda derechista sobre la pérdida de la calidad de trabajo en España y el excesivo poder sindical. Defiende la labor del gobierno republicano, que intentaba implantar una nueva legislación laboral que mejorara estas condiciones de vida (Oyarzábal, 2010, p. 230).
La tercera parte que divide la obra, estructurada en diecisiete capítulos, trata el tema central de las memorias: la acción de la República durante la guerra y las razones de índole internacional que llevaron a su derrota. En ella centraremos nuestro análisis, pues es la que presenta una mayor carga política en torno a los avatares de la República durante la guerra y la visión de Oyarzábal respecto a la misma. Con el título de “Aceptar sin resignarse”, la autora trata lo sucedido como una enorme injusticia que se ha cometido contra el pueblo español. La rabia y la impotencia experimentadas desde el exilio se complementan con la esperanza y la confianza en la legitimidad de la lucha, ideas que Oyarzábal mantuvo hasta el último momento. La propaganda franquista intentó, desde un primer momento, tratar como plenamente legal toda la brutalidad que desarrolló el bando rebelde en su proceso de genocidio, iniciado inmediatamente tras el triunfo parcial del golpe de Estado. La posibilidad de que la humanidad intrínseca del individuo –o, como sucedió en este caso, de todo un grupo político-social– pueda serle arrebatada por la decisión de unos pocos nos da muestra de la fragilidad que la conciencia sobre el ser humano puede llegar a adquirir cuando se dejan de lado sus valores más básicos (Esmeir, 2006, p. 1549-1550). Otro de sus objetivos será la consideración de los republicanos como causantes y provocadores de esta ola de violencia, adjudicándoles un estatus no humano que legitimaba a los rebeldes para llevar a cabo todas las acciones necesarias para su victoria sobre ellos. Oyarzábal reacciona duramente contra ello, y utiliza estas páginas para ofrecer su propia versión sobre estos hechos (2010, p. 251-252).
Oyarzábal considera que los responsables de la violencia producida en ambos bandos son los rebeldes. Alude a las matanzas sistemáticas de izquierdistas que fueron llevadas a cabo en las zonas en las que triunfó el golpe de Estado desde el primer momento, así como a los intentos del gobierno republicano por impedir la violencia desatada en el territorio que controlaba, que nuestra autora considera fruto precisamente del estado de guerra provocado por los propios golpistas.
La defensa de estos ideales, que ella identifica con la República, se convierte en el principal objetivo de estas memorias. Al igual que otros muchos republicanos, uno de sus principales intereses a la hora de reelaborar sus recuerdos consiste en mostrar a Occidente la injusticia cometida con España durante la Guerra Civil. Oyarzábal no se resigna a ser solo parte del bando derrotado. No concibe la contienda como una lucha justa de la que ella hubiera resultado perdedora. Empero, considera que se trató de un combate desigual desde los primeros momentos, en el que el bando de los rebeldes contó con demasiadas ventajas frente a un gobierno legítimo que intentaba hacer frente al golpe de Estado únicamente con sus propios recursos mientras se enfrentaba al desinterés y el miedo de las principales potencias occidentales a desatar la guerra mundial contra el Eje. La comunión de ideas no fue una ayuda a la hora de obtener el necesario apoyo para la guerra. Oyarzábal, como parte del cuerpo diplomático español, pudo experimentar de primera mano la situación de animadversión que existía contra su gobierno desde el comienzo de las batallas (2010, p. 259).
Nuestra autora no critica, por lo tanto, la falta de apoyos diplomáticos o el rechazo de las potencias europeas a los ideales que el gobierno republicano representaba. Aquellos países que rechazaron las nuevas políticas iniciadas por España manifestaron, desde el primer momento, una profunda hostilidad diplomática en todos los lugares. Desde Ginebra, Isabel Oyarzábal percibe claramente esta actitud, pero la entiende como parte del sistema internacional de bloques que ya se estaba configurando. La injusticia proviene de aquellos países con los que España compartía grandes líneas programáticas, y que optaron por la indiferencia y no por la ayuda al gobierno legítimo. El sentimiento de estar haciendo lo debido, luchando por las libertades de España y del resto del continente, se convierte en el faro moral que guiará a nuestra autora hasta el final de la guerra.
A pesar del rechazo de enemigos y aliados, Oyarzábal se muestra convencida de estar defendiendo una causa justa y de haber hecho todo lo posible por proteger la integridad y el bienestar de todos los españoles. Contra la difícil situación que vivía su país, la fuerza para continuar la lucha se convierte en un valor que estas páginas reflejan como una necesidad, el sentimiento de estar combatiendo por algo más importante que uno mismo (2010, p. 269). Nuestra autora muestra constantemente ante el lector, de esta manera, su compromiso “con la sociedad y la política de su tiempo” (Bados Ciria, 2014, párr. 55).
España se convierte en un símbolo de resistencia ante la injusticia y los intentos de recortar las libertades al pueblo, según nuestra autora puede comprobar mientras intenta difundir la versión del gobierno republicano por las principales ciudades de Estados Unidos y Canadá. Y todo ello aunque, según se manifiesta en repetidas ocasiones a lo largo de estas páginas, esta fortaleza que muestra el bando republicano resulta molesta para muchas de las potencias que habían sido aliadas de España: “Pronto entendimos que el problema español no podía mentarse por incómodo” (2010, p. 260).
Oyarzábal expresa, además, un profundo sentimiento de orgullo hacia España y una gran desazón hacia la indiferencia que percibe entre sus compañeros diplomáticos de otras naciones. La pérdida progresiva de la confianza que esta autora había depositado en la labor de la Sociedad de Naciones nos muestra cómo se afianza progresivamente un sentimiento de desamparo que va a acompañar su trabajo hasta que deba iniciar su exilio mexicano. A pesar de esta dramática situación, Oyarzábal exhibe una gran satisfacción personal por el esfuerzo que está realizando y por el aguante que el gobierno republicano está manifestando conforme transcurren los meses (2010, p. 286).
Estas memorias presentan la idea de que la lucha española no fue solo por las libertades propias, sino por los singulares valores de que hacía gala la poco operante Sociedad de Naciones. A través de esta imagen, Oyarzábal intenta mostrar al lector que el desamparo y la indiferencia que llevaron al gobierno español a perder la guerra supusieron también la derrota de esta institución y de todo lo que había significado para la paz mundial. La Segunda Guerra Mundial sería, únicamente, la posterior confirmación de esta pérdida.
El transcurso del tiempo va agravando la situación internacional del gobierno español, al mismo tiempo que en los círculos diplomáticos internacionales se admira la resistencia republicana ante lo que muchos consideraban sería una guerra rápida. Madrid se convierte en uno de los símbolos más importantes de esa fuerza y su defensa es concebida como una necesidad para que la República siga teniendo posibilidades de ganar la guerra. A finales de 1937, las dificultades que atravesaba la capital sitiada eran significativas, pero el espíritu del pueblo madrileño animaba a continuar con la defensa y a impedir que las tropas rebeldes entraran en la ciudad:
Decía maravillas [la autora habla de Marisa, su hija, que ha podido visitar la ciudad asediada] de la defensa de la capital, de la admirable resistencia de la gente a pesar del frío y del hambre que estaban pasando. Hablaba de la destrucción causada por bombas y metralla. La gente cocinaba en fuegos de papel o sobre las cenizas de la basura quemada. No había madera, ni carbón y el frío era intenso. (2010, p. 392)
A pesar de las terribles penurias que se están pasando en Madrid y el abandono internacional que ya empieza a ser un lastre demasiado importante, estas palabras reflejan las alabanzas hacia una resistencia que todavía se va a prolongar durante más de un año. Esta idea resulta de gran interés para comprender cómo, a pesar del pesimismo y el terror que se vivieron durante los últimos meses de la guerra, la esperanza de que Madrid pudiera sostenerse en lucha se mantuvo hasta la capitulación final.
La resistencia de la capital española, sin embargo, no llega a ser comprendida por buena parte de la diplomacia extranjera. La rendición es considerada, desde el exterior, como una de las mejores opciones que puede tomar el gobierno legítimo. Oyarzábal critica con dureza esta idea y explica por qué eso supondría un desastre todavía mayor que el que constituye la continuación de la lucha (2010, p. 365-366).
La determinación que mueve a Oyarzábal y al gobierno republicano para buscar la resistencia contra el franquismo les lleva hasta el límite de sus fuerzas. La rendición se planteó, pero finalmente, no pudo ser considerada por las propias circunstancias del conflicto. Cuando el enemigo contra el que se lucha no busca tu destrucción, es posible que aceptar una derrota que todavía no se ha producido pueda ser una mejora frente a la lucha en sí. Sin embargo, desde un primer momento Franco y sus aliados no pretendieron únicamente tomar por la fuerza el poder para gobernar el país. Su objetivo fue la eliminación del contrario, del “otro” dentro del que se incluía a todo el izquierdismo y el republicanismo españoles.
La capitulación de la República no resultaba viable ante las noticias que llegaban del genocidio que se estaba produciendo tras las líneas rebeldes. La derrota llegó mucho más tarde de lo que las potencias europeas querían ya que el gobierno legítimo agotó todas sus fuerzas antes de fracasar en su resistencia en marzo de 1939. Madrid, como símbolo de esta fortaleza, fue prácticamente la última plaza en caer bajo el poder franquista y su rendición fue la clave para que la guerra no pudiera continuar en el resto del territorio republicano. Estas palabras de Oyarzábal muestran que la solución que los grandes países europeos esperaban, con una victoria de Franco que solucionara aparentemente el problema de la guerra española, no era viable para el gobierno legítimo –así como para las fuerzas que le apoyaban–. Ante la realidad de sufrir el genocidio que estaban llevando a cabo desde el bando rebelde, o de ver recortadas de manera radical todas tus libertades, tus derechos y tu nivel de vida, la única solución que miles de españoles vieron factible fue continuar la lucha hasta las últimas consecuencias. El fragmento se construye, además, a través de la ironía, para demostrar lo que la autora considera la verdad escondida sobre los argumentos diplomáticos planteados. La anáfora utilizada, a través del adjetivo “estúpido”, permite ofrecer una síntesis de lo que Oyarzábal ve como uno de los principales objetivos de los rebeldes. El texto intenta mostrar al lector la idea de que apoyar a aquellos que buscan la opresión y el retroceso del conjunto del país es en sí misma ridícula, por lo que resultaba lógico que los combates continuaran hasta el último momento.
La situación de la capital a finales de 1938 comienza a ser desesperada. La resistencia continúa y todavía queda cierto grado de confianza en una posible victoria. Pero las noticias nacionales e internacionales que llegan en estos momentos ofrecen poco margen a los madrileños para la confianza en que la situación se resuelva a su favor. Las tropas de Franco avanzan diariamente por todos los frentes y los objetivos que toman son cada vez más relevantes. La situación de Cataluña empieza a ser insostenible y el gobierno republicano ya se plantea abandonar Barcelona e intentar resistir en el norte de la región. Mientras tanto, Oyarzábal continúa con su labor diplomática ante el gobierno de Suecia.2 Desde Estocolmo procura mantener la calma y cumplir con sus labores de embajadora, a pesar de los ataques que recibe y de que el apoyo oficial a su causa –no el recibido hacia su persona, consideración que mantuvo el gobierno sueco aun después de la victoria franquista– resulta cada vez más tibio, con mayores presiones por parte de la oposición conservadora a que Suecia establezca relaciones diplomáticas con los rebeldes.
Oyarzábal no vivió directamente lo sucedido en estos últimos meses de guerra en España, pero su visión es importante porque su implicación en apoyo de la República y sus conexiones le permiten ofrecer datos importantes sobre lo que se estaba viviendo en la Península. Procura estar informada en todo momento, mientras cumple con su trabajo. Cuando llega la navidad de 1938, una carta le informa de la dantesca situación que se vive en un Madrid asediado y hambriento. En estas líneas, Oyarzábal recibe la información que le proporciona su hija María sobre Germán, yerno de la autora: “No había madera en Madrid y la familia de Germán no había podido comprar un ataúd para enterrarle. Unos amigos rebuscaron hasta encontrar unas cuantas cajas de frutas vacías y con ellas le hicieron una caja” (2010, p. 442). La ausencia de los recursos más básicos lleva a los madrileños incluso a carecer de la madera necesaria para enterrar a sus fallecidos. La muerte lleva tres años siendo parte de la vida diaria de la ciudad. El agotamiento de la población ante unas condiciones de vida tan duras se hace patente en las calles. Era cuestión de pocas semanas que las tensiones sociales que la Junta de Defensa había conseguido controlar durante toda la guerra estallaran.
La llegada de 1939 provoca en nuestra autora un fuerte estado de tensión ante las noticias que recibe diariamente desde España. La situación está a punto de desembocar en el fin de la guerra, con la derrota republicana, y Oyarzábal ve que sus esfuerzos y los de sus compatriotas no están siendo suficientes para defenderse de los franquistas. Ella misma reconoce que el trabajo extenuante fue la vía que utilizó para poder soportar la fuerte presión:
Recuerdo muy vagamente aquellos días de enero. Se me secaba la garganta cada vez que escuchaba noticias de España por la radio o cuando me traían la prensa. El teléfono me ponía el corazón en un puño. Encerrarme en mi despacho y trabajar me salvó de una crisis nerviosa. (2010, p. 443)
La desesperanza y el miedo ante la inminente victoria de los rebeldes va a ir mostrándose en los escritos. En este caso, se trata de unas memorias escritas desde el exilio, cuyo objetivo es mostrar la dura realidad vivida por los españoles durante estos años. A pesar del dolor que provoca el recuerdo de estos hechos, el acto de contar cómo se vivieron los primeros meses del año 1939 resulta una forma de afrontar la pérdida que tuvieron autoras como Oyarzábal, así como ayudar a delinear la denuncia social y política contra el franquismo triunfante.
La caída de Barcelona, en febrero de este año, fue la muestra clara de que el fin de la guerra era irremediable. Las palabras de estas memorias apenas permiten a la embajadora expresar el dolor que siente; aunque, como ella misma explica, tal hecho no resultó una sorpresa (2010, p. 444). Metafóricamente, el texto nos muestra el recibimiento de la noticia como una paliza. El dolor psicológico que produce el suceso es tal que parece provenir de impactos directos contra el cuerpo. Oyarzábal siente de esta manera la caída de la ciudad debido a sus convicciones ideológicas. Tal hecho supone una adversidad muy difícil de aceptar, aun cuando se haya finalmente producido. El texto vuelve a incidir en el destino que les espera a todos los republicanos que sean encontrados en la ciudad catalana cuando entren las tropas rebeldes: serán tratados como seres inhumanos, a los que no hará falta tener la misma consideración que al resto de personas. Por ello se les denomina “ratas”, tal y como mostraba la propia propaganda franquista.
A pesar de las terribles noticias que se reciben diariamente, y del ambiente de resignación y temor que se empieza a propagar ante el inexorable avance franquista, la esperanza continúa viva entre los republicanos. Las llamadas a la resistencia continúan animando a la población y a los combatientes a impedir el avance del enemigo, aludiendo siempre a que la pérdida de libertad que su llegada supondría es algo mucho más perjudicial que la rendición. El abandono del vigor que ha caracterizado la lucha durante los tres años anteriores es visto en muchos textos, aun dentro de la situación desesperada que se advierte, como forma más rápida para que se produzca la victoria definitiva de Franco. Por ello, siempre que se conserven las fuerzas, autoras como Oyarzábal creen que todavía puede existir confianza en la supervivencia de la República y de sus ideales (2010, p. 445).
A través de esta enumeración, que comienza con Madrid –como ciudad más importante para la resistencia– Oyarzábal intenta mostrar cómo todavía quedan posibilidades de continuar la lucha contra los rebeldes. A pesar de que la situación ofrece cada día peores augurios a las fuerzas del gobierno legítimo, esta autora considera que la guerra solo podrá terminar con la conquista del resto de las plazas que continuaban apoyando al bando republicano.
El optimismo que reflejan estas líneas, a pesar de la difícil coyuntura que se va a vivir en estos últimos meses, es confirmado posteriormente por un gesto que realiza el gobierno republicano. Madrid se ha mantenido durante toda la guerra como el gran símbolo de la resistencia contra el fascismo y contra el avance del ejército rebelde. La importancia estratégica de la ciudad se une a su significación como el mayor baluarte que conserva la República, cuyo mantenimiento por sí solo supone un impedimento para que Franco pueda conseguir su victoria final en esta guerra. Después de retirarse tras las líneas pirenaicas, los miembros del gobierno legítimo consideran que la guerra no ha terminado todavía y deciden viajar al Madrid sitiado para continuar dirigiendo desde allí la resistencia de la población y de las fuerzas que quedan del ejército popular. Oyarzábal recoge en estas memorias la noticia como muestra de que la guerra todavía no ha terminado y de que el enemigo aún no ha podido acabar con toda la oposición:
A los pocos días se supo que el gobierno había volado a Madrid y renació la esperanza en nuestros corazones. Me negué a discutir diferentes salidas. Lo único que importaba era que la caída de Cataluña no había destruido nuestra última oportunidad. La palabra ‘Madrid’ surgió de nuevo ante los ojos atónitos de la gente. (2010, p. 449)
Madrid por sí misma logra acaparar el asombro de parte de Europa, según considera Oyarzábal, al resistir en una situación tan poco propicia que resulta poco verosímil. Y ello también refuerza los ánimos para continuar el trabajo en contra del avance franquista, aunque solo sea durante las pocas semanas que quedan todavía hasta la derrota definitiva.
La situación de Madrid a comienzos de 1939 era la de una ciudad atemorizada y hambrienta que veía con evidente preocupación los enormes avances que las tropas franquistas estaban realizando en casi todos los frentes de la guerra. La desesperación –que poco después conllevará, como veremos, un enorme número de altercados y un intento de golpe de Estado para arrebatar el poder de manos de la Junta de Defensa que dirigía la capital– era ya una realidad omnipresente dispuesta a provocar muchos daños dentro de las filas republicanas en los últimos meses restantes hasta la caída de la ciudad. La razón principal argumentada por Casado para sublevarse, la posibilidad de llegar a un acuerdo negociado de rendición con Franco, no sirvió más que para lograr el efecto contrario: acabar con las últimas posibilidades de una paz más justa que todavía conservaba la República (Preston, 2014, p. 263-264).
La Guerra Civil se descompuso en una miríada de conflictos que, ante los ojos de los protagonistas, resultaba un espectáculo confuso y estremecedor. El final de la República condujo a la construcción de la “Nueva España” en la que Franco llevaba trabajando desde el inicio de la guerra. La paz prometida por el general Segismundo Casado nunca llegó. Fue la victoria la que fue impuesta sobre el país (Beevor, 2006, p. 452).
Las memorias de Oyarzábal están construidas como un contra-discurso enfrentado a lo que la propaganda franquista exponía, una y otra vez, sobre el conjunto de los republicanos. La configuración del exogrupo que se había llevado a cabo desde inicios de la guerra se encontraba marcada por la deshumanización y la descripción maniquea y estereotipada de todos los fallos en los que supuestamente caerían la mujer y el hombre republicanos. Sin entrar ahora en cómo el discurso republicano también mostró estas características, a la hora de describir al contrario uno de los objetivos más destacados que muestra Oyarzábal al escribir sus memorias es, precisamente, desmontar esta verdad alternativa que sobre el conjunto de la República había sido construida por el bando rebelde.3 Es por ello que ella insiste en los tópicos para, precisamente, mostrar su falsedad y falta de relación con la realidad ante los ojos del lector (2010, p. 368).
Nuestra autora pretende enfrentarse a la falta de adscripción a la realidad de la que se veía rodeada en su trabajo como republicana. Su trabajo como embajadora de España en Suecia le convierte en la portavoz de la causa republicana en Escandinavia. Ella procurará enfrentarse a las concepciones erróneas sobre su gobierno, extendidas por la propaganda franquista, y lograr el apoyo de unos gobiernos socialdemócratas que cree que pueden ser próximos a su causa. La realidad de la situación política, de la tergiversación de los referentes socio-históricos y del pragmatismo comercial terminarán, sin embargo, provocando el fracaso de sus objetivos (Eiroa San Francisco, 2014, p. 239-258). La ironía y el humor se convierten en las armas adecuadas dentro de un contexto en el que la contienda política debe bregar con la desaparición del concepto de verdad, un término elusivo que parece haber quedado enterrado entre la propaganda y la aparente necesidad de destruir al contrario a cualquier precio. Una verdad que desaparece del discurso, debido al triunfo progresivo de una versión complotista sobre la guerra contra la que precisamente autoras como Oyarzábal procuraron batallar durante toda su vida. Todo ello dentro de la lucha contra esta disociación que estaba provocando el aislamiento internacional de la República y que consistía en la construcción de una nueva verdad que sirviera a los propósitos políticos de sus creadores, una vez que la misma realidad había dejado de ofrecer las respuestas que ellos esperaban. Tanto Franco como el coronel Casado configuraron un discurso en el que la seguridad y la visión teleológica del futuro podían materializarse, aunque eso supusiera recurrir a una posverdad encaminada a sustituir a una realidad que poco tenía que ver con las ideas contenidas en estos discursos. Un proceso que, tal y como explica la investigadora Sylvie Taussig, tiene como uno de sus principales objetivos luchar contra el azar (2021, p. 58-59).
La traición del coronel Casado hacia el gobierno republicano, con el apoyo de importantes figuras políticas de la República como el socialista Julián Besteiro, apenas es mencionada en la obra. El golpe de Estado parece llegar a oídos de Oyarzábal como un hecho consumado, envuelto en la desinformación y la falta de comprensión acerca de cómo se estaba desmoronando el aparato estatal republicano. La distancia impedirá, en este episodio concreto, que nuestra autora pueda conocer los detalles del golpe y de lo sucedido en Madrid con mayor certeza. Pero ello no le entorpece para expresar su opinión a partir de las noticias y los rumores que le llegan hasta Estocolmo (2010, p. 450).
Oyarzábal admite su sorpresa y su desconocimiento ante el complot de un coronel a quien ella misma adjudica el grado de general –de manera incorrecta, pues Casado rechazó dicho nombramiento por parte de Negrín, y prefirió continuar con su rango militar anterior–. Se trata de una muestra de cómo, en estos momentos finales de la República, la realidad y el discurso establecido sobre la misma se separan hasta presentar cada vez menos concordancias. La traición de Besteiro, engañado por las falsas promesas de Burgos,4 se suma a la desesperación que nuestra autora siente al ver cómo es la deslealtad interna, enmascarada tras el discurso y la falta de veracidad de las informaciones, la que construye el final de la resistencia republicana.
La ciudad que a lo largo de estos tres años se ha convertido en un símbolo de la resistencia republicana termina concentrando sobre ella la mayor parte de las esperanzas de victoria de aquellos que apoyan al gobierno legítimo. La entrada de las tropas franquistas en Madrid a principios de 1939 parece poner fin a la defensa de los ideales que Oyarzábal había intentado proteger, y a la guerra civil en su conjunto. En sus memorias nuestra autora no refleja este hecho concreto ya que, una vez que se ha producido, el trabajo que estaba realizando junto a sus compatriotas para intentar salvar la República parece que ya no tiene razón de ser. A partir de este momento va a enfocar sus esfuerzos en ayudar a todos los exiliados que pueda y en intentar procurarles un futuro. Al mismo tiempo, decide no aceptar la oferta especial que recibe del gobierno sueco para permanecer en el país, y en cambio emprende junto a su familia el exilio a México. Sin embargo, en este trabajo no solo se refleja el dolor y la inmensa tristeza que le produjeron estos acontecimientos. Como ha mantenido a lo largo de la obra, pretende que el final también resulte optimista. Sigue creyendo en el futuro y todavía alberga esperanzas para que la situación española, aunque ella ya no pueda estar allí, pueda mejorar algún día: “Puedo mirar fuera de mí y, con mi mano en la de Cefe empezar a vivir de nuevo, pensando en España, segura de España y llena de gratitud hacia México” (2010, p. 468).
El orgullo que nos ha mostrado a través de toda la obra tiene también su reflejo al final, de tal manera que cierra ideológicamente este trabajo. Ni siquiera la victoria definitiva de Franco y el conocimiento de todas las atrocidades que estaba cometiendo en la península impiden a Oyarzábal seguir siendo optimista sobre la situación de su país. A pesar de que debe comenzar una nueva vida en una tierra nueva, las últimas páginas no dejan lugar a la derrota, que había sido tan temida en capítulos anteriores. Estas memorias se organizan en torno a la exploración y defensa de la libertad, que como hemos visto es identificada por Oyarzábal con los valores republicanos. Por ello, ante el triunfo de los rebeldes, la única manera de seguir manteniendo dicha libertad es el exilio. La lucha no ha terminado con la caída de Madrid o con el fin de la guerra, sino que debe continuar hasta que Franco sea derrotado. El dolor que esta nueva experiencia provoca es soslayado, sin embargo, por el optimismo ante el futuro y el orgullo por mantener, gracias a él, la autonomía y la voluntad por las que ha luchado durante toda su vida (2010, p. 459).
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*Francisco David García Martín es graduado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca (USAL, España) y en Geografía e Historia y Derecho por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED, España). Además, obtuvo el Máster en Literatura Española e Hispanoamericana, Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, también por la USAL. Actualmente es Personal Docente Investigador predoctoral del Área de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada del Departamento de Lengua Española de la USAL. Su principal línea de investigación se desarrolla en torno a la capacidad de la memoria como instrumento tanto para comprender el pasado como el presente, a través de textos memorialísticos y ficcionales; dentro del estudio de las relaciones entre historia y literatura. Asimismo, investiga sobre la capacidad del género de la ciencia ficción española e hispanoamericana para proyectar muchos de los problemas y dilemas que sufre nuestra sociedad actual.
Este trabajo ha sido cofinanciado por el Fondo Social Europeo y por la Consejería de Educación de la Junta de Castilla y León.↩︎
Oyarzábal tuvo que llevar a cabo su trabajo como embajadora, desde el primer momento, entre las presiones ejercidas por el Franquismo para que no fuera reconocida como representante oficial de España. Durante su estancia en el país escandinavo procurará conjugar sus reivindicaciones feministas y políticas dentro de un país en el que el pragmatismo político tenía una gran relevancia frente a la argumentación moral sobre la lucha (Ballesteros, 2015).↩︎
Como ejemplo de esta visión maniquea sobre los republicanos se pueden ver descripciones como la que realiza Wenceslao Fernández Flórez en su novela Una isla en el mar rojo, publicada en 1939 (1966, p. 580-581).↩︎
Hecho que, junto a su creencia en un supuesto complot comunista que iba a acabar la República, decantaría su traición hacia el gabinete negrinista (Abella, 1987, p. 19).↩︎