| ARTÍCULOS |
https://doi.org/10.30972/clt.268268
CLRELyL 26 (2025). ISSN 2684-0499
Emiliano Bustos*
Poeta, dibujante e investigador independiente
bustosemiliano72@gmail.com
Recibido: 22/12/2024 - Aceptado: 10/02/2025
Resumen
El presente trabajo aborda la historia de la revista Epitafio (ex cultural), publicada entre 1987 y 1990 por el poeta Eduardo Sívori junto a un grupo de colaboradores y colaboradoras de distintas disciplinas. Contemporánea de La mineta y Un huevo y medio, la publicación se inscribe en la escena previa a la conformación de la llamada “poesía de los 90” y al entramado crítico-teórico que le dio sustento. Hecha a partir del collage y la fotocopia, opera en contraste con el dispositivo de lectura ofrecido por 18 whiskys, que por la misma época contribuye –como Diario de Poesía– a la “profesionalización” de la práctica poética. La lectura de Epitafio y de sus estrategias territoriales –presentaciones, muestras, recitales– permite recuperar una geografía enmarcada en la postdictadura que abarca sitios de circulación de la poesía en aquellos años, como el Teatro Municipal General San Martín y Liberarte.
Palabras clave: política; dictadura; postdictadura; cultura; revistas de poesía
Abstract
This work analyzes the proposal of the magazine Epitafio (ex cultural), published between 1987 and 1990 by the poet Eduardo Sívori alongside a group of collaborators from various disciplines. Contemporary with La Mineta and Un Egg and a Half, the publication is part of the cultural landscape that preceded the emergence of the so-called “poetry of the 90’s” and the critical-theoretical framework that supported it. Made from collage and photocopy, Epitafio contrasts with the reading format proposed by 18 whiskeys, which –alongside Diario de Poesía– contributed to the “professionalization” of poetic practice. An examination of Epitafio and its territorial strategies such us presentations, exhibitions, poetry reading allows us to reconstruct a post dictatorship geography of poetic circulation this includes significant venues from the period, such as the General San Martín Municipal Theater and Liberarte.
Keywords: policy; dictatorship; post dictatorship; culture; poetry magazines
I.
El número 25 de Diario de Poesía, publicado en diciembre de 1992, reproduce una entrevista al editor y poeta José Luis Mangieri, cuya editorial, Libros de Tierra Firme, formaba parte de los habituales avisos de la revista, junto con el taller de poesía que en aquellos años daban Daniel García Helder –secretario de redacción del Diario–, y Arturo Carrera. Luego de repasar parte de su vida –expulsión del PC, La Rosa Blindada, su amistad con Raúl González Tuñón y Juan Gelman–, Mangieri menciona a un puñado de poetas jóvenes y algunas de sus publicaciones:
Los que más me interesan son los que andan alrededor de dos revistas, 18 whiskys y La Trompa de Falopo: Daniel Durand, Fabián Casas, Sergio Raimondi –de Bahía Blanca–, Juan Desiderio, Darío Rojo, José Villa, Rodolfo Edwards, Circo, Osvaldo Bossi, Mario Varela. Están mucho menos encerrados en sí mismos que la generación anterior. (Mangieri, 1992, p. 5)
Independientemente de intentar dilucidar si, por “generación anterior”, estaba haciendo referencia a la del 60 –incluyendo seguramente también a los poetas surgidos en los 70– o a la del 80, interesa destacar que, de manera involuntaria tal vez, Mangieri pone en cuestión un problema que ya en una época tan temprana atravesaba al campo poético, al menos en lo referido a Buenos Aires y sus zonas de influencia. Si no un problema, al menos una incomodidad. En este sentido, el poeta Pablo Montanaro1 –en aquel tiempo, director de la revista Arché– publica una carta de lectores en el número siguiente del Diario, aparecido en abril de 1993. En un fragmento de su extenso texto, se refiere a las revistas mencionadas por Mangieri:
Quizás pocos lectores saben que la revista 18 whiskys no ha salido más después de su fulgurante y fervoroso primer número –si no falla la memoria a comienzos de 1990–. Y con respecto a La Trompa…, no podemos hablar de ella como si fuera una revista de poesía (y este concepto no está apuntado a su concepción gráfica) porque en sus diminutas páginas no ha ofrecido un panorama de la actual poesía argentina. Solamente ha demostrado una sola “Trompa”: la de ellos mismos y nada más. (Montanaro, 1993, p. 39)
Montanaro también hace referencia a algunos de los poetas que integran esas revistas, sobre los que se extiende un poco más:
Dice Mangieri, refiriéndose a algunos de los poetas jóvenes nucleados alrededor de estas publicaciones mencionadas, que “están mucho menos encerrados en sí mismos que la generación anterior”. Y no es así. Me consta que no es así. He participado –junto a otros jóvenes poetas nucleados en otras revistas, en otros grupos, o independientes–, de lecturas, discusiones públicas y, además, a algunos de los nombrados les pedí poemas, artículos para la revista Arché y nunca obtuve respuesta a tales pedidos, a tal ofrecimiento de abrir espacios en mi publicación porque consideraba que ellos también son parte de la poesía argentina (…) Todo esto me hizo pensar –en ese momento– y me hace notar ahora esta consideración: están encerrados en ellos mismos. (Montanaro, 1993, p. 39)
En el número 27, de julio de 1993, Mangieri le contesta a Montanaro:
Querido Montanaro: yo que me la paso puteando contra el olvido justo incurrí en ese pecado. Sí, Arché es una buena revista que agrupa a jóvenes poetas, trae un excelente material de traducción y –me acuerdo– publicó al entrañable Paco Urondo. Y también nos olvidamos, vos y yo, de mencionar a Epitafio, dirigida por ese extraño joven poeta que es Eduardo Sívori. (Mangieri, 1993, p. 39)
Al momento de este intercambio, José Luis Mangieri dirigía una de las editoriales de poesía más importantes de Buenos Aires, con llegada a muchos otros puntos del país; faltaban algunos años todavía para la irrupción de Siesta, Belleza & Felicidad y Eloísa Cartonera, sellos que reconfigurarían el panorama de las ediciones de poesía. Hacia 1993 ya habían publicado en Libros de Tierra Firme varios de los poetas mencionados por Mangieri, como Fabián Casas y Osvaldo Bossi, y otros que no menciona, como Daniel García Helder y Martín Prieto. La palabra de Mangieri, entre afectuosa y paternalista, implicaba un ordenamiento –al menos oral– en aquel tiempo en que la “poesía de los 90”, recién surgida, precisaba cierta delimitación: algunos nombres, algunas revistas. Evidentemente, el viejo editor conocía tanto a Montanaro como a Eduardo Sívori, también sus respectivas publicaciones, la mencionada Arché, y Epitafio (ex cultural), que fue publicada entre 1987 y 1990. Sin embargo, de no haber sufrido esa suerte de interpelación por parte de Montanaro, Mangieri no hubiese mencionado –de hecho no lo hizo en ese primer momento– lo que consideraba fuera del orden de lo mencionable, fuera del orden de lo que ya estaba configurándose como generación. En ese ordenamiento, no entraban poetas como Montanaro y su revista Arché. De todos modos, como buen referente de los sesenta, no negaba, frente a la repregunta, la existencia de otrxs poetas fuera de los elegidos. Y ese reconocimiento “democrático” de la existencia del otrx en el campo cultural lo llevó a mencionar a Sívori, pero como ese “extraño joven poeta”. ¿Qué convertía a Sívori en un “extraño joven poeta”, mientras que Daniel Durand, Fabián Casas, Sergio Raimondi, Juan Desiderio, Darío Rojo, José Villa, Rodolfo Edwards, Osvaldo Bossi o Mario Varela tenían, en palabras del propio Mangieri, una “piraña en cada ojo”? Unos –los mencionados– estaban dotados, se diría, de una lucidez –o mejor, avidez– impiadosa, y otro, en este caso Sívori, era “extraño”, ajeno, diferente. Pero, ¿extraño a qué, a quién?
En el prólogo a Soldati City, publicado en 2019, Lilian Garrido describe a Sívori en aquellos años:
Fue un período de nomadismo: vivía en casas de novias y de amigos. Trabajaba en la biblioteca del Museo de Artes Plásticas “Eduardo Sívori”, en el 7° piso del Teatro Municipal General San Martín. Se hizo un muchacho de la avenida Corrientes, de “la jaula”, como la llamaba Humberto Costantini. Empezó a estudiar Letras (en 1985). Eran los comienzos de algo nuevo. Los paraculturales, “Cemento”, “La Salita de la calle Corrientes”, (cooperativizada por los “epitafios”, hacedores de la revista “Epitafio”, y el grupo “Marabunta”), “Nuevo Mundo Varieté”. Batato Barea. El vínculo con artistas plásticos, Leon Ferrari, Juan Carlos Romero, Coco Bedoya, Ralveroni, Sanjurjo. Poetas, escritores. “Liberarte”, José Luis Mangieri. (Garrido, 2019, p. 14)
Evidentemente, Sívori no era extraño a su tiempo, a su contexto. Era un habitante de la calle Corrientes, como Rodolfo Edwards2 y los poetas de 18 whiskys; participó, como todos ellos, del recibimiento a Juan Gelman a fines de la década del 80,3 organizado por Gerardo Foia y el grupo Bardus;4 firmó una solicitada en contra de los indultos del gobierno de Menem, como sus compañeros de generación.5 Como varios de sus contemporáneos, también había pasado por la carrera de Letras6 y se había relacionado, como todos ellos, con los –por entonces– “poetas mateístas”, Sergio Raimondi y Marcelo Díaz. Del mismo modo, formó parte de la numerosa delegación de poetas que participó del Primer encuentro de poesía joven chileno-argentino en democracia, celebrado en la ciudad de Santiago en mayo de 1990.7 Tal vez el hecho “maldito” que lo volvía extraño era el tipo de producto cultural-poético que construyó o intentó construir: la revista Epitafio (ex cultural). Una simple hojeada que confronte 18 whiskys, sobre la que “ya se han dicho muchas cosas”,8 y la precaria, sincera, política Epitafio, podría ofrecer algunas pistas que ayuden a entender la periferia o ajenidad de esa propuesta en su época.9
II.
La confluencia entre cultura y política que podía darse en una revista alternativa de fines de los años 80, como Epitafio, evidenciaba las marcas de una democracia reciente, a un paso de la última dictadura cívico-militar. Y al mismo tiempo, permitía tomar distancia de la efervescencia que acompañó el primer tramo de la recuperación democrática. Respecto de los propios condicionamientos que ofrecía la democracia recién recuperada, hay que señalar que los años en que la revista salió se enmarcan en los más turbulentos de la etapa. El número 0 de Epitafio estuvo en la calle en febrero de 1987, dos meses antes de los levantamientos carapintadas de Semana Santa; mientras que en octubre de 1990, dos meses antes del sangriento motín encabezado por Muhamed Alí Seineldín, sale el número 5, que es tal vez el último de la revista.10 En el medio de los levantamientos militares se produce el intento de copamiento al cuartel de La Tablada, un hecho que reproduce las peores prácticas represivas de la dictadura –torturas, fusilamientos, desapariciones–,11 y que tendrá una particular repercusión en el grupo de Epitafio.12
Según recuerda el propio Sívori, la publicación tuvo dos épocas o “etapas”. Una primera, definida por su “grupo duro”, en la que salieron los primeros tres números, del 0 al 3, y la segunda, que incluye los restantes 4 y 5. De esa primera etapa participaron, además de Sívori y Carlos Rodríguez Esperón –codirectores hasta el número 3–, Miguel Ceriani, Fabiana Solari, Patricio O’Kon, Claudia Malta, Alejandro Marticorena, Patricia Cammarota y Jorge Conde. A partir del número 3 se sumaron Eduardo Betas, Fernando Guzmán, Javier Malfitani, Hugo Tosar, Gustavo Constantini, Joaquín Bespucio y Claudio Orovitz. Además, Sívori menciona a un gran número de colaboradores y colaboradoras, que habrían conformado el cruce de disciplinas y procedencias, uno de los rasgos característicos de la revista13. Sobre el nacimiento de la publicación, Rodríguez Esperón da algunas pistas:
Epitafio es una idea de Eduardo a la que yo me sumé, a fines de 1987. A Edu lo conocí haciendo un taller de periodismo que dictaba Ulises Gorini en Liberarte. Él ya tenía la idea de Epitafio y había hecho un número 0. Cuando terminamos el taller de Gorini nos sumamos a uno que dictaba Sergio Núñez en el CC San Martín. Habíamos pegado buena onda y Eduardo, con el número 0 en la mano, me ofrece sumarme y que la hagamos juntos. (comunicación personal por correo electrónico, 2020)
Al comienzo de ese número 0 un editorial expone el significado de la palabra “epitafio”14 e incluso otorga a los y las integrantes del staff y a las secciones de la revista diferentes nombres alusivos, como “sepultureros”, “nicho de humor”, “re-portajes fúnebres”, “réquiems musicales”, “arte necrográfico”, etc.15 Ya en el número 1, se explican los alcances del término “cultural”, parte del título y leitmotiv de la publicación:
Mucho se ha dicho y mucho no se ha dicho sobre la cultura. “Cultura es todo lo que hace al hombre”, dicen unos. “Cultura es lo que hacen algunos hombres: los hombres cultos (entiéndase por estos los letrados, lectores, aficionados a la música clásica, coleccionistas de cuadros, señores con título, etc.)”, acotan otros (…) Nosotros renunciamos a esto. Quizás no sepamos bien por qué. Quizás tampoco estemos listos todavía para decir qué es la cultura, qué cultura queremos, o si tan siquiera existe (…) Porque no creemos que la cultura sea producto de dos o tres artistas de moño, sino de todo un pueblo en conjunto: es tan “cultura nacional” Borges y su harén de metáforas como un “peón golondrina” de las plantaciones de caña en Tucumán. (Epitafio 1, 1988)
De este modo, corriéndose hacia los márgenes de lo que los y las integrantes de la revista entienden por “cultura oficial” –los “artistas de moño”–, Epitafio despliega sus zonas de interés, que podríamos resumir en algunos ejemplos: la relación entre arte, literatura y salud mental (números 1, 2 y 3); la preocupación social que refleja la amplia cobertura de los asesinatos de los jóvenes Agustín Ramírez y Javier Sotelo en San Francisco Solano en junio de 1988;16 y un probable antecedente del “arte cartonero” que luego, entrada la década de los 90, tendría su desarrollo en el proyecto Eloísa Cartonera.17 En el mismo sentido, otro elemento a destacar es el de los escenarios en los que la revista despliega su accionar, entre los que podemos mencionar como los principales al Teatro Municipal General San Martín –ámbito de trabajo de Sívori por esos años–, La salita18 y la librería Liberarte, todos ubicados en plena calle Corrientes. La salita era un espacio autogestionado por varios grupos de artistas, entre los que se contaban los propios integrantes de Epitafio y los de la banda Marabunta.19 En un afiche de aquellos años, además de los mencionados se anuncian a la mimo Orit Guttmann, a Daniel Mir con Folk 21, y las pinturas de Nanine Soler, lo que refuerza la idea de las múltiples procedencias que nutrían a Epitafio. Por su parte Liberarte, ligado al PC y dirigido por el poeta Juano Villafañe, será un espacio vital para el desarrollo de la revista, y fundamentalmente de su accionar en tanto grupo con la organización de encuentros y talleres.20 Otros espacios que aparecen en las páginas de Epitafio son Medio Mundo Varieté y Oliverio Mate Bar, el primero sobre Corrientes y el segundo en Paraná al 300. A este itinerario geográfico podríamos agregar el “Barcito Azul”, que Sívori evoca en el poema “Réquiem”, de la plaqueta Carajo.21 En algún lugar de toda esta geografía también se ubicaba “la vieja casona de Flores”, en donde se gestaron los últimos números de la revista.22
El vínculo entre arte y locura, o entre arte y salud mental, podría remontarse a una tradición ya desarrollada en la literatura argentina, algo de lo que da cuenta la propia publicación con el artículo “Jacobo Fijman: un incomprendido cristo rojo”, aparecido en el número 3, que parece evocar silenciosamente al primer número de la revista Talismán, publicado en mayo de 1969 y dedicado al poeta.23 El artículo, firmado por Sívori, repasa aspectos de la vida y la obra de Fijman y acompaña el informe sobre arte y locura, iniciado en los números 1 y 2, que refleja el encuentro con el escritor Julio Garber, interno del Hospital Borda.24 En cuanto a las circunstancias de los asesinatos de Rodríguez y Sotelo, son tratadas en detalle por Alejandro Marticorena y Eduardo Betas en una nota titulada “Nos siguen pegando abajo”, aparecida en el número 3. En el artículo, que ocupa tres páginas, los autores describen las historias de vida de ambos, oriundos del barrio La Paz, en San Francisco Solano, especialmente la militancia de Ramírez como joven cristiano comprometido. Sobre el “arte cartonero”, en el número 5, al final de la nota dedicada a la Bienal de Arte “Tomarte”25 –presentada como una continuación de “Tucumán arde”–, se lee bajo el título “Epitafio llevó a Rosario la poesía cartonera”:
Los concurrentes a la BIENAL quedaron sorprendidos de que pudiera haber alguien que se dedicara a hacer una estética del cartón. Hubo un “carrito” realizado por PATRICIA CAMMAROTA, que decía: “TIREMOS TODOS JUNTOS DEL MISMO CARRO”. El arte plástico cartonero estuvo a cargo en esta oportunidad por otros de los colaboradores fieles de EPITAFIO, se trata de ANDREA SPIRITO. La particular propuesta (como la llamó una periodista de una radio local), invitaba a la participación del público, quienes se acercaron a escribir su propio “poema-cartonero”. (Epitafio 5, 1990)26
Resulta interesante pensar los posibles paralelos entre esta propuesta de una “estética del cartón” o de una “poesía cartonera”, hecha por los integrantes de Epitafio a principios de los años 90, con Eloísa Cartonera, proyecto originalmente pensado por Santiago Vega, alias Washington Cucurto, algunos años después. Mientras que la “estética del cartón” de Epitafio parecía traducirse en una arte “hecho por todos” –en el caso del “poema-cartonero”– y de apuestas artísticas que representaban la precariedad del sistema –el “carrito”–,27 Eloísa Cartonera se tradujo en una editorial cooperativa que desde el año 2003 postula “un tipo de trabajo conjunto entre algunos actores del campo cultural y los cartoneros” (Urtubey, 2019).
III.
Los ejemplos dados permiten observar un despliegue, una geografía que, al borde de los 90, presentaba algunos puntos de encuentro con las generaciones anteriores, especialmente con algunas prácticas sociales y culturales de los años 60 y 70. Podría decirse que 18 whiskys procede del mismo modo al incorporar a Mangieri, a los poetas Jorge Aulicino y Jorge Fondebrider, pero las diferencias parecen radicar en el tipo de injerencia que el editor y los poetas tuvieron o pudieron tener en la revista.28 Los poetas más próximos a Epitafio eran Alberto Szpunberg, integrante de la generación del 60, y Alberto Pipino, de la del 70, pero la influencia que pudieron ejercer sobre la publicación parece más vinculada a las estrategias del diálogo entre generaciones, y a una apuesta por superar el vacío que había dejado la dictadura.29 Mientras que Epitafio era una revista hecha por jóvenes haciendo uso de los precarios medios de que disponían, en su tiempo y contexto –más allá del diálogo intergeneracional señalado–, 18 whiskys parece pensada no solamente por los y las jóvenes que la conformaron, de ahí que en sus páginas aparezcan las firmas de Fondebrider y Aulicino, los mismos que asesoraban editorialmente a Mangieri en Tierra Firme, integrantes, además, de Diario de Poesía.30
La revista Epitafio publicó el que suponemos fue su último número en octubre de 1990, a días de la salida del primero de los dos números de 18 whiskys; como a ambos lados de un puente sobre algún río, quedaban dos prácticas, colectivas al fin, pero de órdenes bien distintos. Por un lado, los y las integrantes de esa aventura cultural en los márgenes –o desde los márgenes– que fue Epitafio; y, por otro, los y las integrantes de 18 whiskys, una experiencia de revista literaria que evidencia su condición de producto.31 Como el editor de olfato que siempre fue, Mangieri desde un principio parece haber estado atento a la capacidad de esos jóvenes de producir y producirse; de ahí, tal vez, su apoyo tan temprano e incondicional a poetas como Casas, a revistas como 18 whiskys. De ser buena esta hipótesis, acaso permitiría comprender la calificación de “extraño joven poeta” que Mangieri le dedicara a Sívori; extraño –podríamos suponer– a un nuevo orden de cosas que el mismo Mangieri señalaría con aquella metáfora de “una piraña en cada ojo”, en tanto característica positiva y al mismo tiempo salvaje, de los nuevos poetas. Acudamos al propio Sívori, que apropiándose de la caracterización de Mangieri, define esa suerte de extraña incomodidad, que abarcaba también a la revista:
Si alguna vez hubo alguna tensión podría ser la de la propia “extrañeza” que emanaba EPITAFIO caminando siempre por los márgenes –estábamos siempre en todos lados– constituyéndonos en un panóptico insoportable a las miradas paranoicas de la época (…) Éramos testigos que desde el lugar de lo marginal construíamos una mirada poliédrica de la historia y que cuando ésta muriera, siempre decíamos, le escribiríamos el EPITAFIO para que en el futuro alguien pudiera leer algo diferente a lo que se dice que pasó. (comunicación personal por correo electrónico, 2020)
Conclusiones
Una revista como 18 whiskys, que discutía en su primer número la figura de Alberto Girri y que publicará años más tarde, en su segundo número,32 la traducción del poema “Paterson”, de William Carlos Williams, necesariamente tenía que presentarse como una apuesta de un orden muy distinto al de Epitafio, que dedicó varias páginas a un caso de “gatillo fácil”, contemporáneamente a la Masacre de Ingeniero Budge, y otras tantas a seguir los rastros de un escritor internado en el Borda. Si bien 18 whiskys se presentó como una publicación dedicada exclusivamente a la poesía, mientras que Epitafio tenía los alcances de una revista cultural –con las limitaciones que hemos señalado de soporte y diseño, entre otras–, resulta pertinente observar ambas experiencias, porque ambas, en definitiva, proponen miradas sobre el campo cultural de principios de los 90. 18 whiskys y Epitafio coexisten temporalmente e incluso se visitan (Sívori dialoga con Edwards y Alejandro Ricagno, ambos integrantes de 18 whiskys),33 pero sus distintos usos, prácticas y alcances las diferencian de manera casi insalvable. Mientras que Epitafio colecta una mirada del mundo y del campo cultural, diversa, retirada de las jerarquías, 18 whiskys parece reproducir, paradójicamente, las formas rígidas de un acceso exclusivo que publicaciones como Sur habían ofrecido en el pasado.
De todos modos, esta breve comparación no debería servir de excusa para renovar esas sentencias sobre los 90, sentencias en las que algunos de nosotros hemos incurrido; 18 whiskys es, probablemente, una de las mejores revistas de esa etapa, como sostienen decenas de trabajos académicos que ponen en valor su corto periplo.34 No ocurre lo mismo con la experiencia de Epitafio, que hasta el momento –entendemos– no ha sido abordada en ningún artículo. Entonces, comparar estas experiencias permite advertir los contrastes de una parte de la producción poética-cultural a principios de la década de los 90. Invita a pensar en el carácter de “extraño” que Mangieri le otorgó a Sívori, y en las demandas de Montanaro, que tempranamente advertía sobre estas cuestiones. Por cierto, la precariedad que observamos en Epitafio –que podríamos adjudicar a varias publicaciones de la época– dificulta, suponemos, su comparación material directa con una publicación como 18 whiskys; sin embargo, reiteramos lo que de algún modo hemos intentado resaltar al reponer un intercambio tan antiguo como el que mantuvieron Montanaro y Mangieri: lo que resulta interesante es la comparación entre sus distintas miradas, cruces y selecciones, que la crítica se ha encargado de recortar por una de sus partes. De no mediar en muchos casos un trabajo casi arqueológico en búsqueda de experiencias como la de Epitafio, el único recorte posible sobre aquellos años seguiría siendo el que ofrece 18 whiskys, avalado en abundancia por la crítica, e incluso por algún documental.35
Lo interesante es pensar algo que, bien mirado, puede ser bastante sencillo; en algún momento estas revistas coexistieron, de hecho, como señalamos, el último número de Epitafio y el primero de 18 whiskys estuvieron en la calle los mismos días y acaso en los mismos circuitos, entre octubre y noviembre de 1990. ¿Por qué entonces no reponer, aunque más no sea en este breve texto, algo de esa escena sin los recortes que desde hace tantos años propone la crítica, como si la única llave posible para entender aquellos primeros 90 fuese la “mítica 18 whiskys”36 y quienes la integraron? Esa escena también está constituida por los lugares en donde los y las integrantes de Epitafio desplegaron su acción de lecturas, recitales, presentaciones, en espacios como Liberarte y La salita, además de los eventos en los que participaron varixs de ellxs: el encuentro con Juan Gelman en su regreso al país, el festival de poesía en Chile y la Bienal Rosario Tomada por las Artes, en donde integrantes de Epitafio llevaron la idea de un “arte cartonero”, mucho antes de Eloísa Cartonera.
Epitafio propone, fundamentalmente, una mirada hacia la postdictadura y sus prácticas culturales –festivas, precarias, en riesgo–, cuando aún no se había instalado como reservorio de inteligencia y hasta de éxito la idea de exclusión, que en lo económico y social tan bien expresó la etapa neoliberal menemista. Por cierto, tampoco es nuestra intención homologar prácticas culturales con prácticas o gestiones políticas; ya hemos visto esos usos por parte de algunos críticos durante el kirchnerismo, cuando se buscó asociar mecánicamente la producción de ciertos autores y autoras con las políticas de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández (Casali, 2020). En este sentido, Epitafio no expresa el alfonsinismo, del mismo modo que 18 whiskys no es mero reflejo de la etapa menemista. Pero esa idea de exclusión, que empezaba a problematizar el intercambio entre Mangieri y Montanaro, sí tuvo un correlato en la crítica, que ha operado en favor de una mirada que obtura cualquier cosa que resulte o pueda resultar ajena al relato central sobre las prácticas poético-culturales de esa etapa. Un poco como la “Casa de la memoria y resistencia Jorge «Nono» Lizaso”, en la localidad de Vicente López, donde se conservaron afiches y pintadas de los años 70, Epitafio invita a una mirada imperfecta, precaria, pero casi intacta sobre el tiempo que le tocó atravesar. Como dijo el propio Sívori, “para que en el futuro alguien pudiera leer algo diferente a lo que se dice que pasó”.
Referencias bibliográficas
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Moscardi, Matías. (2010). Operaciones de traducción en la revista 18 whiskys. Cuadernos del Sur, 40, 135-151. https://bit.ly/4mPLBFt
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Wellinga, Klaas. (1989). Nueva cultura nicaragüense (debate sobre el realismo). Buenos Aires, Libros de Utopías del Sur.
*Emiliano Bustos es poeta y dibujante. Publicó Trizas al cielo (1997), Falada (2001), 56 poemas (2005), Cheetah (2007), Gotas de crítica común (2011), Poemas hijos de Rosaura (2016), Mutación de la esperanza (edición francés-castellano, 2022). Como dibujante participó en los ciclos La línea piensa, en el Centro Cultural Borges, y El dibujo es mentira, en la Alianza Francesa de Barranquilla (Colombia). Ilustró la antología Interestelaria, compilada por Julián Axat, y el poemario Hontanar, de Reynaldo Jiménez. Escribió textos de catálogo para la Línea Arte Joven del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2005/06), y artículos sobre literatura en las revistas Hablar de poesía y Plebella. Compiló y prologó la obra poética y periodística de Miguel Ángel Bustos, asesinado en 1976 por la última dictadura cívico-militar argentina.
Se ha intentado contacto con Pablo Montanaro, con el envío de un cuestionario, pero no se recibió respuesta.↩︎
En su libro El campeón del baile suelto, Edwards incluye el poema “Callao y Corrientes”: “he visto / a los mejores poetas de mi generación / pasar como ánimas en pena / fuera de los listados / secretos / jibosos / casi santos / mientras les levantaban / la escenografía de los sueños (…) en Callao y Corrientes / hay un remolino / que se traga todo / y a mí también” (Edwards, 2019).↩︎
Integrantes de Epitafio participaron del “debate sobre revistas de Poesía en el Centro Cultural San Martín invitados por el Grupo Bardus en el contexto del regreso de Juan Gelman a la Argentina”, como recuerda Sívori, entrevistado por el autor de este artículo.↩︎
Los cruces entre Epitafio y Bardus son frecuentes en la etapa. En el encuentro antes mencionado, Sívori leyó un breve texto que da cuenta del vínculo y los proyectos en común: “Hace algunos meses atrás, cuando con Gerardo Foia, nos encontramos en el bar Homero Manzi de la esquina de San Juan y Boedo, sin conocernos y empujados por José Luis Mangieri –que es un especialista en hacer ganchos entre la gente joven que ‘hace cosas’– no hizo falta un libro de Tuñón bajo el brazo, ni una flor en el ojal para reconocernos. Fue simplemente y al unísono un ¿vos sos Gerardo?, ¿vos sos Eduardo?, y nos sentamos a una mesa (S-I-L-L-A) y empezamos a hablar de nuestras revistas y hablamos de poesía y hablamos de alternativa y hablamos de autogestión y hablamos de Utopías, y hablamos de Juan y de su saquito gris”.↩︎
Entre los muchos firmantes de la solicitada, figuran Osvaldo Bossi, Carlos Battilana, Fabián Casas, Macky Corvalán, Daniel Durand, Marcelo Díaz, Sergio Raimondi, Edgardo Pígoli, Rodolfo Edwards, Alejandro Ricagno, Darío Rojo, Leonor García Hernando, Juano Villafañe, Gerardo Foia, Guillermo Saavedra, Mario Varela, Jorge Spíndola, David Wapner y José Villa.↩︎
Gerardo Foia venía de la carrera de Comunicación.↩︎
Organizado por Gerardo Foia a través del grupo Bardus. Una detallada crónica del encuentro fue publicada en el número 5 de Epitafio.↩︎
Fragmento de un poema de Fabián Casas, incluido en El salmón (1996).↩︎
Si bien la propuesta de Epitafio no estaba orientada únicamente a la poesía, entendemos que la revista terminó constituyéndose, tal vez por el interés de su director, en un artefacto cultural-poético, como lo demuestran diferentes artículos y crónicas que contribuyen a pensar la escena de aquel tiempo. A esto se suma la activa participación del grupo que hacía la revista, en muestras, lecturas, festivales y debates. En el blog de Sívori, se define a Epitafio como “una de las publicaciones más importantes del circuito underground de la Buenos Aires post dictadura militar”.↩︎
Aunque resulta inhallable, Sívori sostiene que llegaron a publicar el número 6 de la revista, e incluso recuerda que su tapa era verde y que además incluía “una larga entrevista a Elsa Oesterheld”. En la contratapa del número 5 aparece un aviso que parece confirmar la intención de publicar otro número: “Para la continuidad de esta publicación se nos hace imprescindible que entre nuestros lectores surja algún imprentero y/o gráfico que quiera (y pueda, por supuesto) colaborar con nuestro trabajo. Cualquier información o colaboración será bien recibida en el teléfono 942-3605”.↩︎
El asalto al cuartel de La Tablada, también instaló otras lecturas, que hacen foco en la responsabilidad del Movimiento Todos por la Patria (MTP). En su trabajo “La Tablada: el último acto de la guerrilla setentista”, Claudia Hilb postula: “¿Qué explicación –se preguntaban, nos preguntábamos– podía encontrarse para ese asalto a un cuartel militar en pleno régimen alfonsinista, por parte de integrantes de una agrupación que sostenía, hasta donde era públicamente conocido, un discurso político amplio, democrático y aglutinador de las fuerzas progresistas del país? ¿Qué lógica, qué confusión o desvarío podían explicar ese hecho a primera vista inentendible, que evocaba inmediatamente reminiscencias del accionar guerrillero de la primera mitad de los '70?” (Hilb, 2007, p. 4).↩︎
En los días posteriores al intento de copamiento al cuartel de La Tablada –ocurrido el 23 de enero de 1989–, los integrantes de la revista detectaron algunos movimientos extraños, e incluso llegaron a sospechar de la presencia de un infiltrado. Sobre ese tema, Sívori recuerda: “Hubo amenazas telefónicas y situaciones en que parte del equipo estábamos muy paranoicos (me incluyo). Era la época de Nosiglia y del asalto a La Tablada. Habíamos entrevistado unos días antes a Jorge Baños presidente del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) y a mí me gustaba mucho conversar con el fraile Antonio Puigjané. Teníamos sed de historia y a muchos de los protagonistas de la guerrilla urbana y no tan urbana de los ‘70 los teníamos frecuentando los bares y librerías de la calle Corrientes. Hacíamos nuestras reuniones de la revista en los sótanos de Liberarte en donde funcionaba un bar que manejaba el líder de una banda musical. Un día éste nos advierte que teníamos que abandonar el local porque había una amenaza de colocación de un artefacto explosivo. Ese día no estuvo en la reunión un integrante que se había acoplado hacía poco tiempo a la revista y como algunos sospechaban que grababa nuestras reuniones (con un grabador escondido dentro de un morral) es que estuvimos muy paranoicos y a ciencia cierta también a partir de ese momento tampoco nunca más le vimos” (Sívori, 2020). El recuerdo de Carlos Rodríguez Esperón sobre el mismo hecho aporta otros detalles: “Lo de la Tablada fue ciertamente muy conmocionante. Sí, todavía estaba en la revista y recuerdo una situación extraña que nunca pudimos aclarar. Estábamos en el subsuelo de Liberarte, en una de las reuniones de la revista y llega una persona que no conocíamos y se sienta con nosotros. Eduardo se pone nervioso y me escribe en una cajita de fósforos la palabra ‘SIDE’ y me la pasa. La reunión se fue poniendo tensa y cada vez más silenciosa, sin que los demás entendieran bien por qué. Pasados unos veinte minutos esta persona se levanta y se va, y 10 minutos después viene el encargado del bar y nos dice en privado que vayamos despejando tranquilos que iban a cerrar por una amenaza de bomba. La situación fue extraña, pero no me animaría a decir que la amenaza guardaba relación con nosotros. Lo que sí tengo muy grabado es nuestro desconcierto ante los hechos de La Tablada y que, en ese no saber qué hacer, lo fuimos a buscar a Alberto Pipino, que nos dijo una frase que nunca pude olvidar: ‘son compañeros que pueden haber actuado de manera equivocada, pero no son el enemigo’. Una manera de entender la política que me acompaña hasta hoy” (comunicación personal por correo electrónico, 2020). Otro hecho no menor que también guarda relación con el clima postdictadura en el que se producía la revista, es la cercanía del Centro Cultural San Martín, donde por esos años funcionaba la Subsecretaría de Derechos Humanos. Sívori, que trabajaba en el 7° piso del Teatro San Martín –ámbito de encuentro y discusión, muchas veces, para los y las integrantes de Epitafio–, era vecino obligado de las oficinas donde se siguieron tomando testimonios a las víctimas del terrorismo de Estado y a sus familiares durante todos esos años.↩︎
El listado completo aportado por Sívori, es el siguiente: “Sergio Núñez, Sabina Carey, Hernán Ochoa, Andrés Jacob, ‘Coroco’, ‘La Mano Siniestra’, Osvaldo Mongelli, Alejandro Fornari, Santiago Adamini, Ricardo González, Fernanda Regueiro, Ricardo Pons, Inés Correa, ‘Canario’ y ‘Vero’, ‘Salvador’, ‘Pipi’, Eduardo Estrémè, Alejandro Lázaro, ‘Cleo’, ‘Don Zapa’, José Antonio Cedrón, Alejandra Medina, Carlos Nogueira, Leonor García Hernando, Rafael Girola, María Marta Bruno, Pablo Montanaro, Francisco Limón, Nilda Durante, Graciela Sacco, Nora Altinier, Ricardo Juricich, Gustavo ‘Nono’ Valdéz, Alejandra Spinelli, Claudia Grunbaum y Guillermo Fredes. Había algunos artistas visuales que aportaban a la causa con sus obras e ilustraciones como Pipo Palacios, Pat Mac Dougall, Andrea Spirito, Fernando Bedoya, Alejandro Shugurensky, Nanine Soler, Emiliano Bustos y entre los fotógrafos estaban Fernando Guzmán y Andrea Conde. Además contábamos con corresponsales fuera de Buenos Aires como los poetas Pedro Solans, Florencio Mastrotti desde Córdoba, llegando incluso a contar con una colaboración de la gran poeta Glauce Baldovin” (comunicación personal por correo electrónico, 2020). Del listado de nombres surge otro aspecto que torna interesante la propuesta de Epitafio, y es la amplia participación de mujeres. Por cierto, no podríamos afirmar que dicha participación pudo haberse dado como producto de una mirada particularmente feminista de quienes integraban la revista, pero es notable esa marcada participación en una época en la que abundaban las revistas culturales o poéticas hechas casi exclusivamente por hombres. Consultada por el rol de las mujeres en la revista, Claudia Malta opinó: “Para mí era igual que el de los hombres, si bien la dirigía Eduardo Sívori eso no significaba que se publicara o se dejara de publicar algo por ser hombre o mujer” (comunicación personal por correo electrónico, 2021).↩︎
Al comienzo del número, además del significado que otorga el diccionario a la palabra epitafio, se propone una inversión de sus términos: “¿Por qué Epitafio? Porque estamos acostumbrados a Epitafio como Final, como Muerte, bien puede ser Comienzo, Vida. Este es el sentido que nosotros le damos a Epitafio, el de la Vida que comienza con cada Muerte. El de la Muerte que comienza con cada Vida” (Epitafio 0, 1987). Las mayúsculas son del original.↩︎
Uno de los puntos de contacto más curiosos entre las revistas Epitafio y 18 whiskys es la elección del nombre, ya que en ambos casos comparten alusiones a la muerte. Epitafio –más allá de la inversión de significado propuesta en el número 0– es, como también se explica en ese número, una: “inscripción de carácter funerario que puede ser en verso o en prosa que se pone sobre un sepulcro o en la lápida de una sepultura” (Epitafio 0, 1987). Mientras que 18 whiskys es el número de tragos que habría bebido Dylan Thomas antes de ingresar en coma alcohólico y, finalmente, morir. La frase que se le atribuye bien podría constituir su epitafio: “He tomado 18 whiskys seguidos y creo que es un récord”. No podemos dejar de observar que la elección de un término de carácter funerario, como “epitafio”, se produce en los años inmediatamente posteriores al fin de la dictadura y al hallazgo de tumbas NN en todo el país.↩︎
La cobertura de este caso por parte de Epitafio se produce un año y medio después de la llamada “Masacre de Ingeniero Budge”, ocurrida el 8 de mayo de 1987, en la que fueron asesinados por la policía Agustín Olivera, Oscar Aredes, y Roberto Argañaraz. El hecho es considerado el primer caso de “gatillo fácil”.↩︎
En un aviso que anunciaba la salida del número 5, lo definen también como “La estética del cartón”.↩︎
Al referirse al clima de época, Claudia Malta recordó el “sospechoso” incendio de La salita: “No recuerdo amenazas, pero para mí fue significativo el incendio de ‘La Salita’, que para mí fue el principio del fin, aunque no recuerdo la fecha. Tampoco recuerdo las causas del incendio, pero creo que no quedaron claras” (comunicación personal por correo electrónico, 2021). En el número 4, de mayo de 1989, un breve texto firmado por Sívori hace referencia al incendio de La salita, ocurrido en marzo de ese año.↩︎
El grupo Marabunta estaba integrado por Elizabeth Dolinska en voz, Jorge Diez en guitarras, saxo y voz, Daniel Miguez en batería y percusión, Rodolfo Regueiro en bajo, y Mariano Toziano en teclados y coros. En 1987 editaron su disco homónimo.↩︎
Rodríguez Esperón, en una comunicación personal, recuerda el impulso que tomaron esas actividades en Liberarte, particularmente luego de la emisión de un programa de El monitor argentino –conducido por Jorge Dorio y Martín Caparrós– en el que algunos integrantes de la revista fueron entrevistados.↩︎
“Se llevan los restos del Barcito Azul en un volquete. / Allí con mi pérfida difunta fuimos felices / durante dos cervezas, entre / anagramas y sonrisas biondinescas / que un pobre mozo socarrón / nos obsequiaba. / Allí el bueno de Raf casi muere / acuchillado por un impune acreedor / impaciente. / Allí conversé fragmentos de mi vida / con Bernardo Carey, Ariel Bufano, / Luis Luchi, Alberto, Alicia, y hasta con la / viuda de un famoso bandoneonista. / Allí pasé horas enteras esperando que / el sol me indicara las fisuras del / horizonte” (Sívori, 1994). El “Barcito Azul” estaba al lado del Teatro Municipal General San Martín. Otro espacio de encuentro y actividades era la librería Gandhi, por entonces en la calle Montevideo. Allí, en abril de 1992, Sívori presentó el poemario de Luis Luchi Fuera de margen: “Irreverente, como yo, participando en esta mesa ‘forajida’, rompiendo la isotopía estilística de las tradicionales presentaciones de libros, mientras muchos se preguntarán –quizás– ‘¿qué hace este pendejo hablando de Luchi?’, mientras yo me pregunto –quizás– si se puede encasillar a la gente en tal o cual generación. ¿Cuál será mi generación?, ¿Cuál será realmente la de Luchi?, ¿Existe una generación de los poetas de los ’60?”↩︎
La casa donde Sívori vivía por aquél entonces aparece en varios poemas, entre ellos “Batateando (Tachos y escupiendo vidrieras en el Abasto”, de Carajo, donde habla de “la primera salida de novios / con la patrullita mientras los hipopótamos / nos tomaban las habitaciones / de la vieja casona del barrio de Flores” (Sívori, 1994). En el mismo poema menciona el “Spiedo Cultural del Partido Comunista”, haciendo referencia, suponemos, a Liberarte. Claudia Malta también recuerda la casa de Fray Cayetano Rodríguez, a cinco cuadras de Plaza Flores, como un ámbito de encuentro en torno a la revista.↩︎
El primer número de la revista Talismán (mayo de 1969), dirigida por Vicente Zito Lema, estaba íntegramente dedicado a Jacobo Fijman, por entonces casi en el olvido luego de permanecer más de cuarenta años internado en diferentes instituciones psiquiátricas. Curiosamente, el artículo de Sívori no menciona el antecedente de Talismán, aunque sí una “colaboración anecdótica”, extraída de una conferencia de Juan Jacobo Bajarlía. Probablemente haciendo referencia a la conocida intervención de Zito Lema en favor de Fijman –intervención que le permite, entre otras cosas, salidas transitorias del neuropsiquiátrico Borda–, Sívori menciona que “sus amigos, entre ellos poetas muy conocidos, lo sacaron de sus vidas”. Entre esas salidas, cabe destacar la lectura que Zito Lema organiza en 1970 en la galería Gradiva, junto a Fijman y Miguel Ángel Bustos, quien había pasado por varias internaciones en el Borda.↩︎
El grupo Bardus también había realizado actividades con internos del Borda.↩︎
Realizada en la ciudad de Rosario en mayo de 1990. La revista la presenta como “el PRIMER ENCUENTRO BIENAL ALTERNATIVO DE ARTE (y no de ARTE ALTERNATIVO) que tuvo como consigna: TRABAJADORES DE ARTE TOMAN ROSARIO” (Epitafio 5, 1990). Se respetaron las mayúsculas del original.↩︎
Se respetaron las mayúsculas del original.↩︎
En el número 5, donde se hace referencia a “Tomarte”, no hay mayores descripciones sobre estas propuestas. Consultado, Sívori especifica: “Intervenimos el cartón con nuestros poemas y en Rosario junto a las prostitutas y cartoneros del barrio de Pichincha” (comunicación personal por correo electrónico, 2020).↩︎
El primer número de 18 whiskys está dedicado a Mangieri, quien además figura en el staff como corrector. Aulicino y Fondebrider aparecen como colaboradores. En el número publicado en marzo de 1993, de los tres mencionados el único que firma es Aulicino.↩︎
Juan Gelman era un poeta de constante referencia para Sívori, del mismo modo que Luis Luchi; Szpunberg y Pipino participaron en diferentes encuentros con integrantes de Epitafio y otros poetas, como el que se realizó en la Biblioteca Tuñón, que funcionaba hacia principios de los noventa en la casa natal de Evaristo Carriego. Además, con Pipino el intercambio se dio a través de la revista que este dirigía, Utopías del Sur. En el número 5 de Epitafio aparece la reseña del libro Nueva cultura nicaragüense (1989), de Klaas S. Weellinga, publicado por la editorial Libros de Utopías del Sur, también dirigida por Pipino. El libro aportaba varios capítulos dedicados a la poesía y sus prácticas. La participación del artista mexicano Francisco Limón, que ilustró números de Utopías del Sur y Epitafio, es otro de los vínculos gestados entre ambas publicaciones. En su plaqueta Carajo, Sívori incluye el poema “La única teoría”, que tiene como protagonistas a Pipino, a Mangieri y al propio autor.↩︎
El poeta Juano Villafañe –como hemos visto, cercano a Epitafio– también colaboró con un artículo para 18 whiskys, a partir de la polémica generada por Jorge Santiago Perednik con su prólogo a Nueva poesía argentina durante la dictadura (1976-1983). A diferencia de Aulicino y Fondebrider, lo de Villafañe parece haber sido sólo una colaboración.↩︎
En la siguiente definición de 18 whiskys, Matías Moscardi también ofrece, por contraste, una definición de Epitafio: “El formato de la revista abandona la estética de ‘bajo presupuesto’ que caracterizaba a otras publicaciones –a veces posteriores, a veces contemporáneas– y opta, en cambio, por un modelo estándar, con tapa a color y un material ordenado a partir de una serie de textos, imágenes, poemas, entrevistas y traducciones que, en conjunto, conforman las estrategias discursivas que caracterizan a esta publicación” (Moscardi, 2010, p. 137).↩︎
El segundo número de 18 whiskys fue publicado en marzo de 1993.↩︎
Sívori tenía relación, además, con Juan Desiderio, a quien recuerda en tiempos de la Biblioteca Tuñón: “Fui muchas veces como usuario a esa biblioteca antes que habilitaran a la poesía. A mí me gustaba ir para visitar a Juancito Desiderio que le recuerdo como un buen pibe, rockero y además muy buen poeta. Antes le iba a ver también a su anterior lugar de trabajo, la Dirección General de Bibliotecas. Para la inauguración de la Tuñón pude estar con Gustavo Mozzi, a quien entrevistamos para Epitafio, con el Tata Cedrón y también con Baglietto, que musicalizó e interpretó en esa tarde uno de los más bellos poemas de Juan Gelman: ‘Mi Buenos Aires Querido’” (comunicación personal por correo electrónico, 2020). Como el encuentro con Gelman y el festival de poesía en Chile, la idea original de la Biblioteca Tuñón fue de Foia.↩︎
El único número de la revista Un huevo y medio, editada por el grupo Bardus en la segunda mitad de 1988, también muestra un cuidado diseño, alejado de otros formatos más artesanales, que exhibían publicaciones como La trompa de falopo y Epitafio. A diferencia de 18 whiskys, Un huevo y medio no parece haber sufrido la injerencia de autores de otras generaciones.↩︎
Nos referimos al documental La vida que te agenciaste (2018), dirigido por Mario Varela, que es un ejemplo claro del recorte operado en torno a la producción poética de la época.↩︎
La “mítica 18 whiskys” aparece como una fórmula repetida en decenas de artículos y reseñas.↩︎