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https://doi.org/10.30972/clt.258025

CLRELyL 25 (2024). ISSN 2684-0499


PROGRAMÁTICA DE UNA LENGUA: EL GUARANÍ EN LA NARRATIVA DE MARIO CASTELLS

Programmatic of a Language: Guarani in the Narrative of Mario Castells

María Fernanda Libro*

Universidad Nacional de Córdoba, Facultad de Filosofía y Humanidades, Instituto de Humanidades / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

fernandalibro@gmail.com

Recibido: 30/09/2024 - Aceptado: 04/11/2024

Resumen

El presente artículo propone el abordaje de la narrativa de Mario Castells, atendiendo a las representaciones de la lengua guaraní que esta escenifica. La hipótesis que guía el trabajo sostiene que en las novelas El mosto y la queresa (2012) y Apparatchikis (2017) es posible observar la doble inflexión que ha signado al uso del guaraní, tanto en Paraguay como en la diáspora. Si, por un lado, encontramos la representación del carácter nacionalista-castrense del uso de la lengua transido por una diglosia que lo subordina al castellano; por otro lado, hallamos otras representaciones en las que el uso del guaraní subvierte la diglosia a partir de la escenificación de situaciones en las que los protagonistas despliegan un saber hacer a partir del uso de la lengua, que permite su ascenso. Esta segunda inflexión forma parte de la programática lingüístico-literaria de la que el autor se vuelve representante.

Palabras clave: guaraní; usos de la diglosia; narrativa bilingüe; lenguas indígenas

Abstract

This article proposes an approach to the narrative of Mario Castells, focusing on the representations of the Guaraní language that it stages. The hypothesis that guides the work argues that in the novels El mosto y la queresa (2012) and Apparatchikis (2017) it is possible to observe the double inflection that has marked the use of Guaraní, both in Paraguay and in the diaspora. If, on the one hand, we find the representation of the nationalist-military character of the use of the language transcended by a diglossia that subordinates it to Spanish; on the other hand, we find other representations in which the use of Guaraní subverts the diglossia through the staging of situations in which the protagonists display a know-how based on the use of the language, that allows them to rise. This second inflection is part of the linguistic-literary programme of which the author becomes a representative.

Keywords: Guarani; uses of diglossia; bilingual narrative; indigenous languages

Programática de una lengua: el guaraní en la narrativa de Mario Castells

No hay una lengua oculta, sino una omisión deliberada

de la presencia de voces y actores.

(Villalba Rojas y Paz)

1. Introducción1

En la dedicatoria de Una nación, dos culturas, de Bartomeu Melià (1988), se lee una frase apelativa que quiero tomar como clave de lectura de la narrativa de Mario Castells: “A los estudiantes paraguayos que buscan en estos tiempos la memoria de su futuro”. Esta frase encierra una aparente contradicción: la vinculación de la memoria con el futuro, y ya no con el pasado, supone menos que una reconstrucción, una invención de una memoria común. En El Paraguay inventado (1997) esta idea es profundizada principalmente al pensar la transición posterior a la larga dictadura de Stroessner, concibiéndola como una necesaria recuperación de aquello que el totalitarismo se encargó de entumecer: la memoria colectiva. Allí Melià equipara Paraguay con la cultura guaraní y realiza un llamado explícito a su invención:

Por una opción personal, doy una importancia grande a la memoria en la construcción de la cultura guaraní. Volver a las matrices de su pensamiento, de su sistema económico, de su organización social, es volver al futuro. Es un retorno hacia adelante. (p. 17)

La apelación hace eco y sigue su curso en el ensayo breve “Letrado en jopara es el astuto”, de Mario Castells (2024b). Allí, Castells vuelve sobre una frase de Melià presente en la película Diario guaraní (2006): “La identidad no se forja solamente con lo que fuimos, sino también con lo que quisimos y queremos ser”, para luego agregar:

Volver a las raíces o más bien a configurar una identidad con lo que nos dejaron requiere resolución e inventiva. No se trata solo de develar lo que ha sido negado, soterrado o desahuciado, sino que implica también volver a postular nuestras ficciones, el sentido fuerte de nuestras utopías. (p. 55)

Del mismo modo, en el prólogo de Ticio Escobar (2011) a la reedición de Las culturas condenadas (1978), el autor concluye sus líneas introductorias haciendo, también, una apelación al futuro: “Ojalá esta reedición sirva para mantener despierto el recuerdo de una vieja deuda pendiente. Mucho de nuestro porvenir depende de su cumplimiento” (p. 12). Este recorrido rápido por esta serie de textos paraguayos intenta señalar una constante: la llamada autorreflexiva en pos de pensar el futuro, comprometiendo ciertos presupuestos mínimos, históricamente ausentes, que logren torcer la trama tan largamente consolidada en torno a una identidad.

El propósito de este artículo es auscultar la narrativa de Mario Castells, principalmente sus novelas El mosto y la queresa ([2012] 2016) y Apparatchikis (2017), haciendo foco en los usos del guaraní que las novelas escenifican. Interesa observar los modos en que las obras representan tanto las apropiaciones nacionalistas-castrenses del guaraní, como la subversión de la diglosia de esta lengua que, más allá de su exaltación patriótica, no termina de transitar el largo camino de la minorización. Esa doble inflexión –la que critica la cooptación marcial de la lengua, como la que esgrime el guaraní en la diáspora, contradiciendo su minorización–, permite establecer una distancia necesaria con la tradición fuertemente sedimentada del “guaraní guerrero” del que se usufructuó durante los distintos procesos bélicos y de gobiernos de facto, como así también cimentar una programática de la lengua y su carácter comunalizante, capaz de disputar aquellos anquilosados sentidos. En esa disputa, entiendo, se cifra una programática literaria y lingüística que construye una memoria a futuro.

Antes de adentrarme en el análisis de las novelas, resulta necesario revisar un conjunto de estudios significativos en torno a las particularidades del guaraní, específicamente en su vinculación con la producción literaria. Si, a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado, el guaraní quedó adherido a un stronismo que forzó el exilio (territorial y lingüístico) de la mayor parte de los escritores paraguayos; en la transición finisecular y, más aún, en lo que va del presente siglo, se observa una emergencia de esta lengua (mayoritaria, a su vez, en la oralidad) en la superficie castellana de la escritura literaria. Esta irrupción lingüística –que venía propiciándose desde, al menos, el año 1992, a partir de los activismos indígenas del quinto centenario y la reforma constitucional paraguaya de la transición democrática–, comienza a operar en una constelación de textos como una suerte de revés de la trama de aquel guaraní nacionalista, beligerante, de tradición colorada y, paradójicamente, despreciativa de lo indígena. Sin embargo, esta emergencia debe leerse en el marco de una trayectoria sinuosa, nunca lineal, en la que el guaraní es defendido y disputado desde trincheras opuestas.

En su ensayo de 1971, “El guaraní dominante y dominado”, publicado posteriormente en el volumen Una nación, dos culturas (1988), Bartomeu Melià señala cómo “cierta literatura patriótica y nacionalista” (p. 40) echa mano del guaraní, concibiéndolo como signo de un “idílico mestizaje biológico” (p. 40) en el que la lengua sería el resultado acabado de la mezcla de razas y de culturas. Se trata de una lengua nacional, en la que el guaraní habría dejado de ser indio, sin dejar de ser guaraní. Es decir, un triunfo de la avanzada colonial en el que, más allá de la diglosia que el mismo autor señala y que se consolidara con los procesos de alfabetización masiva pos independencias nacionales, no deja de consagrar al guaraní como lengua distintiva, rúbrica de lo nacional y del nacionalismo.

Esta misma imbricación entre nacionalismo (castrense, principalmente) y el idioma guaraní es analizado por Wolf Lustig (2009) a partir de un corpus tripartito en el que confluyen las revistas de propaganda durante la Guerra de la Triple Alianza, las canciones de Emiliano Fernández durante la guerra del Chaco y la ensayística patriótica-nacionalista de Natalicio González en tanto exponente principal de la intelectualidad del coloradismo. La hipótesis que sostiene Lustig es que en este corpus se entronca la identidad nacional paraguaya con las raíces indígenas “y, en concreto, con la antigua sociedad tribal tildada de ‘raza guaraní’, una etnia que se estiliza como modelo de una nación guerrera” (p. 526). La evocación de la figura del cacique Lambaré durante la Guerra Grande, que torna evidente la filiación al pasado indígena;2 la guaranización de la narrativa de la guerra del Chaco, en la que “las metáforas y el sistema de valores se tiñe –a través de la lengua y sus conceptos– de un aura tribal indígena” (p. 535); y la concepción del guaraní en tanto estructura aglutinante –de unidad e identidad– de la nación por parte de un vocero indiscutido del coloradismo, permiten a Lustig trazar una cronología clara del atravesamiento chauvinista que incita la apelación del guaraní. Dicha estilización de la “raza guaraní” no halla un correlato en la relación del Estado nación y las parcialidades étnicas que habitan el territorio, en tanto y en cuanto las culturas tribales que coexisten con dichas modelaciones no han dejado de ser sometidas a un largo proceso de expoliación, alcanzando un alto riesgo de desaparición. Es decir que se rescata, se modeliza y se idealiza una figura de lo guaraní, al tiempo que se expolian y aniquilan otras comunidades indígenas. Porque el guaraní que se reivindica es el guaraní criollo o paraguayo que, siguiendo la distinción que propone Bartomeu Melià (2011), difiere del guaraní indígena y del guaraní jesuítico o clásico.3

Con todo, este guaraní paraguayo ampliamente desplegado en las tres instancias históricas aludidas por Lustig, y que derivará en la opción mayoritaria por el castellano en los escritores disidentes de la dictadura de Stroessner, no deja de acusar en ellos mismos una disociación flagrante entre cosmovisión y lengua. Pues, como señala Damián Cabrera en relación a Augusto Roa Bastos y Rubén Bareiro Saguier, no dejan de ser “opositores de un indigenismo nacionalista en Paraguay, que operaba fundamentalmente vaciando de lo indígena las representaciones de los guaraníes” (2016, p. 4).

Esta contradicción asoma en el prólogo que Roa Bastos hace a Las culturas condenadas (1978), en el que sostiene:

En cambio, las literaturas escritas en lengua “culta” de sociedades dependientes y atrasadas como las nuestras, distorsionan y artificializan las modulaciones del genocidio colectivo; sobre todo en países como el Paraguay en cuya cultura se agudizan al máximo los problemas derivados del bilingüismo –guaraní/castellano– y la inevitable diglosia por la relación de dependencia entre la lengua “culta” –dominante– y la lengua oral y popular –dominada–; escisión que determina el fenómeno de alienación cultural más peligroso en la base misma de una cultura que es la lengua. (p. 24-25)

Este abigarrado fragmento de Roa contiene al menos tres afirmaciones rotundas: la primera, que en el Paraguay se perpetra un genocidio colectivo, cuyas víctimas directas son las parcialidades étnicas, pero en cuyo derrotero es posible leer el porvenir de una nación sometida, aunque lo ignore, a un proceso igualmente violento de colonización. La segunda, que en la lengua literaria del Paraguay se ratifica el carácter diglósico del guaraní, la lengua de las mayorías populares que, más allá de las políticas de normativización y estandarización lingüística que ya se iniciaban por los años en que se escribe dicho prólogo (Villalba Rojas y Paz, 2024), no alcanza el estatus del español. Y, tercera afirmación, que tal proceso de disociación entre la lengua del pueblo y la lengua de la literatura es determinante en la desintegración cultural que sufre el pueblo paraguayo, en tanto y en cuanto la lengua de las mayorías no es la lengua de sus producciones simbólicas.

En el mismo sentido, Rubén Bareiro Saguier (1990) decía en De nuestras lenguas y otros discursos:

La literatura en guaraní, en la actualidad, ha perdido su condición de servicio, pero sigue siendo marcada por el signo de la dominación colonial. En efecto, como no ha superado el complejo de inferioridad colonial, se limita a ser vehículo de la expresión folklórica (…). La Obra de Arte sigue escribiéndose en castellano, lengua de prestigio cultural. Con lo cual, el escritor paraguayo, que conoce perfectamente el guaraní pero no escribe en esa lengua, asume plenamente la condición de escritor colonizado. (p. 43)

Entre el prólogo de Roa Bastos y estas líneas de Bareiro Saguier, el guaraní ha dejado de ser la lengua en que se cantan las loas “al único líder” (Castells, 2016, p. 61), pues ha concluido ya la larga noche stronista. De allí que Saguier señale el fin de su “condición de servicio”. Sin embargo, la lengua de prestigio, la que es meritoria de ingresar a la cultura letrada, aún no ha dejado de ser el castellano.

Este carácter esquizoide del guaraní, confinado, por un lado, a los dominios de un folklore nacionalista; vuelta, por otro, lengua de exaltación del patriotismo; y reclamada, por último, como deuda pendiente de la lengua literaria en procura de su descolonización, constituye, como puede observarse, una incitación reflexiva constante. No casualmente, entonces, Mario Castells coloca, a modo de epígrafe del capítulo introductorio a su estudio en torno a la obra de Carlos Martínez Gamba, una cita de Wolf Lustig en la que se lee: “¿A dónde va el guaraní literario en el contexto de la diglosia y el perpetuo contacto con el español?” (Lustig citado en Martínez Gamba, 2022, p. 47). Y es que la respuesta a esta acuciante pregunta está, precisamente, en La selva migrante: Carlos Martínez Gamba y el exilio de la lengua guaraní (Castells, 2022). Ese páramo cultural del Paraguay transido por un stronismo perpetuado que llevó a “los intelectuales probos” (Castells, 2024b, p. 12) a trajinar los caminos del exilio, encuentra en la obra de Martínez Gamba una trinchera de resistencia, apuntalada a fuerza de guaraní literario. En esta figura confluyen una estricta “vigilancia escrituraria” (p. 26) nacida de un exilio que lo llevó a escribir en guaraní como forma de acercarse a su tierra natal; un rescate de esa lengua de los confines del folklore; y una apelación permanente al enorme acervo de literatura oral de las culturas tribales. Esta implementación de un guaraní literario, reivindicado más allá de los usos del folklore nacionalista y capaz de abrevar en las oraturas indígenas4 hacen de Martínez Gamba un faro al que Castells pondera como quien “habilitó una posibilidad, inventó la narrativa moderna en guaraní” (p. 111). Es decir, como un precursor indiscutible dentro de esa programática de la lengua en la que la obra del propio Castells se entronca. “Las historias de nuestro autor echaron mano de la oratura y fagocitaron su avance por otras picadas” (p. 50): esta imagen del escritor caminante de una selva que contrarresta el colonialismo cultural y lingüístico abriendo otros senderos que permitan intersecar la vasta tradición oral del guaraní con una producción ficcional letrada y moderna, ilustra de manera precisa la centralidad de un autor “piedra de toque” de un programa al que la narrativa de Castells asiste.

Desde estas premisas es que la obra Castells se enmarca en el proyecto de esa generación de la que Damián Cabrera (2016) señala la osadía de incorporar el guaraní como lengua literaria: “A partir de la última década del siglo XX, autores paraguayos, brasileños y argentinos han osado hacer del guaraní lengua literaria, aun cuando esta se dijera en la encrucijada fronteriza, amenazada por las lenguas coloniales que la acorralan” (p. 11). La osadía debe ser señalada pues no va de suyo que el guaraní, más allá del largo derrotero de cooptación y colonialismo, sea lengua literaria. La narrativa atrevida de Castells, que disputa con la larga tradición nacionalista-castrense los usos del guaraní y que abre esa lengua a un más allá de las fronteras nacionales, presenta al menos dos inflexiones claras dentro de esta programática, a cuyo análisis están destinados los apartados siguientes.

2. El guaraní macho y colorado de El mosto y la queresa

En este apartado voy a centrarme en el análisis de una de las dos novelas de Mario Castells que propongo como casos de estudio de las representaciones de las ideologías que se trasuntan en el uso del guaraní. Cada una de ellas será abordada en sus particularidades y no a través de un diálogo entre ambas, ya que El mosto y la queresa toma como escenario al Paraguay de Stroessner, en los últimos años de la década de 1970 y los primeros de la siguiente, a partir de la historia de personajes del interior paraguayo de tradición rural; mientras que Apparatchikis se emplaza en una Buenos Aires de la primera década de los años dos mil, y su protagonista es un hijo de paraguayos en la diáspora. Inicio este análisis exponiendo esta distinción porque, precisamente por esta diferencia de escenarios, la ideología subyacente a los usos del guaraní difiere, y cada uno de estos usos se presenta como paradigma de las dos inflexiones que señalé en la introducción a este trabajo.

Las primeras líneas de El mosto y la queresa nos instalan en la escena campesina, reconstruida desde la perspectiva nostálgica con la que se recuerda al valle de Ñeembucú, “el largo derramadero de agua” al que se alude en los agradecimientos iniciales, desde la distancia. Emigdio Rivarola, el protagonista de la novela, camina bajo el sol junto a su caballo hacia el estero, para bañarse: la reverberación de la escena grabada en la memoria de su hermano menor, narrador de esta historia, se expande aún más en la melodía silbada por Emigdio: la polca “1° de Marzo”. Es decir que, en pocas líneas, el ambiente de la narración conjuga la tradición más cara al pueblo paraguayo (la polca de Emiliano Fernández contiene alusiones precisas a la bandera tricolor, al Mariscal Solano López, y su título alude al Día Nacional de los Héroes), con la remembranza de una ruralidad bucólica reconstruida desde la distancia temporal y espacial: el narrador es ya adulto y reside en Argentina desde los primeros años de su juventud.

El primer diálogo de la obra se da en guaraní:

Luego de terminar, apoyó los labios junto a la oreja del animal y le dijo: Epyta ko’ápe, chera’ýto. Aháta ajahu ha upéi jaha jeýtama rógape. Lo que en karaiñe’e equivale a: Esperame aquí, amiguito. Me voy a bañar y luego vamos nuevamente a casa. (2016, p. 12-13)

Karaiñe’e es el español o, traducido literalmente, la lengua del señor. Esta estrategia de introducir primeramente los diálogos en guaraní para, inmediatamente después, ofrecer una traducción, va cediendo a lo largo de la narración para dar lugar a la irrupción de palabras o frases breves en guaraní que ya no son acompañadas por su versión en karaiñe’e. En cualquier caso, el lector no es arrojado a una lengua extraña, ya que el volumen está acompañado de un glosario en el que se explicitan, ordenados alfabéticamente, los significados de cada una de las palabras no traducidas en el texto. Cuando la traducción se hace presente, aparece generalmente entre paréntesis, sin que medien transiciones de intromisión del narrador. Sin embargo, hay ciertos pasajes en los que este se entromete, sin privarse de opinar sobre la eficacia de esa lengua originaria de los diálogos:

¡¿Peñorairose piko, arriero hy’eguyre partida?! vociferaba con su 38 Emí en la mano y encaraba hacia los cachorros belicosos que estaban en cercanías. (…) ¡¿Quieren pelear, partida de inútiles?! convidaba el viejo. ¡Qué eficacia poética la del jopara y hay quien cree que es un habla vulgar e inculta! (p. 15)

En esta toma de posición respecto del jopara, Castells participa tangencialmente de un debate en torno a qué guaraní es digno de ingresar a la expresión literaria. Es la pregunta planteada, de manera directa, por Wolf Lustig en su conferencia leída en Ámsterdam en 2004 (de la que Castells toma el epígrafe que introduce su estudio sobre Martínez Gamba que se citó en la Introducción de este artículo), titulada no casualmente “Los dilemas del guaraní literario: entre ‘el horrendo dialecto yopará’ y el ‘ñeꞌẽporãhaipyre’”.5 No es propósito de este trabajo recuperar los posicionamientos que se han venido explicitando en torno a los usos del guaraní literario; pero es preciso no dejar pasar inadvertidas las tensiones vinculadas a políticas lingüísticas que atraviesan esta emergencia de la lengua guaraní en la escritura literaria. 6

Más allá de ese posicionamiento explícito en relación al jopara, en la novela se van colocando, a modo de índices del trasfondo ideológico que subyace a los usos de la lengua, ciertos mojones de información que permiten a un lector no paraguayo ni guaraní-hablante reconstruir todas las marcas de identificación puestas en juego. En dichos indicios me detendré a continuación.

Las vicisitudes por las que atraviesa Emigdio son todas relativas al cortejo de las muchachas bonitas del pueblo. Sin embargo, en estas sencillas historias de romances mejor o peor logrados, se cuelan las fricciones de una sociedad transida por las guerras y el totalitarismo político, cerrada sobre su “insularidad colonial y mediterraneidad geográfica” (Cabrera, 2016, p. 5), y con una “endeble y autoritaria superestructura política” (Castells, 2024b, p. 11). Entonces, cuando el narrador reconstruye la historia y señala que “lo más complicado comenzó, como ya dije, al tratar con sus cuñados, que de mala aceptación primeriza cambiaron a boicotear el noviazgo cuando se enteraron que nuestra familia era de larga tradición colorada” (2016, p. 21), esas andanzas inocentes entre romances malogrados se espesan bajo la sombra de las aporías políticas irresueltas.

En el protagonista se evidencian tanto un machismo sedimentado en conversaciones entre varones –“Siempre la mujer es peligrosa, pariente” (p. 22), le aconseja el tío Kelí, “hombre de visión” (p. 22), a Emigdio–, como el desprecio por toda posible vinculación al mundo indígena (“Ya no tenía ninguna gana de pasar la noche buena en casa de ‘esos indios’, como les decía”, p. 25). Esta superposición de ideologemas en el protagonista no es, con todo, puesta en tela de juicio por el narrador, sino que es reconstruida desde las sutilezas de una cotidianeidad campesina en la que el discurso autoritario, de raigambre machista y anti-indígena, permea por una multiplicidad de afluentes:

Escuchábamos las noticias del programa “Tardes campesinas”, una especie de radio so’o institucionalizado. Por ese medio sabíamos de las carreras que se harían, de quienes pedían a sus familiares les esperasen en la ruta con montados, del precio del algodón, de las convenciones del Partido Colorado, de los cumpleaños, los casorios y los entierros, de las novenas para los difuntos, de los bailes sociales o las fiestas patronales con sus rezos, comilonas y bailongos. A cada rato sonaban las polcas tradicionales: “Colorado”, sobre todo, mucho menos, “18”, “Cerro”, “Olimpia” y la tan repetida “General Stroessner” que no parábamos de apreciar, especialmente esa parte que dice: “ha ñamulamba umi ava tie’y me umi ndohaihuíva ku ñãne retã” que significa mucho más que “correremos a todos esos indios impertinentes que no quieren a nuestro país”; era una frase de gran contundencia viril, una frase mágica que nos encomendaba un despliegue de fuerza y patriotismo únicos. (p. 41-42)

La configuración anti-indígena encuentra sus amplificaciones en la vergüenza por el supuesto subdesarrollo que aqueja a los habitantes de Laureles, esta ciudad del interior del interior, cuando Emigdio viaja a la ciudad capital de Ñeembucú, Pilar, y vuelve a relatar lo vivido a sus compañeros: “¿Vieron alguna vez calle asfaltada, mis amigos de Dios? Ahí lo que querés podés encontrar. Una ciudad es ciudad porque tiene asfalto. Eso es vida en sociedad, ¡vida de alta quilática! Nosotros todavía somos como indios, compañeros” (p. 50). Del mismo modo que se amplifican las representaciones del machismo, de esa suerte de virilidad construida a base de tradición ganadera, armas, rigor hacia las mujeres y adhesión a Stroessner: “Los ganaderos más potentados y otros habituales vyrochuscos desenfundaban sus revólveres cada vez que sonaban los himnos partidarios y las loas al único líder y disparaban al cielo hasta descargar el total de los proyectiles del tambor” (p. 60-61).

En la mujer y en las cabezas de ganado se centran, entonces, los dos frentes de batalla librados por este protagonista que, más allá de sus peripecias amorosas, no escapa a la configuración que el narrador ofrece de todos sus coterráneos. Entonces, si en la astucia del embustero que finge un estatus que no tiene descansa su posibilidad de acceder a un buen partido amoroso, en la experiencia en el abigeato descansará su capacidad de disputarle a la prepotencia de los terratenientes avenidos sus intenciones de robarle su prenda. Y en ambas contiendas será la lengua la que medie al momento de dirimir los conflictos. Las escenas de cortejo, así, no son ajenas a la disyuntiva diglósica: “El quebranto de casi haberla perdido en manos de otro galán le abrió a mi kapéto el ingenio y el castellano” (p. 32); como tampoco lo son las de disputa con los padres de la amada: “Naimo’aingo che, respondió mi hermano. Dudando en qué idioma expresar su enojo, primeramente lo hizo en guaraní pero, dándose ínfulas siguió en castellano y terminó en jopara…¡En esta época!... Vinieras a insultarme, señora Pabla Albornoz… ¡Con tu mucho 6° grado!” (p. 90). Esta escena de conflicto, en la que Emigdio plantea a los padres de Reina sus intenciones de irse a vivir juntos antes de contraer matrimonio, que desata primero la furia de la madre y la respuesta recién transcripta de Emigdio, remata con la aprobación por parte del padre que, ante la postura intransigente del pretendiente, responde: “Muy bien, mi amigo. Me parece que su postura es de un macho” (p. 91). Se va configurando, así, un uso del guaraní paraguayo que, sin dejar de estar minorizado ante el castellano, ostenta los mismos rasgos que Lustig y Melià señalan en la tradición nacionalista: la virilidad del “macho” patriota y el desprecio hacia lo indígena.

Esta representación del guaraní en la novela contrapuntea con las distintas inscripciones que de la misma lengua ha venido realizando Castells en forma de programática. Me detendré en dos especialmente significativas. La primera de ellas es su participación en el volumen Lenguaje. Poesía en idiomas indígenas americanos (2015), junto a los poetas indígenas Liliana Ancalao, Juan Chico y Lecko Zamora. En esta publicación, en la que confluyen la lengua mapuzungun, guaraní, qom y wichí (“Lenguas forzadas al aislamiento, con la potencia de su música y el desafío de su sobrevivencia”, como se lee en la contratapa), Castells inscribe al guaraní en una constelación de lenguas indígenas, contradiciendo la impronta nacionalista y anti-indígena tradicional del Paraguay, y recolocándola junto a las lenguas minorizadas de la región. Castells re-etnifica el guaraní, sin dejar de explicitar su ligazón con el Paraguay. Vemos entonces cómo, en poemas como “Ñeembukungua”, la voz poética parece confluir con la voz del narrador de El mosto y la queresa: “Desde las riberas del Piraguasu/ hasta allende el cenizal,/ incluyendo el Pikyry,/ soy del Ñeembucú./ Soy de los esteros,/ de estos grandes riachos sin prisa” (2016, p. 28), recreándose la escena rural paraguaya con fuerza. Mientras que, en otros poemas como “De niños sobrantes”, en el que la voz poética camina por el camposanto de Acosta Ñu y acusa a Sarmiento y, en su figura, a la caballería imperial por la masacre de niños en la Guerra de la Triple Alianza, este Fiscal de sangre7 se vuelve querellante de la misma causa en la que confluyen las otras parcialidades indígenas representadas en la antología.

La segunda inscripción del guaraní que realiza Castells y que me interesa recuperar aquí se cifra en el “Resumen identitario” con el que se presenta como redactor de la revista digital Tierra roja (s/f): la primera frase del resumen se encuentra entre unas comillas que encierran una cita, una declaración de principios y una de las claves de lectura más importantes de su proyecto literario y lingüístico: “No soy un aculturado”. La remisión a José María Arguedas y su discurso al recibir el premio Inca Garcilaso de la Vega en 1968 es inmediata. Hay aquí un juego de espejos: si el peruano se describía como “un individuo quechua moderno que, gracias a la conciencia que tenía del valor de su cultura, pudo ampliarla y enriquecerla con el conocimiento, la asimilación del arte creado por otros pueblos que dispusieron de medios más vastos para expresarse” (Arguedas, 1968); Castells se presenta como parte de una tradición paraguaya –regida por las figuras tutelares de Bartomeu Melià y Carlos Martínez Gamba, claro–, en las que el guaraní es capaz de ingresar a la cultura letrada, liberada de su cooptación marcial, enriquecida por la oratura de las parcialidades étnicas –de las culturas condenadas, parafraseando–, y, sin dejar de remitir a un Paraguay amado incluso en sus contradicciones más hirientes, abriéndolo a una regionalidad que destraba la férrea cerrazón fronteriza que lo volvió una isla rodeada de tierra.

Pero aún hay algo más: en la edición de 2016 de esta novela, editada por la Municipalidad de Rosario, se encuentra hacia el final un Glosario, acompañado de una serie de aclaraciones relativas a la transcripción del guaraní y de una breve reflexión en primera persona sobre los usos de esta lengua.

Dada la relación de bilingüismo y diglosia existente en el Paraguay, en varias oportunidades que escribo el habla popular utilizo el idiolecto conocido en Paraguay como jopara (variante muy popular del guaraní paraguayo, marcada por su avanzada castellanización a nivel léxico), que no es más que el fondo que remonta a superficie de la relación de tensión y beligerancia entre ambos territorios lingüísticos. He tratado de zanjar en la escritura una serie de problemas que atañen a la complejidad surgida por la interpenetración de estas lenguas en el habla, no sé con qué éxito. (p. 106)

La sola presencia del glosario da cuenta ya de la construcción de un destinatario que trasciende las fronteras paraguaya y guaraní-hablante. Pero, además, esta reflexión en relación a la presencia del guaraní, “ese fondo que remonta a la superficie”, reenvía, otra vez, a los desvelos de José María Arguedas en torno a la lengua de sus obras y que con tanta justeza expresara en “La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú”:

¿Cómo describir esas aldeas, pueblos y campos; en qué idioma narrar su apacible y a la vez inquietante vida? ¿En castellano? ¿Después de haberlo aprendido, amado y vivido a través del dulce y palpitante quechua? Fue aquel un trance al parecer insoluble. (…) Bajo un falso lenguaje se mostraba un mundo como inventado, sin médula y sin sangre; un típico mundo “literario”, en que la palabra ha consumido la obra. (1968, p. 169)

La preocupación de Castells es heredera de aquel desvelo arguediano.

El narrador de esta novela declara, casi al pasar, su “vocación de espía”, esa que lo lleva a narrar la “memoria del amor” (2016, p. 58) con una “obstinación de anticuario (…). El brujo y su magia, me lo explicó un día Darío Castelví, un cuate. Eficacia simbólica, me dijo y esa frase me quedó para siempre en la cabeza” (p. 58-59). Ese “cuate” nombrado allí como el responsable del amor al artificio, a la literatura sin más, es el protagonista de Apparatchikis: alter ego de Castells en varias de sus obras, Darío Castelví pone un pie apenas perceptible en la primera novela del autor para ensanchar su presencia en lo sucesivo de su narrativa.8 A esta segunda obra me aboco en el apartado que sigue.

3. La astucia del lenguaraz: un guaraní de ascenso en Apparatchikis

Darío Castelví, el narrador y protagonista de Apparatchikis, es un mitilante rentado del Movimiento Nueva Izquierda de Rosario –de Villa Gobernador Gálvez, más precisamente–, pero que ha sido llevado a integrarse a la militancia universitaria de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en los agitados meses de elecciones universitarias de 2005.9 Lejos de la reconstrucción bucólica de la ruralidad paraguaya de la novela anterior, la atmósfera de esta obra está ensombrecida por el tráfago urbano, el consumo problemático de sustancias y los problemas de organicidad de una izquierda atravesada por la desconfianza y la sospecha: “Así, tapando el cansancio con cocaína, con cinismo, real-politik, empecé a gestar la escritura de este relato” (2017, p. 17). Para el narrador, que nunca se despega de su origen de clase trabajadora del interior –es un profesor de Historia, que reiteradamente expresa haber preferido ser trasladado a las estructuras gremiales del Conurbano– este destino porteño universitario no deja de ser una aventura a las zonas de un saber que siempre se le presentó seductor y escurridizo: las clases de un Nicolás Rosa irónico y provocador; o la acechanza a un David Viñas del que se dice que ya no pisa las aulas. Ese es Darío Castelví: un personaje sagaz, con berretines10 intelectuales, hecho de experiencias espesas que aguzaron una mirada irónica y una distancia prudente con casi todas las cosas, que sólo se achica cuando interviene el Paraguay. De hecho, incluso su pertenencia política es definida desde esta posición castelviana: “Se sabe que para los troskos, que nunca dirigimos nada, ser un dirigente, la mayoría de las veces es posar como tal” (p. 17-18).

El Paraguay aparece por primera vez a través de la figura del Negro Energy, en cuya familia vuelve a recomponerse el ambiente familiar coloradista de El mosto y la queresa:

El ánimo del Negro no podía dejar de imitar la primavera. Volvía de Merlo, donde vivían sus padres, con quienes había roto relaciones al entrar a militar en el partido, hacía un año. Sus padres, chaqueños de origen paraguayo, no andaban con vueltas ni sofisticaciones. El padre era un sub-oficial del ejército retirado, estricto y violento a la manera norteña. Su madre, un ángel sumiso y culposo. (p. 26)

Y vuelve a explicitarse cuando Castelví reconstruye para sus compañeros de militancia su trayectoria en el Partido, entrelazada a la procedencia política de su familia paraguaya:

¿En qué año entraste al MAS, cabeza?

En el 87, cuarto año del secundario. 1987-88 fue una época bien loca y prolífica. Pero también marcaba el inicio de una decadencia: Para nosotros la muerte de Luca se pegaba a la de Moreno. Yo tenía 17 años y flasheaba con los pibes del MAS que agitaban en todos los recitales, en Rosario, en el Sportivo, en la sala Mateo Booz, como acá, en el Parakultural y después en Cemento. Y aunque en mi familia pesaba el berretín stalino-guaranítico, yo me hice trosko y rockero… (p. 30)

En adelante, hay tres instancias de remisión a la cultura paraguaya-guaraní en las que me interesa detenerme puntualmente, pues constituyen las formas en que el programa literario-lingüístico de Mario Castells se hace presente en la obra.

La primera se encuentra en una discusión de bar, de las que abundan en la novela, en la que la confrontación escala y Darío Castelví, experimentado en las reyertas partidarias, decide salir a la vereda para tomar aire e interrumpir la escena. En esa transición, transcribe un fragmento de un poema sobre el colibrí, entre comillas y en cursivas:

“¿Algo tienes para comunicarnos, Colibrí?/ ¡Colibrí, lanza relámpagos!/ Pues, ¿el néctar de tus flores te ha mareado acaso, Colibrí?/ ¡Colibrí, lanza relámpagos, lanza relámpagos!” (p. 34)

El colibrí es un ave presente en todo el continente americano y se encuentra en la mayoría de los relatos cosmogónicos indígenas. En el caso de las culturas tribales de la familia guaraní, León Cadogan (1961) puntualiza que, dentro de la rama guayakí hay dos especies de colibrí: k-mino, el colibrí común; y k-ruma, que también es “pájaro del trueno-rayo, se asemeja a (es una especie de) colibrí. En resumen, puede decirse que existe una estrecha relación entre Chono, el Trueno-Rayo, y los Pájaros del Trueno o Chono-Kymbwara –entre ellos Ki-mino y K-ruma, picaflores– y el alma humana ‘espiitual’” (p. 43). El colibrí es concebido, además, dentro de la cultura guayakí, como confidente y consejero del chamán: “Nosotros, los oporaívas, (cantores, chamanes) nos dejamos conducir por Maino (colibrí)” (p. 44). En la rama Mbya, “el colibrí surge de la oscuridad primitiva simultáneamente con el creador, revoloteando las flores que adornan su gorro ritual” (p. 44). Finalmente, Cadogan apunta que, dentro del folklore paraguayo, “el colibrí sigue siendo un mensajero del más allá” (p. 45), es decir que sostiene el carácter de ave mensajera y guía que le adjudicaran las cosmovisiones étnicas.

El fragmento transcripto en la novela pertenece a un poema de la cultura Chiripá, recopilado por León Cadogan en 1955: “La letra deja verlo [al colibrí] acompañado de relámpagos (atributo de las deidades) y mareado por el ‘néctar de las flores’ (nombre religioso de la chicha o kaguy, (…) la que es consumida en celebraciones y danzas rituales)”, como apunta Fernando Laprovitta (2016, p. 27-28). Su introducción en la narración no está acompañada por ninguna referencia que permita al lector interpretar su connotación. Sin embargo, emplazado allí, este fragmento del poema permite inferir que el narrador prevé la proximidad de momentos decisorios y acude a las rogativas ancestrales a modo de plegaria, haciendo presente, sino la lengua, sí la cosmovisión guaraní.

La segunda instancia en la que voy a detenerme tiene que ver con la introducción del guaraní en la superficie castellana del texto y anticipa ya la impronta que se profundizará en la tercera instancia: un uso del guaraní que no sólo expone un saber hacer que permite una hazaña en el protagonista, sino que también promueve su ascenso. La escena que propicia su primera aparición transcurre en medio de la excursión del narrador guiado por Virginia (la compañera de militancia a la que corteja) hacia la villa La Bonorino, en procura de cocaína. “Iba con un pombero comegato, tan ordinario y caballero como requería, que entonaba un estribillo de hip hop en guaraní: “Lócore roime / lócore roime”. (¡Locos estamos, locos estamos!)” (p. 50-51). Una vez más, como al inicio de la novela analizada con anterioridad, la emergencia del guaraní se presenta entre comillas y acompañada por la traducción. Y da una descripción semicifrada de la doble filiación del narrador: pombero –esa leyenda rural guaraní paraguaya– y comegato –aquel apelativo tristemente célebre con el que se identificó a la población rosarina en los tiempos más difíciles de la crisis de 2001–. En el avance por la villa, Castelví va afianzando la línea comunicante que le permite sortear, por medios que Virginia desconoce, posibles altercados: “nos metimos y llegamos a una cancha de vóley repleta de paraguayos. Empecé a pensar en guaraní y a murmurar en ese idioma” (p. 51). Virginia se mantiene alerta, paranoica y veloz en los movimientos, mientras Darío se relaja al ritmo de las cumbias que suenan por doquier.

Y yo, que no me paranoiqueba nunca, me senté en una mesita del kiosco de al lado y pedí una fresca para compartir la conversación con dos viejos ‘valle’ que estaban sentados en cómodos sillones de camping en la vereda.

¿Mba’eiko la porte, los amigos?

¡Jarýi, che kuáte!

Les invité mi cerveza pero no aceptaron. Tomaban caña. Virginia siguió al chabón hasta la boca del pasillo y apuró el trámite. (…) Mas cuando me vio, muerto de risa con los viejos paraguayos, acercándole una silla para que se sentase a mi lado, tuvo ganas de ahorcarme, o más bien de pegarme un mamporro y dejarme con esos borrachines, sin concha y sin merca. (p. 52-53)

En la coda de la escena se da un último intercambio entre Darío y los viejos paraguayos que éste traduce a pedido de Virginia. La noche empieza a tomar la villa y la premura por salir va in crescendo en la supuesta experta que guiaba la excursión. En apuros por no conseguir un taxi que les diera el pase de salida de La Bonorino, se cruzan con un grupo de borrachos que intentan manosear a Virginia: “obvio que me paré, otra no me cabía, y me puse a insultarlos y a desafiarlos en guaraní” (p. 55). Los borrachos, paraguayos que respondían a los improperios de Darío también en guaraní, continuaron su camino y el cruce no pasó a mayores. Sin embargo, y sin que medie un pedido de Virginia, Castelví traduce el insulto: “¡Pejumína, avara’y, rombokuapáne válape! (¡Vengan, mangas de indios, que los voy a coser a balazos!)” (p. 55). El carácter anti-indígena que se evidencia en el insulto sólo puede ser eficiente entre paraguayos que compartan esa misma lengua, cimentada en el largo proceso de guaranización desetnificante que señala Melià. Las otras parcialidades inmigrantes que componen ese plaffond, como lo llama el narrador, de las villas suburbanas del país, quechuas y aymaras, difícilmente decodifiquen el epíteto “indio” en términos de insulto. He ahí la eficacia colonizadora del proceso desindianizante del guaraní nacionalista. Y, una vez más, las dolorosas contradicciones que atraviesan a esta lengua tan minorizada como amada, añorada en la nostalgia de la distancia del exilio11 pero esgrimida para insultar lo más profundo de su origen, vuelven a emerger.

La tercera y última instancia de filtración del guaraní se da hacia el final de la novela, cuando la trama se complejiza alrededor del destino militante de un narrador que no viene cumpliendo las expectativas de la dirigencia en su incorporación al ala universitaria. Un giro inesperado en la trama, que parece diluirse en las malas prácticas de una militancia intoxicada y ya sin épica, lleva a Darío a retomar el contacto con Tomás, un viejo compañero de militancia de los años 90 que, de regreso en Paraguay, se había incorporado a la militancia en el sindicalismo campesino. El enganche consiste en vincular al Movimiento Nueva Izquierda con el Movimiento Tierra y Libertad, “así le había puesto a su grupo el macanero de Tomás, encantado con la peli de Ken Loach, era una ruptura del partido de la LIT en Paraguay” (p. 78). La dirigencia argentina se fascina con la posibilidad de dar un salto hacia la internacionalización, justo cuando sus objetivos de mediano plazo no venían dando frutos. Entonces, Darío se presenta como el vaso comunicante de dos organizaciones de tradición y estructuras distintas pero que parecen encontrar, una en la otra, la vía recta para su consolidación y expansión:

…nuestro partido no tenía a nadie que hablara en guaraní y yo había arreglado con Tomás que la reunión plenaria, otra maniobra que concerté con él, iba a ser enteramente en avañe’e, diríamos que el grupo era monolingüe guaraní hasta futuro aviso. (p. 80)

Castelví emprende entonces la segunda excursión en la que el conocimiento del guaraní será el promotor de su audacia y de su ascenso. Acompañado de un compañero de militancia porteño al que no deja de denigrar por su actitud de “adelantado en tierra extraña” (p. 80), Darío funge de traductor entre la comitiva del MTL y él durante los cuatro días que duró la visita. El tiempo allá discurrió en asambleas de largo aliento que versaron sobre la necesidad de internacionalización del movimiento campesino, sobre una inminente reforma agraria, sobre la implementación de la agroecología, entre otros grandes ejes, para concluir un informe de diez puntos en el que el último, transcripto en mayúscula, rezaba: “LUCHAR POR UN GOBIERNO OBRERO, CAMPESINO, INDÍGENA Y POPULAR” (p. 83).

Paradójicamente, el mismo que insultara a otros paraguayos en términos de “manga de indios” en la villa La Bonorino, ahora firmaba un programa de militancia proindígena. Contradicciones flagrantes que la narrativa de Castells no esconde, la relación Paraguay/guaraní/indígena es expuesta desde todas sus aristas. Con todo, interesa destacar cómo esa familiaridad con la lengua guaraní permite no sólo a Castelví ser el promotor y protagonista de este salto cualitativo de la Nueva Izquierda, sino también congraciarse con una Virginia que, encandilada por su ascenso con la conducción del Partido, vuelve a fascinarse con la figura de Darío tras su regreso.

Sin embargo, de vuelta en Buenos Aires, el ímpetu revolucionario del Alto Paraná vuelve a diluirse en los amoríos truncos con Virginia, el consumo desenfrenado en los días finales de una campaña agotadora y las escenas de violencia entre militantes de distintas agrupaciones, rugbiers y barrabravas de distintos equipos. En una de esas noches en la que la violencia se desata, Darío Castelví queda golpeado, apuñalado y punto de ser rematado por un grupo de fanáticos de All Boys. En esa agonía que parece su fin, pensó otra vez en guaraní: “Ápente repytáta, che kape”. Esta frase no contiene traducción. Y, cuando se encuentra ya rescatado de ese casi final, recita, mirando su cara desfigurada en la ventanilla del auto, el legado de gloria del Mariscal:

…vencedor no es el que queda con vida en el campo de batalla, sino el que muere por una causa bella. Seremos vilipendiados por una generación surgida del desastre, que llevará la derrota en el alma, y en la sangre, como un veneno, el odio al vencedor. (p. 95)

En Apparatchikis, la astucia de un lenguaraz guaraní-hablante es lo que promueve su ascenso y lo vuelve merecedor tanto del reconocimiento de la dirigencia partidaria como del amor de Virginia. Hay, en esta representación de la lengua, una forma de subversión de la diglosia en la que, en circunstancias específicas, el castellano debe subordinarse al guaraní para que los personajes logren su cometido. Me interesó leer en esta representación, diametralmente diferente a la de El mosto y la queresa, una inflexión en la tradición de minorización del guaraní, y en la que entiendo que la narrativa de Mario Castells asiste a una programática: esa en la que el guaraní es desenclaustrado de su tradición nacionalista, patriótica y de raigambre colorada, para pasar a esgrimirse no sólo en la cultura letrada, sino también en la avenida de las múltiples lenguas de una región indudablemente políglota, Sudamérica.

Conclusiones

Al inicio de este trabajo recuperé una serie de citas de escritores paraguayos en los que se presenta una apelación a la construcción de una memoria futura. El recorrido por las dos obras de Mario Castells que tomé como casos de estudio para observar allí las representaciones del guaraní y la ideología que estas trasuntan, tuvo como motivación ulterior entender de qué manera este autor participa, a través de una programática lingüístico-literaria, de dicha construcción. Esta identidad futura disputa frontalmente con la tradición del nacionalismo –esencialista, sin lugar a dudas– del guaraní paraguayo anti-indígena; y pugna por colocar a la lengua, “la base misma de una cultura” (Roa Bastos, 2011 [1978], p. 25), en una tradición otra que no sólo no desconozca su origen indígena, sino que también abra el guaraní a una territorialidad mucho más vasta que la encorsetada por las fronteras nacionales. Este guaraní del presente reconoce, por un lado, la legitimidad del jopara en tanto variante popular y coloquial, desembarazándose de los criterios puristas; y celebra, por otro lado, su diseminado más allá del Paraguay, haciéndola lengua regional y ya no sólo nacional. Un guaraní, en suma, que asume las heridas coloniales y hace con ellas otra cosa: una memoria a futuro de aquello que sus hablantes quieren ser.

Referencias bibliográficas

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*María Fernanda Libro es Doctora en Letras por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (FFyH, UNC). Realiza investigaciones en torno a las escrituras mapuche contemporáneas desde hace más de una década. En 2021 defendió su tesis doctoral, titulada Poesía mapuche contemporánea: identidad, comunidad y cuerpo (e-book publicado por la FFyH, UNC). Integra, desde 2011, equipos de investigación dedicados al estudio de las literaturas latinoamericanas más contemporáneas y coordina, desde 2023, el Grupo de Estudio de Literaturas Indígenas, radicado en el Centro de Investigación de la Facultad de Filosofía y Humanidades (CIFFyH, FFyH, UNC). Actualmente, es becaria posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), con investigación radicada en el Instituto de Humanidades (IdH, FFyH, UNC) y en la que busca expandir las indagaciones en torno a las literaturas indígenas hacia otras zonas.


  1. Este trabajo fue producido en el marco del Programa Posdoctoral en Ciencias Sociales y Humanas, convocatoria 2024, de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba. Número de Resolución: RHCD-2024-465-E-UNC-DEC#FFYH.↩︎

  2. Vale aclarar que el rescate que estas estrategias proponen consiste en una preterización permanente de la figura indígena. Es decir, al indígena se lo entroniza allá, en un pasado remoto e irrecuperable, del que se moldea una figura heroica que definitivamente no habita el presente, pues está vedado de contemporaneidad.↩︎

  3. Si bien Melià desmiente que se trate de un guaraní karió, es decir, de los indígenas asuncenos, tampoco precisa un origen exacto de esta variante. Por tratarse de una lengua predominantemente oral, resulta trabajoso encontrar documentos que respalden una teoría sobre su origen. En cualquier caso, Melià remite a la prensa escrita durante la Gran Guerra –los periódicos Cabichuí, Cacique Lambaré y El Centinela– como “vehículo privilegiado de lo que podemos llamar literatura guaraní paraguaya, en prosa y en verso” (2011, p. 87). Y remite aquí a los estudios de W. Lustig ya citados (2009).↩︎

  4. En la obra de Castells y de otros autores de procedencia paraguaya se utiliza el término “oratura” como sinónimo de “oralitura”, que es, quizás, un término más extendido para referir a la literatura oral de las culturas indígenas, principalmente.↩︎

  5. Texto presentado en el I Coloquio sobre el contacto de lenguas amerindias con el español, celebrado en la Universidad de Ámsterdam en el año 2004, recientemente incluido en el volumen Lenguas y mundos guaraníes (2024), coordinado por Silvia Paz y Rodrigo Villalba Rojas. Agradezco enormemente la generosidad de Rodrigo Villalba Rojas al hacerme llegar estos textos de reciente publicación.↩︎

  6. En esta conferencia, Lustig analiza un corpus de cinco escritores a los que agrupa alrededor de la clasificación “literatura paraguaya en guaraní” (distinguiéndola así de los textos de la oratura indígena guaraní recopilada por etnólogos), y en la que confluyen Carlos Martínez Gamba, Tadeo Zarratea, Juan Bautista Rivarola Matto, Margot Ayala y Nelson Aguilera. Lustig toma posiciones explícitas en relación con su pregunta y recupera, a su vez, los posicionamientos de los escritores que constituyen su corpus de estudio. Me interesa, como para poder ilustrar la beligerancia de este debate, recuperar una cita de Tadeo Zarratea incorporada por Lustig, donde se señalan los dos extremos de la polémica: “La disyuntiva relativa a cuál es el guaraní literario continúa propiciando debates entre filólogos, sociolingüistas y escritores. La variedad más extendida y en la que se comunica el 80 por ciento de la población guaraní-hablante, el jopara, es tan aborrecido por los puristas de la lengua, como reivindicado por quienes entienden que en nombre de los rescates lingüísticos no puede imponerse “una lengua artificial que ninguna persona habla ni entiende” (T. Zarratea, en Lustig, 2004).↩︎

  7. Título del poemario en el que se incluyen estos poemas.↩︎

  8. Esta reiteración de personajes, escenarios y pasajes de una vida, son recurrentes en toda la obra de Castells: no sólo el nombre de Darío Castelví se repite –es, también, el protagonista de su más reciente novela, Plata y escama (2024a)–, sino el de otros personajes como el Tartamudo Walter Escobar, mencionado en Trópico de Villa Diego (2014) y vuelto a aparecer en Plata y escama; el clan Riveros, al que se describe tanto en Trópico como en Diario de un albañil (2020); como también las escuelas –la primaria 1271 “Alicia Moreau de Justo”, y la secundaria “José María Drago”–; la militancia en el MAS y la Nueva Izquierda; el pasaje por la vida de albañil y la temporada en Ñeembucú. En síntesis, una desintegración de la frontera entre realidad y ficción que quizás supo anticipar en el título del tercer capítulo de Trópico de Villa Diego: “El giro autobiográfico”.↩︎

  9. La precisión temporal del año se puede deducir por las manifestaciones suscitadas en el ámbito universitario al cumplirse diez años de sanción de la Ley de Educación Superior (LES) de 1995.↩︎

  10. Berretín es un término reiterado en la narrativa de Castells: mezcla de antojo, aspiración y prosapia, en esta palabra se condensan definiciones claras de varios personajes.↩︎

  11. En las líneas finales de El mosto y la queresa, el narrador acota: “Pero sí podemos ver que ese resquebrajamiento, esa herida de nostalgia que supura, nos hace a los paraguayos –los más nostálgicos de todos los extranjeros de esta tierra y no necesitamos redundancias para probarlo– extraños personajes estoicos. Armados de la risa y de un idioma dulce que pocos entienden, nos mantenemos firmes y fuertes ocultando quebrantos” (p. 102).↩︎