| ARTÍCULOS |
CONICET / Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires
lacallejuanmanuel@gmail.com
Recibido: 27/06/2024 - Aceptado: 25/07/2024
El artículo aborda un episodio central de la novela histórica La tierra fértil (1999) de la autora española Paloma Díaz-Mas. Se trata del vínculo entre Arnau de Bonastre y su vasallo Joan Galba, antecedido y continuado por distintos tipos de enfrentamientos bélicos. Las problemáticas individuales se entrecruzan con las colectivas, lo que servirá de pretexto o justificativo para la guerra. A través de esta representación, la novela ofrece una imagen más bien negativa de la guerra en el siglo XIII, conectada con la construcción de una Edad Media oscura, cruda y realista, y busca evidenciar y concientizar sobre los antecedentes necesarios de un presente de bonanza construído sobre sangre, violencia y exclusión.
Palabras clave: novela histórica; Edad Media; literatura española; guerra; neomedievalismo
This article examines a pivotal episode in the historical novel La tierra fértil (1999) by the Spanish author Paloma Díaz-Mas, focusing on the relationship between Arnau de Bonastre and his vassal Joan Galba. This relationship is framed by vaious forms of warfare that precede and follow their interactions. Individual issues intersect with collective ones, which serve as a pretext or justification for the war. Through this portrayal, the novel offers a rather negative image of war in the 13th century, connected to the construction of a dark, crude and realistic Middle Ages, and seeks to highlight and raise awareness of the historical antecedents that underpin a present-day prosperity built on bloodshed, violence and exclusion.
Keywords: historical novel; Middle Ages; Spanish literature; war; medievalism
En un artículo reciente analizaba La tierra fértil (1999), novela histórica de la autora española Paloma Díaz-Mas, desde el enfoque del neomedievalismo (Lacalle, 2023), con el objetivo de abordar las problemáticas de subordinación y vasallaje en el marco del feudalismo (Lacalle, 2024). Allí se presentaban, además, las posturas teóricas que contemplan la presencia en el presente de elementos cercanos a lo que se ha denominado neofeudalismo (Kotkin, 2020 y Wollenberg, 2018). En aquella primera aproximación, el foco se colocaba en el tratamiento de ciertas minorías (mujeres, musualmanes y judíos) en el contexto de la novela y su diálogo con la Cataluña de fines del siglo XX. En este sentido, interesaban los efectos de la violencia, la marginación y la injusticia social.1
Para ello, el análisis se enfocaba específicamente en el primero de ocho arcos narrativos que se reconocen en la novela, cuya trama abarca la vida de Arnau de Bonastre y su tierra, personaje y feudos ficticios (aunque el espacio está inspirado en la zona del actual parque natural de Montseny), entre 1254 y 1299. Estos arcos narrativos podrían esquematizarse de la siguiente manera: 1) infancia y adolescencia del protagonista; caída y pérdida del feudo, y recuperación tras el asesinato de Bertrán Guerau (p. 9-148); 2) transición y restablecimiento del castillo: confesión y reparación del mal hecho en el pasado (p. 149-183); 3) Elisenda Guerau, hermana de Bertrán, reclama el feudo de su familia; casamiento y regalo del tapiz historiado por parte del hijo de Ramón Folc; suicidio de Elisenda (p. 184-204); 4) recomposición del feudo (p. 205-227); 5) conflictos con el hijo de Ramón Folc y con Hug de Matagalls; casamiento con Tibors de Fenal; guerra contra Hug (p. 205-277); 6) nacimiento del primogénito de Arnau, Raimón Aimat; extenso y central episodio de Joan Galba (p. 278-466); 7) se reanuda y finaliza la guerra contra Hug; tiempos de bonanza y paz, saltos de tiempo, ataque del rey de Francia a Cataluña (p. 467-516); 8) años de paz, Alfons reemplaza a Pere tras su muerte; pelea fraterna entre los hijos de Arnau; enfrentamiento entre las facciones del padre y del hijo menor; muerte de Arnau (p. 517-632).
El afán totalizador y detallista implicó un exhaustivo trabajo documental. En relación con los siete años que tomó a la autora la escritura de la novela y el formato de crónica de vida que adopta, Fernando Gómez Redondo afirma:
Paloma Díaz-Mas construye sus novelas de temática medieval desde un profundo conocimiento de la materia a que dedica su labor de investigadora; pero más allá de esa circunstancia, debe señalarse en su obra un continuo esfuerzo por proponer variadas formas –estilísticas, estructurales– de adentramiento en los mundos inventados de la Edad Media [en La tierra fértil] la imagen del título, amén de evocadora del espacio en que se va a desarrollar la acción, designa metafóricamente la memoria de lecturas –y vivencias– de donde procede la mayor parte de las imágenes y de las situaciones con que se construye esta espectacular crónica o biografía de un noble catalán, don Arnau de Bonastre; lo más importante de esta novela es la voz narrativa que crea su autora, ajustada a los modos elocutivos de los siglos medios: el texto parece leído por un recitador clerical instruido en la importante labor de dirigir la atención del público hacia las ideas más singulares. (2006, p. 357)
No olvidemos, por otro lado, que Paloma Díaz-Mas, investigadora en el área de estudios sefardíes, ha reflexionado desde un punto de vista académico y ensayístico en diversas ocasiones sobre su propia producción literaria (2000, 2005, 2006, 2019 y Ferrán, 1997).
En este artículo nos detendremos en el episodio que consideramos como meollo del texto, el vínculo entre Arnau de Bonastre y su vasallo Joan Galba, que caracterizamos como sexta parte, y su conexión con algunas cuestiones bélicas previas y posteriores. Veremos cómo se entrecruzan las problemáticas individuales con las colectivas, lo que servirá de pretexto o justificativo para el enfrentamiento, en un espectro que incluye desde el combate individual hasta diversas conformaciones de actores enfrentados.
Si hay un elemento del imaginario medieval abundantemente recuperado por la modernidad es el combate en todas sus variantes: las justas, los torneos y las distintas modalidades de enfrentamiento bélico son centrales.2 En “Vigencia de la novela histórica” José Jurado Morales (2006) vinculaba el origen del auge de la novela histórica en España con el fin de la dictadura franquista en 1975. Estos sucesos desatan el afán, y la necesidad, por escribir sobre el pasado inmediato de la posguerra franquista y de la guerra civil. El ejemplo icónico que ofrece es Soldados de Salamina (2001) de Javier Cercas. Allí, explica:
Esta reconstrucción del pasado inmediato se ensancha muy pronto y alcanza un arco temporal que iría incluso más allá de la época grecolatina y que encuentra quizás en los siglos medievales –como ocurría con los románticos– su mayor fuente de inspiración. (2006, p. 8)
No obstante, la utilización de otro tipo de novela histórica preexiste en el territorio español, también vinculada a la problemática que nos atañe:
Sorprende, en fin, el impacto social y político de un género que, como ocurre con la novela histórica en la segunda mitad del siglo XIX, sobrevivía a base de reproducir, sin talento estético alguno, buena parte de los más gastados esquemas románticos. El siglo XX ha de buscar nuevo acomodo a estos principios, y el ideario militarista ha de encontrar en este renacer de las glorias pasadas, como fuente del entusiasmo para empresas futuras, todo un filón en el que sustentar su intervencionismo político y su autoproclamada función de salvaguarda de los valores de la patria. No en vano Franco ha de escribir Raza, una novela histórica. (López, 2000, p. 8)
Una de las líneas argumentales clave en La tierra fértil es la guerra intermitente con Hug de Matagalls, tío de Elisenda y Bertrán, partidario de los rebeldes al rey Pere, quien decide reclamar su feudo para acrecentar su hacienda y, en parte, por instigación de Ramón Folc hijo. Ante la negativa del protagonista comienza el litigio y, luego, la lid constante. Cuando Arnau azota a Maspons, Hug lo toma como una afrenta a sí mismo por residir en su territorio y ser vasallo suyo, pero Arnau responde que lo habían ido a ofender a su propia casa y que haría lo mismo con todo el que se introdujera en sus tierras. Mientras dura la lucha entre estos dos señores se pone en juego el tema de la propiedad (más como pretexto para entrar en guerra, se explicita). Así, Hug mata un rebaño del feudo de Bonastre y Arnau consulta a su consejo para ver si devolver enseguida el golpe o esperar, porque se da cuenta de que no se trataba de una acción aislada sino del principio de una guerra por el feudo de Guerau. Frente a esto, se decide esperar y atacarlos cuando ingresen en sus tierras y, por lo pronto, realizar tareas de espía. La quema de pilas de heno por parte de los hombres de Hug desata la respuesta inmediata, y aquí se observa el problema de la recreantisse de los caballeros en tiempos de paz:
Don Arnau quiso salir con ellos en cabalgada, porque hacía tanto tiempo que no luchaba que ya lo estaba echando de menos, pues es muy difícil que un caballero joven y vigoroso, hecho a la vida del bando y avezado a pelear, se contente con estar ocioso en su castillo; que habían tenido más de un año de paz y estaban todos deseando ceñirse las armas y salir al campo a luchar. (Díaz-Mas, 1999, p. 270)
Las incursiones se van alternando de un bando hacia el otro, lo que redunda en gran daño de los feudos (la tierra, los animales, las plantas y los campesinos son las mayores víctimas de las rencillas). La violencia va escalando y comienzan a morir los guerreros en los combates. Cuando caen el primer ballestero de Arnau, Robert d’Espí, y un criado a pesar de que había pagado su rescate:
el señor [...] dio orden a los suyos de que no perdonasen a ninguno de L’Artiga [es decir, del bando de Hug] que cayese en sus manos: que no los despojaran ni los tomaran prisioneros como hasta entonces, porque no quería de ellos botín ni rescate, sino vidas y sangre. (p. 273)
Los ataques se tornan más fugaces pero nunca cesan. En relación con la importancia que se da en la novela a la tierra y su fertilidad, vale resaltar que constantemente se tiene en cuenta la particularidad de cada estación, que marca y guía las actividades, tanto de agricultura, como cortesanas y guerreras.
Con los malos ejemplos de aprovechamientos militares para despojar y robar mercancías a gente no involucrada en la guerra se produce una escisión y se incorpora un nuevo elemento en la refriega: “[...] empezaron algunos payeses a revolverse y no solo iban a despojar a los enemigos, sino que aprovechaban la revuelta para robar todo lo que podían, quitándoselo a sus vecinos, y hasta se atrevieron con los bienes del señor”. La respuesta del señor a sus subordinados no se hace esperar:
Vio don Arnau de Bonastre que había que terminar con aquello o se acabarían levantando sus vasallos los unos contra los otros y todos contra el señor [que es lo que hacia el final del relato termina sucediendo], así que decidió escarmentar en la cabeza de unos pocos, para que sirviese de ejemplo a los demás. (p. 283)
De este modo, el señor logra que su tierra se sosiegue y que los campesinos vuelvan a sus labores en los campos.
El episodio más extenso de La tierra fértil corresponde al intento del platero Joan Galba de vengarse de Arnau de Bonastre porque había violado a su hermana antes de partir a la Cruzada nueve años atrás:
Nos rodeasteis con vuestros caballos hasta que derribasteis a mi madre por tierra; y tomasteis a mi hermana, que entonces era una niña de poco más de doce años, la subisteis al arzón de vuestra silla y desaparecisteis con ella al galope […]. La encontramos llorando, con las ropas desgarradas y la cara magullada de golpes […] la violasteis no una, sino todas las veces que os vino en gana. (p. 303)
Disfrazado de peregrino y acompañado por dos mercenarios de Hug de Matagalls, Galba intenta asesinar a Arnau pero falla. Durante el largo período en que se encuentra prisionero, el artesano deberá atravesar un proceso de gradual eliminación del resentimiento hasta llegar a respetar al señor de Bonastre e, incluso, desear mantenerse a su lado. Por su parte, Arnau intentará conciliar la expiación de los hechos del pasado con el perdón y el ejercicio de la autoridad sobre Joan Galba. La admiración entre rivales ofrece un símil militar:
Así que habían descubierto el uno del otro cosas que nunca hubieran imaginado, como cuando dos caballeros se enfrentan y cada uno menosprecia a su adversario; pero, según van enzarzándose en la lucha, cada cual va viendo que el otro no era tan fácil de vencer como pensaba y, en el fondo de su corazón, va cobrando admiración por su enemigo. (p. 307)
Este vínculo finaliza con una relación amorosa entre ambos, previa incorporación del platero como caballero del señor.3 La diferencia entre los mercenarios y Galba se manifiesta desde un comienzo cuando, tras la tortura, los cómplices cuentan lo que saben, ya que solo actuaban por el dinero. Galba, en cambio, teme las represalias contra su hermana y resiste toda tortura. La principal intriga de Arnau es por qué ese joven a quien no conocía lo odiaba y aborrecía tanto. Cuando al fin descubre el motivo detrás del intento de venganza decide pagar el precio de la virginidad a la mujer para “quedar libre de deudas” (p. 315). Sin embargo, al momento de mandar que la muchacha se presente en su corte, Arnau intenta por todos los medios posibles recordarla, pero
[…] por más que recorría con la vista aquella cara, no le venía ningún recuerdo, que eran tantas las veces que había hecho cosas parecidas que se le mezclaban todas en la memoria; de modo que podía acordarse del guante que perdió y no de la muchacha que había violado y se sentía como los condenados en el día del Juicio, que quedan confundidos porque se les presenta ante los ojos todo el mal que hicieron y han olvidado. (p. 313)
Al margen del intento de reparación, y aquí tenemos un obrar del protagonista que nos hace dudar de su evolución, le hace decir a Margarida (quien, debido al trauma, llora y se desvanece en cuanto Arnau le pone un dedo encima), en un gesto de perversidad, lo que ya sabe: cuál es la causa del odio de su hermano. A pesar de que la joven no lo puede decir, Arnau le insiste, en más de una oportunidad, hasta que logra su cometido. La reparación, atendiendo a los deseos de Margarida, resulta en una dote para entrar como monja de coro en el monasterio de Santa María y promete no vengarse de su hermano, sino tenerlo en su casa comiendo de su pan. Y aquí se da una versión extendida del comportamiento del señor de Bonastre que ya había aparecido en la novela, donde adrede se muestra ambiguo con otra persona, en este caso con Joan Galba, y encubre una buena y justa acción con amedrentamiento, con el objetivo de no perder su autoridad como señor. Así, lo nombra caballero y vasallo suyo, le entrega una yegua y una espada, pero todo esto en un doble juego que deja por más de un centenar de páginas abierta la posibilidad de que Galba siga pensando que es un prisionero y que en cualquier momento le espera la muerte. Pero el señor lo cura de cuerpo y de espíritu, sana las heridas y le ofrece música para que se reponga de la enfermedad de la melancolía. Poco a poco, el deseo de morir de Galba va disminuyendo. El señor de Bonastre realiza una serie de puestas a prueba que culmina con el permiso de que el prisionero acuda a su casa a buscar algunos de sus bienes sin ninguna custodia, con la sola confianza de su regreso voluntario por ser una orden que emanaba del señor, quien lo venía honrando de diversas maneras.4 Con el paso del tiempo, Joan Galba pasa a sentir el odio por Arnau de Bonastre como un gran pecado. Durante una confesión, Guillem Berga le pregunta a Galba:
¿Qué pensabas, que te sería fácil bendecir a quien hasta entonces habías maldecido? Yo sabía que no. Pero es esa violencia que te haces a ti mismo y ese dolor que te causa el violentarte lo que resulta grato a Dios y lo que te libera de tu pecado. (p. 370)
Una de las etapas de formación del platero, y aquí el símil es evidente, implica la lectura de libros de caballerías que se conservaban en el castillo de Guerau, en especial el de Perceval.5 En el tesoro del castillo de Guerau había libros con historias de caballerías que acompañan cenas junto al fuego, músicos y otros esparcimientos con los que pasan el invierno. Pero frente a todos los obsequios y atenciones que Joan recibe de Arnau, le espeta que lo único que desea es su libertad.
En la medida en que Galba comparte placeres cortesanos, juegos e historias con los otros miembros del castillo de Puig se va gestando una hermandad caballeresca entre los hombres. Por otra parte, Armengol y Guifré ya reconocen su transformación y ven en su persona cierta mutación estamental, más a un caballero que a un burgués. Finalmente, y como prueba de fuego caballeresca, el señor le permite a Joan Galba bajar a Vic a resolver cuestiones hogareñas de arrendamiento, pero bajo su palabra de que volvería en un plazo de tres días. En las disquisiciones internas del platero queda en evidencia que “la caballería empezó también a regir su corazón” (p. 422) y que, luego de cuatro meses de cautiverio, no solo sabía actuar como caballero sino que pensaba como tal.6 En su pueblo se ufana de ser ahora un caballero y, más aún, habla bien de Arnau de Bonastre. La perspectiva y la relatividad alcanzan su máxima expresión cuando llega a su hogar: “Y cuando entró Joan Galba en la sala de su casa, le pareció mucho más pequeña de lo que la recordaba, y más pobre también, porque cuando se sentaba en ella con su hermana o con sus vecinos le parecía amplia y hermosa” (p. 426). Por su lado, el señor lo está esperando expectante mientras juega una partida de ajedrez con Laudes, ya casi cumplido el plazo y con la posibilidad de que Galba no regrese, se nos ofrece una escena que representa la situación que atraviesa el señor:
[...] se encolerizaba cada vez más. Y a todo esto, como apenas prestaba atención al juego, iba perdiendo pieza tras pieza, pese a que el halconero jugaba mal adrede para intentar hacerle ganar. Así que estuvieron horas, no procurando ganar cada uno por su parte, sino perdiendo a la desesperada, y ninguno de los dos conseguía perder del todo. Hasta que al señor solo le quedaron el rey, el alférez y un par de peones, y Laudes vio que tenía que atacarlo hasta vencer, o se notaría mucho que intentaba que el señor no perdiese. Así movía las piezas despacio y lo iba acosando poco a poco, y el señor movía su alférez de un escaque al de al lado, de blanco a rojo y de rojo a blanco, protegiendo a su rey y tratando de alargar la partida, porque ahora ya no quería que terminase, como si prolongándola hubiese de alargarse el tiempo para esperar la vuelta de Joan Galba. Hasta que a lo lejos se oyeron tocar vísperas en la campana de Bonastre y los hombres de la guardia dieron voces, avisando de que iban a cerrar las puertas del castillo; y, viendo que cerraban la fortaleza y el prisionero no volvía, el señor de Bonastre abandonó la defensa de su rey y se dejó dar mate. (p. 429)
Galba llega con retraso debido a la lluvia y el señor, a pesar de la alegría que siente, lo trata con indiferencia para no perder el foco del papel que ocupa cada uno y no humillarse ante su vasallo. Luego ocurre el episodio en que se besan por primera vez, donde Galba admite que si bien había sido su enemigo en el pasado ahora, por más que buscara en su corazón, no había ya ningún resabio del odio pretérito. Todo redunda en que el señor le otorgue la libertad en presencia de sus otros caballeros; libertad que solo desea a esta altura su vasallo para quedarse y servirle.
El resultado bélico de todo este profundo episodio es que Hug de Matagalls, por los dos mercenarios asesinados y el tercer conjurado convertido al bando de su enemigo, se siente aún más ofendido y, en consecuencia, se reanuda la guerra entre los feudos. Por consiguiente, los payeses de nuevo deben estar
con un ojo en la siega y otro en las lindes [...] no se pudo evitar que se quemasen unas trojes ni que los enemigos matasen varias vacas; prendieron también fuego a un gallinero e hirieron a varios payeses [...] una partida de hombres de L’Artiga a caballo, encontró en el camino a una payesa libre de Bonastre que iba a llevar agua a los segadores y la tomaron, la llevaron a sus tierras y allí la violaron todos uno detrás de otro, y la devolvieron a Bonastre [...] cuando llegó su tiempo, parió esta mujer un hijo que no sabía de quién era [...]. Que en tiempo de guerra no es raro que se pueble la tierra de hijos que el varón siembra en las mujeres de su enemigo. (p. 446)
Los ataques son devueltos aún con más ferocidad. En medio de este contexto, los campesinos de Bonastre llevan adelante unas fiestas por la Asunción de la Virgen; visto desde la perspectiva estratégica del señor: “Así que tienen los payeses unos días de asueto y en ellos celebran sus fiestas, entre faena y faena; pues el hombre es como la cuerda del arco, que si siempre está tensa al final se rompe, y por eso tras la labor dura del campo ha de venir alguna alegría para que luego vuelvan los hombres renovados a las labranzas” (p. 451). La festividad no impide que la guerra continúe y, mientras que los campesinos celebran, los caballeros se enfrentan contra los hombres de Hug que se acercan. Esto da pie a la descripción detallada de una nueva batalla, del ataque y la emboscada de respuesta. A continuación, una vez más, como tras la batalla contra Bertrán Guerau, tienen lugar las curaciones y el relevamiento posterior al combate:
Acabada la cena, se levantaron las mesas y el señor empezó a departir con sus caballeros. Tal como suele suceder en estos casos, empezaron a burlarse y a picarse los unos a los otros sobre cómo se había portado cada cual el día del combate, con palabras que parecían reproches y eran en realidad elogios. (p. 466)
Tanto aquí como en la propia batalla, el personaje de Joan Galba funciona como contraste del resto por su papel de flamante caballero. Luego de que Galba reciba su figura heráldica, una daga de plata en campo de gules, cada uno cuenta un relato afín a su personalidad, tanto por los hechos narrados como por el mensaje ético que transmite. Así se van sucediendo a lo largo de las páginas: el cuento picaresco de Laudes sobre Rainaut; la historia mesurada de Harald que transmite Armengol; un ejemplo de la sabiduría y la clemencia de Salomón en boca de Vidal Girondí; Arnau recurre a la magnanimidad, incluso en la guerra y con los enemigos, de Saladino; la enseñanza de rigurosidad de Ot Berenguer a partir de la narración de Bisclavret; la fábula piadosa de animales de Guifré. Galba corona con un hecho real acaecido a un mercader de la villa de Vic, lo que reaviva la tensión burguesía-nobleza: “[...] puesto que habéis contado ejemplos de reyes y príncipes que supieron ser justos y clementes, aquí se ve cómo también un mercader tuvo rigor e ingenio para castigar y corregir y tuvo caridad para socorrer” (p. 478).
Durante el tiempo que siguió, continuaron las escaramuzas contra el bando de Hug, aunque más esporádicas, por momentos, y con incursiones más continuas por otros. Poco a poco van tomando un lugar más preponderante los hijos de Arnau, Raimón Amat y Oliver Ull Blau,7 y los de Bernat Armengol, Jaume, Pere, Raimón y Alfons.8 La guerra entre los señores se profundiza porque, paralelamente, había recrudecido la guerra entre los grandes barones y el rey Pere:
[...] por eso [Ramón Folc hijo] lo hostigaba a través de don Hug de Matagalls, que era vasallo suyo. Así que al recrudecerse la rebeldía de estos señores, no solo iban ellos contra el rey, sino sus vasallos contra los barones que habían permanecido fieles a don Pere, de modo que estaban todos envueltos en la misma guerra. (p. 503)
No obstante, luego de que el rey triunfe, se anticipa, se volverá tan misericordioso contra quienes lo atacaron (como Arnau con Galba) que ellos le guardarán tanta gratitud por su clemencia “[...] que uno de los que más se había levantado contra él, que era don Ramón Folc de Cardona, al cabo de cinco años le sirvió mejor que el más fiel de sus servidores” (p. 503).9 Una vez que esto acaba, Hug se repliega en sus tierras y, a partir del fin del conflicto entre los señores, la guerra entre los pequeños feudos, que sucedía por expansión, concluye.
La última pugna será, como al comienzo, de nuevo interna, primero entre los dos hijos de Arnau y, luego, entre el hijo menor y el padre. A pesar de vivir en tiempos de paz, sin combates exteriores, desde pequeños los lleva a cazar y los instruye en el manejo de las armas; “[p]orque llegaría un tiempo en que tendrían que defender sus tierras de los enemigos que les atacasen, y así, en días de paz, los preparaba su padre para la guerra” (p. 520). El temido problema de la herencia funciona de pólvora para el disparador del conflicto que urdirá Mataset: el testamento donde Arnau lega el feudo de Bonastre (su tierra más querida pero la más pobre) y el Castell de Puig a su hijo mayor y el feudo de Guerau al menor. El resultado de la clemencia con Mataset, ahora criado de Raimón Amat, será la otra cara de lo ocurrido con Joan Galba, dado que aquí, por el contrario, y quizás como resultado de la diversidad estamental, se volverá en contra del señor: “[...] aquellos azotes que le dio de muchacho todavía le escocían en la espalda y hacían que odiase todo lo que tuviera que ver con don Arnau de Bonastre, sobre todo cuando se acordaba de cómo le obligó a moler cibera como si fuera una acémila” (p. 524). De este modo, Mataset pone a Raimón Amat en contra de su hermano y, tras varios ardides y convencimientos, sembrando cizaña, lo instiga a cometer el asesinato de Oliver. El intento es infructuoso y por accidente es Oliver el que termina matando a Raimón, quien cae en su propia trampa en el bosque. Y, como Mataset es testigo, el hermano menor queda atado al criado por su secreto; por miedo pierde su libertad y pasa a ser esclavo. El siguiente enfrentamiento que trama Mataset es entre Oliver y el hijo bastardo de Bertrán Guerau, a quien Arnau seguía favoreciendo.10
Al margen de las tretas que teje el siervo con Oliver existe otra diferencia significativa entre padre e hijo, y es el grado de sensibilidad con los campesinos:
Oliver Ull Blau iba con su padre a recorrer los campos, porque el señor quería que su heredero se acostumbrase a mirar por aquellas tierras, que algún día habrían de ser suyas. Y cuando veía las cosechas perdidas, la tierra esquilmada y los campesinos pidiéndole al señor que les perdonase los censos de aquel año, que no tenían con qué pagar, se le removían las entrañas, porque le parecía que la culpa de todo aquello era suya; que había leído en la Escritura cómo a veces Dios castiga en su pueblo el pecado de un mal señor. (p. 560)
Aquí se pone en juego también la culpa a partir de la muerte de su hermano mayor puesto que, en realidad, la precariedad era producto de la guerra con Hug. Pero, ante los numerosos pedidos por parte de los campesinos, Arnau no admite el perdón del pago:
[...] y, sin apretarles más de lo razonable [el cronista, en otro gesto de verosimilitud, aboga de nuevo por la nobleza], les exigió lo que le correspondía por derecho [...] porque sabía que, si un año perdonaba los censos que le eran debidos, al siguiente los payeses le ocultarían la mitad de la cosecha, aunque hubiese sido buena [...] y al final no pagarían ninguno [...] Oliver, como era inexperto en estas cosas y no sabía de la malicia de los campesinos [...] se apiadaba de los payeses y no le parecía bien cómo los apretaba su padre. (p. 562)
Mataset aprovecha esta desavenencia para difundir entre los payeses lo clemente que era su amo en comparación con el padre. Al mismo tiempo se desata una peste que provoca mayor pobreza entre los campesinos, que comienzan a cazar y a tomar otras decisiones de manera furtiva:
El señor supo aquello y se dio cuenta de que no lo podía consentir, porque si lo permitía le esquilmarían la tierra en tres años y no le dejarían ni caza en los bosques ni puercos en los encinares ni castaños en los castañares [...]. Así que mandó a sus soldados que estuvieran al acecho y, al que encontraran robando fruto, lo llevaran al castillo y le dieran cien azotes y a quien matase caza de sus bosques lo colgaran y expusieran su cuerpo en lo alto del Puig. (p. 565)
Arnau se muestra hacia las últimas páginas de la novela como un señor duro que, cuando recibe la súplica de su hijo, se enfurece por ver blando su corazón. A partir de allí, los payeses comienzan a incendiar los bosques y apedrear a los servidores del señor en los caminos. Ante una de estas tentativas, el señor se enfurece y, a modo de castigo aleatorio, quema la primera casa de payeses que se cruza. Los levantamientos alternados de payeses, amparados en la figura de Oliver, confluyen en una guerra contra el señor, con el objetivo de que el hijo ocupara el sitio del padre como un mejor gobernante. Mediante la tergiversación de algunas palabras de Arnau, Mataset convence a Oliver de autoexiliarse, ya predispuesto por el temor de que su padre sospechara que había asesinado a su hermano y que, por lo tanto, resolviera preventivamente que, por no respetar su linaje, se podría alzar en contra del padre. Arnau comienza a desesperarse porque:
[...] comprendió lo que pasaba, aunque en el fondo de su corazón no lo quería creer: que su heredero estaba en la conjura y había huido con armas, caballos y un criado para unirse a los campesinos [...]. Porque veía que se le iban detrás de su hijo rebelde los vasallos que creía más fieles y se le despoblaban los campos con la cosecha a medio recoger (p. 580).11
En el bando del heredero no había ningún integrante de sangre noble, sino solo payeses, pastores y algunos mercenarios.
No porque pensase que llevaba las de perder sino para no empobrecer más su tierra, Arnau decide parlamentar con su hijo con la intención de poner fin a la guerra. No obstante, y a pesar del deseo coincidente de Oliver de terminar con la guerra, el mal consejo de Mataset lo conduce a no aceptar la ocasión de diálogo que el padre le proponía. En cambio se conciertan día y lugar donde se daría un enfrentamiento entre ambos bandos que pusiera fin a la lid. El pensamiento de Tibors de Fenal condensa la desgracia particular de las luchas intestinas: “Que, saliese lo que saliese, a uno de los dos que amaba habría de cubrirlo la tierra” (p. 592).
A partir de la matanza de los otros hijos de Bernat Armengol, el único que quedaba con vida, Jaume, solicita combate singular contra Oliver para que le diera como prisionero al criado Mataset, culpable de todas las muertes. Si bien Jaume resulta victorioso y Oliver pretende cumplir lo pactado, Mataset huye, cubierto por un grupo de campesinos. En medio de la revuelta, alguien del bando de Oliver mata a Jaume con una ballesta, “[y] después de aquello el señor desheredó a Oliver Ull Blau y lo repudió como hijo suyo, porque por favorecer a un criado había permitido que las gentes de su bando matasen a traición a un caballero” (p. 600). Como se puede percibir, en el decurso de esta guerra se presentan muchos pormenores relevantes, pero quisiéramos destacar aquí una escena donde se observa la diferencia en el papel de señor que encarnan el padre y el hijo en relación con la autoridad sobre los vasallos, criados y siervos. Luego de que Armengol rescate a Oliver, a pesar de encontrarse en bandos enemigos, cuatro hombres los rodean,
[...] pero Oliver, que ya no tenía voluntad para nada, dejó que aquellos hombres tomaran a Bernat Armengol, lo desarmaran y lo llevaran preso a Bonastre. Y era que no se atrevía a contradecir a sus hombres, no se le fueran a levantar en rebeldía; porque quien anda sobre el filo de una espada no puede pisar fuerte. (p. 605)
Tras la muerte de este personaje, segundo al mando del bando de Arnau, se menciona un período de “falsa paz”, de una hostilidad sorda y callada: “Suele suceder que cuando hay guerra entre dos señores, a veces la hostilidad amaina y se remansa y pasan largos períodos parecidos a la paz” (p. 611). Pero los enfrentamientos continúan y todos los caballeros de Arnau van muriendo, Joan Galba y Guifré entre los centrales, y el señor se queda solo con Ot Berenguer, por lo cual nombra caballero a Pere del Molí.
El final transcurre en forma de una letanía agonizante. Ya casi sin hombres, “[a] veces, por la noche, el señor se despertaba creyendo que eran otros tiempos” (p. 618), toda una generación se concibe perdida por la muerte de quienes le habían servido en su juventud y madurez. El hijo bastardo de Bertrán también muere poco después, “[e]ntonces [Arnau] entendió lo que tenía que hacer, porque un señor no es nadie si no tiene quien le sirva y en aquella tierra angosta no cabían ya el señor de Bonastre y su hijo” (p. 628), por lo cual decide retar a Oliver en combate singular, con el objetivo de terminar con la guerra. Cuando Arnau se encuentra a merced de su hijo, le solicita clemencia con la promesa de que si lo dejaba con vida y respetaba a los habitantes del castillo se alejaría de aquella tierra y renunciaría a su señorío, más que para salvar su vida para evitar que su hijo cargara con el asesinato del padre. El aliento de Mataset insta a un dubitativo Oliver para que clave la espada en el cuello de su progenitor. Y el párrafo final es contundente:
Oliver Ull Blau oprimió aquella tierra durante más de treinta años, haciéndola fértil en sangre y lágrimas, y tuvo tres hijos y murió a manos de uno de ellos, el que más quería, que se rebeló y se alzó contra su padre. Porque escrito está que una cruel necedad esclaviza desde siempre a los hombres y les lleva a convertir su historia en un mal sueño de dolor tenebroso y estéril. (p. 632)
En “Medievalism and the Ideology of War”, Andrew Lynch (2016) analiza el vínculo de lo medieval con la violencia, la identidad guerrera masculina y el heroísmo marcial. El desorden del Estado y la fundación de naciones son parte de las inquietudes que se anclan en este imaginario. De allí se toman las ideas de nobleza, masculinidad y magnificencia medievales, a las que el cine hollywoodense les otorga la forma contemporánea más influyente. A veces, y casi inversamente, estos focos también representan preocupaciones como la justicia social, la tolerancia a la diferencia, el derecho a la autonomía política y la autorrealización del individuo. Uno de los ejemplos disruptivos que ofrece es Lancelot du Lac (1974), el film dirigido por Robert Bresson, que presenta una visión muy diversa de la guerra medieval y absolutamente negativa, con la fragmentación y el despojo como recursos formales cinematográficos que lo plasman. La tierra fértil, con la intención de desidealizar el pasado y denunciar que la bonanza del presente se anclaba en un historial violento, es otro ejemplo de esto.
Esta mirada despojada había tenido su antecedente en la novelística histórica medieval de Díaz-Mas en El rapto del Santo Grial o el Caballero de la Verde Oliva (1984). Un halo de melancolía recorre todo el relato. Ya anciano, Arturo explica durante una cena en su corte que un centenar de tejedoras presas en la Pésima Aventura, capitaneadas por Blancaniña, tenían en su poder el Santo Grial en el castillo de Acabarás. La onomástica acompaña. El dilema que se les plantea a Arturo y a sus caballeros es que se ven obligados a ir en busca de un Santo Grial que por primera vez tienen al alcance de la mano (se detalla la facilidad de su obtención) y cuyo rescate supondrá el ocaso de su mundo. No obstante, no pueden evitar partir a la aventura; aunque el monarca envía, en secreto, a otros de sus caballeros para que impidan el éxito. La situación es problemática porque el Grial simbolizaba la unión, todos buscan lo mismo más allá de sus diferencias, y el hecho de tener un objetivo.12 Esta situación hace eco en la descripción que realiza la propia autora sobre el contexto de producción de la novela. Escrita entre 1978 y 1982, mientras transitaba su beca doctoral sobre literatura sefardí, en España se daba la Transición política tras la muerte del dictador Francisco Franco. La sociedad se enfrentaba a un tiempo de ilusiones y esperanzas, de nuevas libertades individuales y colectivas vedadas durante los años anteriores. En el ámbito literario, a su vez, se percibía la necesidad de crear una nueva literatura. Este marco, que implicaba enfrentarse con algo anhelado pero parcialmente desconocido, y cuyas expectativas había que concretar, encuentra en el mundo artúrico un terreno idóneo para su expresión estética.13 La historia está impregnada en su totalidad por una época incierta e insatisfecha. A la mentada melancolía de Arturo se suman la doncella (autobautizada como el Caballero de Morado, otro personaje que, como Galba, no es originariamente un caballero) que se dirige a la aventura vestida de varón y elige morir a manos de quien ama antes que revelar su identidad; Pelinor, su amado (y quien se hace llamar Caballero de la Verde Oliva), que muere a pesar de creer en su misión; y el Caballero de Hierro, que debe partir a las islas del exilio.
En el fondo, Arturo no desea que el Grial vuelva a su corte porque así se terminarían las aventuras.14 De todos modos, el rey decide cuidar las apariencias y designa a tres caballeros para recuperar el objeto, resignado a correr el riesgo de que el logro del cometido termine con el ritmo habitual de la vida en la corte. En las novelas contemporáneas, el Grial se asocia en muchos casos con la sensación de soledad y aislamiento propia del mundo moderno. Esto ocurre por la secularización, ya que lo divino deja de explicar todo. También coexiste una interpretación más liberal de la leyenda, que lejos de la asociación con el bien colectivo y comunitario lo vincula con el éxito personal. En su análisis de la novela española contemporánea de tema medieval, Antonio Huertas Morales (2015) describe su tipología y da ejemplos para, luego, presentar dos grandes bloques temáticos: el mundo caballeresco guerrero y el mundo religioso-sobrenatural, cuya conjunción se daría con la Orden del Temple. Dentro de estos, el autor irá ubicando un conjunto de temas que amplían el espectro e irán desde vidas de personajes de relevancia, hasta grandes batallas y episodios concretos, pasando por cuestiones vinculadas al misticismo. El grueso del trabajo está destinado a profundizar en claves, motivos y orígenes de la literatura templaria, que además de ser la temática más prolífica es la más exitosa y se extiende por los ocho tipos considerados: “[…] los monjes-guerreros de los que hablan las crónicas de la Edad Media son en la literatura del siglo XXI los defensores del poder de un dios ausente” (2015, p. 175).15
Florian Besson desarrolla en la entrada “Guerres” del Dictionnaire du Moyen Âge imaginaire (2022) cómo la imagen de época oscura que se construyó del período medieval se apoya, como uno de sus pilares primordiales, en los conflictos armados, la violencia y la brutalidad. Así, la imagen del Medioevo que se ofrece desde este punto de vista es la de una sociedad en constante conflicto, en favor de la gloria de unos pocos caballeros y de la desdicha del pueblo. Pero estas son construcciones posmedievales y, en efecto, este autor desmiente que sea una etapa específicamente vinculada a la práctica de la guerra. Ahora bien, uno de los aspectos que sí se destaca como intrínseco a la Edad Media es la glorificación de la guerra por la élite social e intelectual para legitimar su autoridad. La novela de Díaz-Mas, que brinda una perspectiva más cruda, se opone a la visión romántica que se cristalizó, por ejemplo, con las novelas de Walter Scott, donde se ve un código de honor rígido y ciertos aspectos civilizados de la guerra y su vínculo con el patriotismo. Precisamente, durante el siglo XX se va modificando de manera progresiva la concepción de la guerra en las producciones neomedievales. En los últimos años del siglo crece cuantitativamente y de manera exponencial en los distintos medios, especialmente en el cine pero también en la literatura, mientras que en las representaciones de principios de siglo estaba más ausente. Asimismo se reconoce una evolución cualitativa: a la visión más heroica y romántica se impone una aproximación sombría y realista.16 La novela que analizamos es uno de estos exponentes. El nexo feudo-vasallático entre señor y vasallo permitió ilustrar la dependencia en sus diversas aristas y en variadas manifestaciones bélicas: combate individual, guerra de pillaje intermitente y extendida en el tiempo, levantamientos de vasallos contra el señor, lides entre señores por el territorio, disputas entre barones y el rey, entre hermanos y entre padre e hijo. En todos estos conflictos, como intentamos mostrar, intervienen los individuos, ya sea como malos consejeros o por lazos familiares o políticos, y toman parte de la aparentemente inevitable violencia que la novela busca exponer ante los lectores contemporáneos, y cuyas consecuencias son necesariamente colectivas. El tratamiento de la guerra por parte de Díaz-Mas intenta cubrir una multiplicidad de enfoques para demostrar de manera más completa el costado más despojado y negativo de sus efectos.
Besson, Florian. (2022). Guerres. En Besson, Anne; Blanc, William y Ferré, Vincent (eds.), Dictionnaire du Moyen Âge imaginaire. Le médiévalisme, hier et aujourd’hui (pp. 198-201). París, Vendémiaire.
Díaz-Mas, Paloma. (1984). El rapto del Santo Grial o El Caballero de la Verde Oliva. Barcelona, Anagrama.
Díaz-Mas, Paloma. (1999). La tierra fértil. Barcelona, Anagrama.
Díaz-Mas, Paloma. (2000). Lugares y objetos en la génesis de la novela histórica. Ínsula, (641), 23-24.
Díaz-Mas, Paloma. (2005). Del ensayo histórico a la novela histórica. Boletín Hispánico Helvético, (6), 111-124.
Díaz-Mas, Paloma. (2006). Cómo se escribe una novela histórica (o dos). En Jurado Morales, José (ed.), Reflexiones sobre la novela histórica (pp. 37-49). Cádiz, Fundación Fernando Quiñones y Universidad de Cádiz.
Díaz-Mas, Paloma. (2019). Cómo ver y por qué escribir una novela artúrica contemporánea: El rapto del Santo Grial. Storyca, (10), 9-13. https://t.ly/l8TFQ
Ferrán, Ofelia. (1997). La escritura y la historia. Entrevista con Paloma Díaz-Mas. Anales de la literatura española contemporánea, (22), 327-345.
Gómez Redondo, Fernando. (2006). La narrativa de temática medieval: tipología de modelos textuales. En Jurado Morales, José (ed.), Reflexiones sobre la novela histórica (pp. 319-360). Cádiz, Fundación Fernando Quiñones y Universidad de Cádiz.
Gonçalves Soares, Ana Rita. (2023). Historias de caballeros y señores. Dos ejemplos de medievalismo en la ficción española contemporánea. Pasavento. Revista de estudios hispánicos, (11), 465-484. https://t.ly/PxJKu
Gullón, Germán. (2000). La novela histórica: ficción para convivir. Ínsula, (641), 3-5.
Hobsbawn, Eric. (2007 [2006]). Guerra y paz en el siglo XXI. Trad. de B. Equibar, F. Esteve, T. Fernández y J. Madariaga. Barcelona, Crítica.
Huertas Morales, Antonio. (2015). La Edad Media contemporánea. Estudio de la novela española de tema medieval (1990-2012). Vigo, Academia del Hispanismo.
Jurado Morales, José. (2006). Vigencia de la novela histórica. En Jurado Morales, José (ed.), Reflexiones sobre la novela histórica (pp. 7-13). Cádiz, Fundación Fernando Quiñones y Universidad de Cádiz.
Kotkin, Joel. (2020). The Coming of Neo-Feudalism. A Warning to the Global Middle Class. Nueva York, Encounter Books.
Lacalle, Juan Manuel. (2023). Neomedievalismo: un acercamiento al enfoque y una breve historización. Calamus, (7), 1-36. https://t.ly/YBnF5
Lacalle, Juan Manuel. (2024). Subordinación y vasallaje a partir de La tierra fértil (1999) de Paloma Díaz-Mas. Filología, (57). En prensa.
López, Ignacio. (2000). Hacer patria: historia, arte, nación. Ínsula, (641), 5-8.
Lynch, Andrew. (2016). Medievalism and the Ideology of War. En D’Arcens, Louise (ed.), The Cambridge Companion to Medievalism (pp. 135-150). Cambridge, Cambridge University Press.
Martínez Góngora, Mar. (2012). La Cataluña medieval en La tierra fértil de Paloma Díaz-Mas. L’Érudit franco-espagnol, (6), 57-72.
Mérida Jiménez, Rafael. (2001). El medievalismo fértil de Paloma Díaz-Mas. Lectora: revista de dones y textualitat, (7), 127-134.
Wollenberg, Daniel. (2018). Medieval Imagery in Today’s Politics. Leeds, Past Imperfect.
*Juan Manuel Lacalle es investigador posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) con sede de trabajo en el Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso” (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires). Se doctoró en el área de Literatura con la tesis “Sobre hombros de gigantes. Neomedievalismo y novela histórica: un estudio teórico comparado (1965-2015)”. Es director del proyecto de investigación FILOCyT “Historia de una ida y de una vuelta: neomedievalismo y cultura popular”, Codirector de la revista Neomedieval y Secretario de redacción de las publicaciones Exlibris e Inter Litteras.
En el artículo mencionado (Lacalle, 2024) trabajaba también con las aproximaciones a la novela por parte de Gullón (2000), Martínez Góngora (2012) y Mérida Jiménez (2001), que complementan las reflexiones de la propia autora y que son de consulta ineludible para el panorama completo del texto que nos compete.↩︎
Consideramos de especial relevancia para el contexto de producción y el horizonte de expectativas lector de estas ficciones ciertas anotaciones de Eric Hobsbawn (2007) con respecto al siglo XX y su imposibilidad de concepción disociada de la guerra. En Guerra y paz en el siglo XXI este autor señala que durante el siglo XX el panorama imperante y más clarificado, heredado del siglo XIX, se sume en el caos. Allí se observan dos cuestiones: por un lado, que la frontera que divide los conflictos internos y entre los estados (es decir, entre guerras civiles y conflictos internacionales) se difumina y, por otro lado, que ya no es nítido el límite entre la guerra y la paz. Esto último se refiere al comienzo y final de, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial o a otras formas bélicas como la Guerra Fría. Más aún, la situación que se vive en los últimos años del siglo XX y comienzos del XXI en Medio Oriente difícilmente puede describirse de manera tan tajante: “Esta es la desgraciada herencia de las guerras mundiales del siglo XX, pero también de la cada vez más poderosa maquinaria de la propaganda de masas que trae consigo la guerra, y de un período de confrontación entre ideologías incompatibles y apasionadas que impregnaron las guerras de un elemento propio de las cruzadas y comparable al que se daba en las guerras de religión del pasado” (2007, p. 7). En otro orden, quisiéramos subrayar un contraste entre un matiz más profesional en la guerra medieval, frente a la inclusión de jóvenes no preparados en las guerras de masas de la modernidad. En este sentido, y sin romantizar el combate del Medioevo, se podría pensar que con el paso del tiempo se pierden ciertos rasgos caballerescos de ritualización de la guerra, se le da menos importancia a pautas y reglas, y el espacio del honor y la consideración por el enemigo decrecen enormemente a favor del exterminio indiscriminado. Cuando algunas de estas características no son respetadas en la novela, el narrador y los personajes se encargan de denunciarlo.↩︎
A pesar de la aparente reciprocidad en el lazo, luego del primer encuentro sexual, y a través de distintas intervenciones, queda claro que Arnau manda sobre el vasallo también en ese plano: “[...] el señor dejó pasar unos días sin apenas ver a su caballero, para probar si él intentaba buscarle o se conformaba con la voluntad de su señor. Y comprobó que Joan Galba no se le acercaba nunca si él no lo mandaba llamar, sino que se le mantenía a distancia y lo miraba desde lejos, como antes, y si alguna vez se cruzaba con el señor en el patio o en las caballerizas, le saludaba con el mismo respeto de siempre y no se le mostraba más familiar” (Díaz-Mas, 1999, p. 497).↩︎
Una de las pruebas previas se da cuando duermen solos cerca del molino y Arnau deja su espada a disposición de Joan Galba: “[...] estaba la espada en su vaina tendida en el suelo, tan en medio de los dos como tuvieron Lancelot y la reina Ginebra la espada del buen rey Arturo, cuando los sorprendió durmiendo juntos en el bosque” (Díaz-Mas, 1999, p. 399). Si bien aquí la interpretación solo apunta a la posbilidad de asesinato mientras el señor duerme desarmado en el despoblado, la referencia funciona como anticipación del romance que vendrá. En este episodio, además, se verbalizan las dificultades y el odio que sentía Galba durante su cautiverio y las vicisitudes que atravesaba para lograr la conciliación con quien había sido su enemigo. Asimismo queda patente que ya había desaparecido todo deseo de venganza y que, por primera vez, el vasallo mira a su señor como tal, y busca en él protección cuando se acerca Armengol preocupado por la partida de Arnau.↩︎
Este episodio, y por ende la comparación del personaje del platero con Perceval, se retoma en la reunión con otros caballeros, cuando cada uno cuenta un relato y el señor le señala a Galba: “De la misma manera muchas veces están las virtudes del caballero escondidas bajo la ignorancia y la torpeza de la juventud, y hay que escorchar esa cubierta para encontrar la madera sana. Así pasó con Persesval [sic], que vivía como un salvaje y luego fue uno de los mejores caballeros de su tiempo” (Díaz-Mas, 1999, p. 417).↩︎
“[N]o solo habían cambiado las ropas que vestía, y que ahora iba en mula y antes a pie, sino que el cuerpo se le había conformado de otra manera y sus miembros ahora tenían la fuerza que da el ejercicio de las armas; y, sobre todo, había variado el fondo de su corazón, porque cuando se acordaba de Arnau de Bonastre lo hacía sin odio ni rencor” (Díaz-Mas, 1999, p. 423). La transformación física tendrá su correlato mental cuando Galba decida volver.↩︎
Oliver, el hijo menor, hereda su nombre de la épica francesa: “El señor de Bonastre, cuando vio cómo el niño se parecía a su amigo [Galba], quiso ponerle Oliver, porque se acordó de cómo Roldán se preciaba también de tener un amigo muy querido y le pareció bien darle aquel nombre, que era el del amigo del mejor caballero del buen rey Carlos” (Díaz-Mas, 1999, p. 505).↩︎
La infancia de los hijos se desarrolla en tiempos de paz y se saltea rápidamente, como es de esperar en una novela centrada en los conflictos: “Los años siguientes corrieron como el agua, porque no hubo guerra, ni mala cosecha, ni ninguna cosa que alterase el curso de los días. Así que pasaron deprisa, como sucede cuando hay paz y pan en las tierras” (Díaz-Mas, 1999, p. 520). En esta etapa se realiza una nueva analogía entre la tierra y las personas, aquí para enfatizar la importancia de los relatos del pasado para la formación: “[Arnau] Encomendó también a Laudes que les leyese [a sus hijos] todos los días un poco de las historias de los caballeros de antes: de Troya, del buen rey Carlos, y los pares de Francia, de Constantinopla, del buen Arturo y sus caballeros, de Alejandro, que fue hijo de Filipo, y de Apolonio el que cruzó la mar. Porque aunque, por ser tan niños, quizás aún no podían entenderlas cabalmente, de todas formas dejarían un poso en su corazón. Que es como cuando el labrador siembra: de momento queda la semilla oculta y no sabe el sembrador cuál se logrará y dará trigo y cuál se pudrirá en la tierra o se la comerán los pájaros; pero de todas las que ha echado, alguna germina” (p. 506).↩︎
Poco después, cuando el rey francés Felipe el Atrevido decide invadir el territorio aragonés, “[...] se puso en pie don Ramón Folc, vizconde de Cardona, aquel mismo que años antes se había levantado contra su señor y lo había combatido con tanta fiereza [...] y así el que años antes había sido vasallo rebelde se convirtió en el más fiel servidor del rey” (Díaz-Mas, 1999, p. 508). Por supuesto, Arnau también acude al llamado del rey: “[...] no lo dudó un momento, porque se preciaba de haber sido siempre fiel a su señor y, ahora que se le presentaba una ocasión de servirle, no quería quedarse atrás” (p. 509).↩︎
Cuando Oliver se encuentra en guerra con su padre, Pere denuncia que su tío transportaba armas de Vic al bando de Oliver. Esto hace que se quede en el Castillo de Arnau dado que, en palabras de Pere, “[...] sé que si vuelvo al molino moriré a manos de mis tíos, que desde hace mucho me miran mal y en tiempos revueltos no puede el hombre estar seguro si vive y duerme al lado de su enemigo” (Díaz-Mas, 1999, p. 583). Luego, Pere del Molí se ve forzado a acompañar una matanza contra los suyos pero acepta que es lo correcto ya que, como se nos instruyó numerosas veces, no se puede servir a dos señores a la vez.↩︎
Los campesinos, al mismo tiempo, toman partida por un bando u otro (no todos estaban con los rebeldes), lo que redunda en la disputa entre sí y el aprovechamiento de concretar venganzas que respondían a rencores pasados: “[...] porque los payeses a veces son así, que por una rencilla pequeña de unas lindes de las tierras o de quién puede sacar agua de un pozo, o de quién tiene el derecho de abrevar primero las ovejas, a veces nacen rencores que duran años y pasan de padres a hijos. Así que ahora vengaba cada cual las malas palabras que se dijeron sus abuelos o los agravios que se hicieron las familias cuando ellos eran niños, aprovechando que estaba la tierra encendida de discordia” (Díaz-Mas, 1999, p. 580).↩︎
El texto deja muy claras las consecuencias inmediatas: “En cuanto el Grial volviese a la corte del rey Arturo acabarían aquellas luchas fratricidas en las que con tanto vigor se ejercitaban los caballeros, desaparecerían el hambre, la peste y la injusticia y se instauraría un nuevo reino en el que imperarían la paz, la justicia y la bondad” (Díaz-Mas, 1984, p. 10). Aunque este ideal se pondría a prueba por primera vez; de hecho, se resalta que Lancelot y Gawain habían sido los primeros en unirse a Arturo y en creer en aquel “hipotético reino de paz y de justicia que prometía el Grial” (p. 11).↩︎
Según Díaz-Mas (2019), su novela es producto de lecturas diversas durante sus años de carrera universitaria, especialmente atraída por la literatura medieval, e influenciada por una profesora de francés en la especialidad de filología románica. Su búsqueda de un lenguaje y motivos compatibles con la escritura de la Edad Media y, a su vez, accesibles a los lectores contemporáneos, halla sus modelos en la textualidad de Chrétien de Troyes, en el roman francés en verso más general, y su combinación con temas propios del romancero hispánico y de la poesía popular de transmisión oral. En algunos pasajes, incluso, se prosifican versos romances y el estilo remite en muchos aspectos al de los romans medievales. Los personajes se mueven entre la realidad y lo imposible con la misma naturalidad que lo hacen los de Chrétien.↩︎
“En pos de aquel Grial inalcanzable habían recorrido tanto mundo que eran incapaces de recordar los castillos con que se habían topado y de reconstruir los itinerarios de los mil caminos que se entrecruzaban en su memoria” (Díaz-Mas, 1984, p. 11). El monarca se pregunta de qué hazañas podrán vanagloriarse sus caballeros una vez encontrado el Grial, por quién orarán los religiosos, qué sacrificio harán las madres, de qué servirán las espadas y las lanzas; y, peor aún, teme la partida en estampida en busca de una guerra inexistente (p. 22). Los caballeros comparten la tristeza de Arturo. Durante su travesía, Perceval se pregunta qué hará cuando tenga en sus manos el Grial, que no va a dejar de ser un plato cubierto de piedras preciosas, ya que quedará el vacío. Pero se encuentra en una dicotomía porque no quiere desobedecer a su rey. En su encuentro, Gawain le propone: “En verdad mereces que tu deseo se cumpla y el Grial no sea hallado nunca” (Díaz-Mas, 1984, p. 28) y le explica que él será el encargado de impedir que llegue a su objetivo para que no caiga en la contradicción. Es decir, explica, lo va a traicionar por su bien. Gawain cumple la función de guardián de los deseos, con la insinuación de cierto matiz espurio, de Arturo. La misma contradicción, aunque con el accionar invertido, sucede a Pelinor. El Caballero de la Verde Oliva se encuentra dividido entre el querer y el deber; sabe que cuando el Grial llegue a manos del rey se establecerá sobre la tierra un reino de paz y de justicia y que no habrá más disputas entre los hombres (y él desea genuinamente eso); pero, reflexiona, “[...] es el propio Arturo quien me manda robarlo y esconderlo donde nadie lo pueda hallar” (p. 41). Desea dos cosas incompatibles: salvar el Grial y perderlo, entregárselo y robárselo a Arturo.↩︎
El interés por esta Orden de comienzos del siglo XII, perseguida y disuelta a comienzos del siglo XIV, responde a cuestiones diversas: la búsqueda del Santo Grial (muchas veces en analogía con la nada), la fascinación por la caída de poderosos, su irresuelta culpabilidad o inocencia, y el papel de la milicia cristiana. Específicamente en las novelas hispánicas se focalizó la atención sobre la desaparición de la Orden, resaltando la falsedad de las acusaciones que llevaron a su caída, sea por codicia, envidia o ignorancia. Huertas Morales (2015) realiza un recorrido cronológico por las novelas históricas de esta temática para llegar a la literatura templaria más actual y la denominada “conexión templaria” (cuando se los entronca con cualquier hecho de ocultismo, masonería o grupos iniciáticos, como el Priorato de Sión). ↩︎
Muchas de las cuestiones que analizamos son plausibles de trabajarse a partir de otros textos como La cuadratura del círculo (1999) de Álvaro Pombo, o La catedral del mar (2006) de Ildefonso Falcones, por solo mencionar dos casos. Un excelente trabajo comparativo entre La tierra fértil y La cuadratura del círculo puede verse en el reciente artículo de Gonçalves Soares (2023). Allí se observa la visión desidealizada, posmoderna, antiromántica, que cuestiona y desmitifica, por solo mencionar dos ejemplos, en el tratamiento de Guillermo de Aquitania y Bernardo de Claraval, en la novela de Pombo, y en la elección del contexto de fallidas cruzadas, en ambos casos. En otro orden, para mayor detalle y ejemplificación de casos cinematogáficos ver Besson (2022, p. 200).↩︎