Territorial and aesthetic distributions in “On Seeing England for the First Time” by Jamaica Kincaid
Daniela Belén Castro* https://orcid.org/0000-0001-5035-9503
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
danielabcastro16@gmail.com
María Constanza Massano** https://orcid.org/0000-0003-4158-7496
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
mcmassano@gmail.com
Recibido: 11/12/2023 - Aceptado: 19/03/2024
El colonialismo produjo, en términos socioculturales, relaciones asimétricas de poder entre metrópolis y colonias: a aquellos dominados les fue atribuida una posición de alteridad que desde luego los condenó a un panorama de exponencial desigualdad con respecto a los colonizadores. Desde una apoyatura teórica (Ranciére, 2014) e incorporando reflexiones y aportes de distintas entrevistas, este trabajo intenta repensar y subvertir aquellas categorías, disciplinas y discursos estigmatizantes, proponiendo desarmar el relato colonial a través de la mirada que nos propone la escritora antillana J. Kincaid en su ensayo “On Seeing England for the First Time” (1991), quien busca desprenderse de la impronta colonial imperante en el Caribe con el fin de construir un discurso contrahegemónico, participando, así, de las políticas contemporáneas de la identidad.
Palabras clave: reparto de lo sensible; colonización; identidad; alteridad; aculturación
Colonialism produced, in sociocultural terms, asymmetrical power relations between metropolises and colonies: those dominated were attributed a position of otherness that condemned them to a panorama of exponential inequality with respect to the colonizers. From a theoretical support (Ranciére 2014) and incorporating reflections and contributions from different interviews, this work tries to rethink and subvert those stigmatizing categories, disciplines and discourses. It aims at disarming the colonial story through the view of the Antillean writer J. Kincaid in her essay “On seeing England for the First Time” (1991), where she seeks to discard the prevailing colonial imprint in the Caribbean to build a counter-hegemonic discourse, thus participating in contemporary identity politics.
Keywords: distribution of the sensible; colonization; identity; alterity; acculturation
Introducción1
La empresa expansionista de la matriz colonial europea no solo implicó el movimiento forzado de miles de personas bajo condiciones infrahumanas, sino que también representó un severo daño a pueblos que quedaron privados de sus raíces y dispuestos como una tábula rasa a aceptar como propios valores y pautas diametralmente opuestos a su vapuleado acervo cultural. Basados en sesgados supuestos ideológicos que consideraban como constructos minoritarios a todos aquellos que ocuparan una posición de alteridad con respecto a los parámetros hegemónicos, los colonizadores “solían asumir que sus historias encerraban la mayoría de los ejemplos de normas a las que todas las demás sociedades humanas deberían aspirar; comparados con ellos, los otros eran todavía los ‘menores’ de los cuales ellos, los ‘adultos’ del mundo, tenían que hacerse cargo” (Chakrabarty, 2008, p. 146). Esta situación de imposición obligó a los colonizados a definirse “por la herida colonial, y la herida colonial, sea física o psicológica, es una consecuencia del racismo, el discurso hegemónico que pone en cuestión la humanidad de todos los que no pertenecen al mismo locus de enunciación” (Mignolo, 2005, p. 34), contribuyendo así al fortalecimiento de una lógica binaria de identidad y alteridad.
Desde la aproximación de un espacio estético en la representación literaria el filósofo francés Jacques Ranciére desarrolla lo que dió en llamar: “reparto de lo sensible”. Dicha repartición determina quiénes son los que hablan y quienes callan, quiénes son los que toman decisiones y quiénes obedecen, quiénes actúan y quiénes permanecen pasivos ante las acciones de los otros (Ranciére, 2014). Es decir, a través de esta repartición de lo sensible se construye un mundo, fijado, determinado, pero por sobre todas las cosas desigual. El filósofo francés nos propone movernos en una espiral emancipatoria que nada tiene que ver con la confirmación de un mundo signado por el “cada uno en su lugar”. Se trata de producir otras apariencias en esa distribución de lo sensible, otros tiempos, otros espacios, otros nombres; en eso consiste justamente el acto de emancipación, y allí es donde se cruzan el arte y la vida.
Es este reparto de lo sensible, concebido como un ordenamiento de objetos y cuerpos, asignados a lugares y funciones dentro de un orden social establecido, lo que comparten el arte y la política (Rancière, 2002). “De esta manera, el arte es político en la medida en que, al igual que la política misma, irrumpe en la distribución de lo sensible, generando nuevas configuraciones de la experiencia sensorial” (Capasso, 2018, p. 217, n. 1). Atendiendo, por tanto, a la idea rancieriana de que el arte tiene potencial para cambiar el orden social (Ranciére, 2014), se produce en el texto de Kincaid una resistencia desde el margen, un reposicionamiento simbólico desde el cual la autora, en tanto sujeto colonial, disloca el statu quo para así desarticular el lugar común que etiqueta a los colonizados y los relega, en tanto figuraciones de la otredad, a una categoría desvalorizada. Debido a que “en las últimas décadas del siglo XX los procesos de descolonización iniciaron el cuestionamiento de la facultad del imperio para construir significado” (Pratt, 2010, p. 21), el discurso contrahegemónico que propone Kincaid permite la transición de una significación peyorativa y estigmatizante del colonizado a una apropiación resignificada del discurso dominante para desarmarlo, posibilitando así la aparición de nuevas voces en el escenario poscolonial.
Como se mencionó con anterioridad, la expansión del Imperio Británico en el resto del mundo implicó un poder significativo sobre los territorios invadidos, que se conformaron como “el resultado de la constitución diferenciada entre las múltiples dimensiones de ese poder, desde su naturaleza más estrictamente política hasta su carácter en rigor simbólico” (Haesbaert, 2011, p. 79-80). Estos territorios fueron, por tanto, espacios donde confluyeron activamente la autoridad colonial junto con el poder simbólico de la imposición cultural de los opresores, y donde se instauró la idea de que “en cualquier lugar donde haya existido colonización, se ha vaciado de su cultura, de toda cultura, a pueblos enteros” (Césaire, 2006, p. 49). La afirmación de Césaire se evidencia claramente en el derrotero de estos pueblos, que estuvo desde entonces ligado a una inexorable desvalorización. Esto es central para el desarrollo de la obra de Kincaid, ya que “this is the history out of which Kincaid writes, the position of a woman born and raised on an island populated with the descendants of slaves to Mother England” (Plath, 1998, p. 26), pero también fue determinante a lo largo de su vida, ya que el vaciamiento cultural la obligó a presenciar como intrusa una realidad que le era ajena pero de la que sin embargo no tenía escapatoria:
If now as I speak of all this I give the impression of someone on the outside looking in, nose pressed up against a glass window, that is wrong. My nose was pressed up against a glass window all right, but there was an iron vise at the back of my neck forcing my head to stay in place. To avert my gaze was to fall back into something from which I had been rescued, a hole filled with nothing, and that was the word for everything about me, nothing. The reality of my life was conquests, subjugation, humiliation, enforced amnesia. I was forced to forget. (Kincaid, 1991, p. 35-36)
Frente a este panorama, la compleja configuración de la identidad, entendida como “un largo proceso de dominación, exclusión y silenciamiento de otras tantas posibilidades identitarias” (Albuquerque, 2020, p. 377), será la base fundante de la postura emancipatoria de Kincaid, que posibilitará un desplazamiento simbólico en la distribución de lo sensible: “I had long ago been conquered. I did not know then that this statement was part of a process that would result in my erasure, not my physical erasure, but my erasure all the same” (Kincaid, 1991, p. 34).
La interacción complementaria entre las esferas política y cultural no solo propició, como se afirmó previamente, la construcción física de la alteridad, mediante la violencia de la colonización y posterior inferiorización de todo aquel que se situara por fuera del canon dominante, sino que también fortaleció una alteridad simbólica mediante la colonialidad, entendida como “la estructura lógica del dominio colonial” (Mignolo, 2005, p. 33), que naturalizó desde luego la aculturación en aquellos, como afirma Césaire, privados de su cultura, y forjó desde el poder una realidad en la que “las normas emanan de la metrópoli y aterrizan en la periferia” (Pratt, 2010, p. 411). Dichas normas dieron como resultado la contradicción de intentar adquirir como propios parámetros ajenos:
…we must have done something to deserve that. My dresses did not rustle in the evening air as I strolled to the theater (I had no evening, I had no theater; my dresses were made of a cheap cotton, the weave of which would give way after not too many washings). (Kincaid, 1991, p. 36)
Es así como el ejercicio del poder en las colonias se abocó enteramente a moldear a los sujetos mediante la adopción de normas que transformaron a los colonizados en meros imitadores, disciplinados con el fin de perpetuar la autoridad colonial conforme a un ideal europeo que resultó en definitiva ilusorio, ya que “ser anglicismo es enfáticamente no ser inglés” (Bhabha, 2013, p. 114, el resaltado es del autor) y, como se evidencia en la narrativa de Kincaid, tampoco garantiza el reconocimiento genuino de los sujetos colonizados como sujetos en igualdad de condiciones con respecto al poder opresor colonial.2 Kincaid también describe, en consonancia con esta idea de acercar universos simbólicos incompatibles, los cambios impuestos por la colonización en los hábitos diarios, como por ejemplo, en los desayunos abundantes en un lugar donde el clima agobiante hace que la ingesta excesiva de alimentos produzca cansancio o en el uso de ciertas prendas de vestir que no son apropiadas para las altas temperaturas de la isla, algo que sin dudas produjo la incapacidad de reconciliar realidades contrapuestas en un territorio donde, como señala Kincaid, el afán por llevar una vida al estilo inglés normalizó un orden de múltiples desigualdades que la población en su mayoría aceptó sin cuestionamientos: “...there we were, groups of people longing for something we had never seen” (Kincaid, 1991, p. 40).
La aceptación dócil de esta realidad alienante se produjo gracias a la utilización del mimetismo como eficaz estrategia del poder opresivo del colonialismo, como “el deseo de un Otro reformado, reconocible, como sujeto de una diferencia que es casi lo mismo, pero no exactamente” (Bhabha, 2013, p. 112, el resaltado es del autor). Este mimetismo propició a su vez una concepción unilateral del devenir de la sociedad en Antigua que hizo que la condición de alteridad se naturalizara como parte de un único discurso moralizador hegemónico que favoreció el proceso de nominación de un otro en tanto concepto “que instala la identidad entre una manera de decir, una manera de ser, una manera de hacer, haciendo que los cuerpos, en función de su situación y de su nombre, estén como asignados a tal lugar, a tal función” (Ranciére, 2011, p. 67).
Esta versión unívoca de la historia generó a su vez una contradicción entre “una vivencia mediante la cual la comunidad recusa instintivamente la unicidad usurpadora de la Historia, y un pensamiento oficial mediante el cual esta comunidad se vuelve consentidora y pasiva a través de la ideología ‘representada’ por sus elites” (Glissant, 2010, p. 151), que indefectiblemente ocasionó un borramiento de la identidad y acrecentó la desigualdad en la distribución de lo sensible.
La visión desvalorizada de los colonizados estuvo fuertemente anclada, como se evidenció en el apartado anterior, en la construcción de una alteridad física y simbólica que los sujetó en una estructura restrictiva y estigmatizante, ligada estrechamente a la nominación de los cuerpos mencionada con anterioridad y su asignación en una determinada estructura, fortaleciendo la idea de que “el lugar en el orden social pasa, pues, por una designación que pertenece al orden del discurso” (Ranciére, 2011, p. 63), en este caso un discurso en pos de una oposición binaria entre el ideal inglés hegemónico y quienes quedaban por fuera de él. Este lugar social alguna vez denigrante finalmente comienza a resignificarse cuando Kincaid, ya adulta, viaja a Inglaterra por primera vez:
And so finally, when I was a grown-up woman, the mother of two children, the wife of someone, a person who resides in a powerful country that takes up more than its fair share of a continent, the owner of a house with many rooms in it and of two automobiles, with the desire and will (which I very much act upon) to take from the world more than I give back to it, more than I deserve, more than I need, finally then, I saw England, the real England, not a picture, not a painting, not through a story in a book, but England, for the first time. In me, the space between the idea of it and its reality had become filled with hatred, and so when at last I saw it I wanted to take it into my hands and tear it into little pieces and then crumble it up as if it were clay, child’s clay. (Kincaid, 1991, p. 37)
Esta reacción de odio3 al ver cada monumento que representa las batallas ganadas en algún lugar del mundo, las evidencias de elisión del otro que permeaban cada rincón visitado en Inglaterra, le permiten poner en cuestionamiento aquellos parámetros que clausuraron toda producción de apariencias alternativas a las preestablecidas por los esquemas hegemónicos que la limitaron no solo a ella sino a la sociedad antiguana en su conjunto: “The space between the idea of something and its reality is always wide and deep and dark” (Kincaid, 1991, p. 37).
El viaje, entonces, se presenta como un acto de subjetivación, una toma de posición que, a través de una praxis crítica atravesada por el afán de reivindicación, deconstruye los discursos coloniales que, de manera simbólica, han impregnado sus espacios, sus acciones y las de su gente: “... after raising the Union Jack, we would say, ‘I promise to do my best, to do my duty to God and the Queen’” (Kincaid, 1991, p. 36) para revertirlos: “It was not at that moment that I wished every sentence, everything I knew, that began with England would end with and ‘then it all died’” (Kincaid, 1991, p. 40).
Durante su estadía en Inglaterra, en el día a día junto a su pseudo amiga: “... an English woman. Before we were in England she liked me very much. In England she didn’t like me at all” (Kincaid, 1991, p. 38), el contraste entre la Inglaterra incorporada desde el orden simbólico del devenir diario en Antigua se resignificó. Fue ahí donde, en un momento de epifanía al viajar en un medio de transporte público ella logra leer la perversidad de la identidad inglesa que naturaliza los malos tratos y la indiferencia hacia lxs otrxs:
On the train, the conductor was rude to her; she asked something, and he responded in a rude way. She became ashamed. She was ashamed at the way he treated her; she was ashamed at the way he behaved. ‘This is the new England,’ she said. But I liked the conductor being rude; his behavior seemed quite appropriate. (Kincaid, 1991, p. 38)
En Inglaterra su amiga era una más, el ser inglesa no le permitía obtener beneficios pero en Antigua ella gozaba del estatus que su identidad le brindaba y así “reminded me of the people who showed me England long ago as I sat in church or at my desk, made me feel silent and afraid” (Kincaid, 1991, p. 39). Es en este momento donde su odio aumenta al ser plenamente consciente del aniquilamiento de su identidad nacional y cultural, del silenciamiento de las voces de su gente, de la fuerza opresora del conquistador que ha ejercido el poder simbólico desde cada esfera posible construyendo una imagen de otredad que los despoja de todo valor y relega a un no lugar.
Es así como el reparto de las voces hace audible a quienes imponen, a quienes, desde la construcción discursiva de poder, han delimitado el orden de lo visible en los territorios colonizados. Kincaid logra su emancipación a través de ese texto-cuerpo (su literatura con sesgos autobiográficos) donde las heridas de la historia (su historia) aparecen inscriptas: “Escribir para mí es decir las cosas que no sabía que podía decir” (Friera, 2020, párr. 6). Su ensayo se vuelve batalla:
I may be capable of prejudice, but my prejudices have no weight to them, my prejudices have no force behind them, my prejudices remain opinions, my prejudices remain my personal opinion. And a great feeling of rage and disappointment came over me as I looked at England, my head full of personal opinions that could not have public, my public, approval. The people I come from are powerless to do evil on a grand scale. (Kincaid, 1991, p. 40)
Su arte la emancipa, es ahí donde ella logra construir los nuevos significantes y desechar el orden impuesto que se ha vuelto obsoleto en su contemporalidad. La metáfora del viaje (ampliamente usada en el ámbito literario) contribuye a la visibilización del dominio colonial impuesto y crecimiento de la autora-narradora como sujeto emancipador, lejos del despojo y la falta de adecuación que la han marcado a fuego tanto a ella como a la sociedad antiguana, a “todos los que viven bajo la vigilancia de un signo de identidad y fantasía que niega su diferencia” (Bhabha, 2013, p. 85). Se produce en este viaje, entonces, una desarticulación de las posiciones estáticas de identidad colonial: el deseo de mimetizarse con el opresor caduca para dar gradualmente paso a un escenario donde se prioriza “vivir con la diferencia, vivir a través de ella” (Hall, 1987, p. 12). Es, en definitiva, el deslizamiento de la condición de marginalidad y el enaltecimiento de la alteridad como categoría resignificada lo que, como demostró Kincaid, reivindica la diferencia y, en última instancia, logra finalmente la emancipación.
A través de este trabajo, hemos intentado visibilizar y luego desarmar el relato colonial a través de la mirada contrahegemónica que nos propone la escritora antillana J. Kincaid en su ensayo “On Seeing England for the First Time” (1991).
Desde un relato con tintes autobiográficos, por un lado, Kincaid señala con agudeza cada ingrediente que ha contribuido a la configuración, consolidación y perpetuación del colonialismo simbólico en su gente (y por extensión hacia toda la matriz colonial), mediante una situación de avasallamiento frente a la cual los sujetos coloniales históricamente se ubicaron en un lugar de absoluta indefensión, inmersos en una realidad en la que “sus costumbres y las instancias a las que se remitían, quedaron abolidas por estar en contradicción con una civilización que ignoraban y que se les imponía” (Fanon, 1973, p. 91), generando, como se evidenció en el desarrollo de nuestro análisis, “una brecha inmensa entre sistemas simbólicos, sobre todo con prestigio y autoridad, y las realidades efectivamente vividas” (Stecher y Stecher, 2010, p. 150). Esta brecha ha influido profundamente en la configuración identitaria de Kincaid a lo largo de los años, en primera instancia como sujeto colonizado atrapado en un esquema de poder orquestado por la matriz opresora europea, y progresivamente forjando un discurso que logra una diferenciación y autovaloración propia, lejos de oposiciones binarias.
Por tanto, con ansias de liberarse de este panorama opresivo, el ensayo de Kincaid es un cruce de fronteras, un desplazamiento desde la periferia al centro. Con el cuerpo puesto en escena, se vislumbra en el texto un nuevo reparto de lo sensible, una reconfiguración de la identidad que emerge desde la oscuridad a la que fue relegada sistemáticamente, supeditada a factores externos, en medio de deliberados, aunque fallidos, intentos por anglicizar a los colonizados. Lejos queda ahora el silenciamiento. A través de su escritura, magistralmente usada como vehículo de expresión y de conquista del espacio, Kincaid logra desprenderse y reivindicarse como sujeto impugnando, alterando las reglas del juego y poniendo de manifiesto que “solo hay historia en la medida en que hay fenómenos que atraviesan y que rompen esa especie de armonía que parece presuponerse casi como preestablecida, pero que no es sino la armonía del orden social” (Ranciére, 2011, p. 67), orden que finalmente se desmantela en la tarea constante de resistir y revertir las relaciones de dominio colonial.
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*Daniela Belén Castro es Profesora en Lengua y Literatura Inglesas por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y Licencianda en Inglés con Orientación Literaria por la misma casa de estudios. Actualmente es colaboradora en el Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS), de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE). Su línea de investigación se centra en la narrativa caribeña anglófona y sus procesos de descolonización.
**María Constanza Massano es Profesora en Lengua y Literatura inglesas, egresada de la Universidad Nacional de la Plata (UNLP) y Magíster en Inglés con Orientación en Literatura Angloamericana, egresada de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Es investigadora en el Centro de Literaturas y Literatura Comparada del Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET) en donde participada de los siguientes proyectos de investigación acreditados por la UNLP: “El reparto de lo sensible y la literatura en lengua inglesa: políticas estéticas” y “La construcción de sentidos a través de la experiencia literaria en el aprendizaje de lenguas”. Sus trabajos han sido publicados en revistas académicas y actas de congresos y ha actuado de referato y editora en revistas académicas. Actualmente es profesora adjunta de la asignatura Literatura Inglesa Clásica y Moderna, lugar desde donde se desempeña, también, como tutora de estudiantes de licenciatura y formadora de adscriptxs. También es Coordinadora de la Sección Adultos de los cursos de Inglés de la Escuela de Lenguas (UNLP).
Una versión preliminar de este trabajo fue presentada pero no publicada en las VI Jornadas Internacionales de Literatura y Medios Audiovisuales en Lenguas Extranjeras (UNSAM).↩︎
Al respecto, Kincaid reflexiona acerca de su crecimiento en Antigua y enfatiza en la imposibilidad de acceder a los privilegios de los que gozaban las mujeres inglesas blancas, basados exclusivamente en los sesgados supuestos raciales que fortalecieron el poder imperial en las colonias: “I can't say what it would have been like if I had been born a white English woman. Actually, I think I can say. It seems as if it would have been quite wonderful because whenever I was growing up and looked at white English women they seemed to have a life denied me. This isn't to say if I had been born a white English woman, I wouldn't have been perfectly miserable. They didn't seem perfectly miserable; they seemed rather privileged and had all the things I couldn't have” (Vorda y Kincaid, 1996, p. 50, el resaltado es del autor).↩︎
La aversión de Kincaid por la empresa colonizadora británica, que está presente en gran parte de su narrativa, es algo que aún hoy genera demoledoras reflexiones: “What’s fascinating to me is that [Britain is] so proud of this history. The British empire was a fucking nightmare for a lot of us” (Nelson, 2022, párr. 17).↩︎