Lucas Gagliardi* ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9906-202X
ISFDyT N° 9 – Universidad Nacional de La Plata
lgagliardi3@abc.gob.ar
Recibido: 21/02/2024 - Aceptado: 23/03/2024
Resumen
Este trabajo explora el modo en que se trabaja la figura del monstruo en las obras de J. K. Rowling ubicadas dentro de la continuidad ficcional del Wizarding World. Se aporta una mirada tematológica que considera las relaciones configuradas dentro del propio mundo ficcional, con reglas y axiologías específicas. La metodología articula técnicas cuantitativas y cualitativas del análisis del discurso. En primer lugar, se recurre al relevamiento de las formas discursivas empleadas en estas narraciones para nombrar a diferentes grupos de seres; a partir de los resultados se realiza un análisis cualitativo que pone en consideración diferentes aspectos de estas historias: construcción de personajes y mundo, aspectos políticos y éticos de la diégesis. El análisis muestra que en estos relatos la monstruosidad se desplaza: en lugar de identificar a las criaturas no humanas en forma rotunda, estas ficciones deslizan la monstruosidad al terreno de la representación de personajes humanos. Por ello se sostiene que estos relatos discuten la construcción de la alteridad y los derechos dentro del mundo ficcional.
Palabras clave: monstruo; alteridad; Wizarding World; literatura fantástica; J. K. Rowling
This article explores the way in which monsters are depicted in J. K. Rowling’s stories from Wizarding World. It contributes to the discussions on the subject by giving a thematic perspective which takes into consideration which takes into consideration the relationships configured within the fictional world itself, its intern rules and axiology. The methodology is based on an articulation of both quantitative and qualitative techniques. Firstly, a survey was carried out in order to identify the lexical forms which were used in these stories to name different groups of beings. With those initial results in mind, we set for a qualitative analysis that takes into consideration factors such as: worldbuilding, character construction, ethical and political aspects. Our study shows that these stories displace the idea of monstrosity: instead of identifying features in non-human characters, it moves towards the representation of human characters. Therefore, it is argued that these stories discuss the construction of otherness and rights within the fictional world.
Keywords: monster; otherness; Wizarding World; fantastic literature; J. K. Rowling
En las ficciones de corte fantástico, el lector suele identificar rápidamente como monstruos a personajes que no son humanos a partir de lecturas anteriores o preconceptos. Dentro de los relatos organizados en torno a tópicos como la inmersión o el cruce a otros mundos (Mendlesohn, 2008), la presencia de seres de ese tipo se encuentra a la orden del día, en efecto. Sin embargo, la alteridad no necesariamente se construye a partir de lo que a los lectores les resulta como seres anómalos o ajenos por su apariencia o habilidades. En estos textos, los parámetros de normalidad y cotidianeidad se (re)configuran bajo códigos propios del mundo ficcional. Por este motivo, consideramos que examinar la presencia de los monstruos y la monstruosidad desde una mirada tematológica requiere considerar las relaciones construidas dentro del propio mundo ficcional; es decir, cuáles son las reglas y las axiologías que proponen los textos literarios específicos. Lo que en una primera instancia puede parecer un monstruo podría no serlo de acuerdo con el tratamiento que una ficción hace sobre este tipo de personaje y tema.
De acuerdo con Farah Mendlesohn (2008) existe una relación entre la construcción discursiva de los relatos de tipo portal-quest –aquellos que implican el cruce a mundos o realidades alternativas– y las formas discursivas y la ideología colonialista. Esto se debería a que dichas ficciones presentan al mundo alternativo y a sus integrantes como “descubrimientos” para el protagonista y la voz narrativa (es decir, configuran la alteridad de un modo muy específico). No obstante, Mendlesohn también afirma que este tipo de relatos es capaz de contrapesar esa ideología con otros discursos. Ninguna forma es portadora de un mensaje unívoco y en el caso de la literatura fantástica, la falta de ataduras a las exigencias del realismo favorece la aparición de alternativas.
Tal es el caso de las obras de J. K. Rowling ubicadas dentro del universo ficcional del Wizarding World (o “Mundo Mágico”). Ante la aparición de las acromántulas, dragones, gigantes, fantasmas, dementores y otros seres con los cuales interactúan los magos, la identificación de lo monstruoso parecería estar saldada de inmediato. Todos estos seres se diferencian claramente de los humanos y varios de ellos resultan amenazantes. Sin embargo, el estudio de estos relatos cuestiona esa lógica y permite recalibrar lo que se entiende por monstruo o monstruosidad. Un recorrido por este conjunto de ficciones nos permitirá observar que las historias del Wizarding World apartan gradualmente al lector de las impresiones iniciales que este podría tener (“los monstruos son seres no humanos”) y lo redirigen hacia una interpretación de lo monstruoso en relación con personajes humanos.
A los abordajes sobre el tema del monstruo y la monstruosidad podemos separarlos, a grandes rasgos, en dos conjuntos: estudios del campo específico de la literatura fantástica y teorías que van más allá de la literatura.
En el primer conjunto encontramos especialistas que examinan la figura del monstruo prestando atención a su función narrativa. Para John Clute y John Grant (1997, p. 654), los monstruos más prototípicos del relato fantástico son aquellos cuya apariencia no es humana. Estos suelen presentarse como obstáculos dentro de una misión o búsqueda del protagonista; es decir, que tienden a ser un dispositivo narrativo con función antagónica dentro de un relato de tipo portal-quest según la tipología de Mendlesohn (2008). Cuando se presentan monstruos con formas humanas, estos suelen ser el resultado de fenómenos sobrenaturales (como posesiones o hechizos) (Clute y Grant, 1997, p. 655). En esto coinciden ambos autores con el modelo diseñado por Joseph Campbell (1949), quien sitúa al monstruo dentro del ciclo del monomito o viaje del héroe. Allí el monstruo representa un obstáculo físico (y psicológico, pues encarga arquetipos ancestrales). En un sentido similar, Claude Kappler (2004, p. 131) señala que los monstruos son la “piedra de toque” o el disparador para la aventura. Trabajos sobre obras particulares sobre antecedentes del relato fantástico también discurren acerca de la dimensión intratextual y funcional del monstruo. Es el caso de los estudios de J. R. R. Tolkien (1984) sobre Beowulf o los de José Manuel Lucía Mejías (2002) y Walter Carrizo (2021) sobre los enanos, sirenas, basiliscos y otros seres en la novela de caballería hispánica.
Sin embargo, en ese primer conjunto de trabajos no suele haber una profundización en la ontología de la figura del monstruo o en sus significados culturales. Ese tipo de reflexiones se halla con mayor frecuencia en estudios sobre otras formas de lo fantástico, formas más próximas a la literatura de terror que al relato aventurero de tipo portal-quest. Desde estos últimos estudios se señala que el monstruo ocupa el lugar del antagonista y villano, de la maldad, lo prohibido y la transgresión en las obras literarias (Jackson, 1986, p. 43; Soares Faría, 2008, p. 32), en especial dentro de aquellas en las que existe una figura antagónica nítidamente definida. Es decir, el monstruo funciona como un “cuerpo cultural purgativo” (Trapero Llobera, 2015, p. 69) en el que la sociedad deposita todo aquello que considera negativo. Como concluye José Miguel Cortés (1997, p. 18) “unos monstruos traspasan las normas de la naturaleza (los aspectos físicos), otros las normas sociales y psicológicas, pero ambos se juntan, en el campo del significado, en la medida que, normalmente, lo físico simboliza y materializa lo moral”. Estas ideas se emparentan más con las propuestas de los estudios que no se toman la literatura como único objeto.
El segundo conjunto de trabajos que reseñamos se ubica por fuera del campo exclusivo de los estudios literarios y ha propiciado interpretaciones vinculadas con matrices culturales. El trabajo fundacional de los monster studies editado por Jeffrey Cohen (1996) propuso una serie de tesis de gran influencia. De acuerdo con este teórico, el cuerpo del monstruo está inserto en y se reviste de significaciones socioculturales que debemos tener en cuenta para adentrarnos en la problemática que nos ocupa (1996, p. 4). Cohen sostiene que el monstruo habita en los espacios fronterizos de la experiencia humana y los vigila; además, la relación con ellos es una amalgama contradictoria de repulsión y deseo, un síntoma de crisis.1
Dentro de una línea muy similar, J’anine Jobling añade que:
Monstrosity can be deeply political, representing spatial and genealogical accounts of difference which fund xenophobic, oppressive, exclusionary or even genocidal discourses. The monster may be an intra-societal pathologized other too (…). Monsters both reinforce established cultural classifications and confound them by prowling boundaries. The monstrous can transmute into the good and vice versa, exposing the fragility of such borders, and the interpenetration between the two. (Jobling, 2010, p. 169)
En sintonía con Cohen, otros autores ven al monstruo como representación de una alteridad que es percibida en forma amenazante para la mismidad del ser humano (Calleja, 2016, p. 5).2 Todo ser señalado como monstruo padece una devaluación en la escala oficial de valores culturales dominantes. En tales situaciones, la diferencia física suele ser tomada a modo de correlato de una diferencia moral (Cortés, 1997, p. 36). La ausencia de rasgos asociados a la humanidad, como el uso de la palabra, se interpretan de la misma forma (Cortés, 1997, p. 21). Se puede decir que la cultura e ideologías dominantes triunfan “cuando el ser monstruoso llega a interiorizar el rechazo y lo tiene asumido como algo permanente e intrínseco para así aceptar pasivamente el juicio negativo que sobre él se propaga” (Cortés, 1997, p. 14). Estudios teratológicos como los de Kappler (2004), quien propone una tipología de lo monstruoso, o Héctor Santiesteban, que se preocupa por dilucidar una “teratología ontológica” de los monstruos (2003), han profundizado en clasificaciones posibles a partir de la comparación de casos en diferentes períodos históricos y con manifestaciones culturales muy variadas (literatura, iconografía, medicina, psicología, etc.).
Otras propuestas de los monster studies se concentran más en la monstruosidad como propiedad o condición (Beville, 2013). Es el caso de los trabajos que abrevan en las perspectivas psicoanalíticas, como los de Julia Kristeva acerca de lo abyecto. Para esta última “lo abyecto delata la fragilidad de esta separación, del yo, del sistema simbólico, al mismo tiempo que lo sustenta” (en Figari, 2009, p. 135). También tenemos entre estos el de Edward Ingebretsen (2001), que permite expandir las reflexiones acerca de lo monstruoso por fuera de las ficciones hacia el análisis de casos reales, en especial aquellos que han sido configurados por la participación de los medios de prensa en épocas recientes. Ambas contribuciones nos permiten observar el corrimiento hacia sentidos metafóricos y a abordajes interdisciplinarios.
Lo que se muestra constante en toda definición acerca del monstruo o de lo monstruoso suele ser su identificación con los conceptos de “maldad” o de “desvío” respecto de la normalidad socialmente aceptada, ya sea en el territorio del comportamiento o el de aspectos biológicos (Cohen, 1996; Cortés, 1997; Figari, 2009; Carrera Garrido, 2018; Ingebretsen, 2001; Kappler, 2004; Santiesteban, 2003). Otro aspecto que varios autores destacan es uno que aparece en obras fantásticas recientes como las de Rowling: la normalización de la figura del monstruo. Dice al respecto Miguel Carrera Garrido que “los monstruos tradicionales, de origen sobrenatural, han sido domesticados en la ficción actual. Conservan su aura fantástica, son metafísicamente trasgresores” pero representan una otredad cuya amenaza no es enteramente disolutoria ya (Carrera Garrido, 2018, p. 11).3 Maria Beville (2013, p. 5) coincide pues señala que cuando una clasificación recae sobre un monstruo este pierde algo de su condición revulsiva. Alcanzar una nitidez onomástica lo coloca en un sistema y a distancia de quien lo identifica como vampiro, hombre lobo u otros su alteridad es procesada y ya no resulta impredecible. Como veremos, este proceso se halla presente en los textos de Rowling y se vincula con el desplazamiento de la monstruosidad.
Cabe agregar una reflexión a las teorías y estudios que hemos reseñado, una que resulta fundamental para indagar en lo que una obra literaria propone. Es necesario sumar la consideración del sujeto de la enunciación: ¿Quién y desde dónde señala y construye lo monstruoso? Por lo tanto, en el caso que analizaremos se observa un desplazamiento del que da cuenta este conjunto de estudios: desde usos, en apariencia, más claros de lo monstruoso en relación con seres no humanos hacia su vinculación con personajes que podrían encarar la “normalidad” a simple vista.
Desde el punto de vista metodológico, los monster studies recurren a diseños metodológicos alimentados por disciplinas diversas (Koenig-Woodyard, Nanayakkara y Khatri, 2018, p. 2). Al igual que su objeto de estudio, es inherente a estas investigaciones ser disruptivas con las categorías (Koenig-Woodyard, Nanayakkara y Khatri, 2018, p. 4). Dos aspectos constantes y necesarios para encarar investigaciones de este tipo son “the compulsion to historical specificity and the insistence that all knowledge (and, hence, all cartographies of that knowledge) is local’” (Cohen, 1996, p. 3). Desde tal posicionamiento, entendemos que la indagación en nuestro tema requiere ubicar el problema de investigación en el texto, es decir, localizar en la ficción y su construcción discursiva la evidencia y las eventuales reflexiones en torno a la misma.
Se trata de un estudio temático o tematológico (Mendlesohn, 2012) con un diseño articulado entre orientaciones cualitativas y cuantitativas. Para nuestra aproximación inicial decidimos observar los textos que componen el Wizarding World4 para comprobar qué construcción discursiva hay en torno al monstruo y lo monstruoso. Recurrimos a técnicas de análisis del discurso (Narvaja de Arnoux, 2009) para realizar una primera exploración del tema. Indagamos en la aparición de formas lingüísticas que designan a los personajes o grupos de personajes: monster/monstruos/monstrosity, beast, creature, being. Este relevamiento cuantitativo inicial tuvo por objetivo identificar patrones en las formas léxicas; una vez localizados los ejemplos se pasa a la interpretación de los resultados, es decir, a la dimensión más cualitativa del análisis. Este doble movimiento permite indagar en la lógica que subyace a los propios textos ficcionales pues atiende a la forma en que estos se apropian del tópico y construyen ideas.
El análisis cualitativo e intratextual del tópico de la monstruosidad presta atención a las claves que los propios textos brindan (es decir, sigue la lógica de construcción del mundo ficcional propuesta por las fuentes mismas). Deseamos enfatizar la idea de que el registro cuantitativo de formas no arroja resultados incontrovertibles con correspondencias unívocas; el mismo plantea indicadores de tendencias que pueden sustentarse mutuamente con un análisis cualitativo. Es decir que, vistos desde el análisis del discurso, sirven como indicios. Por otro lado, además de contabilizar el total de casos de cada forma, en el análisis cualitativo deslindamos aquellas atribuidas a la voz narrativa y a los personajes, dado que esto nos permite comprender las motivaciones detrás de los usos.
Tabla 1
Relevamiento de formas léxicas
Monster, monstruos, monstrosity | Beast, beast-like | Creature | Being | Total por obra | |
Harry Potter and the Philosopher’s Stone (1997) | 3 | 5 | 4 | 1 | 13 |
Harry Potter and the Chamber of Secrets (1998) | 29 | 2 | 14 | 0 | 45 |
Harry Potter and the Prisoner of Azkaban (1999) | 4 | 6 | 13 | 0 | 23 |
Harry Potter and the Goblet of Fire (2000) | 12 | 1 | 33 | 1 | 47 |
Fantastic Beasts and Where to Find Them (2001a) | 9 | 65 | 45 | 21 | 140 |
Quidditch Through the Ages (2001b) | 0 | 0 | 1 | 0 | 1 |
Harry Potter and the Order of the Phoenix (2003) | 6 | 8 | 39 | 0 | 53 |
Harry Potter and the Half-Blood Prince (2005) | 8 | 3 | 15 | 0 | 26 |
Harry Potter and the Deathly Hallows (2007) | 11 | 9 | 29 | 0 | 49 |
The Tales of Beedle the Bard (2008) | 4 | 2 | 5 | 1 | 12 |
Fantastic Beasts and Where to Find Them: Original Screenplay (2016) | 1 | 8 | 53 | 1 | 63 |
Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald: Original Screenplay (2018) | 3 | 3 | 12 | 0 | 18 |
Harry Potter and the Cursed Child (2016) | 2 | 2 | 3 | 0 | 7 |
Fantastic Beasts: The Secrets of Dumbledore (2022) | 3 | 1 | 6 | 0 | 10 |
Total de formas | 95 | 115 | 272 | 25 | 507 |
Fuente: Elaboración propia.
Podemos identificar una tendencia (generalmente) decreciente en el uso de monster y sus derivados luego de la segunda novela, así como un aumento del término genérico creature (que suele emplearse para referentes no humanos pero sin connotaciones negativas como beast). Más aún, un escrutinio más atento a las condiciones de enunciación también arroja algunos resultados destacables que pueden explicar dichas tendencias y las excepciones. Las formas monster y sus derivadas aparecen principalmente en el discurso del narrador heterodiegético de las novelas (y del locutor de las acotaciones, en el caso de los guiones). La excepción es Harry Potter and the Chamber of Secrets donde predomina la referencia al “monstruo de Slytherin”, es decir, el basilisco controlado por el antagonista del relato. La referencia constante a ese sintagma funciona como cliché que los personajes repiten para nominar a la criatura cuya verdadera naturaleza desconocen. Una vez resuelto ese misterio en torno a la misma, la elección de esas formas decrece para las siguientes entregas.
Por otro lado, dado que la voz narrativa focaliza internamente en el protagonista –Harry Potter, en las novelas– aparece frecuentemente alineada con su subjetividad. Al integrarse a la sociedad mágica, el protagonista entra en su orden discursivo (Gagliardi, 2011, 2020) y conoce la diversidad de seres que la componen. Es así como el protagonista (y el narrador alineado con aquel) comienzan a utilizar con mayor frecuencia términos genéricos con menor carga negativizante (como creature).
La excepción a las dos tendencias encontradas es Fantastic Beasts and Where to Find Them (2001a). Este libro funciona como una enciclopedia donde se discute la diferencia entre los términos que hemos estudiado (característica textual y temática que justifica el incremento en casi todas las formas en este libro en particular). Es decir que aquí el tema y el género discursivo (la enciclopedia) pueden explicar las excepciones mencionadas.
Por último, en los guiones de la serie de películas Fantastic Beasts o la pieza teatral Harry Potter and the Cursed Child (Rowling, Thorne y Tiffany, 2016) no contamos con un narrador o focalización. Sin embargo, el locutor textual de las didascalias y el discurso a cargo de los personajes se inclinan también hacia la preferencia por formas como creature.
Esta indagación en el léxico y las voces del texto da pie a una pregunta: si con el correr de las páginas decrece la identificación léxica de los seres no humanos con lo monstruoso ¿esto significa que lo monstruoso desaparece del mundo ficcional? Pasaremos al análisis de la construcción del Wizarding World con especial atención a los vínculos y valoraciones que se establecen dentro del mismo.
Como vimos en el apartado anterior, la identificación de lo monstruoso a nivel léxico se utilizaba principalmente para nombrar a algunas de las criaturas que aparecen dentro de la diégesis y dicho uso iba decreciendo. Esa alteridad en el plano explícito del discurso textual se reconfigura y reasigna a otros tipos de personajes con el correr de los relatos dentro de este mundo ficcional. Por ese motivo, examinaremos de modo cualitativo los textos a continuación.
Como apuntan otros trabajos (Anatol, 2003; Gagliardi, 2017, 2018, 2020) la composición de la sociedad mágica dentro de la diégesis está marcada por la alteridad. La delimitación es producida por el orden que los magos han fabricado, en especial gracias a la confección de la historia oficial. Por fuera de la comunidad mágica quedan los muggles; dentro de la misma no solo están los magos sino otros seres más o menos ubicados en las fronteras categoriales. Sobre estos seres recaen, en diferente grado, algunas de las tesis sobre el monstruo formuladas por Cohen (1996): que poseen un cuerpo revestido de significados culturales, suponen una crisis categorial, y se sitúan en la frontera de lo que se considera normal o posible.
En la enciclopedia Fantastic Beasts and Where to Find Them (Rowling, 2001a) el investigador Newt Scamander detalla la separación inicial que deslinda a los seres (beings) de las bestias (beasts), cuya formulación data del siglo XVII dentro de la diégesis. Tal exposición delata la obsesión de la comunidad mágica por la clasificación, muy ligada al pensamiento moderno y con cierta pretensión de exhaustividad. Básicamente, ni el uso del lenguaje ni caminar sobre dos piernas resultaron criterios taxonómicos efectivos debido a su esencialismo; la definición finalmente consensuada de being lo considera como “a creature worthy of legal rights and voice in the governance of the magical world” (2001a, p. xix); es decir, se trata de una definición funcional en lugar de una esencial. Los seres son ciudadanos de la comunidad mágica mientras que las bestias no. Debido a esto, la mayoría de las formas que Scamander utiliza para describir a los seres de su libro son beast o creature.5 Sin embargo, las fisuras de esa definición consensuada se vuelven evidentes cuando la contrastamos con la realidad mostrada en el resto de los textos: la clasificación clara y armónica, producto de la burocratización de la experiencia con el otro, demuestra no ser tan pertinente. Por ejemplo, los gigantes y la gente del agua serían seres con respecto a la definición del Ministerio pero su participación en el moldeado de la comunidad es inexistente ya sea por decisión propia o una combinación de factores (animosidad hacia los humanos, prejuicios de estos hacia aquellos, fallos de comunicación a lo largo del tiempo, etc.).
En Harry Potter and the Order of the Phoenix (Rowling, 2003), el protagonista visita la sede del Ministerio de la Magia para asistir a una audiencia disciplinaria. En el atrio de la institución contempla la Fuente de la Hermandad Mágica, un monumento que mostraría el pacto social y fundacional de la comunidad: la coexistencia entre los magos y otras tres especies (los goblins,6 centauros y elfos domésticos). Sin embargo, el propio Harry no tarda en señalar que el discurso histórico e ideológico que atraviesa al monumento está sesgado y no se ajusta a lo que él conoce acerca de las especies retratadas (Gagliardi, 2020). Albus Dumbledore expresa que “the fountain we destroyed tonight told a lie.7 We wizards have mistreated and abused our fellows for too long, and we are now reaping our reward” (Rowling, 2003, p. 834). Lo que el monumento en verdad atestigua es el modo en que los magos se sirvieron de otros seres en función de sus aportes a la comunidad: el económico-financiero, la metalurgia y alquimia (goblins), la sabiduría astrológica y astronómica (los centauros) y la mano de obra cotidiana (los elfos domésticos). Aunque se los considere seres y no bestias, las tres especies no humanas mostradas en la fuente distan de participar con su voz en la comunidad mágica. Por el contrario, sobre ellos recaen prejuicios y temores propios de su situación en las “fronteras de la sociedad” (Cohen, 1996). Aunque estos seres/beings no sean llamados monstruos/monsters la alteridad los marca y diferencia de los magos.
En el caso de los centauros vemos un proceso de alterización. Ellos mantienen sus diferencias con los humanos al punto de que prefieren ser clasificados como bestias para no ser dichos por las categorías de aquellos (Rowling, 2001a); es decir, rehúyen del lenguaje empleado por los magos. Se consideran superiores a estos últimos y guardan con recelo sus conocimientos, ese capital simbólico que ellos representan para los ojos de los portadores de varitas. El Ministerio los ha confinado a vivir en reservas dentro de los bosques del Reino Unido, lo cual ha dado pie a una disputa telúrica que se vuelve cada vez más cruda. Incluso brujas como Dolores Umbridge se refieren a ellos con epítetos despectivos como “half-breeds” (Rowling, 2003, p. 664).
Por su parte, los goblins y su historia hacen sospechar que en ellos se cifra la historia de un pueblo oprimido, un pueblo que ha devenido en cuidador de las finanzas mágicas como única opción para mantenerse a salvo o lograr la pervivencia de su cultura. De otro modo sería difícil comprender por qué seres con la capacidad de fabricar poderosas armas alquímicas como la espada de Gryffindor se conformarían con ser los banqueros de los magos luego de discordias que llevan siglos.8 Su situación recuerda a las ideas de Cortés sobre algunos monstruos en diferentes sistemas culturales: en el mejor de los casos se los tolera si se comportan con discreción y parecen amoldarse a la cultura dominante (Cortés, 1997, p. 14). Sin embargo, ese comportamiento aparentemente complaciente tampoco garantiza la integridad de los goblins.9 Griphook, uno de los pocos goblins que aparece en la saga, denuncia el modo en que los magos (incluidos los protagonistas) ven la guerra civil contra Voldemort: “But it is about precisely that! As the Dark Lord becomes ever more powerful, your race is set still more firmly above mine! Gringotts falls under wizarding rule, house-elves are slaughtered, and who amongst the wand-carriers protests?” (Rowling, 2007, p. 395). Sobre su pueblo ha recaído una historia de negativización donde el concepto de propiedad parece haber sido clave: los goblins poseen una idea de propiedad sumamente distinta a la de los magos y también se les ha denegado la posibilidad de usar varitas. Ambos conflictos denotan que su estatus dentro de la sociedad depende del uso de la diferencia cultural. Como señala Cohen (1996, p. 7), esa diferencia ha sido esgrimida a modo de justificación para perseguir al otro, construido por el discurso hegemónico como ser monstruoso, despiadado y peligroso. Tal parece ser la situación que transitan los goblins en la sociedad mágica británica, al menos.
Los elfos domésticos, por su parte, se encuentran atrapados en una falsa conciencia (se consideran sirvientes por naturaleza y afirman estar felices de serlo). Es así que muchos de ellos justifican ser tratados por muchos magos como criaturas sin derecho. Al igual que con las otras especies retratadas en la fuente, no se trata de bestias pero tampoco obtienen consideración por parte de los magos. Incluso entre los protagonistas, Ron Weasley tiene internalizado este discurso que subalterniza a los elfos y lo reproduce hasta el final de Harry Potter and the Deathly Hallows (Rowling, 2007).10
Estos tres tipos de seres desafían la claridad de las categorías que impone el orden discursivo de los magos como también lo que estos últimos entienden o nombran como beings. A medida que las novelas rescatan las voces de estos personajes y sus experiencias entendemos algo más: que sobre ellos también recae un proceso de alterización, proceso que los embebe con características monstruosas para los ojos de quienes gobiernan ese mundo secundario aunque no los nombren de tal modo. Dicha situación se destaca especialmente con los centauros y goblins quienes, cual los monstruos de Cohen, resisten abiertamente las categorías impuestas (Cohen, 1996, p. 6) y funcionan como depositarios de inquietudes sociales. Así centauros, goblins y elfos domésticos no se ubican nominalmente en el mismo compartimiento que los dragones y unicornios pero comparten una incómoda categoría junto con seres como los dementores, los guardiacárceles espectrales de Azkaban que también son valorados por su aporte a la sociedad mágica (son su brazo punitivo). En todo caso, el rescate de las voces de estos personajes nos lleva a pensar que el relato los remueve parcialmente del estatuto monstruoso en su sentido más estricto y los sitúa en la categoría de “monstruos posmodernos”. Sobre la misma, Moreno Serrano (2011, p. 476) considera como monstruo posmoderno a un ser que recibe la negativización pero que también llega a conocerse con suficiente profundidad para que el lector y espectador pueda lograr una reflexión sobre sus condiciones. En el caso de los tres seres mencionados, accedemos a instancias en que ellos mismos presentan su discurso y sus motivos, aunque no se resuelvan sus conflictos en la diégesis. Sus luchas quedan abiertas como tantas otras por una mayor justicia social.
Aun dentro de los personajes humanos que componen la comunidad mágica existen compartimientos y jerarquías. Existen personajes humanos que son construidos por el discurso hegemónico como identidades monstruosas: es el caso de los híbridos, ya sea por nacimiento (caso de los maledictus y semigigantes, por ejemplo) o por haber adquirido tal condición (caso de los licántropos). Estos seres también convergen con el desafío a las clasificaciones definidas del Ministerio pues son seres fronterizos que recuerdan con su presencia la desigualdad a la que son sometidos. Como sostenía Kapler (2004, p. 167), la hibridez es una de las condiciones más típicamente identificables con la monstruosidad pues implica un cruce de realidades incompatibles para una cosmovisión o cultura.
En las novelas de Harry Potter se nos presenta la situación problemática de los licántropos como Remus Lupin y las dificultades para acceder a puestos de trabajo por los prejuicios del resto de los magos (Rowling, 1999, 2003).11 Rita Skeeter reproduce prejuicios sobre la gente que se relaciona con los hombres lobo cuando afirma que Harry, por su mero vínculo con Lupin, “would appear to have a fondness for violence” (Rowling, 2000, p. 535). También encontramos un problema similar con los semigigantes como Hagrid, que recibe una pésima prensa e incluso amenazas de los padres de alumnos de Hogwarts: “Yeh’re a monster an’ yeh should be put down” (Rowling, 2000, p. 273) le escriben al guardabosques de la escuela luego de que se diera a conocer su genealogía.
Por otro lado, con las recientes producciones Fantastic Beasts and Where to Find Them (2016) y Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald (2018) este grupo de personajes se expande para albergar una nueva categoría: los “underbeings” o “infraseres”. Tal nombre no es una categoría del discurso estatal, sino que aparece en boca de ciudadanos de la comunidad mágica. Durante los eventos de Crimes of Grindelwald se nos presenta el Circo Arcanus en donde viven Creedence Barebone y Nagini, dos personajes centrales para la trama. Que ambos estén en un circo confirma su estatuto para las sociedades mágicas: seres itinerantes y a los que se les niega la vida cotidiana de otros magos. La situación de los infraseres puede verse en una de las acotaciones del guion:
TINA walks past the street performers working in the open, scrutinizing them. A HALF-TROLL performs feats of strength. A few misshapen and particularly downtrodden humanoids—UNDERBEINGS without powers but of magical ancestry—shuffle around, taking money from the crowd. Horns hidden beneath hats, unusual eyes beneath hoods; HALF-ELVES and HALFGOBLINS juggle and tumble. (Rowling, 2018, p. 71)
A todos esos personajes híbridos, reunidos cual rarezas circenses, se suma Nagini como una maledictus, una persona que es víctima de una maldición sanguínea y acabará convertida en sirviente de Voldemort. El jefe del circo la presenta como uno de esos infraseres:
SKENDER: Once trapped in the jungles of Indonesia, she is the carrier of a blood curse. Such Underbeings are destined, through the course of their lives, to turn permanently into beasts. (Rowling, 2018, p. 75)
Carente de magia, la propia Nagini entiende que ni ella ni Creedence son el auditorio de magos puros a los que el agitador Gellert Grindelwald desea cautivar para su proyecto totalitario (Rowling, 2018, p. 201). Sin embargo, la alteridad de Creedence es aún más compleja: él es un caso sumamente atípico pues desarrolló un obscurial desde niño, es decir, un parásito sobrenatural derivado de la represión de su magia (Rowling, 2016, 2018; Rowling y Kloves, 2022). Sin embargo, Creedence ha logrado sobrevivir más allá de la edad promedio de quienes sufren su mismo problema y su gran poder es codiciado por Grindelwald. Durante todo Fantastic Beasts and Where to Find Them (2016), la falta de control sobre sus poderes desata el caos en Nueva York e incluso se cobra varias víctimas fatales. El Ministerio de Magia estadounidense se niega a creer que un obscurial haya causado las muertes pues lo consideran un fenómeno imposible en el presente del relato (Rowling, 2016, p. 147). Hasta tanto se revela su identidad, el manejo del léxico es similar al que registramos en las novelas de Harry Potter: las breves apariciones de Creedence como obscurial se describen como beast-like pero una vez descubierto que se trata de un ser humano, se abandona esa denominación.
Los infraseres son, entonces, parias de la comunidad mágica tratados como atracciones circenses en una sociedad que puede hacer las proezas más impensadas con solo mover la mano. Aunque su apariencia sea la más prototípicamente humana (caso de Creedence y Nagini), su presencia funciona como recordatorio de que toda sociedad, aun cuando sepa de la existencia de la magia, siempre puede armar su muestrario de rarezas y proyectar asombro y escozor. Los infraseres también son depositarios de inquietudes, ambiciones y disputas de poder: Grindelwald atrae a Creedence aduciendo que su intención es liberar a todos los magos, sin distinciones, de su ocultamiento frente a los muggles.
Dentro de los límites de la sociedad humana surge el tipo de personaje que más desafía y arriesga la seguridad de los límites. El monstruo no es aquí un ser de los bordes sociales ni necesariamente tiene rasgos físicos que lo distingan como tal. Se trata de alguien que está dentro de la sociedad, camuflado entre el resto.
La historia de Voldemort/Tom Riddle lo demuestra: sus acciones (homicidios, manipulación, desafío a los límites de la vida) pueden ser calificadas de “monstruosas” según lo que hemos mencionado a partir de autores como Kristeva (en Figari, 2009) o Ingebretsen (2001). Estas comienzan desde su etapa estudiantil en Hogwarts, en la cual destaca por sus habilidades y trato con los docentes. Se lo considera un alumno que llegará lejos (Rowling, 2005, p. 231). Solo cuando su apariencia pierde rasgos humanos y se forja una nueva identidad como Lord Voldemort, la sociedad mágica reconoce su monstruosidad. Voldemort se vuelve el vacío innominable (Sorares Faría, 2008) o innombrable por sus acciones. Él escapa al orden discursivo y se vuelve, literalmente, un tabú pues pronunciar su nombre se considera una transgresión dentro de la comunidad (Gagliardi, 2011, 2020). Por otro lado, si el derecho a ejercer la magia va en paralelo con el derecho a la palabra (la varita es un símbolo que ratifica esto, aunque otras especies tengan su propia magia), el ejercicio de ese derecho llevado al extremo por Voldemort es lo que lo vuelve monstruoso. Su mayor proeza es la creación de los siete horrocruxes que lo hacen prácticamente inmortal, algo que nadie antes había conseguido; su ritual para reencarnar también es una proeza de su propia autoría (Rowling, 2000) y se basa en una combinación abyecta de vida y despojos. Voldemort ha sido capaz de inventar su propia forma de magia en lugar de quedarse solo en la tradición conocida. Su deshumanización se refuerza con la elección de identificarlo como creature mientras conserva su precaria forma de vida previa a la reencarnación en Harry Potter and the Goblet of Fire.
La sexta novela, Harry Potter and the Half-Blood Prince (Rowling, 2005), intenta fechar el origen de Voldemort en un momento adecuado pero la pesquisa que emprenden Harry y Dumbledore es un fracaso. No hay momento concreto que marque el cambio para Voldemort. Lo más próximo que puede obtenerse es el cambio de la apariencia, el cascarón que lo distingue de otros. En una escena retrospectiva, Harry presencia la entrevista de trabajo de Voldemort en Hogwarts, años antes de que su reino de terror se desencadenara por completo:
His features were not those Harry had seen emerge from the great stone cauldron almost two years before; they were not as snakelike, the eyes were not yet scarlet, the face not yet masklike, and yet he was no longer handsome Tom Riddle. It was as though his features had been burned and blurred; they were waxy and oddly distorted, and the whites of the eyes now had a permanently bloody look, though the pupils were not yet the slits that Harry knew they would become. (Rowling, 2005, p. 413)
El rostro abyecto e inquietante, que conjuga lo reconociblemente humano y lo que ya no lo es, funciona como signo del cambio. Pero, en retrospectiva, los personajes advierten que la monstruosidad de Voldemort había estado presente desde mucho antes de que su rostro permitiese advertirlo.
Con Grindelwald ocurre algo similar. Su apariencia no reviste sospechas (luce por completo humano) y toda la trama de Crimes of Grindelwald se vincula con la construcción de su imagen pública como líder de una forma de insurgencia que tiene por objetivo alterar por completo la relación entre magos y muggles. Esto lo observamos especialmente durante toda la escena en el cementerio de Pére Lachaise, que está codificada como el discurso en el cierre de una campaña electoral y sus topoi discursivos recuerdan a los de la derecha europea de la primera mitad del siglo XX (exaltación de ciertos rasgos identitarios, liderazgo carismático, demagogia en torno a la inseguridad del pueblo). La última entrega, Fantastic Beasts: the Secrets of Dumbledore (Rowling y Kloves, 2022) ya lo muestra en un proceso electoral para convertirse en líder de la Confederación Internacional de Magos. Sin embargo, la constante manipulación de Grindelwald y el uso recursos como la poción multijugos o los hechizos para cambiar de apariencia tematizan la incapacidad de conocer sus intenciones. La monstruosidad del personaje se nota solo en sus acciones e ideas, no en su apariencia. Grindelwald como villano opera por medio de la “infección”, ese modelo de propagación del mal que Clute (2016, p. 81) señala en las ficciones fantásticas. Tanto en su caso como en el de Voldemort, el discurso de los personajes o del locutor textual no se refiere a ellos con términos como monstruous ni adjetivos que den a entender connotaciones sobrenaturales (diabolic, por ejemplo). Tal elección parece situarlos en la esfera de lo perfectamente reconocible como humano, aunque sus acciones desafíen los límites aceptables.
En ambos personajes se reconoce una monstruosidad que no fue percibida a tiempo por la comunidad mágica. Esto se debe tanto a su apariencia humana durante buena parte de sus respectivas vidas como también a que la ideología supremacista sobre la que se apoyan no era novedad alguna. En lugar de ser monstruos rápidamente identificables como un basilisco, estos personajes muestran que la monstruosidad es parte de algunos personajes humanos. Se nos recuerda entonces que los magos son capaces de ejercer formas de opresión sobre el resto de la comunidad (es decir, lo opuesto al discurso de la alteridad que sostiene el peligro representado por los goblins o los centauros para los magos) y de desafiar los límites de la magia. Ambos personajes (Voldemort y Grindelwald) se alinean con la consideración metafórica de lo monstruoso que Ingebretsen (2001) rastrea en la figura de casos reales. No aceptar la posibilidad de que un ciudadano “como uno mismo” pueda cometer tales actos es el gran problema aquí: existe un el prejuicio diferenciado que se basa en apariencias y prejuicios heredados; con base en ellos, la comunidad mágica deposita la amenaza en sitios equivocados. Varios personajes a lo largo de estos relatos señalan cierto parecido entre el joven Tom Riddle y Harry, tanto en términos físicos como en sus historias de vida. Siguiendo a Cohen (1996), las figuras monstruosas son un recordatorio de un posible devenir y una advertencia. La monstruosidad, dentro de estos relatos, radica en los caminos elegidos y desmiente el determinismo de origen como raíz del mal. El propio Harry podría ir en el camino a lo monstruoso (él es en parte el portador del alma de Voldemort y está marcado por una serie de habilidades inusuales). La idea prevalente es que el monstruo no nace sino que se hace.
Este desplazamiento (pasar de la identificación de algunas criaturas como monster a entender la monstruosidad como identidad de los personajes humanos) se nota explícitamente en otro momento. Cuando Leta Lestrange devela su responsabilidad en la muerte de su hermano, Newt se muestra compasivo con ella. La muchacha retruca:
NEWT
You didn’t mean to do it, Leta. So it wasn’t your fault.
LETA
Oh, Newt. You never met a monster you couldn’t love.
(Rowling, 2018, p. 179)
Leta pronuncia lo que nadie más en la saga pone en palabras: el monstruo puede ser uno de nosotros y gracias a sus acciones, no a su linaje.
Las políticas que ejecuta el Ministerio de Magia gobernado por Voldemort en Harry Potter and the Deathly Hallows (Rowling, 2007) ejercen otro desplazamiento en torno a lo monstruoso. El nuevo régimen declara a los magos nacidos de progenitores muggles (“muggle-born”) como usurpadores de la magia de brujos auténticos. El estado organiza un aparato de pesquisas y condenas que instala la nueva problemática: por un lado, la idea de que el monstruo no solo puede ser humano sino que puede permanecer escondido entre nosotros; por otro lado, que esa cultura de la desconfianza puede ser el resultado de proyecciones que obedecen a intereses ocultos. Mantener la desconfianza mutua entre sus ciudadanos resulta beneficioso al Ministerio pues el ejercicio de poder en sus puntos capilares permite reproducir el orden impuesto en todas las escalas posibles de la comunidad. Esta y otras tecnologías de vigilancia desplegadas por el estado se basan en que los individuos reproduzcan el miedo hacia el otro y en la constante exhibición de credenciales sobre el linaje sanguíneo (2007, p. 173). El Ministerio afirma haber realizado “investigaciones” que le permiten determinar que los nacidos de muggles roban la magia de magos auténticos, aunque el método que utilizarían, elocuentemente, nunca se aclara (2007, p. 172). Estamos ante una forma de posverdad en el mundo mágico. Sin ancestros mágicos cercanos en la familia nadie puede probar su “autenticidad” y la balanza se inclina sin mayor evidencia. El conflicto se vuelve una lucha de la palabra de uno contra el otro. Dicho de otro modo: el Ministerio de la Magia institucionaliza una forma de “cacería de brujas”, aunque parezca irónico en el contexto de una sociedad mágica. La segregación que imparte el nuevo ministerio tiene símbolos bien definidos (como la estatua en el atrio del Ministerio que sustituye a la que ya comentamos y porta el slogan “Magic is Might”).
La movilidad de lo monstruoso revela otra dinámica: lo monstruoso se hace a la medida de cada cultura y época, por lo cual el conjunto de valores que lo determina, cambia. En la monster theory de los autores mencionados (Cohen 1996; Cortés, 1997; Ingebretsen, 2001; Kappler, 2004), la señalización de lo monstruoso depende de un estado del discurso social y de cuál sea la posición central o dominante. En esta novela parece sugerirse que es necesario mirar quién designa a los monstruos como tales y bajo qué intereses, ya sea para espolear viejos prejuicios y teorías conspirativas o sacar réditos del miedo ciudadano. Además de ver los valores que configuran al monstruo, Deathly Hallows sostiene que aquellos pueden moverse con los cambios de poder. Por eso, quien antes se consideraba un ciudadano promedio puede convertirse en un representante de la alteridad y de allí desembocar en el extremo monstruoso de “lo otro”. Como hemos dicho a propósito de Fantastic Beasts (Rowling, 2001a), el imaginario de la comunidad mágica está regido por clasificaciones y categorías problemáticas. La última novela de Harry Potter (Rowling, 2007) revela, además, que la seguridad y claridad de las mismas puede redefinirse en perjuicio de cualquier individuo. Cualquiera puede convertirse en monstruo porque se trata de una categoría sometida al juego sociohistórico y sus luchas de fuerza.
Del análisis anterior se desprenden varias conclusiones.
En primer lugar, la tendencia a abandonar las formas léxicas monster o monstruous con el correr de las páginas no es fortuita. Las elecciones léxicas de los textos que componen el Wizarding World van en paralelo con el desarrollo del mundo ficcional en las novelas y la mirada de los personajes que se adentran en esa cultura (tal es el caso del propio Harry). A medida que el relato ofrece la palabra a seres no humanos y los conocemos mejor, el plano léxico se aleja de los términos más peyorativos como elección por defecto.
Por otro lado, la monstruosidad en algunos seres dentro del mundo ficcional emerge paulatinamente. A la vez que el narrador y los personajes comienzan a utilizar con mayor frecuencia términos (como beast o creature) para designar seres no humanos, empieza a advertirse lo monstruoso dentro de sus congéneres humanos. Ya sea por la forma en que son alterizados y señalados por algunos magos (caso de los infraseres, los hombres lobo, los nacidos de muggles, etc.) o por sus acciones que pasan desapercibidas por un buen tiempo (Grindelwald, Voldemort, incluso Leta gracias a pertenecer a una familia de renombre) la monstruosidad se asocia con los personajes humanos, haya o no una elección léxica explícita. La relativa escasez de formas como monster/monstruous ligados a la designación de los personajes humanos es síntoma de una dinámica que proponen estos textos: no siempre hay un indicador explícito y visible para identificar al monstruo. Si las formas léxicas son designaciones claras, los casos de Grindelwald, Voldemort y Leta muestran el modo en que los disfraces y apariencias de respetabilidad en el juego social han escondido su condición al ojo de sus comunidades por un buen tiempo. Si la monstruosidad y alteridad pueden cambiar su reparto, entonces la pregunta que abren estos textos es, como hemos señalado, la siguiente: ¿Cuál es el centro desde el cual se proyectan esas condiciones? La respuesta nos devuelve al status quo sobre el cual se sostiene la cultura de los magos.
Así, por un lado, los infraseres u hombres lobo son señalados como la alteridad que representa la deformidad o el peligro. Al respecto decía Cohen que esta dinámica “erects a self-validating, Hegelian master/slave dialectic that naturalizes the subjugation of one cultural body by another by writing the body excluded from personhood and agency as in every way different, monstrous” (Cohen, 1996, p. 11). Frente a eso, los personajes más peligrosos para la comunidad mágica, como Voldemort o Grindelwald durante su juventud, han sorteado la vista del otro sin ser descubiertos a tiempo. Mientras que a los primeros se les niega el ejercicio pleno de la ciudadanía (al igual que ocurre con seres no humanos dentro del mundo ficcional), a los segundos se les ha permitido actuar sin trabas por mucho tiempo.
Las fronteras en que se sitúan algunos personajes dentro de este mundo ficcional se revelan como construcciones arbitrarias, cuando no, cambiantes. El tratamiento del tópico en estos textos, entonces, llama la atención sobre el rol de la palabra y de la mirada en torno a los otros. Estos movimientos en el léxico y las ideas de las ficciones del Wizarding World señalan el sesgo de prejuicios históricos que des-agentivizan a algunos sujetos a la vez que advierten la falta de atención hacia otros ciudadanos que representan un auténtico peligro.
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*Lucas Gagliardi es graduado de las carreras de Letras (Universidad Nacional de La Plata), Especialista Docente de Nivel Superior en Escritura y Literatura (Instituto Nacional de Formación Docente) y Especialista en Enseñanza con Imágenes (Dirección de Formación Superior, PBA). Se desempeña como profesor en institutos de formación docente y escuelas secundarias. Ha participado en proyectos de investigación y ha publicado trabajos de investigación sobre literatura en lengua inglesa y didáctica de la lengua y la literatura.
En relación con este tipo de lecturas, que interpreta al monstruo como espejo o síntoma de algo por fuera de la ficción, autores como Cortés advierten el riesgo de convertir la figura del monstruo en mero símbolo o alegoría (1997, p. 25).↩︎
Amplía Cortés: “El malvado siempre es el Otro. Aquel que es percibido como un impostor potencial al tratar de abolir lo que hasta ese momento parecía incuestionable, aquel que pretende invadir el espacio intocable; aquel que transgrede los límites establecidos” (1997, p. 12).↩︎
Carrera Garrido (2018, p. 12) menciona el caso de Terry Pratchett cuyas ficciones utilizan una galería de seres monstruosos clásicos. Estos siguen representando una forma de alteridad aún desde la sátira. Se podría decir que este proceso ya tiene antecedentes en la novela de caballerías. En este género se empieza a ver un tratamiento normalizado de algunos de estos seres que, si bien son considerados anormales, no revisten características sobrenaturales vinculadas con la divinidad o lo demoníaco (Kappler, 2004; Lucía Mejías, 2002).↩︎
En el caso de las recientes Fantastic Beasts and Where to Find Them, Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald y Fantastic Beasts: The Secrets of Dumbledore nos basamos en los guiones firmados por J. K. Rowling y publicados por sellos editoriales. Existen ciertas discrepancias entre los guiones y las películas en términos de coherencia interna del mundo ficcional (Gagliardi, 2020). Esto último sugiere como “texto canónico” del Wizarding World a los guiones antes que a las películas. En el caso de Harry Potter and the Cursed Child, nos basamos en el guion teatral publicado. Ante el problema de la fidelización de las fuentes hemos escogido el criterio de la firma autoral pues consideramos que en el gesto de publicación de los guiones existe un posicionamiento y una (re)construcción de la imagen autoral por parte de Rowling.↩︎
Scamander (Rowling, 2001a) solo utiliza monster en este texto para referirse a criaturas indómitas como la acromántula o el basilisco.↩︎
Utilizamos la denominación original en inglés (goblin) dado que el término duende utilizado en algunas de las traducciones al español de las novelas carece de la suficiente especificidad en castellano.↩︎
Nótese que Dumbledore utiliza un verbo dicendi para indicar que la estatua “cuenta” o “relata” en lugar de “mostrar”. Se refuerza así la idea de que el monumento es soporte de un relato o discurso. El destacado es nuestro.↩︎
En varios textos de Rowling se alude a las rebeliones de goblins (Rowling, 2000, 2003, 2007; Pottermore, 2018) contra los magos en siglos anteriores. Algunos de ellos tienen motivos como la portación de varitas. Estas menciones esporádicas prueban lo volátil que ha sido la relación entre ambas especies y como en el período en que transcurren los relatos de las siete novelas esa paz social contrasta con la historia de violencia anterior.↩︎
En Order of the Phonix Lupin discute la posibilidad de que los goblins sean tentados por Voldemort para unirse a sus filas. Comenta el personaje que “If they’re offered the freedoms we’ve been denying them for centuries they’re going to be tempted” (Rowling, 2003, p. 81). Aquí advertimos que la paz existente entre los goblins y los magos permanece en una tensión constante en torno a derechos denegados.↩︎
Esto es materia de discusión constante entre Ron y Hermione a lo largo de varias de las novelas. Sin embargo, durante el sitio de la escuela Hogwarts en la última novela (Rowling, 2007), Ron es el primero de los tres en pensar en la seguridad de los elfos y proponer su evacuación para que no tengan que lamentar víctimas fatales. Esto muestra un cambio de perspectiva en el personaje con respecto a sus anteriores posicionamientos sobre los elfos.↩︎
Incluso los hombres lobo aparecen entre las bestias que Scamander registra en su libro pero con la aclaración de que tal consideración solo refiere al momento en que se encuentran transformados (Rowling, 2001a, p. 48).↩︎