| ARTÍCULOS |
https://doi.org/10.30972/clt.268272
CLRELyL 26 (2025). ISSN 2684-0499
Universidad Nacional de Mar del Plata / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
a_catalano@outlook.com.ar
Recibido: 13/02/2024 - Aceptado: 23/03/2025
Resumen
Susana Chávez fue una poeta, psicóloga y militante por los Derechos Humanos de Ciudad Juárez, México. Mantuvo un blog durante los años 2004 y 2005 llamado Primera tormenta, en el que compartía periódicamente sus poemas, la mayoría enfocados en la violencia de género y los femicidios. Este artículo se concentra en una lectura de sus textos como intervenciones feministas en un doble sentido: en tanto denuncia de los crímenes y las violencias sufridas por la comunidad de mujeres mexicanas, y a su vez como visibilización y reivindicación de otras formas de ser mujer, negadas, silenciadas o perseguidas por la cultura patriarcal. Además, se exploran las vinculaciones que entablan los poemas de Chávez con el testimonio y el campo de las memorias sociales, en torno a problemáticas que continúan siendo actuales en América Latina.
Palabras clave: poesía; Susana Chávez; memorias; feminismos
Abstract
Susana Chávez was a poet, psychologist and Human Rights activist from Ciudad Juárez, Mexico. Between 2004 and 2005, she maintained a blog called Primera tormenta, where she periodically published poems, most of which centered on gender-based violence and femicide. This article focuses on reading her texts as feminist interventions in a dual sense: as a denunciation of the crimes and violence endured by Mexican women, and second, as effort to make visible and affirm alternative ways of being a woman –ways that have been denied, silenced, or persecuted by patriarchal culture. Also, we explore the connections Chávez's poetry establishes with testimonial writing and the field of social memories, particularly in relation to issues that remain pressing in Latin America today.
Keywords: poetry; Susana Chávez; memories; feminisms
Introducción
En el texto que abre la edición de Primera tormenta (2020) –reciente compilación poética de Susana Chávez–, Hilda Sotelo, su amiga y compañera, recurre de manera constante al uso de la primera persona plural. El título de su prólogo es “La vida de Susana Chávez Castillo”, pero ya en el párrafo inicial advertimos que la vida de Susana Chávez es en realidad nuestra vida, es decir, la de sus amigxs, la de su comunidad, la de un pueblo entero.
Para enmarcar ese sentido colectivo, esa dimensión gregaria de la obra y del recorrido vital y político de Chávez, Sotelo recurre a las palabras de Donna Haraway, quien en su libro Seguir con el problema (2019) habla de la símpoiesis como un “hacer juntas, habitar las dificultades sin escapar, ser parte mutua y crítica de la autorestauración de los cuerpos y la tierra” (citado en Chávez Castillo, 2020, p. 12). Haraway emplea esta noción para sugerir que lo vivo no es algo estable y que nunca se hace a sí mismo (como insinúa la autopoiesis), sino que muta y evoluciona siempre junto-con-otrxs (sim-poiesis, una mezcla de simbiosis y poiesis). En la escritura, las intervenciones culturales y el activismo político de Susana Chávez es posible advertir este significado: en el desplazamiento del yo al nosotras, del soy al somos y seremos, en la multiplicidad de voces y de historias que sus versos recogen. Un nosotrxs a partir del cual activar denuncias, pero también conformar el registro y la memoria de las mujeres amenazadas y perseguidas en México. Siguiendo esa línea, este artículo explora las vinculaciones que la escritura de Chávez entabla con el testimonio, la denuncia, las reivindicaciones y las memorias sociales, atravesada a su vez por un sentir colectivo feminista y militante y una reflexión profunda sobre los distintos modos de ser-mujer.
Ciudad Juárez tiene connotaciones precisas, entre finales de los años noventa y comienzo del nuevo milenio, que remiten sin duda a la violencia machista, pero también a nuevas formas de resistencia y disputa. Rita Segato, en las primeras páginas de su investigación dedicada a los femicidios en Juárez,1 caracterizó dicha ciudad como “lugar emblemático del sufrimiento de las mujeres” (2013, p. 11). Segato explica que es allí en donde “se muestra la relación directa que existe entre capital y muerte, entre acumulación y concentración desreguladas y el sacrificio de mujeres pobres, morenas, mestizas, devoradas por la hendija donde se articulan economía monetaria y economía simbólica, control de recursos y poder de muerte” (p. 12). Allí, en esa tierra-tormenta, amada y odiada, nació en 1974 y vivió hasta su asesinato en enero de 2011 Susana Chávez Castillo.
Chávez, además de poeta, fue psicóloga y militante por los Derechos Humanos. Empezó a escribir desde muy chica y en pleno auge de los “blogs”, alrededor del 2001, abrió el suyo, al que denominó Primera tormenta (como el título de su libro póstumo), el cual mantuvo en actividad hasta el año 2005.2 En una suerte de solapa del libro-blog –conocido en el mundo de los blog como “about”– podemos leer una biografía sucinta de Chávez con producciones e intervenciones artísticas: lecturas públicas, encuentros de poetas, campamentos de jóvenes por la diversidad, lecturas para ciegxs en bibliotecas públicas, columnas en radios juarenses, lecturas en marchas feministas, performances y cortometrajes. Al final de la lista, también leemos que “trabaja en un nuevo libro” (sic).
Pero ¿qué imagen de poeta proyectan estas actividades, estas prácticas donde se encuentran la calle, la comunidad, el cuerpo y la palabra? ¿Cuáles son los sentidos posibles para una obra que no se hace en una editorial o se vende en los anaqueles de las librerías, sino en declamaciones, en entradas de blogs, en el cruce con otros soportes y con otrxs sujetos? Es probable que encontremos algunas pistas para reflexionar sobre estas cuestiones en los poemas que, desde muy temprano, definen la praxis literaria como un estado permanente de cacería, de búsqueda, de escucha y diálogo, externo e interno, y que, por ende, no puede limitarse o reducirse a un libro o un hecho puntual.
Formas inesperadas de ser-mujer en la escritura
El presente trabajo se concentrará, entonces, alrededor de tres ejes o aristas que se destacan en la poética de Susana Chávez: en primer lugar, en las imágenes de mujer que presenta, casi siempre en disidencia o en tensión con la norma social, lo esperable, lo hegemónico; en segundo lugar, la representación de la violencia machista y la dimensión testimonial y de lucha que proponen los poemas; y por último, me detendré en cierta capacidad o potencia de los textos de volverse activaciones callejeras, públicas, grupales, ayer y hoy.
En relación al primer eje, se puede advertir a lo largo de toda la poesía de Chávez la presencia de diversas imágenes del ser-mujer. Mujeres-hacha, mujeres que desafían modelos preestablecidos, mujeres que no cumplen expectativas patriarcales, mujeres poetas, rebeldes, fogosas, fuera de canon, invencibles. Por ejemplo, como leemos en el poema “La masa”, una voz en primera persona toma distancia de la feminidad o lo femenino como aquello esperable o deseable en una mujer:
El sentido femenino no se manifiesta en mí,
quizás todos le atribuyan mi evolución
al tono de voz,
con la cual expulso todo lo interno
para no volverme una canción popular. (p. 26)
Se trata de una voz que no espera ser replicada por todos, no espera agradar ni condescender a nadie sino sacar afuera lo que se agita dentro: ya no el sentido femenino sino el sentido mismo de esa voz, individual y colectiva a la vez, el sentido del canto y la poesía. Por esto mismo, aunque el poema se enuncia en primera persona, las referencias personales o las notaciones biográficas, incluso históricas, se desdibujan, se esfuman; la voz se despersonaliza, se vuelve un tono, una expulsión: gesto, acción, intención. Y al mismo tiempo, los versos redefinen, en cierta forma, lo que entendemos como canción popular en la medida en que popular significa una reproducción acrítica, que de tanto que suena desgasta o agota su potencia. El canto del poema, en cambio, confronta con ese todos inofensivo que parece contener la multitud y la heterogeneidad, al empezar con una negación que se vuelve, acto seguido, reivindicación: no ser lo femenino sino ser lo inesperado, lo improbable. “Soy lo inesperado de Juárez, / soy lo que la gente nunca sabrá / soy la medusa que duerme / y nunca quiere regresar” (p. 123), escribe Chávez en otro poema.
Ahora bien, este contrapunto con la feminidad no implica un rechazo de la categoría “mujer” sino más bien una resignificación de sus sentidos y correspondencias posibles. Tal como lo conceptualizó Betty Friedan, en su ya clásico libro La mística de la feminidad (publicado por primera vez en 1963), no existen atributos femeninos dados de antemano sino que la cultura y la sociedad patriarcal proyectan una “mística” de la feminidad; es decir, una imagen de lo esencialmente femenino que se corresponde con la figura del “ángel del hogar”, una mujer que se ocupa del bienestar y el cuidado de su marido e hijos, una mujer divinizada como esposa y madre. Se trata de una imagen que, indudablemente, es posible rastrear todavía en la actualidad y que, a pesar de haber encontrado discursos disidentes y contestatarios que desafían y obturan su reproducción, sigue produciendo efectos.
Como podemos ver en el poema citado a continuación, “Mujer hacha”, la poesía de Chávez supone un enfrentamiento, una disputa simbólica con este imaginario femenino de la docilidad, la dulzura y el servicio, al que antepone otro de corte rebelde y combativo, cargado de misterio y erotismo:
Mujer
lejana,
improbable
disfrazada de razón,
fuerza sin sangre.
Hechicera mocosa, echada a sus sienes
a quien le nombran incertidumbre.
Abismal de lo interno que no sabe ademanes,
cautivante con sus silencios.
Atroz,
irresistible al deseo de morder la noche,
vacilante en desencantos,
embellecida por cuentos,
reposada en la distancia.
Mujer instante,
hacha
que arrastras,
que cortas lenguas esparciéndolas
en la mano de Dios que se retuerce de risa
contigo.
Fugitiva de tu captura saldré
sabiendo perfectamente
que eres invencible. (p. 37-38)
A partir de la adjetivación utilizada en el texto, observamos cómo se dispone alrededor de la figura de la mujer la idea de una subjetividad que no puede ser limitada y definida, ya que es, por el contrario, irresistible, incierta, improbable, distante. Sin embargo, es posible trazar algunas líneas sobre su imagen: mujer como fuente de deseo y placer, como animal imbatible, como vengadora o luchadora que “corta” las lenguas. Esta última metáfora puede ser interpretada de diferentes modos; por un lado, la mujer como sujeto que deja sin habla o sin comunicación al resto, de quien Dios incluso se ríe como si no tuviera más que hacer con ella, que escapa, de nuevo, a su dominio. Por otro lado, y esta es una imagen que vuelve una y otra vez en los poemas de Susana Chávez: la mujer en tanto justiciera que anula “las malas lenguas”, como dice el refrán. A su vez, en este punto es donde el cuerpo y la acción de la mujer más se alejan del universo doméstico, de la supuesta calma y pasividad que proyecta lo femenino, al introducir términos y objetos más vinculados históricamente con lo masculino (la guerra, la violencia, el combate). Y al igual que los varones que conforman círculos o cofradías alrededor de ese poder o esa capacidad de pelear y enfrentarse, las mujeres también tendrán su propia red o genealogía, aunque ya no para actuar conjuntamente o de manera cómplice, sino a modo de herencias, de legados de lucha y sacrificio que van pasándose de mano en mano, de cuerpo en cuerpo, como en el siguiente poema:
Soy la libertad de mi madre
que se ha gastado el cuerpo por ser
la de mi abuela.
Soy su felicidad, (si la felicidad se encierra en un hijo
soy sus ojos que le enseñan una nueva visión de la vida
soy la introductora perfecta entre el sol y ella
soy su espera de libertad
soy la que descifra su energía
una semilla que creció y da fruto
soy su actualidad en una selva de carros
soy la que le pinta un pájaro entre las cejas
y la manda a volar (p. 35)
Este fragmento muestra una continuidad entre las mujeres, en este caso puntualizado en la relación madre e hija, pero que puede extenderse a otros vínculos basados en la solidaridad y el afecto, en lo común, lo compartido, lo colectivo. Dicho de otro modo, los versos condensan en pocas palabras el tópico de la genealogía, bastante difundido dentro de los feminismos, esto es, la relación entre las mujeres que vinieron antes al mundo y las que llegaron después; el reconocimiento, la contigüidad, la filiación. De acuerdo con Luce Irigaray, estas “genealogías de mujeres, en un orden patrilineal, se pierden y olvidan fácilmente pues, como se ha señalado no sólo carecemos de símbolos para nombrarlas, sino que, en las sociedades patrilineales quedan subordinadas a las relaciones entre hombres” (1992, p. 14). La voz que habla en los poemas no está aislada sino que encuentra constantemente ecos y reverberaciones de voces pasadas: continuidades, desvíos, rupturas, actualizaciones. Lo que otras antes anhelaron, obtuvieron o por lo que lucharon, pervive en los cuerpos y las experiencias del presente. Y al revés, las disputas actuales resignifican y “dan vuelo”, como dice el poema, a las predecesoras. En ese sentido, se puede afirmar que la poesía reconstruye y compone una suerte de memoria feminista (afectiva, política, histórica) al enhebrar nombres, vidas y proyectos, pasados, presentes y futuros.3 Este gesto también está presente en las dedicatorias y epígrafes de los poemas,4 lecturas conmemorativas, recordatorios y evocaciones, en las manifestaciones, en la frase acuñada por Susana Chávez y reproducida y reinventada luego por miles: ni una muerta más (ni una menos, vivas nos queremos).
Entre la violencia, el testimonio y el llamado a la lucha
El Ni una muerta más pronunciado por Chávez da pie al segundo eje del análisis que tiene que ver con la reelaboración poética de la violencia patriarcal sufrida en Ciudad Juárez, tal como se planteó al comienzo. Matanzas, muertes, violaciones, abusos y torturas contra los cuerpos de las mujeres, jóvenes y niñas. Familias o grupos de amigas y compañeras arrasados por completo. Muertes, desapariciones y ausencias que no solamente han quedado, en muchísimos casos, impunes sino que han sido “tapadas” o invisibilizadas por el poder político, judicial y mediático, tal como han estudiado y puesto en evidencia Monárrez (2009; 2010), Segato (2013), y otrxs.
En este contexto de crueldad extrema, de ocultamiento y silencios, la voz de Susana Chávez se erige como testimonio y registro de esa experiencia tan particular y límite que significa vivir día a día en medio del terror:
Éstas son las cosas de nunca acabar,
mas si lo hiciera así, ¿cómo sería mi realidad?
Pequeña era cuando la violencia
azotaba en casa y en ciudad entera.
Poco a poco me acostumbré:
las mañas pasaron a ser
un bulto inmóvil al polo opuesto,
lluvia de miedos con paraguas tapé.
Era cuchillo potencia limitada, anulada.
La pistola es ahora la que habla
allí en la esquina el respeto me dan
y a quien no lo muestre,
su madre lo llorará al día siguiente.
Así son los sitios que me corresponden.
¿Quién dijo que las mujeres no pueden?
¿Cuántas cabronas como yo existen y
nos hacemos?
Es el instinto de protección:
camina por la calle sola, verás lo cabrón.
Es por eso que de ningún hombre me pienso dejar.
Me vale madres, a mí nadie me encuera.
Es la verdad, la felicidad se ha esfumado.
Pero, ¿qué se puede hacer si aquí es
matar o morir?
No jalo carro y le llego a la ruta,
pesado es el camino mirando angustia,
cansancio y también impotencia,
de todos los rostros caminando al jale.
Pinche puto camino diario.
Pinche madrugada que nos levanta al varo.
Ni a mi jefa ni a mi jefe casi veo,
solo por las tardes de comida rápida en
silencio.
Hoy traigo revuelta la panza,
el pedo es que maté una perra aquí,
apenas a unas cuadras.
Pinche cabrona, corretizas a diario.
Nadie salió con el ruido del disparo,
la neta es que por acá, como les dije, es cotidiano.
Nadie para bola cuando aparece una persona,
mucho menos por esa pinche perra sarnosa.
El caso es que sin la fusca yo no vivo.
Cuando se sabe usar, bien vale el sacrificio:
quesque un asalto,
quesque la raptada,
quesque ayer querían encuerar a una chava.
Nada, nada conmigo pasa.
Conmigo se hincan y hasta me dan las nalgas,
así de simple, la saco y disparo.
Disparo primero para asustar,
y siguiente le doy para que se pueda callar.
Así son las cosas que a mí me tocan,
esto es lo que yo puedo contar,
mientras no te cargue a ti el pedo
que te importa,
que te importará. (p. 113-116)
Este extenso poema presenta, a diferencia de los otros, un arco temporal que va desde la infancia (“pequeña era…”) hasta el presente o el “hoy” donde la realidad no ha cambiado, excepto la posición del sujeto. Mientras que al principio se plantea una naturalización o resignación ante la violencia, sumado el miedo y la impotencia, más tarde en la adultez se empuñará el arma y se exigirán igualdad y respeto. La mirada y el lugar de quien enuncia se han desplazado: de pequeña a “cabrona”, de la inacción al “poder”, del silencio al cuestionamiento y de la aceptación al compromiso. Inclusive este pasaje puede advertirse en el contraste que se genera entre el primer verso, “Éstas son las cosas de nunca acabar”, y uno de los últimos, “Así son las cosas que a mí me tocan”. Si en el primero “las cosas” suceden sin más y no acaban, en el segundo caso encontramos al sujeto como destinatarix de lo que ocurre, movimiento marcado a partir del uso de los pronombres personales. Ya no es la realidad a secas sino la propia, la mía y eventualmente la “tuya”, como augura al final el texto. La voz del poema toma parte en lo que pasa, lejos de victimizarse o quedarse pasiva, se muestra en su capacidad de agencia, al igual que otras mujeres que “se hacen” a sí mismas (mujer “cabrona” no se nace, se hace), al existir y resistir, parafraseando una de las tantas consignas feministas actuales (Existimos porque resistimos). Recordemos también, en sintonía, la comparación del poema “soy lo inesperado” con Medusa, una figura que simboliza la lucha y cuya cabeza se usaba, según la mitología, como arma y amuleto para espantar el mal.
En efecto, el poema da cuenta de lo que sucede “en casa y en ciudad entera”, denuncia tanto la violencia como la parálisis de la sociedad y propone, al mismo tiempo, una salida: dar vuelta el tablero y defenderse, atacar y sobre todo contar. Siguiendo las palabras de Sara Ahmed, podemos leer la acción de escribir la violencia que sufren las mujeres como trabajo feminista y trabajo de la memoria. Explica Ahmed:
El trabajo feminista es muchas veces un trabajo de la memoria. Trabajamos para recordar eso que desearíamos poder dejar atrás. Al pensar qué significa vivir una vida feminista, he estado recordando; intentando armar el rompecabezas. He estado apoyando una esponja sobre el pasado. Cuando pienso en mi método, pienso en una esponja: un material capaz de absorber cosas. La dejamos ahí y esperamos para ver de qué se impregna. No es que el trabajo de la memoria consista necesariamente en recordar lo que se ha olvidado: más bien se trata de permitir que un recuerdo se vuelva inequívoco, que adquiera una cierta firmeza, incluso una claridad. Podemos reunir recuerdos como si se tratara de objetos, para dejar de mirarlos sólo a medias y tener de ellos una imagen más completa; para entender cómo se conectan entre sí diferentes experiencias. (2021, p. 57)
Feminismo y memoria se tejen en la poesía de Chávez a partir de la rememoración personal y política de toda una vida (“mi realidad”) en medio del dolor y la injusticia. Pero esta perspectiva de apariencia individual se torna después colectiva y son las mujeres, en plural, las que pueden desafiar y transformar ese estado de cosas general. Evocar lo pasado para cambiar hacia adelante, lo propio y lo compartido, lo que sucede a una en particular y a todas (la niña, la adulta, la víctima, la cabrona, la poeta, incluso a la indiferente). En consonancia, Elizabeth Jelin (2002) argumenta que trabajar la memoria tiene más que ver con promover el debate y la reflexión activa sobre el pasado, que con re-vivir o cristalizar un recuerdo. Así, en Chávez, la anécdota o el hecho en sí funcionan como puntapié para abrir signos de interrogante, dilemas, incluso afirmaciones, como bien puede apreciarse en el poema citado antes, en relación a la infancia o a un paseo por el barrio que conducen a una exhortación sobre la violencia imperante.
No obstante, cabe resaltar que los textos de Chávez están lejos de ser puros manifiestos o panfletos feministas, en la medida en que se pone en juego una multiplicidad de tonos y recursos que evitan la linealidad en la que suele caer muchas veces el discurso político (consignas, eslóganes, frases hechas, simplificaciones). No hay reivindicaciones a secas, ni certezas, sin dudas, sin ambigüedad, sin paradoja. Esto sucede también porque, a diferencia de los testimonios convencionales, la poesía no se guía por los principios de claridad y racionalidad, no pretende ser una demostración ni persigue una verdad unívoca (si acaso esta fuera posible). El discurso poético comunica y transmite, pero de un modo singular y ambivalente, a través de sensaciones, emociones e imágenes. Y a la vez que intenta tomar nota de los hechos, la poesía se piensa a sí misma, se cuestiona y resquebraja:
Qué le puedo entonces decir a los demás
de mi embalsamada palabra si poco sé de ella.
Tal vez que estaba durmiendo
y ahora la tengo ante mí
lepidosirena
saltando
atrayente
coqueteándole a mi silencio aquiesciente. (p. 84)
Las preguntas abundan en la escritura de Susana Chávez tanto como las convicciones y las proclamas. La palabra se conoce y se desconoce de manera constante, se pone a prueba y se enuncia, se niega y se afirma. Eso sí, lejos de paralizar o de obstruir la palabra, la preocupación por lo que se tiene para decir y por cómo decirlo, motoriza e interrumpe el silencio y la quietud. Es cierto que, como señala Agamben (2010), este suele ser un tópico recurrente en los testimonios: el de la insuficiencia del lenguaje o la imposibilidad misma del relato de decir el horror y la muerte. Sin embargo, vale la pena subrayar dos diferencias. La primera es que los poemas de Chávez no reflexionan tanto sobre las posibilidades de la lengua en un sentido abstracto, sino sobre la propia creación poética (“mi embalsamada palabra”), sobre el papel más concreto de la literatura (su literatura, de nuevo) ante la violencia y el terror. Y segundo, Chávez representa al mismo tiempo la voz de una testigo que recoge en sus textos la memoria de lxs muertxs y habla por quienes ya no están, pero que también sufre en carne propia y en tiempo presente la destrucción y amenaza a su vida y la de su comunidad. No es casual entonces encontrar poemas que retraten o presagien la extinción de ese mismo cuerpo y esa voz que habla:
Algunos cargan mi cuerpo desierto
tras su espalda
como si fuera el sendero
un día cruzado hacía mí.
Mientras, me mezclo inclemente
con cenizas de todas las calmas
convirtiéndome en mar de tormentas,
de huesos perdidos. (p. 24)
Por último, vale la pena mencionar que no siempre hay en los textos una convocatoria explícita o un llamado concreto a la acción, como se puede observar en “Ocaso”, último poema que publicó Chávez en su blog, dedicado a Linda Escobedo, en el cual se entremezclan el dolor por la pérdida con la autorreflexión sobre la propia vida y la palabra:
He perdido la cuenta de tus huesos
introduciendo mi palabra al tiempo
entonces me fui a alguna parte
con el apetito dormido.
Fuiste tú el sitio del crimen,
quién me volvió clandestina melodía,
a quien contemplo mezclada de imágenes
sentada en una butaca del cine
para ver mi sombra.
Nos enredamos en el vacío
y de la nada surge tu boca
a desprenderme a Dios del aliento
en un espejismo que me brota
por un rumor indefinido.
Surges despuntando tu lengua
liberando a Sofía de tu interior.
Aquí estás, embalsamada,
casi real entre los árboles.
Pareces un chacal,
un alebríje que me conquista
más allá de lo intocable.
Te veo desatada en una ventana
alrededor de mi otra parte
dándole a mis ojos el cierre final.
A veces, también te veo
atrapada en un secreto
que duele entre mi carne.
Así voy avanzando paso a paso
tomando de una mano tu ruptura
y acariciando con la otra
los cabellos de alguien
por quien toco la magnánima vehemencia.
Así voy en mi misma
perdiendo la cuenta de tus huesos. (p. 98-99)
El texto presenta una dinámica de observación y reconocimiento a modo de espejismo: mirar a la otra para mirarse a sí misma. Es la contemplación de la ausente como trabajo de duelo, como consciencia de que esa otra mujer se ha vuelto intocable, cuerpo embalsamado, “huesos”, “sitio del crimen”. Pero también ronda la pregunta sobre cómo avanzar en medio de la muerte, cómo llevar o “perder” la cuenta de los huesos, cómo recordar o, más precisamente, qué rol cumplen la palabra y la melodía, que lejos de ser popular, como en el primer poema citado, se ha vuelto ahora “clandestina”. El trabajo de la memoria (ya no el del duelo personal e íntimo) implica entonces pasar de esa primera contemplación con la que abre el poema, a dejarse atravesar por ese otro cuerpo hasta fundirse en uno solo, hasta sentir en el propio cuerpo el dolor, como si la voz poética reencarnara en la otra. Después de todo, la escritura de Chávez es contestataria en el sentido en que recorre el camino inverso al de los crímenes y la complicidad del Estado: ante el descarte o la desaparición, la poesía corporiza a las ausentes; ante el silenciamiento aleccionador, da voz a quienes no la tienen. Y sobre todo, permite establecer, en medio del horror, complicidades, alianzas y secuencias urgentes y necesarias. En diálogo con esto último, Marianne Hirsch menciona, en la introducción del volumen Women Mobilizing Memory (2019), que el arte y la literatura se han vuelto cruciales, en el contexto actual, para combatir el silencio y la negación y movilizar la memoria; más precisamente, para encontrar formas de conocimiento alternativas e intervenir en las narrativas y los imaginarios locales, y también para procesar colectivamente las derrotas y exigir justicia. Esta apreciación de Hirsch da pie al último apartado con el que concluye este trabajo, que lejos de buscar una clausura, intenta dejar abierta la discusión para seguir pensando nuevas posibilidades de la poesía en el ámbito de las luchas sociales y políticas actuales.
Activaciones de ayer y de hoy
La investigadora Luciana di Leone apunta, en un reciente artículo sobre la emergencia de la poesía en los debates y manifestaciones públicas sobre la legalización del aborto en la Argentina, que la lectura de poemas era, en ese marco, un modo de hacerse parte y no un resultado en sí mismo:
El poema participa de la exposición y planteo de demandas pero no de un modo directo, enunciando la demanda (aunque muchos de los poemas también lo hagan), sino como un gesto de aparición y presencia. Es un modo de la poesía que es vivible y no declamable. Las lecturas de poemas significan mucho más como condición y como modo de vida que como aquello que en su letra explican, más allá de tener un discurso más o menos apropiado y claro para la ocasión. (2023, p. 25)
Teniendo en cuenta las palabras de di Leone, cabría preguntarse qué activaciones fueron posibles o tuvieron lugar gracias a la poesía de Susana Chávez y cómo se cifran de antemano en los textos mismos, ese “gesto de aparición y presencia”. Como referí al principio –y como vemos en las siguientes imágenes extraídas de la web– la obra poética de Chávez nace al calor de lecturas y declamaciones públicas y hacia allí pareciera ir desde entonces. Chávez no encarna la figura de la poeta en su torre de marfil que cada tanto desciende y edita un libro para su público. Al contrario, su escritura nace del contacto con lxs otrxs, de sus comentarios y su escucha atenta, de las respuestas e interpelaciones surgidas en el blog, de la pronunciación en voz alta, de las manos que sostienen papeles, micrófono, megáfono, banderas. Por eso no resulta casual ver sus versos en remeras, tampoco oírlos en marchas y actos políticos, muchos de ellos actos de homenaje y pedido de justicia para las víctimas de la violencia machista. La suya es una “escritura de la urgencia”, como llama Nora Domínguez (2019) a este tipo de intervenciones, porque se despliega al pie del acontecimiento político, lo documenta y hace de su opacidad un nuevo borde disparador. Tal vez por eso en uno de sus poemas, escribe: “Esta noche sin mí / te quedas por las calles / y mi poesía tiene música” (p. 103). La poesía de Chávez suena, tiene ritmo, invita a moverse, en especial ante esas noches de ausencias o de soledad a las que alude la cita.
Imagen 1. Lectura de poemas de Susana Chávez. Ciudad Juárez, México, año 2011.
Imagen 2. Intervención poética con textos de Susana Chávez. Oaxaca, México, año 2015.
Imagen 3. Lectura-homenaje a Susana Chávez, 2012. En la imagen se pueden leer los primeros versos del poema “Sangre nuestra” estampados en la remera de una de las oradoras.
Se podría agregar, en lo que se refiere al plano formal, que hay una serie de elementos que contribuyen con esa circulación oral y callejera, tales como el uso de versos breves y punzantes, de anáforas y aliteraciones que aportan musicalidad y cadencia, así como también la construcción de una lengua poética que, si bien presenta un léxico amplio (y no necesariamente ordinario o “bajo”), recurre en muchas ocasiones a términos coloquiales, a la variedad lingüística del español hablado en México, como por ejemplo “cabrona” o “me vale madre”.
Para cerrar, si coincidimos en que “la calle” es justamente uno de los espacios negados por excelencia a las mujeres y diversidades, la poesía de Chávez adquiere mayor relevancia cuando insta, en sus versos, a habitar ese lugar, como veíamos en el poema “Matanzas”: “Camina por la calle sola, verás lo cabrón” (p. 114). O como afirma en otro de sus textos titulado “Por nada”:
Soy, estoy viva, sentida, aplaudida, abrazada,
mirada, vivida, olida estoy […]
Como voy feliz, sin importar nada
como camino en la calle… (p. 76)
Haciendo propias las palabras de Judith Butler (2019), podemos sostener que Chávez reclama en sus poemas el “derecho a la aparición”: sonidos que se vuelven audibles, entre sí y para los demás, cuerpos que se exponen, se reúnen, que salen y caminan con felicidad y despreocupación. No es una ilusión ni una quimera, sino la condición de posibilidad de una vida vivible y un mundo habitable, como dice Butler; quienes sucedieron a Susana Chávez recogieron ese guante y llevaron su voz y sus textos a las calles de México y del resto de los países de América Latina. Rodadas, actos, homenajes, banderas, remeras, pintadas callejeras; sus versos se leen y observan en todo tipo de soportes y superficies.5 La literatura recobra de esta manera una especie de función ritual, comunitaria, de pasaje entre vivos y muertos, de unión y encuentro. O como dice otro texto de la propia Chávez, la poesía: “Honra, gritando paz / honorificando a los muertos / que ya no hablan, porque la voz se les fue” (p. 118).
Referencias bibliográficas
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Susana Chávez Castillo [Perfil de Facebook]. (s.f.). Inicio. Facebook. https://bit.ly/4kcSGxZ
*Agustina Catalano es Profesora y Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP) y Doctora en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Actualmente se desempeña como becaria postdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Realizó estancias de investigación en las universidades de Duisburg-Essen, Köln y Barcelona. Publicó Puede brotar el fuego o la hermosura. Literatura, política y edición en la obra de Roberto Santoro (Alción, 2023) y diversos artículos en revistas especializadas nacionales e internacionales acerca de las relaciones entre literatura, política, memoria y cultura de izquierdas.
Tal como subraya la investigadora Julia Monárrez (2010), si bien los conceptos de femicide y feminicidio existían para nombrar las atrocidades cometidas en contra de las mujeres, es a partir del incesante movimiento de mujeres en Ciudad Juárez, que este paradigma de análisis se vuelve un término de referencia y de uso común, que se expande más allá de la academia y más allá de la frontera mexicana.↩︎
Como bien se indica en el prólogo del libro, tanto el blog (www.primeratormenta.blogspot.com) como su perfil de Facebook (Susana Chávez Castillo, s.f., [página pública]) están todavía activos y son administrados por su familia a modo de recuerdo y homenaje, pero también como forma de seguir difundiendo sus textos, noticias y eventos relacionados con su poesía.↩︎
Chávez integra, al mismo tiempo, una constelación de escritoras mexicanas –en la que aún falta indagar en profundidad– que al igual que ella comprometieron su poesía para denunciar y dar respuesta a la violencia de género. Jesús Eduardo Morales Hernández (2022), Juan Armando Rojas Joo (2016) y Susana Leticia Báez Ayala (2005) trazan vinculaciones entre las poéticas de Susana Chávez y las de Arminé Arjona, Myrna Passtrana y Micaela Solís, con énfasis en el análisis de las representaciones en torno al desierto, la ciudad y la frontera.↩︎
Es habitual encontrar en los poemas de Chávez dedicatorias a su tía y madre, a sus amigxs, colegas de la literatura y amores, a las víctimas del femicidio, a veces con nombre y apellido y otras veces apenas con siglas.↩︎
En YouTube pueden encontrarse registros de buena parte de estas intervenciones callejeras, así también en la página-memoria que la familia de Chávez conserva en la red social Facebook.↩︎