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https://doi.org/10.30972/clt.258009

CLRELyL 25 (2024). ISSN 2684-0499


UN LENGUAJE MÁS ALLÁ DE LO HUMANO. LA ENUNCIACIÓN POÉTICA EN LA BESTIA SER, DE SUSANA VILLALBA

A language beyond the human. The poetic enunciation in La bestia ser, by Susana Villalba

Julieta Gamboa Suárez*

Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa

jugasu@gmail.com

Recibido: 10/08/2024 - Aceptado: 10/10/2024

Resumen

El trabajo presenta una lectura del poemario La bestia ser (2018), de Susana Villaba (Buenos Aires, 1956), a partir del análisis del proceso de enunciación poética. La posición enunciativa, situada desde las figuras de un árbol, un perro y una piedra, implica el reconocimiento de un lenguaje que va más allá de lo humano. Desde una propuesta de distanciamiento del antropocentrismo y de una experiencia autocentrada del yo, los sujetos poéticos emiten un discurso crítico que aporta una visión de interconexión, horizontalidad e interdependencias vitales, en un entendimiento de otras formas de comunicación desde lo vegetal, animal y mineral.

Palabras clave: voz poética; antropocentrismo; lenguaje; enunciación; interconexión

Abstract

The paper presents a reading of the collection of poems La bestia ser (2018), by Susana Villaba (Buenos Aires, 1956), based on the analysis of the process of poetic enunciation. The declarative position, located from the figures of a tree, a dog and a stone, implies the recognition of a language that goes beyond the human. Starting from the proposal of a distancing from anthropocentrism and a self-centered experience of the self, the poetic subjects emit a critical discourse that provides a vision of interconnection, horizontality and vital interdependencies, on an understanding of other forms of communication from the vegetal, animal and mineral.

Keywords: poetic voice; anthropocentrism; language; enunciation; interconnection

Un lenguaje más allá de lo humano. La enunciación poética en La bestia ser, de Susana Villalba

Un árbol es la vida común, un ser que es multiplicidad de conversación.

David George Haskell

En el poemario La bestia ser (2018), de Susana Villalba (Buenos Aires, 1956), podemos leer una propuesta de apertura hacia las posibilidades significantes de lenguajes no humanos, a partir de un proceso de enunciación sostenido por un árbol, un perro y una piedra. Las voces poéticas, que establecen diálogos implícitos e interconexiones entre sí, activan un discurso crítico hacia la concepción de que el lenguaje humano es un espacio exclusivo, más desarrollado o sofisticado que los sistemas de comunicación de otros seres. La posición se extiende hacia una crítica del antropocentrismo y las implicaciones que este tiene como un principio de evaluación y organización del mundo.

Para activar este discurso crítico son relevantes las funciones retóricas de las voces poéticas y las distintas capas de sentido que se van generando a partir de sus relaciones, en un juego de descentramientos e interconexiones. Desde el proceso de enunciación se ensaya una visión de lo vegetal, animal y mineral que logra ir más allá de la medida y mirada de lo humano, desde la experiencia textual de autoenunciación y autoconciencia del perro, el árbol y la piedra que se opone a la puesta en el centro de los intereses humanos por encima de los de otras especies o reinos.

A lo largo de su trayectoria en el campo de la poesía, Susana Villalba1 ha transitado por un camino de experimentación y en cada uno de sus poemarios, desde Oficiante de sombras (1982) hasta La bestia ser (2018), puede percibirse una exploración muy diversa de los recursos poéticos, concebida la obra como un proyecto de investigación de las posibilidades semánticas y estéticas de la poesía, diversificando los alcances del lenguaje poético al hacerlo transitar por distintos caminos. De ahí que sus poemarios compartan una amplia veta experimental y su poética se observe mutable y dinámica.

Particularmente en lo que se refiere a la figura enunciativa, Villalba se ha interesado por indagar en las contingencias de la voz poética más allá de la representación mimética de una conciencia individual. Ha manifestado que encuentra limitaciones en las formas convencionales en las que el yo poético se suele presentar, sobre todo en la deriva confesional sustentada en una primera persona, que observa preponderante dentro del espectro de la poesía argentina de las últimas décadas y ante la que se coloca desde una distancia crítica. La autora considera que esta es una forma en la que el yo se presenta ya demasiado instituido y, por lo tanto, limitado a la presentación de contenidos emocionales muchas veces convencionales.2 En ese sentido, una de las exploraciones en torno a la construcción de la voz poética en sus textos está ligada a la presencia de personajes en el poema.3

En La bestia ser, Villalba acude a la posición del sujeto poético como personaje; en este caso, bajo la premisa de salir de una mirada autocentrada y para apartarse del antropocentrismo y de la visión piramidal en torno al entendimiento de otros seres (cfr. Villalba, 2021, 1h2m35s). Esta perspectiva alejada del confesionalismo abona en el poemario a un cuestionamiento de la focalización del yo humano como punto de partida y llegada del entendimiento y explicación de la realidad, como único paradigma de juicio en las relaciones con otros seres. De ahí que el gesto de investigar cómo se manifestarían las voces de un árbol, un perro y una piedra permita dejar en suspenso el sesgo humano en la lectura e imposición de significados sobre la realidad.

La propuesta de La bestia ser discute activamente con la noción de que la poesía excluye la ficción, o bien, adopta un lugar más ambiguo con respecto a la ficción que otros géneros literarios, por considerarse que una suerte de ética del poeta es traspasada al texto (Combe, 1999 p. 129). En La bestia ser se estarían materializando las posibilidades de una ficción poética a partir del intento por comprender la condición de otros seres en sus experiencias vitales e interacciones.4

En la elección de dar voz a un perro, un árbol y una piedra se adopta y transmite una posición ética, en la que la percepción del hombre como un ente superior, que se ha separado de su entorno y se ha impuesto sobre otros seres, es interrogada. En un diálogo sobre su proceso creativo, Villalba expresa la necesidad de filtrar el punto de vista de lo humano y reflexionar en torno a otros lenguajes y formas de comunicación:

Para mí la elección de quién habla y cómo habla en el poema es importante. Fui desarrollando un punto de vista árbol o piedra. Consideré que dicen lo esencial y entienden distintos matices del silencio; incluso el perro opina que hablar es la estrategia del animal humano a falta de belleza y de capacidad de escucha. Soy pesimista respecto de la humanidad por su inconsciencia sobre un ecosistema y la creencia de una jerarquía piramidal. (Villalba, 2020, párr. 11)

Considerando esta orientación, cabe analizar cómo se transmite este punto de vista de árbol, perro o piedra a partir de las voces poéticas y cómo estos sujetos transmiten una ética de lo vivo y de sus interconexiones más allá de lo humano. También interesa mirar cómo se comparte una crítica implícita a la idea de exclusividad del lenguaje humano, concebido como un sistema de comunicación superior al de otras especies por su nivel de abstracción, al reconocerse que, si se ensanchara la mirada ante lo que se entiende como lenguaje, se podrían percibir las potencias de un intercambio comunicativo mucho más amplio. Esto, desde mirar la identidad del sujeto poético como un espacio móvil, que cada texto individual le va otorgando (Ventura, 2016, p. 263).

Las voces poéticas en La bestia ser. Autodefinición e interconexiones

Uno de los desarrollos poéticos de La bestia ser a partir del proceso de enunciación tiene que ver con cómo se desdobla y transmite la experiencia existencial del árbol, el perro y la piedra en sus propias palabras, desde una primera persona. Desde esta posición enunciativa, la experiencia del “yo” en el poemario adquiere particularidades. Las voces del perro, el árbol y la piedra se presentan con un habla, una realización concreta del lenguaje y, en ese sentido, una subjetivación: emociones, percepciones, pensamientos, posibilidades del decir. Nos encontramos ante la paradoja de “traducir” en el lenguaje humano una experiencia subjetiva no humana. De ahí que la condición ficcional del texto poético cobre sentido.

En referencia al papel de lo literario visto desde la ecocrítica, Glen Love ha manifestado la necesidad de poner en cuestión el lugar de enunciación antropocéntrico, a partir del término ego-conciencia. Love invita a identificarse menos con el yo como reflejo y medida de todas las cosas y a reconocerse como parte de una matriz de interconexión con lo natural, asumiendo una nueva posición tanto ética como estética (1996 p. 233). El ejercicio de Villalba iría en consonancia con este distanciamiento de reproducir en el texto el discurrir de una ego-conciencia y al colocarse desde un entendimiento con otras posibilidades de percepción.

En principio, las voces del árbol, el perro y la piedra manifiestan un proceso de autodefinición, de algún modo en contraste con las delimitaciones que el ser humano ha impuesto sobre ellos. Los significados que se le dan al mundo suelen estar determinados por la mediación mental de que existen para el hombre y en función del hombre. Los sujetos poéticos relativizan las características que les han sido atribuidas desde el universo humano. El árbol suele ser percibido como un ser inmóvil, mientras que de la piedra se subraya su estatismo. La percepción común sobre lo vegetal o lo mineral resalta su quietud y su dureza. En la metafísica occidental, “está establecida la idea de que las plantas están desprovistas de un yo, convirtiéndolas en un verdadero símbolo de estupor e inmovilidad” (Marder, 2013b, p. 32).

Así, en oposición a estos sentidos generalizados, el árbol pondera sus capacidades de expansión y movimiento:

mi forma de seguir

es quedarme

y cambiar

y volver

en mí (p. 18) 5

[…]

me multiplico

dividiéndome

me ramifico

y sigo

siendo el mismo (p. 42)

[…]

mi copa son raíces

que se hunden en el cielo

[…]

resistir

sostener

esta contradicción de mi raíz

mí raíz son los pájaros

el resto es espesura (p. 16)

El árbol comparte su estar en un ciclo en el que todo cambia constantemente, y por lo tanto, no puede hablarse de una falta de movimiento. “Recomienzo desnudo de mí”, dice, para marcar la constante transformación que experimenta. También define para sí una energía contingente, el ánimo permanente del cambio, en una condición de provisionalidad:

hojas y flores

frutas

todo se pudre

alrededor

[…]

no sé si todo me abandona

o yo lo dejo (p. 39)

[…]

así como me ves

inmóvil

soy desmesurado (p. 41)

La piedra también hace referencias constantes a su mutabilidad e impermanencia, fragmentando el espacio significante que comúnmente le es asignado:

ni siquiera las piedras

tenemos una forma

que no sea otra

mañana (p. 68)

El perro suele ser definido a partir de su fidelidad ciega al hombre. Su voz en el poema se resiste explícitamente a las interpretaciones que desde lo humano se le imponen, al compartir una imagen de sí mismo alejada del sentido que se atribuye a sus acciones:

giro y giro

imaginando

que soy el viento

intento remontar

el humano interpreta

que persigo

mi propia cola (p. 26)

Respecto de esta definición de lo otro no humano desde el yo humano, particularmente del mundo vegetal, Luce Irigaray (2016) apunta a la necesidad de aprender a mirar a un árbol y no solo percibir su forma determinada para poder representarlo mentalmente y enmarcarlo nombrándolo. Más bien, se pide contemplar su ser como algo vivo y cambiante:

Designamos un abedul con el mismo nombre en primavera, verano, otoño e invierno, aunque este nombre se refiere a formas, colores e incluso a sonidos y olores, que son absolutamente diferentes según la época del año, por no decir el del día. Utilizando el mismo nombre para aludir al abedul en cualquier momento, lo alejamos de su presencia viva y nos privamos de nuestras percepciones sensoriales para entrar en presencia con él. Sin embargo, ¿no es el modo de presencia que nuestra cultura nos enseñó a considerar la verdad? (2016, p. 49)

En el proceso de enunciación hay un cuestionamiento implícito de la manera en la que la percepción humana organiza el mundo. En cómo, desde el aislamiento e individuación de los seres, estos son definidos a partir de una forma de mirar vinculada con la idea de que lo que se mira a simple vista es lo verdadero y comprobable. Las formas en las que imprimimos significado implican entonces hacer un corte de la realidad muchas veces limitante y bajo marcos que no logran otorgar al otro su presencia y existencia plena.

El acto de nombrar cobra relevancia, pues las palabras pueden simultáneamente expandir los sentidos o cerrarlos. Pueden ser un medio para crear límites y fronteras existenciales y conocimientos estereotípicos, o bien, desgarrar esos límites y proponer nuevas formas de mirar, nombrarse y concebirse. En la experiencia textual, el árbol, el perro y la piedra asumen el nombrarse como un acto para ocupar el mundo y reconocerse de una manera más íntegra.

De este proceso de autodefinición se deriva una mirada a la interconexión entre cada uno de estos seres y a su relación con el entorno, desde fronteras porosas. Árbol y perro comparten los efectos del medio sobre sí y se distinguen como parte de una extensión espacial amplia, que va más allá de sus propios límites corporales, en la que interactúan. Son conscientes el uno del otro. En otros momentos, intentan defenderse entre sí de la acción humana. El perro enuncia su compenetración con el árbol, y comparte el amor que siente por él:

no soy un árbol

no puedo

habitar su quietud

pero enamorarme es eso

me ovillo

en las raíces duras

de mi amor

tengo celos de los pájaros

abrigados

en sus ramas (p. 50)

El árbol reconoce la presencia del perro, su cercanía física, y emite también una interpretación acerca de su percepción del otro:

alrededor

cantan los pájaros

y el viento

un perro escarba

a mi alrededor

me huele

ladra

da vueltas

a mi alrededor

aúlla, salta

quiere morder

mi inmovilidad

que no comprende (p. 27)

A lo largo del texto, el árbol va reconociendo cómo se encuentra vinculado con viento, cielo, pájaros, flores, abejas, mariposas, frutos, etcétera.

En la realización del habla del perro se pone en cuestión la idea de una individualidad separada del todo y se van estableciendo conexiones, explorando las interdependencias que suelen escaparse a la mirada humana.

La piedra, a su vez, distingue el paso de otros seres sobre sí en un diálogo de reconocimiento con el espacio y con las distintas capas de lo vivo:

las ramas del sauce

me acarician

la lagartija

respira en mi humedad

el escorpión

las hormigas caminan

sobre mí (p. 65)

Se presenta entonces el entramado desde el que uno y otro se perciben y comunican. Cada uno de los fragmentos aporta el punto de vista de uno u otro tanto en momentos compartidos como en experiencias individuales. Hay una conciencia de interdependencia que se distancia de la idea de identidad, pensada desde las nociones humanas. No se está ante entidades aisladas, autosuficientes, sino que se manifiestan desde una mirada relacional.6 Una percepción sutil, detallada, se proyecta desde un cuerpo árbol, perro o piedra, en su aprehensión de lo sonoro, olfativo y táctil. No hay una delimitación precisa de ese cuerpo que parece ser conformado mediante los estímulos del exterior. Se construyen entonces espacios de simultaneidad sensorial, zonas sinestésicas, donde las cualidades materiales y sensibles del espacio se mezclan y la dimensión de la percepción no se da de manera separada.

La percepción de sí mismos del perro, del árbol, de la piedra, pasa por la construcción de un espacio en el que se logra salir de la noción del “yo” entendido en términos humanos. Su lenguaje se materializa en subjetividades descentradas que no se consideran un punto irradiador exclusivo, único. El árbol dice de sí: “soy la pluma / y la piedra / la raíz / y el pájaro” (p. 19). En los monólogos se asienta entonces el encuentro, el cual, desde la representación deleuziana, consiste en dos experiencias distintas que se implican mutuamente, se presuponen recíprocamente.

Yo soy objetivamente en relación con el otro, al haber captado algo de él (y él de mí); así que hay un devenir común a los dos, que une indiscutiblemente experiencias divergentes. Lo que siente uno es inseparable de la relación con el otro, pero no se confunde de ninguna manera con lo que él siente; los afectos y experiencias de una y otra parte diferentes, no se producen el uno sin el otro. (Guarneros Rojas, 2017, párr. 15)

El subtítulo del poemario es “Monólogos entre el perro, el árbol y la piedra”, y se estructura a partir de secciones independientes en las que se van desarrollando cada una de las voces, alternando su presencia. No obstante, puede leerse una interconexión entre las voces/personajes, pues en distintos momentos cada uno refiere cómo, desde su mirada, percibe al otro, en una posición de reconocimiento. De ahí que, a pesar de definirse como monólogos, exista una perspectiva dialógica en la experiencia de las voces poéticas. El árbol aprecia en distintos momentos la presencia del perro a su lado desde un espacio físico de cercanía:

me multiplico

dividiéndome

me ramifico y sigo siendo

el mismo

el perro aúlla

igual que mi silencio

heridos los dos

por la intemperie sutil

de lo Imposible

¿duerme el árbol?

se pregunta el perro

y se ovilla

en mi raíz (p. 45)

[…]

el perro es el mundo

donde sueño

que salto

un abismo

me despierta (p. 44)

Hay un movimiento dialéctico desde las primeras personas, una posición de conectividad. Susana Villalba apunta al respecto: “Si bien no se hablan, son perfectamente conscientes del otro. Se comunican. Y eso es a lo que se llama «inteligencia vincular», lo que podría ser un modo de lo divino” (Villalba, 2020, párr. 11).

El lugar desde el que hablan el perro, el árbol y la piedra implica cómo tales voces construyen una mirada reflexiva de los otros seres con los que cohabitan. La percepción en el texto de ese lenguaje propio, singularizado, autoconsciente, podría leerse a la luz del planteamiento de Henri Meschonnic (2007) en torno al sujeto poético. Meschonnic sostiene que el sujeto presente en el poema tiene que ver con la subjetivación del lenguaje, y no con una subjetividad psicológica o construcción de una percepción de individualidad. El sujeto poético se definiría como una posición discursiva que implica un sistema de transformación singular de un modo de decir.7 En la medida de la historicidad radical de un texto es que hay un efecto de alegoría del sujeto y esto incluye una ética y una política.

Al analizar las funciones textuales del sujeto poético Mutlu Konuk Blasing señala que el “yo” en el discurso es una función universal y de indicidad. Cuando digo “yo” digo de manera general todos los yoes. Sin embargo, el “yo” poético también puede ser escuchado como una voz individualizada. Así, la audibilidad de una voz escrita distintiva es un fenómeno notable: ¿cómo se hace audible un “yo” individualizado a través del “yo” universal del lenguaje en la poesía? El “yo” en la poesía es simultáneamente el “yo” genérico del lenguaje, así como un “yo” individualizado que resuena a través de la materialidad del lenguaje (cfr. Konuk Blasing, 2007). En este caso, la percepción del yo en los monólogos del árbol, el perro y la piedra pasa por otorgar en la lectura la entrada a un flujo de pensamiento y reconocer eso otro de una voluntad que se construye mientras se expresa. Se perciben también como la conciencia colectiva del ser árbol, el ser piedra y un tipo específico de perro ⎯uno callejero⎯ que es el que ha experimentado en mayor medida la crueldad de lo humano en su materialización de la negligencia y la violencia.

En el poemario estaría presente esa realización y materialización de un lenguaje particular más que la representación central de un yo.8 En los textos de La bestia ser, el lenguaje estaría produciendo al sujeto y no al revés (Konuk Blasing, 2007, p. 17).

La enunciación de las conexiones entre los seres otorga un panorama sobre la relación entre yo y el otro, buscando una afirmación de alteridad en el reconocimiento del yo: un yo que aprecia la diferencia e incluso se mira en ella. Los monólogos nos abren al entendimiento de que uno no puede conocer al otro o a sí mismo sin observar constantemente quién y qué está emergiendo en la relación. Así, las conciencias del árbol, el perro y la piedra manifiestan sus posibilidades de agencia frente a lo humano y reformulan críticamente la noción de vida, fuera de la órbita y la primacía del hombre. La experiencia existencial del perro, el árbol y la piedra pone en cuestión la existencia de conciencias separadas e individuales:

Olvidarse del yo a través de una experiencia repetidamente vivida es necesario porque muchas verdades biológicas sólo se encuentran en relaciones que van más allá de los seres. […] Hay una posición flexible, de fronteras maleables, en el habla monológica de cada uno de ellos, pues existe una posibilidad de la percepción de lo otro, de lo circundante, una conciencia de la no individualidad y de todos los elementos. (Haskell, 2018, p. 167)

Además del proceso de autodefinición e interconexión, los sujetos poéticos extienden su propia visión y posición ante lo humano. En los monólogos se observa la negociación y tensiones entre lo humano y lo no humano. Así como árbol, perro y piedra han sido definidos y caracterizados por el ser humano, ahora es desde su mirada que se significa al hombre.

En las voces del árbol, el perro y la piedra está presente una revisión de cómo el humano establece relaciones con ellos. Y lo que enuncian evidencia cómo el hombre prioriza la obtención de beneficios en sus relaciones con el medio, desde un ejercicio de poder y supremacía. En un momento del monólogo del árbol, se presenta la intervención violenta del hombre, a partir de la tala:

brotaron hombres

como yuyos alrededor

los vi colgarse

entre sí

enterrarse

y todos se llamaban yo […]

una sierra eléctrica el hombre

un desbande de pájaros

los distingo

por su salvaje

desmesura

vienen a mí

como un loco de sed

al espejismo

el perro ladra

salta

para protegerme

pero no alcanza

tampoco dios

mis muñones supuran

resina

el perro gime

por mis ramas

que suben a un camión

pero mañana soy el árbol (p. 46)

No obstante el ejercicio de violencia sobre el árbol, este declara su capacidad de reconstruirse, de volver a ser árbol a pesar de haber sido cercenado. El perro se suma a la crítica hacia el accionar del hombre, al asumir que ha sido maltratado y, de nuevo, señala lo limitante que puede ser la posición antropocéntrica para conocer a otros seres. Duda de la capacidad compasiva del hombre, y enfatiza la artificialidad en los intentos del humano por separarse de su naturaleza animal:

los humanos siguieron

su juego de pelota

[…]

quien conoce

el dolor

conoce al hombre

por donde pasa

hasta los dioses

retienen el aliento

sigo los restos de

su carnicería

sobrevivo

él lo llama fidelidad (p. 56)

Respecto a la enunciación de la violencia que el ser humano ejerce, Roxana Molinelli refiere las particularidades de las voces poéticas en La bestia ser:

La voz que está entre las voces, ese anudamiento que se suele llamar yo lírico, se entreverá como corporalidades conscientes de su constante desplazamiento e intervención del ‘Hombre’ sobre ellas. Árbol, perro y piedra se van figurando, son cortados, atados, arrojados, enuncian un sí mismo que se sabe plural, hilado a la trama infinita de un pluriverso, a recíprocas acciones. Afirmación rizomática, conciencia situada, frente a la unilateralidad masiva y descarnada de lo humano. (Molinelli, 2020, párr. 8)

Al respecto, en un momento, el árbol enuncia: “dentro de la semilla / mucho tiempo / me pregunté /¿vale le pena /esta violencia: / el mundo?” (p. 73), ante lo que se comprende que el ser vegetal posee una visión más allá de lo inmediato y de los tiempos lineales, una identificación con el cambio y la mutabilidad permanente, y el entendimiento de la violencia presente en el entorno como parte de un ciclo vital que está siendo constantemente intervenido por la fuerza del hombre.

El perro carga sobre sí el proceso de domesticación, pero al mismo tiempo la experiencia de abandono: “atado soy un espectáculo / miserable / sujeto a la tierra” (p. 21). Entonces es desde él que se extiende la visión más crítica hacia lo humano. Se enuncia su desconexión con el entorno vivo, y se desmiente su mayor inteligencia a partir de unas supuestas capacidades reflexivas. El perro denuncia la torpeza humana para habitar el entorno desde una forma armónica y cuestiona las propias narrativas del hombre sobre su estar en el mundo:

a diferencia del árbol

el hombre

no cayó del paraíso

nunca estuvo

cayó de la inconsciencia

de poder matar

cayó hacia adentro (p. 85)

el hombre es blando por fuera

duro en su corazón profundo

no una piedra

que atesora un secreto

cromático (p. 24)

Las voces poéticas de La bestia ser comparten una concepción del mundo en el que el hombre no es el centro de todo. Es la especificidad de cada existencia y su respeto por los demás lo que asegura y mantiene el lugar de cada ser vivo. En la reconstrucción de la voz-conciencia-subjetividad de árbol, perro y piedra se produce un espacio de nominación de subjetividades materiales que rompen con la ficción del sujeto unitario, cimentado en su reconocimiento y simultánea desidentificación. Se trata de sujetos/voces descentrados.

La palabra más allá de lo humano

En uno de los versos de La bestia ser reconocemos la intención de transmitir un lenguaje más allá de lo humano. “Hay un lenguaje de las piedras”, expresa la piedra en su propia voz, y se presenta como un ser reflexivo de su propio lenguaje y consciente del lugar que ocupa en un todo más amplio. Las trayectorias de las voces poéticas nos muestran la realización de otros lenguajes.

Como se mencionó antes, nos encontramos ante la paradoja de figurar el habla de otros seres por medio de palabras. La poesía se coloca como un territorio fronterizo, liminar, en el que se hace posible representar ese lenguaje no humano gracias al aliento poético que puede desnaturalizar los sentidos dominantes, sondear otras hablas. El lenguaje y la comunicación en el perro, el árbol y la piedra va más allá de las palabras y se manifiesta en las interacciones, en el reconocimiento de los ritmos y respiraciones de cada uno.

¿Cómo se “traduce” entonces el lenguaje del perro, el árbol y la piedra? Villalba no usa puntuación y elige versos cortos, a veces compuestos por una sola palabra, con lo que se asienta una claridad comunicativa, una suerte de discurrir de la conciencia, en un discurso fluido.9 Al respecto, apunta: “Al momento de escribir preferiría una gramática y una sintaxis que se saliera de la habitualidad. Así que cuando puedo prescindir de la puntuación, lo prefiero. En este caso me parecía que sí, estos seres no pueden tener nuestra gramática” (Villalba, 2020, párr. 10). El uso del blanco en la página y la concentración del lenguaje, su concreción, ayudan a compartir la impresión de un sistema no jerárquico, sin centro, en el que los elementos no se relacionan de manera lineal.

El mayor trabajo para Villaba fue lograr que el árbol, el perro y la piedra “hablaran” desde sí, ponerse en la piel, en la mente de ellos (cfr. Villalba, 2021). Como lo señala Roxana Molinelli, no se trataba “de consustanciarse con el otro,  encarnar sus fibras, en una suerte de sobreidentificación que se presenta como imposible, sino pensar en un desustanciarse, habitar una vida, una historia, que parece no ser propia pero en algún punto lo es” (Molinelli, 2020, párr. 6). Y es justamente a partir de este tomar distancia de lo humano que es posible encarnar otras voces y reconocer la materialidad y experiencia de otros seres desde una mirada abarcadora.

La tradición antropocéntrica ha considerado la superioridad de la estructura del lenguaje humano por su nivel de abstracción o capacidad de simbolización. También porque el hombre puede relacionar la gramática, la semántica y la sintaxis y desarrollar una facultad semiótica, así como una habilidad para combinar elementos que transmiten un significado determinado, además de la disposición para trascender el aquí y el ahora con el lenguaje (cfr. Horno, 2019). Desde esta concepción, el ser humano se asume como parte de una comunidad lingüística regida por reglas en cuyo contexto puede constituirse significado y, por lo tanto, en donde es posible un intercambio lingüístico totalmente articulado. Pero esta comunidad se ha conceptualizado como exclusivamente humana.

La pregunta es si esas características del lenguaje humano y de su realización en el habla justifican su colocación jerárquica ante otros sistemas de comunicación. Construirse como centro a partir de la lengua denota un deseo de dominio.

Lo que se subraya en La bestia ser no es tanto el nivel de abstracción o codificación de los signos, sino la posibilidad que el lenguaje tiene para establecer relaciones con otros seres. Ahí es donde el lenguaje humano falla. Desde la voz del perro se pone en cuestión la manera en la que el humano se suele comunicar:

hay cosas que no escuchan

el oído se atrofia

en animales habladores

y no ven

más que color sin tonos

trascendentes

como una botella a la deriva el hombre

no comprende

el mensaje en su interior

por el que fue arrojado

al universo

con palabras

no conoce el destino

no el mensajero

ni su propio corazón

en cada hombre una semilla de dios se pudre

(p. 36)

A pesar de contar con un lenguaje abstracto, desde el lugar de enunciación del perro, el hombre no logra estar en contacto profundo y respetuoso consigo mismo y con el entorno, y se le escapan formas de interacción sutiles. El habla humana ha servido más como una herramienta de dominación que de conexión; las palabras llevan la impronta de una comunicación muchas veces violenta.

Michael Marder plantea la existencia de un lenguaje de lo vegetal: “Desde una perspectiva fitocéntrica la conciencia no es reductible a los poderes de la representación abstracta, sino que es coextensiva con una orientación material de la vida a sus objetivos, que varían de acuerdo con las temporalidades de cada ser viviente” (2013b, p. 244). El lenguaje no solo se percibe como un medio de comunicación transparente ni como algo exclusivamente humano.

Hay una perspectiva de desconfianza ante el lenguaje humano, un reconocimiento de que en lo referente a la relación con otros seres, al vincularse de manera vertical, el ser humano ha obturado su capacidad de escucha. Se ha cerrado a un entendimiento mayor del entorno. Cómo abrir entonces la escucha a otro universo de seres y qué puede significar escuchar si no implica una relación hacia y con un ser vivo aquí y ahora presente conmigo. Para alcanzar esa forma de escuchar, primero deberíamos experimentar qué es el silencio. El silencio es el origen y el medio que nos permite escuchar a otro ser vivo. Nuestra tradición ha privilegiado el hablar en detrimento del silencio (Irigaray, 2016, p. 65). Particularmente en la experiencia del árbol, en los silencios y sus temporalidades se manifiesta una posibilidad del decirse como árbol. En voz de la piedra, también se reflexiona en torno a las potencias significantes del silencio:

no soy muda

quedé atónita

esa estridencia

de silencio

en la noche

es mi respiración

más que silencio

un idioma

que no se pronuncia

sostener el silencio

como amor

es un arte (p. 95)

Esta manifestación del silencio queda expuesta en el poema, como si el espacio poético permitiera el ensanchamiento y la dilatación de un lenguaje que hacer posible compartir y comprender una singularidad comunicativa en la que lo sutil, lo no dicho, configura el significado, como una presencia subyacente de las palabras. La poesía se presenta como una esfera susceptible de acoger este lenguaje desde su innovación, como un gesto inaugural.

En la construcción de la singularidad de un habla para el perro, el árbol y la piedra, se está cuestionando la narrativa cultural de que el humano se diferencia de otros seres por su capacidad para producir habla (Horno, 2019, párr. 5). El poemario presenta la amplitud en las capacidades de comunicación entre estos seres y el reconocimiento de la singularidad del lenguaje de los sujetos no humanos, ponderando su habilidad perceptiva y, por lo tanto, comunicativa. En torno al lenguaje y formas de comunicación no humanas, David Abram comparte:

Cada presencia percibida tiene su propio dinamismo, su propio pulso, su propia agencia activa en el mundo. Cada fenómeno tiene la habilidad de afectar e influenciar el espacio a su alrededor y a los demás seres en sus inmediaciones. La capacidad de cada cosa, ser o entidad de influenciar el espacio a su alrededor puede ser vista como el poder expresivo de ese ser. En ese sentido, todos los seres son expresivos en potencia, todas las cosas tienen el poder del habla. Claro que la mayoría no habla con palabras. Pero eso también es cierto para nosotros mismos: nuestra propia elocuencia verbal no es más que una forma de expresión humana entre muchas otras. Nuestro cuerpo, en su silencio, ya es expresivo. El cuerpo mismo habla. (2021, p. 87)

En los monólogos de La bestia ser se presenta implícita la pregunta de cómo entender la traducibilidad de un lenguaje con respecto de otro lenguaje, que pasa por la conciencia del otro y una específica percepción y definición de qué es el otro. La posibilidad del habla depende en el caso del perro, el árbol y la piedra de la intersubjetividad, de ese “influenciar el espacio a su alrededor”. El habla es entonces un fenómeno intersubjetivo, no de carácter individual.

Esto nos lleva a otro aspecto del sujeto más allá de una percepción de individualidad: percibir a alguien es considerar que tiene una existencia significativa y que su existencia tiene un significado para la propia.

El “habla” del árbol, el perro y la piedra va más allá. De las palabras y descansa en un espacio sensorial y perceptivo, en una capacidad para posicionarse y saberse parte de un todo que se comunica:

Animales, plantas, cosas, todos los seres tienen la habilidad de comunicar algo de sí mismos a otros seres. De hecho, ¿qué es la percepción sino la experiencia de ese poder gregario y comunicativo de las cosas por el cual incluso los objetos en apariencia “inertes” irradian y transmiten sus formas, colores, ritmos, a otros seres y a nosotros, y así nos influencian y envían información a nuestros cuerpos vivos, por más lejos que estemos? (Abram, 2021, p. 76).

La comunicación tiene entonces que ver con la percepción sensorial y no solo con las palabras. Sobre la investigación para sentir la voz de la piedra, Villalba comparte cómo fue su proceso creativo:

Para la piedra me fui a San Luis, a la precordillera argentina –fuera de temporada, de modo que no hubiera turistas–, a un lugar que era un enorme lecho de río seco, conformado por piedras enormes y blancas, y me quedaba ahí, sentada durante horas, a relacionarme con la piedra, a percibirla, a percibir ese silencio enorme que estaba ahí, hasta que la piedra me hablara. (Villalba, 2020, párr. 13)

A partir de este silencio, la voz de la piedra emerge desde la constante formulación de preguntas sobre su ser, de nuevo desde una posición autoconsciente (“¿existiría el mar si no lo contuviera? / ¿si no me enfrentara existiría el mar? / ¿cantaría el agua si no me atravesara?/ ¿vivir es reaccionar? / ¿vivir es responder?”, p. 33). La percepción del silencio de la roca, al definir su propio lenguaje, tiene que ver con la afirmación de su sustancia significante. Lo que se comprende desde el silencio de la piedra es su larga estadía en la tierra, el cúmulo de información que guarda al ser la habitante del planeta más antigua:

no soy muda

quedé atónita

esta estridencia del silencio en la noche

es mi respiración

hay un lenguaje de las piedras

áspero de ideas

enteras

y redondas

más que silencio

un idioma

que no se pronuncia (p. 61)

En los monólogos de la piedra, la economía de la forma se exacerba. Como si su decir estuviera marcado por la concreción, al haber depurado con el paso del tiempo los sentidos de las palabras. El hombre pierde predominancia ante la narrativa histórica de las piedras, pues llegó a la tierra mucho más tarde (Cohen, 2015, p. 46). Su posición ante el silencio se contrapone a la perspectiva humana del silencio como vacío, que la voz del perro refuerza desde su mirada:

me advierten

los hombres

en silencio no saben

si existen

quietos no saben

si están (p. 45)

El bullicio como una característica definitoria del decir humano implica, para el perro, la incomunicación con su yo profundo. El lenguaje para estas voces no humanas no es solo una exteriorización que compartimenta lo real, extrae sentidos y los fija, sino una manifestación del propio ser, también contenido este en el silencio.

Conclusiones

Susana Villalba ha compartido una idea de lenguaje de la que se desprende su poética:

No es el lenguaje lo que habla sino su descarrilamiento. ¿O su nacimiento? No soy yo en mi forma cotidiana de estar en el mundo la que escribe, esa personalidad (personaje) que se protege ante el mundo. Sí es mi voz, la que se va gestando en el estado alerta ante todo lo que el afuera trae u oculta. Es mi silencio abierto a escuchar el lenguaje antes de su big bang y mucho antes de su gramática. Pero también dispuesta a ser su big bang para proponer otras maneras de decir el mundo. (Villaba, 2019, p. 7-8)

En La bestia ser se advierte esta concepción y realización del lenguaje desde una percepción espaciosa, una relación con el mundo sin fronteras cerradas y bajo la praxis de la disolución del personaje que es el yo en el mundo, para lograr otras formas de decir más allá de lo humano a partir del catalizador de la voz poética.

La bestia ser, a partir del proceso de enunciación, irradia una toma de posición frente al mundo y frente al lenguaje. Devela la trayectoria existencial de sujetos no humanos, desde su conciencia, desde su energía vital, manifestada en la transferencia de singularidades en el poema. Tal operación textual conlleva una ética ante el lenguaje y ante el yo humano, puesto en cuestión para otorgar espacio y voz a otras formas de subjetividad.

Referencias bibliográficas

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*Julieta Gamboa Suárez es Doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Actualmente, realiza una estancia posdoctoral en el posgrado en Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa (UAM-Iztapalapa). Sus intereses de investigación abarcan la poesía latinoamericana de mujeres en la segunda mitad del siglo XX, la crítica y teoría literaria feministas y los cruces entre género, poesía y cultura. Es autora de Las fisuras del lenguaje. Discursos feministas y representaciones críticas en la poesía latinoamericana de los ochenta (CIEG/UNAM, México, 2022). Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía de 2008 a 2010. Es autora de los poemarios Taxonomía de un cuerpo (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012), Sedimentos (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2016) y El órgano de Corti (Ediciones digitales Punto de Partida, UNAM, 2018).


  1. Susana Villalba también se ha desempeñado como dramaturga, novelista y gestora cultural.↩︎

  2. La postura de Susana Villalba respecto de la propuesta confesional en la poesía argentina puede escucharse en Villalba (2021).↩︎

  3. Un antecedente en el que Susana Villalba explora la construcción de personajes a partir de la voz poética es Matar a un animal (1995), poemario en el que trabajó desde la investigación de asesinos a partir de la nota roja y la literatura policial.↩︎

  4. La ficcionalidad en la poesía ha sido revisada por Sultana Wahnón, al considerar que la mediación del lenguaje poético implica una necesaria perspectiva ficcional en el texto. El hablante lírico estaría funcionando como una entidad tan imaginaria como los contenidos por él enunciados (1998, p. 104). Dominique Combe reconoce el espacio de enunciación poética como una zona intermedia entre la ficcionalidad y la autobiografía (1999, p. 130). Por su parte, Lorena Ventura (2016) distingue el potencial ficcional de ciertas realizaciones de la voz poética, ponderando sobre todo el contexto de la enunciación.↩︎

  5. Todas las referencias a La bestia ser corresponden a la edición de 2018 de Hilos Editora.↩︎

  6. Al respecto, Michael Marder (2013a) ha apuntado sobre el tema de la identidad en el mundo vegetal: “El ser vegetal gira en torno a la no identidad, entendida tanto como la inseparabilidad de la planta del entorno en el que germina y crece, como su estilo de vida desprovisto de un yo autónomo claramente delineado” (p. 132).↩︎

  7. Para Meschonnic (2007) el sujeto del poema no es el sujeto de la lengua de Saussure con su inconsciente lingüístico, tampoco el sujeto de la enunciación, que es el sujeto del discurso según Benveniste. No se relacionaría tampoco con el sujeto consciente, unitario, voluntario, de la psicología. En el poema el sujeto es la subjetivación del lenguaje (p. 211).↩︎

  8. Esta perspectiva también estaría vinculada con el planteamiento de Mutlu Konuk Blasing (2007) quien, al analizar los efectos textuales del sujeto poético, habla de la ilusión de un yo proyectado en el texto a partir del acomodo de los particulares contenidos lingüísticos (p. 15).↩︎

  9. Con respecto a mi percepción de este “minimalismo” formal en el poemario, pongo en contraste la lectura de María Lucía Puppo, quien observa una filiación neobarroca en la obra, en tanto que los sujetos poéticos, en su devenir árbol, perro o piedra, incorporan “la máscara cosmética de la simulación neobarroca en el juego de «aparecer-otro»”, además de “subvertirse el orden supuestamente normal de las cosas” (2021, p. 7).↩︎