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Universidad Nacional de Rosario / CONICET
bernardo_orge@hotmail.com
Recibido: 16/05/2024 - Aceptado: 28/06/2024
A pesar de la animación de la Escuela de Letras de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) a partir de la transición democrática, en dicha ciudad no existían editoriales que buscaran incluir en sus catálogos la producción de los jóvenes escritores y críticos locales formados en ese ámbito. Esto empezaría a cambiar con la aparición de Beatriz Viterbo (1991) y el posterior surgimiento de otros sellos, como Bibliele (1995-2006), y con la participación de miembros de la Escuela de Letras de la UNR en proyectos editoriales públicos, como la Editorial Municipal de Rosario (1991). Este artículo se concentra en los vínculos entre la Escuela de Letras de la UNR y el campo editorial a partir de la última década del siglo XX, más allá de los sellos universitarios. De este modo, se propone reflexionar sobre la incidencia de las carreras universitarias humanísticas en el desarrollo del sector editorial de ciudades semi-periféricas en la geografía cultural del país.
Palabras clave: Escuela de Letras; Universidad Nacional de Rosario; edición y universidad; geografías de la edición
Despite the excitement in the Literature Department of the Universidad Nacional de Rosario after the democratic transition, in Rosario there were no publishers that sought to include in their catalogs the work of young local writers and critics belonging to that scenario. This would change with the appearance of Beatriz Viterbo (1991-), with the subsequent emergence of other publishing houses, such as Bibliele (1995-2006), and with the participation of members of the UNR Literature program in public publishing projects, such as the Editorial Municipal de Rosario (1991-). This article focuses on the links between the UNR Literature Department and the publishing field since the last decade of the 20th century, besides university presses. Thus, this paper aims to reflect on the influence of humanistic university courses in the publishing area of cities that could be considered semi-peripheral in the country’s cultural geography.
Keywords: literature department; Universidad Nacional de Rosario; publishing and university; geographies of publishing
En 1986 se imprimió en Rosario el número 1 de la revista de ensayo y teoría literaria Paradoxa, cuyo principal promotor era el joven crítico formado en la Universidad Nacional de Rosario (UNR) Alberto Giordano. Inmediatamente, en el número 2 del Diario de Poesía –que también había empezado a salir ese año y que, según su bajada, se editaba en Buenos Aires, Rosario y Montevideo–, apareció un comentario al respecto de Martín Prieto, otro egresado de la UNR:
Entre 1982 y 1983 funcionó en Rosario algo que se llamó (si precariamente) Centro de Estudios Críticos, integrado por entonces estudiantes de la carrera de Letras de la Universidad. Las húmedas y frágiles tablas del Teatro del Mercado Viejo atestiguan peligrosas reuniones donde fueron llamados a dialogar y dialogaron, entre otros, Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia, Carlos Altamirano. Surgió, necesariamente, la idea de una revista. Se iba a llamar “Paradoxa” y una triste tarde, en la casa de Miriam Gárate, se comprendió que no había plata, que no había papel, y el CEC, cumplida su función de las conferencias, se disolvió. Para confirmar que las ideas no se mueren ni se matan point, cuatro años después “Paradoxa”, con propuestas distanciadas de las de entonces pero con el mismo espíritu inicial que sostenía que las discusiones, los proyectos y las posturas sobre literatura deben escribirse y no dialogarse sordamente en los pasillos académicos, sale a la calle. (1986, p. 10)
El comentario, que se detiene en una escena intelectual antes que en los ensayos incluidos en la revista, tiene el mérito de condensar en breve el proceso de paulatina revitalización de la actividad cultural durante la transición democrática, y permite reponer, aunque sea indicativamente, el clima de época que se vivía a mediados de los ochenta en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, donde tanto Giordano como Prieto habían cursado sus estudios. La reseña menciona solo un ejemplo, pero habilita a presumir toda una serie de itinerarios comunes: intercambios entre estudiantes y entre estudiantes y referentes críticos de generaciones anteriores, proyectos conjuntos, actividades tanto institucionales como independientes que involucran a actores de, por lo menos, Rosario y Buenos Aires, e incluso coincidencias y diferencias críticas a lo largo del tiempo –“propuestas distanciadas de las de entonces”–.
Se trata de la negociación formativa entre lo institucional y lo autogestivo que Analía Gerbaudo describe como propia del período inmediatamente posterior a la última dictadura militar argentina, cuando en plena renovación de los planteles de docentes universitarios aún pervivían dinámicas propias de la que se dio en llamar la “universidad de las catacumbas”: “una vez restituida la democracia, los grupos de estudio fueron perdiendo su sentido, ya que, por fin, esas prácticas de lectura y discusión se alojaron en las instituciones. No obstante, el proceso no fue inmediato” (2024, p. 106). En su trabajo sobre la institucionalización de los estudios literarios en Argentina, Gerbaudo atiende especialmente al rol que jugaron las actividades intelectuales que tuvieron lugar fuera de los claustros. Revistas culturales, talleres, encuentros y grupos de lectura constituyeron ámbitos de discusión y formación fundamentales, en los que se forjaron buena parte de los corpus teóricos y críticos que luego se enseñarían en la Universidad:
Resultó imperioso relevar también las acciones realizadas por lxs agentes fuera de las instituciones ya que fue en estos espacios donde se pudo trabajar con mayor autonomía. En buena medida fueron los capitales científico, cultural, simbólico y social adquiridos gracias al trabajo en formaciones autogestionadas (algunas clandestinas) durante las dictaduras y/o en el exilio los que explican las prácticas de enseñanza e investigación que se institucionalizaron apenas restituida la democracia, en 1983. (Gerbaudo, 2024, p. 30-31)
El continuo entre las discusiones sostenidas fuera de las aulas y las que luego se darían dentro de ellas importa, porque es síntoma de la alteración en la vida universitaria que implicaron las dictaduras, pero también, a los fines de este trabajo, porque demuestra que existe un interés en la literatura y la crítica por parte de docentes y estudiantes de Letras que no se limita a sus roles institucionales. La reseña de Martín Prieto al primer número de Paradoxa indica que, una vez restituida la democracia, muchos docentes continuaron atentos al flujo entre lo que ocurría adentro y afuera de las aulas, solo que ahora se preocupaban porque el sentido de esa circulación de saberes se invierta: que ya no vaya tanto –o solamente– de ámbitos informales a la universidad, sino sobre todo de la universidad a espacios no institucionalizados. Como escribe Prieto, las ideas sobre literatura “deben escribirse y no dialogarse sordamente en los pasillos académicos”. Este ideal fluido entre lo institucional, lo privado y lo autogestivo opera como trasfondo de la aparición de Paradoxa y de la participación rosarina en el Diario de poesía pocos años después de la restitución democrática (Prieto, 2021, p. 190-193), pero es constitutivo, además, del modelo de praxis intelectual que, en la década siguiente, llevó a algunos miembros de la Escuela de Letras de la UNR a impulsar y participar de los proyectos editoriales que constituyen el corpus de este artículo.
A pesar de la animación dentro y fuera de los claustros universitarios de la que intentan dar cuenta los párrafos anteriores, a mediados de los años ochenta en Rosario no existía un sello editorial que buscara incluir en su catálogo la producción de los jóvenes escritores y críticos locales. Se multiplicaban las lecturas compartidas, los grupos, los viajes y los contactos con artistas e intelectuales de otras partes del país, pero esa actividad solo en contadas excepciones resultaba en libros editados en la ciudad. Esto empezaría a cambiar a partir de la década de 1990, gracias al trabajo de los sellos que abordaremos a continuación: con la aparición de Beatriz Viterbo Editora, con el surgimiento de otras editoriales especializadas, como Bibliele, y, más adelante, con la participación, como la Editorial Municipal de Rosario, de editores que pasaron por la carrera de Letras de la UNR en proyectos públicos.
Este trabajo se concentra en los vínculos entre estudiantes, egresados y profesores de la Escuela de Letras de la Universidad Nacional de Rosario y el campo editorial, durante la última década del siglo XX y la primera del XXI. Desde un enfoque heredero de la Historia Intelectual y los Estudios sobre el Libro y la Edición, propone un “relevamiento contextualizado” (Falcón y Willson, 2022) de una serie de proyectos editoriales surgidos de ese ámbito de formación, trabajo y sociabilidad. Por lo tanto, no se pretende presentar estudios de caso que describan de forma acabada cada sello, sino más bien demostrar las relaciones que existen entre una carrera universitaria humanística y el campo editorial, más allá de los sellos editoriales universitarios. Con esta finalidad, se lleva a cabo un análisis de aquellos aspectos en los catálogos editoriales y las trayectorias de sus editores que ponen en evidencia dicho vínculo.
Durante los últimos años se han publicado valiosas investigaciones sobre edición y Universidad. Sin embargo, en la mayoría de los casos se trata de estudios que hacen foco en las editoriales universitarias y su rol en el ecosistema contemporáneo del libro.1 Aquí dejaremos por un momento de lado los sellos institucionales para concentrarnos en los emprendimientos de los agentes asociados a la institución. La edición universitaria constituye un fenómeno de mucha relevancia a la hora de caracterizar el campo editorial argentino, pero la relación entre universidad pública y edición, como es evidente, no se agota en ella, y puede resultar provechoso reflexionar sobre otras derivas de este vínculo.
Por otra parte, si, como escribe Roger Chartier, “el proceso de publicación, cualquiera que sea su modalidad, siempre es un proceso colectivo, que implica a numerosos actores y que no separa la materialidad del texto de la textualidad del libro” (2006, p. 12), para calibrar las condiciones de posibilidad y el significado social de un texto impreso es necesario reponer la trama material y la compleja cadena de mediaciones que hacen posible su circulación y lectura. En este caso, eso supone necesariamente prestar atención a la posición geográfica donde se gestaron, en la que se imprimieron y desde la que se distribuyeron las publicaciones de los sellos que integran este corpus. Según afirma Alejandro Dujovne, “existe una marcada concentración espacial del mercado del libro argentino” (2020, p. 36). La reunión en Buenos Aires de la mayoría de las editoriales, librerías, distribuidoras, periodistas culturales y, en general, de todos los actores relacionados con el mundo del libro es determinante en la dinámica del sector editorial en el país. Según Dujovne:
Los desequilibrios regionales constituyen uno de los problemas estructurales medulares del ecosistema del libro argentino. Sus efectos se extienden sobre las posibilidades de expresión y de circulación de libros, y por lo tanto de ideas, a lo largo y ancho del territorio. (2020, p. 36)
Dado este diagnóstico, podría decirse que Rosario ocupa un lugar semi-periférico en la geografía editorial del país, entre el centro de producción y legitimación porteño y las ciudades de menor envergadura demográfica y económica. Un esquema como este postula y confirma el trabajo de investigación de Jorge Jacobi para la edición de literatura en las provincias de Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe durante las últimas cuatro décadas (2023). Indudablemente, como escribe Jacobi, “la asimetría del espacio geográfico de la edición en Argentina no es una abstracción” (2023, p. 238). Pero si también es cierto lo que afirman Enrico Castelnuovo y Carlo Ginzburg en su clásico estudio sobre la historia del arte italiano, que “el vínculo centro/periferia no puede verse como una relación invariable” sino que se trata de “de una relación móvil, sujeta a bruscas aceleraciones y tensiones, vinculadas a modificaciones políticas y sociales” (1979, p. 38), entonces vale la pena considerar esta geografía jerárquica de un modo dinámico, a partir de la circulación de personas y objetos, de las estrategias de adaptación de los agentes involucrados y de la incidencia que puedan tener instituciones como, en el caso que nos ocupa, la Universidad, para morigerar las desigualdades estructurales.2
El paso por la carrera de Letras fue lo que propició la amistad y el diálogo profesional que mantendrían a lo largo de los años Adriana Astutti, Sandra Contreras y Marcela Zanin, las tres estudiantes, graduadas y luego profesoras de la carrera. En buena medida, esto mismo definió el perfil de Beatriz Viterbo, el sello editorial que fundaron en 1991. Desde sus inicios, aparte de algunas crónicas, epistolarios y un número no despreciable de traducciones (alrededor del 14% de los títulos registrados a la fecha), Beatriz Viterbo repartió su catálogo fundamentalmente entre narrativa, ensayos y crítica literaria de autores argentinos. Según Sandra Contreras, “el trabajo en la Universidad le dio una identidad a la editorial. La editorial surge del cruce con la docencia y la investigación académica” (comunicación personal, 2020).
En el catálogo de Beatriz Viterbo conviven referentes críticos y compañeros de las editoras de la Escuela de Letras con escritores de otras partes del país, especialmente de la ciudad de Buenos Aires, además de algunos autores extranjeros. El sello se planteó desde el comienzo como una editorial de alcance nacional. “No por ser de Rosario iba a ser una editorial regionalista”, afirma Contreras (comunicación personal, 2020). Así es que en su colección de ficción, que a la fecha lleva alrededor de cien títulos, los libros de, por ejemplo, Osvaldo Aguirre y Oscar Taborda, de Rosario, se reúnen con los de Sergio Bizzio, de Buenos Aires, y Manuel Puig, ya para entonces un clásico moderno de la literatura argentina. Otro tanto ocurre con los títulos de ensayos, estudios críticos e investigaciones académicas, un nicho este último que a principios de los 90 permanecía vacante a nivel nacional y que las editoras exploraron a partir de una sugerencia de Ricardo Piglia. En esas colecciones, se mezclan los trabajos de rosarinas y rosarinos –por ejemplo Mónica Bernabé, Sergio Cueto y Alberto Giordano–, con los de Daniel Balderston, Graciela Montaldo y Susana Zanetti.
Si el catálogo de Beatriz Viterbo, hacia atrás, organiza, por algunos de los nombres que incluye, una serie de filiaciones intelectuales asociada principalmente a la tradición de la crítica universitaria, su proyección en nuevas generaciones de críticos se refleja no solo en los libros que editó durante los últimos años, sino también en la conducción actual del sello. En 1994, Zanin decide desligarse del proyecto y Viterbo pasa a ser codirigida por Astutti y Contreras. En septiembre de 2012, esta última se desvincula definitivamente. Astutti condujo la editorial hasta su fallecimiento en 2017, momento a partir del cual Carolina Rolle –también egresada de Letras, ex alumna de Astutti, Contreras y Zanin, y formada además fuera de los claustros como colaboradora de la editorial– se hace cargo de la dirección.
Es interesante detenerse en algunas características idiosincráticas de Beatriz Viterbo, propias de la manera en que las editoras se plantearon su trabajo desde el comienzo. El primer escritor que editaron fue César Aira. Contreras había comenzado a leer con cierta sistematicidad su obra desde hacía algunos años, había escrito al respecto en Paradoxa y compartía su entusiasmo con Astutti y Zanin, así es que a las tres les pareció “natural” contactarlo y pedirle un manuscrito. Susana Zanetti, de rol fundamental en el Centro Editor de América Latina, a quien conocían de los seminarios que había dictado en la UNR, les facilitó el número de teléfono de Aira y las asesoró sobre aspectos técnicos de la tarea editorial que ellas apenas manejaban. Según refiere Contreras, un sábado por la tarde llamó a Aira a su casa; un mes después, ella y sus compañeras –con el número 4/5 de Paradoxa bajo el brazo– se reunieron con él en un café de Buenos Aires y, al cabo de otro mes y medio, el autor ya les estaba enviando un manuscrito. Mientras tanto, las editoras se habían comprado sus primeras computadoras y habían comenzado a tomar un curso de PageMaker, un software de composición de página. En mayo de 1991 salía de imprenta Copi, aquel manuscrito de Aira, uno de los dos primeros libros de Beatriz Viterbo.
Lejos de ser gratuita, la anécdota ilustra la importancia del ámbito académico a la hora de generar vínculos intelectuales y definir el rumbo estético de un catálogo editorial. Las editoras deciden publicar a Aira, quien luego se convertiría en el autor más vendido de su catálogo, porque Contreras venía leyendo su obra y lo había hecho no como lectora aficionada sino como crítica, tanto es así que había escrito un ensayo que funcionó como carta de presentación frente al escritor. Por otra parte, es un contacto propiciado por la vida académica el que les permite ponerse en contacto con el autor. Tanto su interés en una obra literaria en desarrollo como su acercamiento a un participante clave de la escena literaria de Buenos Aires están mediados por el paso de las editoras por la carrera de Letras.
Pero, además, este relato de origen pone en escena algunas de las características que Viterbo iba a compartir con muchos de los sellos que comenzarían a surgir en Argentina en los años inmediatamente posteriores: emprendimientos autogestionados que dan cuenta de una semi-profesionalización o una nueva profesionalización en el campo editorial, que construyen catálogos de autor como gesto de autonomía y distinción; pero también para aprovechar los nichos que el mercado comercial deja vacantes, fundados por jóvenes con poca o nula experiencia en la industria a partir de un capital económico limitado, cuyos editores concentran buena parte de las tareas necesarias para la publicación de un libro, desde la selección del original al trabajo de prensa, pasando por la corrección, la diagramación y la puesta en página, que se hace posible gracias a la paulatina masificación de los medios técnicos e informáticos. Por todo esto, Beatriz Viterbo suele considerarse uno de los primeros ejemplos claros de una nueva cultura editorial en Argentina, que comienza a desarrollarse durante la década de 1990 y se consolida en los 2000 con la aparición de un gran número de sellos editoriales de pequeña y mediana escala (Botto, 2014).
Además de Beatriz Viterbo, durante los años 90 surgieron en Rosario otros dos proyectos en los que intervinieron miembros de la Escuela de Letras y que bien pueden distinguirse como precursores en el campo editorial argentino: por un lado, la Editorial Municipal de Rosario, quizás el único sello municipal con cierta presencia a nivel nacional en el actual circuito del libro de literatura y, por el otro, Biblioteca eLe, o Bibliele, la “editorial del libro electrónico”, tal como consignaba su slogan.
Ediciones Digitales Nueva Hélade, fundada por Héctor Piccoli, profesor de literatura alemana en Letras, y Helena Quinteros, egresada de la carrera, fue la primera editorial del país dedicada a la publicación de obras en formato electrónico. En 1995, el sello lanzó el CD que abriría su Biblioteca eLe: Freud total 1.0. Tal como lo describen sus editores, Freud total fue “la primera edición hipertextual multimedia en CD-ROM –única en su tipo y sin par en español ni en ninguna lengua internacional– que dio cuenta de la obra y la vida de Sigmund Freud” (Bibliele, 2024, párr. 20). Se trata de una edición completa de la obra de Freud que, como sería la regla en el resto de los CD de Bibliele, incluía complementos que buscaban sacar provecho de las posibilidades brindadas por el soporte digital: un extenso aparato hipertextual de notas y voces alemanas, imágenes, registros de audio y videos.
Siguiendo ese mismo modelo, Bibliele se propuso editar en formato electrónico las obras reunidas de algunos clásicos argentinos, latinoamericanos y europeos. Por entonces, la posibilidad de reunir en un solo CD obras que en papel podían llegar a ocupar varios tomos resultaba muy atractiva. La condición necesaria para que estas ediciones no fueran simplemente una compilación de documentos digitales de texto y se convirtieran en material de consulta era el desarrollo de un programa informático adecuado. Esa tarea se repartió entre los programadores Federico Luna, Omar Seri y David Spinelli. El resultado fueron software hipertextuales de navegación amigable, que permitían búsquedas por categorías o por piezas léxicas, hacían un uso correcto para la época de la interfaz gráfica de ventanas y presentaban menús bastante ordenados de material multimedia. Salvando las distancias, para evaluar el logro técnico conviene tener como referencia que la primera versión en español de Encarta, la icónica enciclopedia multimedia de Microsoft, que presenta varias similitudes con las ediciones de Bibliele, es de 1997.
Piccoli proyectó y en parte editó una serie especialmente dedicada al período barroco, uno de sus principales intereses como crítico y poeta. En el prólogo a las obras completas de Luis de Góngora en CD, que él mismo preparó en 1999, escribía: “si es verdad que ‘el barroco es especialmente apto para un despliegue o presentación hipertextual’ (Oehrlein), una edición electrónica de estas características lo demuestra de varias maneras” (Piccoli, 1999). Además del CD de Góngora, Bibliele editó las obras completas de Miguel de Cervantes (2004), Francisco de Quevedo (2007) y Sor Juana Inés de la Cruz (2004). Este último proyecto obtuvo en 2007 el Premio “Literaturas en español. Del texto al hipermedia” al mejor libro electrónico en español, otorgado por la Universidad Complutense de Madrid y Microsoft. Detrás del premio hubo otra escena de formación extracurricular, como la de las editoras de Beatriz Viterbo con Rolle: el equipo que Héctor Piccoli coordinó para aquel voluminoso trabajo de edición estaba conformado por cinco estudiantes de Letras, Irina Garbatzky, Guadalupe Correa, Carolina Lieber, Julia Sabena y Tadeo Stein. En 2006, los últimos cuatro de esta lista, quizás estimulados por aquel trabajo, decidirían crear el sello editorial Serapis, que al poco tiempo quedaría a cargo de Sabena, su directora hasta el día de hoy. Muchos de los libros del catálogo de Serapis, que se reparte entre poesía, narrativa, ensayos y una buena cantidad de traducciones (el 50% de su catálogo), están firmados por personas que pasaron por la carrera: Piccoli, Cueto y Sonia Contardi, entre los mayores, Stein y Agustín Alzari, entre la generación que cursó con Sabena, e incluso, más recientemente, Maia Morosano, Natalia López Gagliardo y Paula Galansky, autoras graduadas hace pocos años, que en 2022 fueron incluidas en la antología 9 nueves. Narrativa contemporánea santafesina.
Por su parte, la Editorial Municipal de Rosario se puso en marcha en 1992. Se trata de un sello con financiamiento público, dependiente de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario, y no tiene una relación directa con la Escuela de Letras. Sin embargo, su actual director, Oscar Taborda, cursó unos años de la Licenciatura. Lo mismo Daniel García Helder, también miembro del plantel al día de hoy. Algunos profesores de la Facultad formaron parte de sus equipos –Martín Prieto, que fue coordinador de ediciones literarias, y Nora Avaro, parte del personal entre 2003 y 2009– y varias camadas de estudiantes han trabajado temporalmente en el sello que, desde 2014, convoca para sus pasantías exclusivamente a alumnos de la carrera. Además –y quizás más relevante a la hora de señalar el vínculo entre la EMR y la Escuela de Letras–, varios graduados tuvieron a su cargo la preparación de los volúmenes de la Colección Mayor de su catálogo.
En buena medida, aquello que permitió que la Editorial Municipal de Rosario alcanzara una llegada nacional fue el haber tomado distancia del rol meramente institucional que suelen adquirir las iniciativas de este tipo. Ahí reside una de sus características distintivas. “Aunque claramente no lo somos, tenemos un perfil de editorial independiente”, dice Taborda, “no somos una editorial que es solo funcional al Estado” (Editorial Municipal, 2017, párr. 3). Esta definición implica algunas decisiones de gestión que emparentan a la EMR con los pequeños sellos de literatura de iniciativa privada. Por ejemplo, al momento de hacer prensa se considera qué lector crítico puede empatizar con qué libro; a la hora de definir una estrategia de distribución, amén de trabajar con una distribuidora de alcance nacional, los editores eligen participar personalmente de ferias editoriales siempre que pueden; al definir los puntos de venta se preocupan porque sus títulos se consigan en las pequeñas librerías especializadas. A su vez, como otra estrategia para nacionalizar su alcance, en los últimos años la EMR ha organizado ediciones especiales de los concursos municipales que celebra habitualmente, en los que la convocatoria de participantes se amplió más allá de Rosario. Con iniciativas así, a las que se suman las antologías de poesía contemporánea argentina, latinoamericana e hispanoamericana editadas entre 2013 y 2017, o las compilaciones de ensayos críticos como 2020 y 2021,3 el sello conformó un catálogo integrado no solo por autores rosarinos. El interés en escrituras de otras partes del país y del mundo y la lectura situada de otras tradiciones evita crear, en palabras de Taborda, “un coto cerrado en el que nos leemos y publicamos nosotros mismos” (Editorial Municipal, 2017, párr. 23).
En 2001, con la edición de las obras poéticas de Felipe Aldana y Arturo Fruttero, la EMR inauguró su Colección Mayor, integrada por reediciones y obras reunidas de los principales referentes de la literatura y la crítica literaria rosarina del siglo XX. Cada volumen de la serie incluye un prólogo crítico que se detiene en el análisis del texto, en la biografía de su autor y en la descripción de la escena artística de la que formó parte. Estos estudios, que al describir directa o indirectamente el ámbito social, el contexto histórico y las disputas estéticas en que participó cada escritor esbozan en conjunto una suerte de historia intelectual por entregas de la ciudad de Rosario, están firmados en su gran mayoría por egresados de la carrera de Letras: los de Aldana y Fruttero, por Osvaldo Aguirre; el de Roger Pla, por Analía Capdevila; el de Facundo Marull, por Ernesto Inouye; el de Fausto Hernández, por Érica Brasca. También en la misma colección, con textos que son a la vez un cierre del vínculo formativo entre dos generaciones de críticos de la UNR y un gesto de apertura hacia nuevos lectores, Roberto García, Judith Podlubne y Nora Avaro presentaron respectivamente las obras de Aldo Oliva, María Teresa Gramuglio y Adolfo Prieto.
El panorama desplegado en este trabajo es sin dudas muy parcial. Por supuesto, existen numerosas lagunas y omisiones en este recorte. Es necesario mencionarlo, no a modo de pretexto, sino porque la existencia de una dinámica editorial vital depende, en gran medida, de la cantidad de personas con ideas estéticas y posiciones ideológicas diferentes que participan en ella. Al fin y al cabo, de la multiplicidad resultan más comentarios, recomendaciones y críticas de los textos publicados, más presentaciones de libros, discusiones, asociaciones, etc., y todo esto conforma a su vez el sustrato del que nacen nuevos proyectos editoriales.
Dado que no se abordó casi ningún caso surgido desde principios de siglo en adelante, conviene al menos mencionar algunas iniciativas de este período para dar cuenta de la vitalidad del campo en la actualidad y la participación que siguen teniendo en él los miembros y exmiembros de la Escuela de Letras, más allá de la relevancia de cada proyecto por separado: Junco y Capulí (2004-2006), de Gómez de la Cruz; el ya mencionado Serapis; Espiral Calipso (2008-2016), de Maia Morosano y Rocío Muñoz; El Ombú Bonsai (2009-2015), de Rodrigo Castillo, Rafael Carlucci y Nicolás Manzi, y su sucesor, Casagrande (2015), de Manzi y María Virginia Martini; Fiesta E-Diciones (2014-2017), impulsado por Mariana Catalín, Irina Garbatzky y Cristian Molina; Abend (2016-2019), fundado por Pablo Ascierto y Rafael Carlucci, quien pronto dejó su lugar a Tomás Sufotinsky, y en el que colaboró también Manuel Díaz; Le Pecore Nere (2017), codirigido por Regina Cellino y, del otro lado del Atlántico, la italiana Maria Pina Iannuzzi.
A partir del relevamiento contextualizado que plantea este artículo pueden hacerse algunas observaciones generales. En primer lugar, llama la atención que al considerar los casos particulares en los que intervinieron miembros de la Escuela de Letras sea posible describir varios de los fenómenos más relevantes de la historia de la edición de literatura en Rosario en general. En las décadas previas al recorte de este trabajo, por ejemplo, la consolidación de una escena local de revistas culturales preocupadas por la crítica literaria con El arremangado brazo y Setecientosmonos, la masificación de las ediciones baratas de un sello como Editorial Biblioteca, de la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil, las iniciativas editoriales autogestionadas y semi-artesanales de poesía de las décadas del 60 y 70. En cada una de estas instancias intervinieron estudiantes, egresados o profesores de la carrera de Letras de la UNR. Otro tanto ocurre con los casos relevados en este artículo, que dan cuenta del surgimiento de una nueva cultura editorial independiente, de la edición de libros electrónicos y de la edición con financiamiento público. Esto no quiere decir que la edición de literatura en la ciudad haya girado en torno a la carrera de Letras ni mucho menos. Pero si se tiene en cuenta que cada una de estas iniciativas se apoyó, por herencia o diferenciación, en los proyectos que la precedieron, y que, además, como se vio, muchas veces las inquietudes editoriales pasaron de una generación a la siguiente, sí se puede pensar que en la Escuela de Letras de la UNR se ha gestado una tradición de trabajo editorial, y que esa tradición responde a un ideal de praxis intelectual según el cual las ideas sobre literatura no deben “dialogarse sordamente en los pasillos académicos” (Prieto, 1986, p. 10).
De forma más general, este recorrido permite reflexionar sobre el rol de las universidades como dinamizadoras del sector editorial de una ciudad periférica o semi-periférica en la geografía cultural argentina. Como prueba este artículo, la incidencia de una universidad en un campo editorial de provincias abarca aspectos que van más allá del trabajo de los sellos universitarios en sí mismos. Esto último es especialmente cierto para el caso de una carrera de Letras: los trabajos desarrollados en su seno tienen que publicarse en algún lado, los diálogos con intelectuales y escritores de otras ciudades, que la vida universitaria propicia, casi necesariamente derivan en ideas de publicaciones. La factibilidad y las características de las iniciativas editoriales relevadas en este artículo están en relación directa con la formación, el capital simbólico y los lazos afectivos y profesionales que sus editores consolidaron en las aulas universitarias. En este sentido, el repaso histórico permite evaluar cuánto y cómo influyó en el campo cultural rosarino la existencia de esta carrera, qué cambió a partir de su creación en la escena editorial, qué participación tuvieron estudiantes y egresados en los proyectos editoriales más significativos de la ciudad. Incluso, desde una perspectiva más amplia, ya no regional sino nacional, fenómenos como los que describe este trabajo podrían considerarse como casos testigos para pensar qué rol cumplen las universidades jóvenes, y más específicamente las carreras de letras y de especialidades afines, en la aún incipiente federalización de la edición en el país.
Por otra parte, aunque editadas en Rosario, las publicaciones de estos sellos no circularon exclusivamente en la ciudad, sino que formaron y forman parte de un campo editorial que desborda espontáneamente sus límites: profesores viajeros que llevan y traen revistas, exilios forzados con libros en la valija, traducciones, una publicación que se edita en simultáneo en dos ciudades argentinas y una del extranjero, un sello que “no por ser de Rosario va a ser regionalista” (Contreras, comunicación personal), otro ítalo-argentino, una editorial municipal cuyo programa evita “crear un coto cerrado en el que nos leemos y publicamos nosotros mismos” (Editorial Municipal, 2017, párr. 23). El derrotero de libros y revistas pone en evidencia las complejas dinámicas editoriales que se ponen en juego en una ciudad semi-periférica de un país periférico como Rosario: las redes intelectuales que establecieron quienes escribieron y quienes publicaron los textos, el flujo de sus conversaciones con interlocutores de otras partes del país y del mundo propiciadas por la Universidad no alteraron las condiciones estructurales –históricas, económicas, geográficas– que determinan lo que Dujovne llama “desigualdades regionales” (2020, p. 36) del campo editorial argentino, pero sí permitieron desarrollar estrategias adaptativas para potenciar la circulación de las ediciones rosarinas.
Pierre Bourdieu (1999) escribió que “el libro es un objeto de doble faz, económica y simbólica, a la vez mercancía y significación” (p. 242). En general, esta frase, muy citada en los estudios sobre edición, ha sido utilizada para caracterizar el rol social de la cultura impresa y de quienes llevan adelante iniciativas editoriales. Es lo que hace el propio Bourdieu, cuando a renglón seguido afirma que el editor es “un personaje doble, que debe saber conciliar el arte y el dinero” (p. 242). Pero desde una perspectiva situada que tenga en cuenta las asimetrías implícitas en la geografía editorial argentina, quizás se pueda derivar de esta misma idea otra conclusión. Porque si las publicaciones editoriales son a la vez “mercancía y significación” va de suyo que se imprimen en determinado taller gráfico de determinada ciudad y se difunden en primera instancia en un circuito inmediato de interesados, pero también que su influencia simbólica puede exceder ampliamente ese lugar. Emulando el fraseo de Bourdieu, se puede decir que los libros y las revistas son artefactos culturales a la vez locales y transnacionales, cuya factura depende de condiciones de producción situadas, pero cuyo alcance es potencialmente universal.
Finalmente, es cierto que el vínculo con el resto de la sociedad de una institución que ofrece, además de una licenciatura, una carrera universitaria de profesorado quizás deba evaluarse sobre todo por la calidad y la constancia del trabajo de los docentes formados allí, que dictan y dictaron clases en los niveles medio y superior del sistema educativo argentino. Egresados y egresadas, generación tras generación, que, en pueblos o ciudades, dentro de aulas con mejor o peor infraestructura, conversan sobre lengua y literatura junto a grupos de jóvenes estudiantes. Desde ya, en este sentido también gravitan los desarrollos teóricos dedicados a la enseñanza de la lengua propuestos por profesionales de la casa y el trabajo desempeñado por quienes cumplieron funciones de gestión en el sistema educativo. Pero realizar tareas relacionadas con la didáctica y la pedagogía o llevar a cabo investigaciones de interés público en organismos estatales no fueron ni son las únicas formas que encuentran quienes pasaron por una carrera de Letras para intervenir en la esfera social.
En 1957, Francisco Urondo fue designado para organizar la Primera Reunión de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), que entonces todavía tenía bajo su órbita las carreras dictadas en Rosario. En su introducción al libro de actas de aquellas jornadas, a tono con las inquietudes de la época, y las suyas propias, que prescribían un rol socialmente activo para los intelectuales, Urondo señalaba que la Universidad pública no debería conformarse con ser una “fábrica de profesionales” (1958, p. 8). Lejos de eso, más de medio siglo después, y aun a pesar de la paulatina consolidación de los ámbitos académicos y las revistas científicas como espacios privilegiados para la discusión crítica, la consigna de Urondo parece seguir vigente. Según una tradición que hunde sus pies en el reformismo de principios del siglo XX, encuentra nombres de referencia entre los profesores que renunciaron en masa luego del golpe de Estado de 1966, y se revitalizó durante la transición democrática, los estudiantes, egresados y profesores que transitaron los salones de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR se han caracterizado por su predisposición a intervenir en los debates culturales, sociales y políticos de la época que les tocara en suerte. Para quienes hicieron Letras, formados en el tratamiento intensivo de textos escritos, el trabajo editorial constituyó un medio privilegiado para canalizar esas inquietudes.
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*Bernardo Orge es Profesor en Letras por la Universidad Nacional de Rosario. Cursa el Doctorado en Literatura y Estudios Críticos en el Instituto de Estudios Críticos en Humanidades (UNR-CONICET) con una beca doctoral de CONICET. Su proyecto de investigación doctoral, dirigido por Judith Podlubne e Irina Garbatzky, aborda las dinámicas de edición de literatura en el litoral argentino. Se desempeña como Auxiliar de Investigación de la cátedra de Literatura Argentina II de la UNR. Forma parte del PICT “Jerarquías culturales e interdependencias espaciales: centros y periferias en la evolución del campo editorial argentino”, dirigido por Gustavo Sorá y Ana Clarisa Agüero. Coordinó la edición de compilaciones de ensayos y antologías de poesía argentina e hispanoamericana contemporánea. Forma parte del equipo de trabajo del Festival Internacional de Poesía de Rosario, que codirigió en 2019 y del que actualmente es uno de los curadores.
En esta materia son muy significativos los aportes de Flavia Costa y Leandro De Sagastizábal (2016), Alejandro Dujovne (2019) e Ivana Mihal (2021). En la bibliografía de este artículo se consignan algunos de sus trabajos a modo de referencia.↩︎
Este trabajo forma parte de una investigación más amplia sobre los vínculos entre la carrera de Letras de la UNR y el campo editorial rosarino, desde mediados del siglo XX en adelante. Es el último de tres artículos. Los otros dos segmentos de la serie –actualmente en proceso de evaluación para ser publicados–, se titulan: “‘El máximo de intensidad en la edición de seminarios, revistas y libros’. La Escuela de Letras de la UNR y el campo editorial rosarino (1955-1980)” y “‘No dialogar sordamente en los pasillos académicos’. Escuela de Letras (UNR), revistas culturales y campo intelectual rosarino en los años ochenta”.↩︎
Los libros 2020. Veinte episodios de la historia de la literatura argentina del siglo XX, compilado por Martín Prieto, y 2021. Veinte ensayos sobre literatura y vida en el siglo XXI, compilado por Judith Podlubne y Julieta Yelin, fueron coeditados entre la EMR, el Centro de Estudios de Literatura Argentina y el Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria, en 2020 y 2021 respectivamente.↩︎