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https://doi.org/10.30972/clt.268283
CLRELyL 26 (2025). ISSN 2684-0499
Universidad Nacional de Córdoba, Facultad de Filosofía y Humanidades, Centro de Investigaciones “María Saleme de Burnichon”
sofia.de.mauro@unc.edu.ar
Recibido: 18/09/2024 - Aceptado: 06/02/2025
Este artículo pretende ser un aporte a las indagaciones en torno a tres perspectivas (problemas, conceptos, enfoques) que presentamos de manera articulada: políticas, ecología y derechos lingüísticos. Para eso, primero revisamos algunos postulados sobre los derechos lingüísticos y la sugerencia de pensarlos como derechos de tercera generación. Así, desde la modulación lenguas-territorios, repasamos varias corrientes de la lingüística ecológica y de la ecología del lenguaje para presentar lo que hemos llamado “simbiogénesis lingüística” desde Margulis (1998) y Haraway (2019). Esbozamos, entonces, nuestra propuesta que implica otras conceptualizaciones del binomio naturaleza/cultura y desestabilizar la centralidad de la lengua en su relacionalidad con los procesos de (re)territorialización (Despret, 2022). Este enfoque nos permitirá situarnos desde la lingüística indígena americana para problematizar el continuum lenguas-territorios e invitarnos a “volver posibles otras historias”, como reclama Despret.
Palabras clave: derechos lingüísticos; lenguas indígenas; territorio; simbiogénesis; ecopolítica
Abstract
This article contributes to ongoing discussions at the intersection of three interrelated perspectives: language policy, linguistic ecology, and linguistic rights. To do so, we first review some postulates on linguistic rights and the suggestion to conceptualize them as third-generation rights. Grounded in the modulation between linguistic and territorial dimensions, we examine key currents within ecological linguistics and language ecology to introduce the concept of linguistic symbiogenesis, drawing on the work of Margulis (1998) and Haraway (2019). We then develop our proposal, which reconsiders the nature/culture dichotomy and challenges the centrality of language in its relation to (re)territorialization processes (Despret, 2022). This framework allows us to engage with Indigenous American linguistic perspectives, problematize the language–territory continuum, and follow Despret’s call to “make other histories possible.”
Keywords: linguistic rights; indigenous languages; territory; symbiogenesis; ecopolitics
Simbiogénesis lingüística. Lenguas indígenas, territorios y ecopolítica
Este texto emerge con el afán de vincular tres perspectivas (problemas, conceptos, enfoques) que no siempre aparecen de manera entrelazada: políticas, ecología y derechos lingüísticos. Si bien para cada una puede rastrearse un vasto desarrollo en las últimas décadas, también sabemos que, en algunos casos, las particulares maneras de abordar el objeto de estudio no coinciden, no se interpelan o pretenden asumirse como miradas asépticas, neutrales o “científicas” del asunto. En las líneas que siguen esbozamos una posibilidad ‒entre otras‒ de articular estos dominios y de asumir, explícitamente, un posicionamiento político, ideológico y situado del estudio de las lenguas indígenas americanas.
Para esto, en la primera sección (§. El giro lenguas indígenas y los derechos lingüísticos como política) haremos una selección de algunas temáticas abordadas por dos autorxs latinoamericanxs en el Congreso Internacional de Políticas lingüísticas realizado en Buenos Aires (Argentina) en 1997, Elvira Arnoux y Rainer E. Hamel,1 para reflexionar sobre las políticas lingüísticas en nuestra región en torno a las lenguas indígenas. Así, repasamos la Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos (1996), la postura de Rainer E. Hamel (1995) y la de Virginia Unamuno (2020) sobre la consideración de estos derechos como derechos humanos, para pensar la relación entre políticas del lenguaje (en un sentido estrecho ‒como políticas y planificación lingüística‒ y en un sentido amplio ‒glotopolítica‒) y los derechos lingüísticos entendidos como derechos humanos de tercera generación. Este posicionamiento, que se orienta a pensar las lenguas ‒en particular, las lenguas indígenas americanas‒ como lenguas-territorios, es nuestro puntapié para hacer un recorrido en la segunda sección (§. Algunas revisiones a las perspectivas ecológicas sobre las lenguas) de distintos planteos en torno a la ecología lingüística (ecolingüística, ecología del lenguaje, ecodinámica, según distintxs autores). En este sentido, marcaremos en cada unx de ellxs las diferentes definiciones sobre su/s objeto/s de estudio (lengua, ecología, territorio) en relación con las políticas del lenguaje y lo que Arnoux planteaba para el campo de las políticas lingüísticas: la investigación y la intervención social. En la última sección de nuestro trabajo (§. Hacia una simbiogénesis lingüística), luego de la revisión de la selección bibliográfica anterior y las particulares relaciones que indicamos, presentamos una propuesta teórica que considera el continuum lenguas-territorios desde algunas lecturas de Donna Haraway (2019) y Vinciane Despret (2022), principalmente. El objetivo de esta propuesta en ciernes es, como dijimos, vincular esos dominios (políticas, ecología, derechos lingüísticos), a partir de un deslizamiento epistemológico de lo que entendemos por lengua y la problematización del constructo esencialista y folklorizante lenguas-territorios. En este sentido, nos proponemos algunos movimientos teórico-políticos articulados. Por un lado, repensar el binomio naturaleza/cultura y su relación con la lengua. Por otra parte, presentar otros sentidos para el concepto de territorio (el movimiento frente a la estabilidad, la propiedad comunitaria frente a la propiedad privada, su no necesaria vinculación con lo rural, sino también con lo urbano, entre otros). Hacia el final, marcamos esos movimientos que consideramos pueden ser un aporte para el estudio de las lenguas indígenas americanas, al enfocarse en las prácticas lingüísticas y discursivas, los recursos comunicativos más amplios (no solo lingüísticos) los territorios, los derechos lingüísticos y las políticas del lenguaje con las que se piensan.
En definitiva, la simbiogénesis lingüística nos compromete a prestar atención sobre distintos aspectos de los procesos sociolingüísticos. Esta apuesta teórica requiere no desligar el dominio de la lengua del dominio del territorio, entendido como constructo geopolítico. Esto implica, en primer lugar, desarticular la noción de territorio de lo rural o de “la tierra”, como espacio romantizado en el que ubicamos, por ejemplo, a las personas indígenas. También, como propone la sociolingüística crítica, dejar de pensar en el sistema de la lengua; la lengua es entendida aquí en tanto continuum lengua-territorio, como ecosistema de relaciones simbióticas cooperativas que emergen y se reproducen desde una naturocultura. Este encuentro creativo nos permite no solo un amplio panorama para la investigación, la intervención social, el acompañamiento de políticas del lenguaje amplias, sino también comprometernos con un proceso de descolonización del lenguaje, como entidad pretendidamente aislada o como entidad autónoma que se interrelaciona con otras (con la cultura, con la sociedad, con el medioambiente). La descolonización aquí es pensada como propuesta no logocéntrica, es decir, como apuesta a descentrar el rol que los procesos colonizadores le han otorgado a la lengua como institución de la empresa colonial y neocolonial, como entidad unificadora, como herramienta de dominación y como constructo teórico que ha justificado los distintos procesos de diferenciación; como así también el grafocentrismo de las sociedades occidentales. Por otra parte, la propuesta nos convoca a reflexionar de manera situada las políticas del despojo, las violencias institucionales, el segregacionismo de la sociedad occidentalizada y occidentalizante que opera de manera sistemática sobre los imaginarios en torno a las lenguas indígenas, por lo tanto, sobre sus (¿no?) hablantes y sus procesos comunitarios, que muchas veces escapan a las lógicas de estado y del capital. Entre diferentes líneas de análisis posibles, pensamos en indagar en aquellos sectores de las prácticas y los repertorios lingüísticos en los que explícita o implícitamente se devela la simbiosis en la compleja red comunicativa (no solo lingüística) entre seres humanos y no humanos.
El Congreso Internacional de Políticas lingüísticas realizado en Buenos Aires (Argentina) en 1997 versó sobre temas centrales y de injerencia particular en esa época para esta perspectiva reciente: la enseñanza de lenguas y las reformas educativas; el giro que tomaron en los últimos años las políticas sobre lenguas indígenas; repercusiones de los procesos de integración regional; efectos de la globalización y la desigualdad social, entre otros. Para Elvira Arnoux, en el contexto de esta agenda, el campo de las políticas lingüísticas se reactualiza como espacio de investigación e intervención social; lo cual, consecuentemente, implica la adhesión a “ciertos principios políticos, éticos, ideológicos” por parte de lxs investigadorxs (1999, p. 13). A más de veinte años de su realización, convocamos este evento como punto de partida para reflexionar sobre estas propuestas desde una mirada retrospectiva.
Para Arnoux, la emergencia de lo que ella expresa como “derechos humanos lingüísticos” se relaciona directamente con el “reconocimiento de la importancia de las lenguas en la construcción de las identidades colectivas” que podemos enmarcar también en los procesos de regionalización en nuestro continente (1999, p. 15); signados, en muchos casos, por migraciones internas que produjeron un ensanchamiento del paisaje pluriétnico y plurilingüe. Para Hamel (1999), se trata de un reto fundamental en el que debemos dejar atrás las políticas asimilacionistas para asumir la diversidad (cultural y lingüística) como “un enorme recurso ecológico humano, un tesoro de visiones del mundo y de universos discursivos” (p. 289). El autor reconoce tres movimientos en torno a las políticas culturales en América Latina; pero no los entiende como etapas sucesivas, sino, en todo caso, solapadas. Por una parte, la que comprende el período colonial y la conformación de los estados independientes como monoculturales, que implicó el borramiento simbólico, material y físico, en muchos casos, de los pueblos indígenas. Por otra parte, la orientación multicultural que asumió la diversidad, pero en términos de “barrera para el desarrollo”, a pesar de haberse instalado como campo de posibilidades para la lucha por derechos concretos. El pluriculturalismo, finalmente, es el movimiento que vivimos en las últimas décadas, según el autor. Esta orientación, “no sólo reconoce la diferencia del indígena o inmigrante como derecho individual y colectivo, sino que la concibe, a diferencia de la posición multiculturalista, como un recurso sociocultural que enriquece el estado y el conjunto de la nación” (p. 289). Hamel insiste en presentarlas como orientaciones que perviven actualmente, aunque asume que el multiculturalismo y el pluriculturalismo son las que están en disputa de manera más pujante. Esto es, en términos muy generales, el reconocimiento de la diversidad como un problema y el reconocimiento de la diversidad como un valor, respectivamente. Aunque dicha posición permite considerar la diversidad cultural, étnica y lingüística en términos de multiplicidad, pluralidad y heterogeneidad; sin embargo, conserva sin problematizar un axioma en sus postulados. Y esto se refiere, específicamente, al pluriculturalismo como una conjugación posible del multiculturalismo: se trata de una apertura dentro del abanico de posibilidades que no logra problematizar su condición de posibilidad, esto es, los vectores sociales y materiales de desigualdad e inequidad en los que viven lxs agentes mismos de esa pluralidad y diversidad. Lxs agentes que forman parte de esa multiplicidad son así capturados en su valor identitario-cultural dentro de un abanico más amplio, pero solo de un modo estereotipado (pasión por lo exótico, versión folclórica de la diversidad, modos serializados de subjetividad) que no logra cuestionar críticamente la producción de inequidad misma.2
Por otra parte, a más de treinta años de ese diagnóstico, quizás sea oportuno revisar si nuestras sociedades no siguen disputando los sentidos del monoculturalismo. En Argentina, son numerosos los casos que hoy podríamos considerar, lisa y llanamente, como racistas. Sin ir más lejos, el gobierno actual viene llevando a cabo el cierre de organismos estatales como el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) y no duda en aplicar medidas poco sutiles como el (re)cambio de nombre del Lago Acigami por Lago Roca (el nombre de uno de los mayores etnocidas de nuestra historia); como así también, la prohibición tácita por parte de la directora de Comunicaciones y Relaciones Institucionales de la Administración de Parques Nacionales (APN), de difundir la realización del wiñoy xipantu (o we tripantu), celebración ancestral mapuche. En estos casos, asistimos no solo a un gesto glotopolítico que merece ser atendido y denunciado, sino también a una nefasta política etnolingüística y discursiva aleccionante y adoctrinadora. En ese sentido, quizás el desafío no esté, como auguraba Hamel en ese momento, en comprometernos ‒como académicxs, sociolingüistxs, activistxs lingüísticxs‒ a disputar las tensiones entre multiculturalismo y pluriculturalismo, sino en organizarnos en torno a un trabajo anterior a ese. Es decir, seguir insistiendo en desactivar los presupuestos y los efectos de los discursos que sostienen un estado monocultural y monolingüe; como así también la centralidad que se le otorga a la lengua como entidad unificadora y herramienta fundamental de los procesos coloniales y neocoloniales. Y, además, repensar los modos en que el neoliberalismo ha gestionado la diversidad y la pluralidad en términos de mercancía.
Vale la mención en este punto a la centralidad que muchas personas, comunidades y pueblos indígenas3 le otorgan a la lengua que (¿no?) hablan, ancestral, de herencia, materna, originaria ‒o como sea percibida y denominada en cada caso‒ para los procesos de reemergencia indígena. Yásnaya Aguilar Gil (2020) advierte también este problema en el que no hablar la o las lenguas con la que un pueblo se identifica puede generar conflictos intra o intergrupales, ya que la recuperación y/o revitalización lingüística muchas veces se alza como bandera privilegiada para los procesos de reemergencia indígena. Como sabemos, además, un porcentaje significativamente bajo de la población que se reconoce indígena en Argentina mantiene la o las lenguas indígenas que habla/n con cierto grado de vitalidad en distintos dominios y, en algunos, ni siquiera podemos hablar de recordantes (Grinevald y Bert, 2011), siguiendo los distintos parámetros de hablantes de la sociolingüística. Es en este contexto que justamente planteamos no un marco estrecho para pensar los dominios en los que la lengua se vincula con el territorio (entendido como lo rural, el campo, la tierra); sino, en todo caso, un enfoque que permita identificar, revisar, observar las diferentes maneras en las que los repertorios comunicativos, los recursos, los registros se relacionan de manera simbiótica con los territorios también múltiples, diversos, a veces fugaces e inestables como esos repertorios. Y que nos permita desplazar, también, la idea de territorio a entornos urbanos conflictivos, muchas veces violentos y expulsantes.
En sintonía con lo anterior, resulta interesante pensar en la vinculación entre políticas (lingüísticas), política pública y derechos. En un artículo ya clásico, Hamel sostiene que “los derechos lingüísticos forman parte de los derechos humanos fundamentales, tanto individuales como colectivos y se sustentan en principios universales de la dignidad de los humanos y de la igualdad formal de todas las lenguas” (1995, p. 12). Acá aparecen dos primeros acercamientos generales y, tal vez, muy abstractos: igualdad formal de las lenguas y dignidad de todos los seres humanos. Con derechos individuales se refiere al derecho que tenemos de identificarnos con nuestra lengua y ser respetadxs por eso. Y, con colectivos a, por ejemplo, el derecho a la identidad (directamente vinculado con la lengua, como es de notar) y, en ese sentido, al desarrollo de políticas lingüísticas enfocadas en aprender y enseñar la lengua y, particularmente, con disponer de los medios financieros para eso. Hamel, en definitiva, propone pensar los derechos lingüísticos como individuales y colectivos al mismo tiempo.
En 1996 se publica la Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos (DUDL) que abre públicamente, por su envergadura simbólica, el debate sobre el estatuto de estos derechos. Esta declaración funciona a su vez como denuncia de la situación que desde hace décadas viven distintas comunidades alrededor del mundo en relación con sus lenguas y variedades (en particular, la situación de las lenguas regionales en Europa en ese momento). La DUDL insta a los estados a hacerse eco de la necesidad de respetar los derechos lingüísticos de las personas y ahí podemos leer cómo ponen en juego esta diferenciación y enlace de los derechos humanos individuales y colectivos. Esto se vincula con la postulación de Hamel para los derechos lingüísticos como caso paradigmático, por esa doble naturaleza (individuales y colectivos). En la DUDL entonces, se considera como derechos personales (individuales) a:
–ser reconocido como miembro de una comunidad lingüística;
–al uso de la lengua en privado y en público;
–al uso del propio nombre;
–a relacionarse y asociarse con otros miembros de la comunidad lingüística de origen;
–a mantener y desarrollar la propia cultura;
–y el resto de derechos de contenido lingüístico reconocidos en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 16 de diciembre de 1966 y en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la misma fecha. (Artículo 3.1, p. 15)
y, como derechos colectivos (de “grupos lingüísticos”)4
–a la enseñanza de la propia lengua y cultura;
–a disponer de servicios culturales;
–a una presencia equitativa de la lengua y la cultura del grupo en los medios de comunicación;
–a ser atendidos en su lengua en los organismos oficiales y las relaciones socioeconómicas. (Artículo 3.2, p. 15)
Ahora bien, para encauzar la consideración de los derechos lingüísticos como derechos humanos, Virginia Unamuno (2020) identifica que la diferencia entre derechos fundamentales y derechos humanos tiene que ver con los que reconoce la constitución y la normativa interna, por un lado, y los que sobrepasan esas normativas, respectivamente. Los derechos humanos, por su parte, pueden ser analizados como de primera, segunda y tercera generación:
En la primera generación de derechos, se encuentran los derechos civiles y políticos que reivindicó la burguesía tras la Revolución Francesa, y que constituyeron la base de los derechos fundamentales que encontramos en la mayoría de las constituciones nacionales latinoamericanas. Una segunda generación de derechos humanos incluye a los derechos económicos, sociales y culturales, originados en los movimientos antiesclavistas y posteriormente, en el movimiento obrero. La tercera generación de derechos se refiere a los derechos de los pueblos y las minorías, así como los derechos de sectores sociales, como las mujeres. Tienen su origen en los procesos de descolonización y en la lucha de los colectivos sociales. (p. 100)
En esta diferenciación ‒que se condice con distintas épocas y procesos de lucha y reivindicación particulares, como desarrolla la autora‒, se pasa de la consideración de los derechos fundamentales como individuales y generales al carácter colectivo de los derechos de tercera generación. Considerarlos de esta manera nos va a permitir un doble deslizamiento. Por un lado, dejar de pensar a las lenguas como meros códigos, medios o instrumentos5 ‒o, como sostiene Unamuno, para desmantelar la “ideología del acceso” con la que suelen ser abordados los derechos lingüísticos en tanto derechos fundamentales (aprender la lengua como un medio-instrumento para el acceso a la salud, la educación, la justicia). Por otra parte, no asumirlos como derechos humanos de segunda generación ‒conocidos como “derechos culturales”‒, es decir, en tanto patrimonio intangible de la humanidad, lo que conlleva el riesgo de ubicar las lenguas en el pasado y considerarlas folcloricamente, para pasar a pensarlas de manera más amplia y en su complejidad. No ya como sistemas formales, no ya en su función utilitarista, sino “pensar el continuum lengua-territorio como base de los derechos lingüísticos” (2020, p. 101) pero desde una perspectiva de imbricación mutua (simbiogénesis, según detallaremos más adelante) y como gestos glotopolíticos que permite eludir la captura en identidades estereotípicas y esencializadas.
Con este breve recorrido introductorio, pretendemos dar un puntapié inicial para poner sobre la mesa la relación entre derechos humanos lingüísticos y políticas: deslizar el sustento ontológico de los derechos, darnos esa discusión e insistir con esa mirada (como hace décadas vienen haciendo algunos colectivos en torno a la exigencia del cumplimiento del artículo 169 de la OIT) nos permitirá exigir también, políticas y planificaciones lingüísticas acordes a la manera en cómo entendemos las lenguas (y, por lo tanto, los derechos lingüísticos).
En este entramado, presentamos un escueto panorama para comenzar a trazar las relaciones que queremos marcar entre políticas, ecología y derechos lingüísticos. En la conferencia que citamos al comienzo, Hamel (1999) retoma una discusión que suele darse sobre la ecología lingüística por la incomodidad que generan sus posibles vinculaciones con el evolucionismo (lingüístico). Para él, se ha establecido entre algunos estudiosos una suerte de isomorfismo entre biodiversidad y diversidad lingüística. Y, si bien se puede verificar en muchos casos que las zonas ecológicamente más afectadas coinciden con las que sufren acelerados procesos de desplazamiento lingüístico, “no existe una relación teóricamente bien fundada que relacione dos esferas tan diferentes como la biológica y la lingüística” (p. 291), además del regreso a las concepciones deterministas sobre las lenguas y su evolución. En este punto, Hamel se centra en Fishman para hablar de una “construcción ideológica” que ha calado hondo en diferentes planos: la idea de que la desaparición de una lengua (homologable a la desaparición de una especie biológica) implica una pérdida irremediable para el mundo. La crítica se dirige hacia el debate particular-universal que instala el funcionalismo (y que abarca, ciertamente, a tantas otras teorías lingüísticas que se concentran en la estructura morfosintáctica) cuando proclama que todas las lenguas son (funcionalmente) equivalentes. Esta postura ‒aunque bien intencionada o, como dice Hamel, “políticamente correcta”‒ “ha borrado del debate los aspectos ideológicos, el contacto y conflicto entre lenguas, y las relaciones de poder que operan entre sus hablantes organizados en clases, etnias, pueblos” (p. 292). Este punto en particular nos parece decisivo para instalar la necesidad de una perspectiva que aborde la relación lenguas-territorios sin que esta articulación implique una desideologización tanto de los fenómenos a abordar como del posicionamiento epistemológico que se asuma.
A partir de una revisión bibliográfica de la ecolingüística, Diego Forte (2020) plantea que los distintos enfoques han permitido “abarcar desde el especismo en la construcción discursiva de los animales no humanos y la contaminación medioambiental hasta la situación política de lenguas minorizadas y problemáticas sociales relacionadas con contextos de lenguas en contacto y colonialismo lingüístico” (p. 92). Para este autor, la ecolingüística tiene dos grandes líneas: el “análisis crítico del discurso animalista/ecológico” y la “ecología de las lenguas”. De cualquier manera, el autor enfatiza en que lo que caracteriza a la ecolingüística es la mirada eminentemente crítica y de descentralización del antropomorfismo. Para Forte, el punto de inflexión en la disciplina surge a partir de la publicación del informe Brundtland en 1987, en el que se instala el discurso del “desarrollo sustentable”, bajo la idea de que “la relación entre desarrollo económico y preservación del ecosistema puede equilibrarse” (p. 94) y a partir del cual se resemantizan y se disfrazan conceptos que antes tenían claras connotaciones negativas (pensemos, por ejemplo, en el fracking y la explotación minera en Argentina).
Por lo general, los autores retoman el clásico texto de Haugen (1972) que postula la ecología del lenguaje como una aproximación para el estudio del multilingüismo. De manera sucinta, esto implicaría el estudio de una lengua y su medio ambiente sociocultural, entendido como los hablantes de la lengua, la comunidad. Según Garner (2005), el error ha sido haber considerado la ecología como metáfora y, por lo general, sobre esta línea se van a ubicar (y diferenciar) las distintas teorizaciones. Para este autor, por ejemplo, hay un problema conceptual, ya que Haugen pretendía relacionar una entidad metafórica (la lengua como organismo) con una entidad literal (comunidad) y no queda definido el estatus ontológico del tercer elemento que une a ambos, la interacción. El planteo de Haugen implica una metáfora, pero incompleta, reclama Garner. Para Couto (2013), si bien él también ubica a Haugen como el autor del “texto fundador” de la ecolingüística en 1972 ‒e indica que “dos décadas después la disciplina comenzaría a ganar cuerpo con la publicación de dos libros introductorios”, ambos de 1993 y escritos por Fill y por Makkai, respectivamente‒ el primer registro escrito del término puede ubicarse en J. D. Palmer en 1973. Haugen, en realidad, no usó esa palabra, sino el sintagma language ecology y ecology of language para referirse al “estudio de las interacciones entre cualquier lengua dada y su medio ambiente” en el sentido de que “el verdadero medio ambiente de la lengua es la sociedad que la usa como uno de sus códigos” (Haugen en Couto, 2013, p. 278, la traducción y las itálicas son nuestras). Por su parte, Mühläusler (1996), observa en Haugen un problema con la idea de una “lengua dada” (a given language), un problema de carácter ontológico y epistemológico (pero, también, político) ‒que es particularmente relevante para la región del Pacífico en la que el autor trabaja y que puede extenderse a muchas otras lenguas indígenas en el mundo‒ y que tiene que ver con la posibilidad de contar las lenguas y establecer sus límites. En este sentido, el enfoque que propone Mühläusler, pretende dar cuenta de la “compleja interdependencia entre las formas de comunicación humana y la multitud de factores ambientales” (p. 8, la traducción es nuestra).
Couto se aparta de la definición de Haugen que problematiza, ya que para él se trata del “estudio de las interacciones verbales que se dan al interior del ecosistema lingüístico” (2013, p. 279, la traducción es nuestra). Como otros autores, comenta acerca de la sorpresa que puede generar el uso del término “ecolingüística” a la que se le suma “cierta reticencia por el hecho de venir en la bolsa de un movimiento de concientización sobre problemas ambientales” (p. 277, la traducción es nuestra). A su vez, hace una genealogía del uso “ecolingüística” y de las investigaciones que vincularon estos dominios, como el texto que Sapir escribe en 1911 (publicado recién en 1963), denominado “Lengua y medio ambiente”.
La propuesta de la Escuela Ecolingüística de Brasilia (inaugurada por Couto) ‒la cual no aborda los conceptos en un sentido metafórico (retoma a Garner como uno de los pocos investigadores europeos en esta línea)‒ aclara que no se trata, bajo ningún aspecto, de poner el foco en cuestiones ambientales. En este sentido, Couto insiste en que “la ecolingüística no hace una mera transposición mecánica e ingenua de los conceptos de la ecología para el dominio de los fenómenos del lenguaje” (2013, p. 289, la traducción es nuestra). Haciendo una autocrítica sobre sus propios trabajos, sostiene que “la lengua es una tela de interacciones, por lo tanto, es un ecosistema y es parte de otros ecosistemas” (p. 290) y la “ecolingüística sería una base o plataforma a partir de la cual se podría despegar para el estudio de cualquier fenómeno lingüístico, pero siempre teniendo como “base” a la ecología” (p. 291). De esta manera, la ecolingüística forma parte de las ramas de la ecología general (la central es la ecología biológica). Así, la ecolingüística encara los “fenómenos lingüísticos en su totalidad” (p. 293), y parte del “ecosistema fundamental/fundacional de la lengua” (p. 297).
Por su parte, para Garner, una posible solución a una ecología de las lenguas no metafórica, siguiendo a las corrientes sociológicas de ecología humana, es que se base en cuatro características principales. Así, su enfoque es holístico, ya que no considera las lenguas como entidades aisladas; sino, por el contrario, piensa en sistemas complejos, diversos e interrelacionados. Garner está pensando, básicamente, en los postulados de la lengua en uso: una lingüística que hace foco en las interacciones, en la diversidad, en la variación. En ese sentido, el enfoque es también dinámico, interactivo y, finalmente, situado, en el sentido de que la situación va más allá de la localización física. Así, para el autor, es importante resaltar el concepto de languaging o lenguajear.
Lenguar o lenguajear (como suele traducirse el término) es una noción importante ya que pone el acento en “el carácter fluyente del fenómeno lingüístico en la realidad” (Bastardas i Boada, 2003, p. 126), en la acción y en el movimiento que implica el hacer de las lenguas. En muchos casos, los movimientos de la linguodiversidad emergen ante la conciencia social organizada por la amenaza de la destrucción de los hábitats naturales (pensando también en su paralelo inspirador de la biodiversidad). Se trata, según Bastardas i Boada, de la “defensa simultánea e integrada de ambas, dado que frecuentemente los dos aspectos van ligados y, de algún modo, sucumben bajo factores y causas similares”, esto es “la desestructuración de los hábitat y modos de vida tradicionales, en un contexto muy frecuente de subordinación económica y política” (2003, p. 120). En este sentido, una ecología sociocultural (o ecología lingüística) aborda como temáticas centrales la diversidad de especies/lenguas, los procesos de continuidad/cambios, de desaparición/preservación y/o recuperación; y se enfoca no en el estudio interno de las lenguas y su comparación, sino en las dinámicas entre las lenguas o variedades y sus entornos y “condiciones de existencia cotidiana” (p. 122). En estos postulados podemos ver una insistencia con el paralelo biodiversidad/linguodiversidad, por una parte; pero, más allá de que haya alguna mención a los procesos políticos en los que emergen, su relación con las políticas y los derechos lingüísticos como campo de intervención y compromiso social no es del todo explícito.
Volviendo a las líneas de trabajo que implican una ecología en sentido metafórico y ecología en su sentido biológico, Ludwig, Mühlhäusler y Pagel (2019) adscriben a la primera, y prefieren denominarla “lingüística ecológica”. Este término, para los autores, se diferencia del también difundido “ecolingüística” que fue acuñado entre 1980 y 1990 por estudiosos impulsados por reclamos políticos, sociales y medioambientales. Según ellos, si bien no se pueden dejar de lado estas cuestiones, la lingüística ecológica tampoco puede restringirse a esas luchas y el reclamo de las minorías. Plantean un modelo de análisis que parte también de un marco teórico holístico, al cubrir las dimensiones de hablante, espacio, tiempo y sistemas lingüísticos. A su vez, relacionan estas dimensiones con la situación comunicativa, actitudes y competencias; lo que vendría a ser el “contexto social”. También se diferencian de la ecología del lenguaje y postulan una lingüística ecológica porque su foco de interés está centrado en áreas lingüísticas, como la francofonía, la hispanofonía, etc. Es importante aclarar que ellos no proponen una analogía entre especies biológicas y lenguas. En otros casos, como en el trabajo pionero de Mühläusler (1996) en torno a la ecología lingüística (linguistic ecology) del Pacífico, la metáfora ecológica, por su productividad, es una elección frente a la metáfora del sistema que implica explicaciones mecánicas, como así también la consideración de las lenguas como sistemas autónomos. Además, para el autor, un punto de vista ecológico está orientado a la intervención.
En esta encrucijada terminológica, Alwin Fill (2018) entiende que ecología del lenguaje (o de las lenguas)6 y lingüística ecológica (ecological linguistics), si bien son dos corrientes que en los últimos cuarenta y cinco años han desarrollado sus propias perspectivas, no son necesariamente contrarias, sino, en todo caso, complementarias. Por eso, él propone el uso de “ecolingüística” como un término paraguas, para englobar “todos los enfoques del lenguaje y la ecología” (p. 2, la traducción es nuestra). Según Tove Skutnabb-Kangas y David Harmon (2018), lo que sucede con la utilización del término “ecología” en lingüística es que viene a cubrir la idea de “contexto” y/o “entorno lingüístico”. Entonces, pareciera ser “un término de moda para simplemente situar el lenguaje o el estudio del lenguaje de alguna manera (es decir, es una metáfora)” (p. 11, la traducción es nuestra), aunque algunos autores sí hayan producido definiciones más precisas. Explican también que la ecología lingüística/del lenguaje hace foco en cuestiones ecológicas, mientras que la ecolingüística lo hace en cuestiones lingüísticas; para lo cual plantean un paralelo con la sociología del lenguaje y la sociolingüística. Agregan, además, “respaldamos la definición de Wendel: ‘El enfoque ecológico del lenguaje considera la compleja red de relaciones que existen entre el medio ambiente, los idiomas y sus hablantes’” (Wendel citado en Skutnabb-Kangas y Harmon, 2018, p. 11). De esta manera, “ecología en su sentido literal (es decir, no simplemente como metáfora)” es utilizada “para referirnos a las relaciones biológicas de los organismos (incluidos los seres humanos) entre sí y con su entorno físico” (p. 11, la traducción es nuestra, cursivas en el original). Para Skutnabb-Kangas y Harmon, entonces, una ecología en su sentido literal se preocupa por la diversidad biocultural. Además, lxs investigadorxs explican algunas causas del paralelo entre ecocidio, terricidio y lingüicidio. Por ejemplo, el hecho de que, evidentemente (y como lo comprueban los distintos índices de medición de pérdida de la diversidad lingüística que analizan) la aceleración inédita de los últimos años de desaparición de lenguas indígenas está directamente relacionada con la crisis climática planetaria (denominada en otros contextos como Antropoceno, Capitaloceno, Plantacioceno) vinculados directamente a proyectos político-económicos coloniales extractivistas y neoextractivistas. Pero, además, que la instalación de grandes empresas de explotación de la tierra, de procesos de deforestación, sequía de nichos y monocultivo, de sobrepesca, de expansión de la frontera agropecuaria y el agronegocio, entre otros, ha producido en gran escala que las ecorregiones se destruyan y que muchas personas hayan tenido que dejar sus territorios para instalarse en otros centros urbanos y hasta en otros países.
Somos representantes quaisquer desse povo bárbaro e exótico proveniente de além-mar, que espanta por sua absurda incapacidade de compreender a floresta, de perceber que “a máquina do mundo” é um ser vivo composto de incontáveis seres vivos, um superorganismo constantemente renovado pela atividade vigilante de seus guardiões invisíveis, os xapiri, imagens ‘espirituais’ do mundo que são a razão suficiente e a causa eficiente daquilo que chamamos Natureza -em yanomami hutukara- na qual os humanos estamos imersos por natureza (o pleonasmo se autojustifica).
Eduardo Viveiros de Castro
Luego de esta revisión (que, sin dudas, podría ‒y debería‒ ampliarse), proponemos un viraje en torno a propuestas ecológicas enfocadas en las lenguas indígenas americanas desde algunas lecturas iniciales del pensamiento de Donna Haraway.7 Traemos a esta autora por su crítica a la producción científica y su abordaje de un pensamiento y conocimiento situado8 desde las perspectivas feministas, entendidas no como enfoque para trabajar cuestiones de género exclusivamente, sino por su apuesta a la construcción de una epistemología que parte de un impulso crítico a lo establecido y de “transformación social con un compromiso explícito” (Sabuco, 2022, p. 2). Volvemos, así, a un aspecto central de nuestro trabajo como investigadorxs que abordan las políticas del lenguaje en un sentido amplio, como vimos más arriba. En estas líneas que siguen, entonces, ensayamos una posible vinculación, en ciernes, entre políticas, ecología y derechos lingüísticos. A este movimiento lo denominaremos, provisoriamente, simbiogénesis lingüística. Recordemos que la simbiosis es un tipo de relacionalidad asociativa que se predica de la vida en común y del contacto físico de organismos de especies diferentes. Los simbiontes se tocan el uno al otro, o incluso el uno dentro del otro, en el mismo lugar y al mismo tiempo. Lynn Margulis (2002) apunta que la simbiosis permanente de larga duración es, precisamente, el origen evolutivo de nuevos tejidos, órganos, organismos y especies, y da paso a entidades más grandes y complejas. La simbiosis es, desde el inicio, simpoiesis, porque es producción creativa: las nuevas especies se forman a partir de fusiones e incorporaciones simbióticas entre miembros de las antiguas especies que dan lugar a mutaciones genéticas y variaciones significativas. Esto es, una fuente de novedad evolutiva y la forma de relacionalidad que se produce es la de la cooperación (y no, como sostenía el evolucionismo darwiniano, la de la competencia).
En primer lugar, puede resultar oportuno indagar en la forma en que Haraway concibe la naturaleza y la cultura, entidades que tradicionalmente fueron consideradas no solo de manera aislada, sino también como pares dicotómicos. De hecho, es interesante pensar cómo desde algunos principios de la ecología lingüística que revisamos más arriba piensan esta relación. Podemos retomar el par lengua-medioambiente postulado por Haugen: el entorno es la comunidad, lxs hablantes de las lenguas. O, el triángulo del modelo de la lingüística ecosistémica propuesto por Couto. Es decir, la crítica que realizan Skutnabb-Kangas y Harmon (2018) a las corrientes que consideran al “eco” de la ecología como contexto.
Por su parte, el interés de Haraway ha estado centrado
en qué se considera naturaleza y quién ocupa las categorías naturales. Y además, en lo que representa ese dictamen acerca de la naturaleza y lo que está en juego al mantener los límites entre lo que se denomina naturaleza y lo que se denomina cultura en nuestra sociedad. ¿Cómo cambian los valores? ¿Cómo funciona este dualismo entre la naturaleza y la sociedad o la naturaleza y la cultura que es tan relevante en nuestra historia y en nuestra política cultural? (Haraway citada en Sabuco, 2022, p. 7)
Con la idea de una simbiogénesis lingüística no pretendemos considerar las lenguas y los entornos-territorios de manera separada en cuanto términos polares y enfrentados, sino comenzar a pensar la manera en que las lenguas son parte de esos entornos y, de modo recursivo, cómo los entornos son una parte constitutiva de los ecosistemas lingüísticos. Mejor aún, como dijimos más arriba, si nos corremos de la idea de lengua y pensamos, en todo caso, en repertorios comunicativos (Blommaert, 2010) amplios y diversos, por un lado, descentramos la idea de lengua en sí ‒como constructo teórico y herramienta colonizadora‒ y, por otro, damos lugar a percibir, observar e identificar no solo los recursos “puramente” lingüísticos, sino todo el complejo entramado de recursos comunicativos.
Asimismo, esto nos permite incluir una perspectiva crítica que aboga por un entendimiento más amplio de ambos términos en cuestión, entorno-territorio es aquí no tanto una zona delimitable en términos geográficos (un espacio estable y en estado de permanencia, lugares de residencia fijados) o un perímetro físico cuantificable (un sustrato inerte atemporal) cuya cristalización es la forma paisaje y la propiedad. Por entorno-territorio nos referimos a los procesos históricos-políticos de territorialización abiertos y múltiples, conflictivos (y muchas veces, violentos); en movimientos nómades y recursivos en donde lxs agentes constituyen y vuelven a (re)constituir entornos bióticos y modos de habitar. Esto es, la vinculación de repertorios comunicativos con lxs seres humanos y no-humanos es un proceso inacabado y abierto siempre por recomenzar que parte desde un principio no isomórfico entre lengua y territorio, entre agentes indígenas y territorios ancestrales, territorios recuperados y nuevas territorialidades resignificadas. Es importante insistir en este punto que la relación entre repertorios y territorios no implica un anclaje en un territorio ancestral originario y original; sino por el contrario, implica pensar en la creatividad que emerge a partir de los procesos de despojo territorial, político, económico y las migraciones. Esto es, por ejemplo, contemplar las estrategias, posibilidades, recursos comunicativos que las comunidades antes rurales despliegan cuando migran a las ciudades.
Volviendo a Haraway, para ella la naturaleza
no es un lugar físico al que uno pueda acudir, ni un tesoro para confinarlo o acumularlo, ni una esencia para ser salvada o corrompida. La naturaleza no está oculta y, por lo tanto, no necesita ser revelada. No constituye un texto para ser leído según los códigos de la matemática y la biomedicina. Y tampoco es lo «otro» que ofrece origen, reabastecimiento y servicio. Ni madre, ni enfermera, ni esclava; la naturaleza no es una matriz, un recurso o una herramienta para la reproducción del hombre. (2022, p. 30-31)
En este sentido, esta idea de naturaleza se vincula con la crítica que hace Vinciane Despret (2022) a aquellas investigaciones que parten de teorías económicas: “esas prácticas heredan una misma concepción moderna de la naturaleza que las contamina: la idea de que el ambiente es primero y sobre todo ‒y quizás solamente‒ un recurso que explotar. Un bien apropiable que somos libres de usar y abusar” (p. 88). En todo caso, la naturaleza es para Haraway, un topos, un tópico: un lugar común. Es, particularmente, el “lugar donde reconstruir la cultura pública”. Y también, es un tropo (trópos), es decir “figura, construcción, artefacto, movimiento, desplazamiento. La naturaleza no preexiste a su construcción, la cual se basa en un tipo particular de movimiento” (Haraway, 2022, p. 31). Para la autora entonces, es un “lugar común y una poderosa construcción discursiva, generada a través de las interacciones entre actores semiótico materiales, humanos y no humanos” (p. 40) y la metáfora que elige para pensarla es el artefactualismo. Esto implica que la naturaleza
se construye tanto en forma de ficción como de hecho real. Si los organismos son objetos naturales, es crucial recordar que los organismos no nacen: están construidos en un mundo cambiante de prácticas tecnocientíficas por un colectivo de actores particulares, en temporalidades y localizaciones específicas. (...) no se trata tanto de una desnaturalización como de una producción particular de la naturaleza. (p. 32-33, el subrayado es nuestro)
Entre otras cuestiones, el artefactualismo propuesto por Haraway sugiere un mundo habitado por humanos y no-humanos, donde lxs humanos no somos el centro de atención, de adoración o un lugar privilegiado para ver y ordenar el mundo. Por otra parte, Haraway no está proponiendo un retorno a la naturaleza, sino una manera de pensar un lugar-otro, “a través y al interior de una naturaleza social artefactual” (p. 30). En esta ficción teórica de un lugar-otro, la autora también rechaza la idea de “representación”; es decir, de modelos de representar y hablar por lxs otrxs humanos y no humanos. Y en este punto es clave la idea de articulación. Una mirada artefactualista de la naturaleza nos permite dos movimientos complementarios. En esa “producción particular de naturaleza” que sugiere Haraway, la subjetivación del conocimiento cobra un rol central. Ya no describimos objetivamente como seres culturales el entorno-territorio-naturaleza que nos rodea, ni tampoco interpretamos de manera sacrosanta lo diferente o al “otrx” (i.e. hablantes de lenguas indígenas desde nuestra posición de investigadorxs blancxs occidentales). Y también es importante destacar que la naturaleza no es un ente desanimado. En ese sentido, pensar en simbiogénesis lingüística implica pensar que lxs seres no humanos y espirituales dicen cosas.
Hasta aquí, entonces, pensamos la simbiogénesis lingüística en esta articulación: una forma de teorizar e imaginar los repertorios-territorios en su vinculación horizontal entre seres humanos y no humanos. Se trata de un desplazamiento teórico subjetivizado, desantropomorfizado que sí encuentra diferencias entre el lenguaje humano y los sistemas de comunicación animal, pero que en esas diferencias no aplica una jerarquía moral. Esta relacionalidad simbiótica que marcamos no implica un determinismo biológico o climático, como tampoco se dirige a plantear un nuevo relativismo lingüístico. Pretende, una vez más, desontologizar los conceptos con los que trabajamos para relocalizarlos y considerarlos desde una perspectiva ecopolítica. A ello apunta la simbiogénesis lingüística.
La articulación entre los conceptos que traemos y nuestra propuesta también puede encauzarse en el lema/bandera de los procesos de revitalización y recuperación lingüística, en línea con los estudios acerca de las lenguas en peligro: si el peligro, la amenaza de desaparición de las lenguas es considerada la desaparición de visiones del mundo diferentes, de formas de articulación socio-comunitaria y prácticas que no solo incluyen lo indígena sino a otros grupos rurales o subalternos, de la extinción de modos de relacionalidad con los territorios y una crisis de habitabilidad del planeta ¿cómo podemos articular esos estudios con los peligros que dispone la mecánica extractivista, la crisis ambiental y el ecocidio?9 ¿Qué sucede con las expresiones, palabras, frases en algunas lenguas cuyo sentido ancestral y/o ritual está vinculado con, por ejemplo, una montaña y esa montaña es dinamitada para la construcción de autovías? Si bien ya ha quedado establecida en la literatura académica la revisión que hace Anthony Woodbury (2019) sobre el postulado “la pérdida de una lengua es la pérdida de una cultura” en su modificación “la transmisión interrumpida de una herencia gramatical y léxica integrada significa el fin tajante de algunas tradiciones culturales y es parte del proceso de desentrañar, reestructurar o revaluar otras” (p. 211) y la crítica a la idea de “muerte de lengua” (Dreidemie, 2006; Vidal y Courtis, 2007; Hecht, 2009), entendemos que es importante volver a estas discusiones que son constantemente retomadas, muchas veces, desde las demandas de lxs propixs agentes indígenas. En este sentido, coincidimos con la propuesta de Leonard (2017) de pensar no tanto en “revitalización” lingüística (que implica muchas veces, ciertas metas impuestas “desde arriba” para llegar a estándares lingüísticos apropiados para lo que se considera hablar una lengua) sino en la “recuperación” (reclamation), relacionada en todo caso con procesos que llevan a cabo las comunidades a partir del reconocimiento del derecho a hablar la lengua y de sus propias necesidades (“y también cuestionar y respetar las visiones del mundo e historias que informan esas necesidades”). Así, la recuperación lingüística es “un tipo de descolonización”, que “exige un enfoque ecológico del trabajo lingüístico, que reconozca que la lengua nunca es independiente del entorno en el que viven sus hablantes (y futuros hablantes potenciales)”; pero tampoco es isomórfico. Es decir, la relación entre lengua y territorio es fundamental, pero se trata de una relación recursiva y siempre por reactualizar en tanto, como insistimos, los territorios no son estables. Por lo tanto, “el trabajo lingüístico debe ser producido de manera que integre factores ‘no lingüísticos’” (p. 19-20, la traducción es nuestra).
Este impulso no se relaciona, nuevamente, con un determinismo climático o biológico ni mucho menos con la posibilidad de pensar a las lenguas como códigos. Es decir, no pretendemos marcar unilateralmente la idea de que si un río desaparece o cambia, la palabra, por ejemplo, desaparece. Como las lenguas se transforman, seguramente, en una situación como esta, la comunidad hablante hallará sus formas, recursos, posibilidades. En todo caso, a lo que apuntamos es a la crítica ecopolítica y contra-extractivista de esa (posible y recurrente) situación de violencia y de despojo. En ese sentido, pensamos en los derechos lingüísticos y las políticas del lenguaje que, eventualmente y en muchos casos, lxs agentes asumen y reclaman y los gestos de creatividad y resistencia que se dan. Pensemos, nuevamente, en los topónimos indígenas que heredamos, que están ahí, que ni siquiera consideramos que no son en español y, particularmente, en los topónimos que discuten la reterritorialización de espacios en disputa (i.e. Lago Acigami).
Swintha Danielsen et al. (2024)10 estudian el sonido que hacen las aves en términos lingüísticos en la lengua guarayu (el sexto idioma más hablado en Bolivia, después del castellano, el quechua, el aimara, el guaraní y el plautdietsch).11 En este libro se preocupan por el conocimiento que pervive en esa cultura sobre las aves, sobre la significancia y los nombres que paulatinamente se van olvidando en esta sociedad bilingüe o multilingüe, que va “perdiendo terreno” frente al castellano. Pero, sobre todo, sostienen que las aves son sujetos de amenazas por causas socioambientales, lo que implica conocimientos y sabidurías que se pierden: “están desapareciendo las aves de nuestra lengua misma” (p. 7). El estudio del sonido de las aves es importante para el análisis lingüístico, ya que las relaciones entre lengua e imitación ‒y de significación e imitación‒ son mucho más comunes de lo que pensamos. En ese sentido, para la propuesta de una simbiogénesis lingüística también es importante detenernos en el análisis semántico de estos elementos que, por fuera de una semántica lingüística del sistema, tiene en cuenta otros factores que hacen, decididamente, a la situación comunicativa. Por poner solo un ejemplo, John Lyons (1997), desde otra perspectiva y con otra motivación para sus estudios, plantea el estudio del significado lingüístico (y “no” lingüístico) que vuelva a considerar el carácter motivado que tajantemente fue dejado de lado a partir de uno de los postulados más firmes del saussurianismo: la arbitrariedad del signo, dada por la inmotivación de la relación entre significante y significado. En primer lugar, destaca la iconicidad que puede estar presente no solo en las onomatopeyas, sino también en parte de la estructura gramatical (“más… de la que los manuales estándar de lingüística suelen aceptar”) y, sobre todo, “la iconicidad parcial del componente no verbal de los enunciados”; en general, los rasgos prosódicos y también los paralingüísticos que, claramente, “sirven para modular y para puntuar los enunciados a los que acompaña” (1997, p. 38). Es importante destacar acá que si bien estos elementos son no arbitrarios, sí contienen un alto grado de convencionalidad que debe tenerse en cuenta. Y, por otra parte, Lyons sostiene ‒en línea con la antropología lingüística‒ la indicidad, la manera en la que una señal indica algo o “es indicativo de”. Este tipo de relación semiótica puede ser analizada en diferentes niveles y uno de ellos es la manera en la que se generan representaciones sociolingüísticas de lxs hablantes; por ejemplo, una situación muy cotidiana como la de elegir un sinónimo frente a otro (consciente o inconsciente) nos dice algo sobre esa persona, indica algo sobre ella (Lyons, 1997). Con esto apuntamos básicamente a la idea de lenguar en el sentido de pensar a las lenguas no solo en constante devenir, sino también como interacción; esto es, como prácticas sociolingüísticas y como prácticas discursivas. Esa interacción no es pensada como el lazo que une a un dominio como la lengua con otro dominio como el territorio. La interacción es la práctica lingüística en sí, es la simbiogénesis lingüística entendida como proceso en diferentes niveles (los componentes/prácticas indiciales e icónicos, el arte verbal, las reflexiones metalingüísticas en general, la construcción de comunidad de habla simbiogenética, entre otros).
Volviendo a Danielsen et al., en su libro plantean cuatro tipos de “categorías típicas del guarayu” para las aves (2024, p. 12). Por un lado, las que “anuncian algo”, como el makagwä o macón (o halcón), en castellano. Según los guarayos, no es comestible y comunica el “mal tiempo (...) cuando el macón canta en un árbol anuncia que vendrá sur con agua y cuando canta sobre una rama o tronco seco anuncia que vendrá sur seco” (p. 50). Por otra parte, las “aves que juegan un papel mitológico”, como es el caso del mɨtü (mutún) (p. 58). También, las “aves que (no) podemos matar o comer”, como la mbɨyu’i o golondrina. Y, finalmente, las “aves que tienen un nombre onomatopéyico” (es decir, que el nombre intenta imitar su canto), como el kärä. En este caso, se trata de un nombre tupí-guaraní que “ha sido desparramado por muchas lenguas, incluyendo el portugués brasileño (carão) y castellano (carao, carau, caraú)” (p. 47). También el kurupichocho, o chopochorro en español (p. 48).
De acuerdo con lo anterior, es importante destacar que las aves comunican algo sustancial para la vida de la comunidad (cuestiones meteorológicas, tiempos de cosechas, de resguardo, de acopio) y, también, que forman parte de narrativas que hacen a la cultura guarayu. El hecho de que algunas puedan cazarse y/o comerse y otras no, también tiene que ver con la relación que lxs guarayu entablan con las diferentes especies. Y, finalmente, el carácter imitativo-onomatopéyico de muchos de sus nombres y cantos. Acá, como en otras lenguas, la imitación sonora, que entendemos también en términos de simbiogénesis lingüística, cobra un rol muy importante (cfr. Albert y Kopenawa, 2023). En este aspecto, podríamos articular también el estudio del canto de las aves con la propuesta de ecología del paisaje sonoro o soundscape ecology (Pijanowski et al., 2011). Como sostienen lxs autorxs, este campo ha sido pensado como la relación entre el paisaje y los sonidos que lo componen; y fue Schafer quien postuló en 1977 que los sonidos son “propiedades ecológicas de los paisajes” y que, en realidad, se trata de “las características acústicas de un área que reflejan procesos naturales” (Schafer en Pijanowski et al., 2011, p. 204). Lxs autorxs proponen además, la vinculación entre los términos establecidos por Krause en 1987, “biofonía” (sonidos creados por organismos como los animales) y “geofonía” (sonidos no-biológicos, como el viento), a los que le suman la “antropofonía”.
En definitiva, el canto de las aves es crucial para la comunidad: significan algo para la gente, pero también producen territorios y una lengua no humana, al tiempo que son invenciones de prácticas que ligan a lxs actorxs y el saber a lugares y otros seres. Sugerir una simbiogénesis lingüística implica, en todo caso, convocarnos a expandir las implicancias de considerar las lenguas-territorios o las gramáticas lingüístico-territoriales. En este convite, traemos a colación la idea de territorio trabajada por Vinciane Despret (2022):
Si hay territorios que dependen de ser cantados, o más precisamente, que solo dependen de ser cantados, si hay territorios que dependen de ser marcados por simulacros de presencia, territorios que devienen cuerpos y cuerpos que se extienden a lugares de vida que devienen cantos o cantos que crean un sitio, si hay potencias del sonido y potencias de olores, hay sin ninguna duda gran cantidad de modos de ser del habitar, que multiplican mundos. ¿Qué verbos que evoquen esas potencias podríamos descubrir? ¿Habría territorios danzados (potencias de la danza que ha de concertarse)? ¿Territorios amados (¿que solo dependen de ser amados? Potencia del amor), territorios disputados (¿que solo dependen de ser disputados?), repartidos, conquistados, marcados, conocidos, reconocidos, apropiados, familiares? ¿Cuántos y qué verbos pueden hacer territorio? ¿Y qué prácticas van a permitirles proliferar a estos verbos? Estoy convencida, junto con Haraway y muchos otros, de que multiplicar los mundos puede volver más habitable el nuestro. Crear mundos más habitables sería entonces buscar cómo honrar las maneras de habitar, inventariar lo que los territorios implican y crean como maneras de ser, como maneras de hacer. (p. 35-36)
Algunas reflexiones en el trabajo de Despret son más que atinadas para el enfoque que estamos presentando. En particular, traemos a colación el llamado a desvincular la idea de estabilidad con la de territorio. Por el contrario, “no hay nada más movido que un territorio, por más estables que puedan ser sus fronteras, por más fiel a él que puedan ser sus territorios” (2022, p. 95); y lo mismo podemos decir sobre los repertorios comunicativos, entendidos como una suerte de “caja de herramientas” compuesta por diferentes (y vastos) recursos comunicativos (lingüísticos y no lingüísticos) que vamos adoptando y adaptando a lo largo de nuestras vidas y en diferentes situaciones comunicativas (Zavala y Kvietok, 2021). Además, siguiendo la lectura que hace Despret de Mil mesetas (Deleuze y Guattari), “el territorio es el lugar donde todo deviene ritmo, paisaje melódico, motivos y contrapuntos, materia de expresión. El territorio sería efecto del arte. El territorio crea ‒y por lo tanto exige que uno lo piense según‒ nuevas relaciones” (Despret, 2022, p. 95).
Volviendo al trabajo de Danielsen et al. (2024), podemos pensar que lxs agentes se vuelven capaces de actuar a partir de ese encuentro que es una producción creativa (o materia de expresión, según Despret): por eso hablamos de la simbiogénesis entre repertorios y territorios como modos de relacionalidad y parentescos que recuperan la capacidad de hacer mundos, de prácticas de vinculación más habitables y que buscan, asimismo, cómo dar cuenta de los modos de habitar, de inventariar lo que los territorios-lenguas implican y que crean maneras de ser y maneras de hacer. En este sentido, no hay memoria sin ecología.
Como decíamos más arriba, la simbiogénesis lingüística plantea otro modo de relacionalidad entre los entornos bióticos: la cooperación. Lo que no implica, bajo ningún aspecto, reproducir ideas románticas, esencializantes y folclorizantes del “indio bueno”. Esta idea nos sirve, en todo caso, para pensar distintos aspectos de los procesos sociolingüísticos de las lenguas indígenas y de repertorios comunicativos diversos que mantienen y (re)crean recursos de prácticas sociolingüísticas indígenas. Por un lado, la simbiogénesis lingüística presente en prácticas lingüísticas y discursivas que son clave para distintas comunidades, pueblos, hablantes o recordantes. Pensemos, por ejemplo, en el arte verbal (véase la descripción del ngellipun en Golluscio, 2006): el espacio, el uso de la lengua, la especial atención a la forma, a lo poético, los roles de lxs participantes. Anahí Mariluan dice “la voz cantada en mapuzungun desafía formas de conocimiento occidental al abordar su uso colectivo. La voz mapuche demanda presencias colectivas y presencia territorial más allá de la adscripción étnica de quien las evoque” (2023, p. 52). Es decir, se trata de una construcción colectiva y cooperativa del decir. Por otro lado, desde la simbiogénesis lingüística podemos repensar la manera en la que definimos la comunidad de habla ‒concepto tan caro para la etnografía de la comunicación‒. Teillier Coronado, Llanquinao Llanquinao y Salamanca Gutiérrez (2017), por ejemplo, piensan cómo desde la epistemología mapuche la comunidad no solo está integrada por humanos, en este caso personas mapuche hablantes de mapuzungun, sino también por “las montañas, la vegetación y los perimo” (p. 33) e incluso por hablantes de castellano (en entornos urbanos y rurales) respecto de los procesos de reemergencia de pueblos “sin lengua” (huarpe, diaguita, comechingones, sanavirones, entre otros).
Además, ya no (solo) en un sentido ceremonial, pero sí de denuncia, pensamos en la manera en la que la historia de las lenguas se vincula con la historia del despojo. Por otra parte, de manera entrelazada con lo anterior, nos referimos al deslizamiento lenguas-territorios cuando ya no remite al escenario ancestral en el que se asentaba/n una/s lengua/s. El territorio es movimiento y la historia de ese territorio no es solo física y material; comprende todo lo que allí se ha creado, sin distinción (o recreando los límites de esa distinción) entre lo propiamente natural y lo cultural. En ese sentido, una lengua que puede asociarse a un territorio, porque allí se ha originado, es también la historia de un despojo. Aquí nuevamente aparece la importancia de pensar a los derechos lingüísticos como derechos humanos de tercera generación (Unamuno, 2020); deslizamiento teórico que permite deconstruir la “ideología del acceso” (derechos fundamentales) y la patrimonialización de las lenguas y su consecuente esencialización folclorizante (derechos humanos de segunda generación).
otros territorios, otras maneras de habitar, por lo tanto, de hacer mundo.
Vinciane Despret
En este trabajo hemos hecho un recorrido por algunos textos sobre ecología lingüística (lingüística ecológica o ecolingüística) y hemos comenzado a esbozar una posible relación entre políticas, ecología y derechos lingüísticos. Nuestra propuesta no implica ubicarse en aquella zona criticada por Hamel (1999) en la que los estudios de la ecología lingüística presentan un isomorfismo entre biodiversidad y diversidad lingüística. Tampoco implica entender la ecología como metáfora y trasladar los términos de un área a otra (i.e. pensar a las lenguas como organismos y a la comunidad como su entorno). El aporte de una simbiogénesis lingüística implica correrse de aquellos modelos para pensar desde la lingüística indígena americana modos de supervivencia-resistencia en tiempos de extinción o, como dice Haraway, modos de inventarnos refugios.
Hay todo un entorno (material y discursivo) que se anuda alrededor de la extinción (planetaria, civilizatoria y ecológica), una posibilidad situada desde el estudio de las lenguas indígenas americanas, que intenta dar cuenta de la estrecha relación lenguas-territorios (o repertorios-entornos). Esta forma de pensar las lenguas nos permite también insistir en una consideración de los derechos lingüísticos vinculados con los movimientos contra-extractivistas. Y también nos permite ampliar la noción de comunidad a la relación entre humanos y no humanos (en relación con la escucha y la incorporación de voces animales, vegetales o espirituales), las tensiones y transformaciones de ese encuentro, como así también las posibilidades de creatividad y resistencia.
Más arriba dijimos que la metáfora que Haraway utiliza para pensar a la naturaleza es el artefactualismo: “una naturaleza social artefactual” (2022, p. 30). En nuestra propuesta, el artefactualismo se impone también como categoría clave para el estudio de las lenguas indígenas americanas, en un mundo en el que las prácticas tecnocientíficas están presentes de distintas formas, y desde distintos relatos en torno a la naturaleza y a la cultura. Situarnos desde la forma en la que agentes indígenas construyen su propia relación con el territorio ‒y sus luchas y reivindicaciones de derechos en torno a la tierra‒ nos permite otras formas de indagar ese continuum lenguas-territorios propuesto por Unamuno (2020).
La simbiogénesis lingüística se presenta, entonces, como un enfoque para contribuir a diferentes zonas de indagación sobre las lenguas indígenas americanas, para permitirnos reflexionar no tanto o no solamente sobre las estructuras de las lenguas, sus formas, sus repertorios léxicos, etc., sino en términos de repertorios comunicativos amplios y diversos. En particular, si se adopta un enfoque etnográfico colaborativo y/o si se indaga en la historia de las lenguas con el protagonismo de lxs agentes y los entornos bióticos circundantes (rurales y urbanos, periféricos y metropolitanos), sus propias experiencias, sus conocimientos metalingüísticos.
Esto es, la manera en la que ponderan simbiosis lingüísticas territoriales, que den cuenta de otras formas de vida que no solo dicen otras cosas sobre los “mismos” fenómenos sino que construyen territorios distintos. Para ello, una visión más amplia de los territorios ‒escapando de la idea de propiedad privada o de la formulación de teorías generales a partir de teorías económicas‒ se impone, como las múltiples formas de territorialización en las que indaga Despret. Junto con esta autora, sostenemos la necesidad también de escapar de la generalización de la ciencia para enfocarnos en las particularidades que ofrece cada repertorio/territorio y las maneras en la que el “comportamiento territorial” implica potencia expresiva y modos de afectar(nos) (Despret, 2022).
Así, otro aporte de este enfoque es en torno a uno de los mayores problemas que afrontamos actualmente, el ecocidio y específicamente, el terricidio. Una vía de acceso ecolingüístico a esta catástrofe mundial es el estudio de los nombres de lugares, desde una perspectiva toponomástica crítica (Berg y Vuolteenaho, 2009) que tome en cuenta los procesos de memorialización lingüística en los que las y los hablantes son protagonistas de estos reservorios, de esa otra historia de la lengua (del Valle y Chaves, 2023). El estudio de los topónimos como parte de una historia social de las lenguas (Burke, 2001 [1993]), que se aleje de aquella toponomástica clásica, ateórica y etimologista (Berg y Vuolteenaho, 2009), nos permite dos movimientos simultáneos: re-politizar la “práctica política de poder por excelencia de nombrar a los paisajes” (Pinchevski y Torgovnik 2002 citado en Berg y Vuolteenaho, 2009, p. 1, la traducción es nuestra) y aportar a los procesos de recuperación/invención lingüística (Romaine, 2011) de algunas lenguas con escasa o nula vitalidad lingüística o comunicativa. En este sentido marcamos nuevamente la articulación entre políticas lingüísticas (tanto en sentido estrecho ‒como planificación gubernamental e institucional de políticas públicas concretas‒ como en sentido amplio ‒los gestos glotopolíticos, las representaciones sociolingüísticas, las ideologías lingüísticas asociadas, las estrategias glotopolíticas comunitarias), los derechos lingüísticos considerados como derechos humanos de tercera generación y la ecología lingüística.
En definitiva, el esbozo de esta propuesta en ciernes invita a relocalizar nuestras prácticas académicas en pos de generar encuentros que aboguen por la subjetivación de la ciencia y, como convoca Despret, que imaginemos la manera en la que podemos “volver posible otras historias” a partir de preguntarnos “¿qué decidimos volver notable en lo que observamos” (2022, p. 133). La apuesta por una simbiogénesis lingüística apunta a desarticular la lengua, nuestro rol como investigadorxs y activistas lingüísticxs. Entendemos que esta propuesta ecopolítica no puede ni debe desligarse de los problemas ambientales porque vivimos en un mundo que anuncia su colapso hace décadas y en el que los gobiernos de los países centrales y latinoamericanos apuestan cada vez más por las lógicas mercantiles de explotación de la tierra y los recursos. La simbiogénesis lingüística está presente en estos procesos, por el impacto que la explotación sistemática tiene en la población en general y en la población indígena en particular, por las marcas de la colonización y la resistencia en los repertorios-territorios, por la naturalización y solidificación de ideologemas sobre estas lenguas basados en representaciones sociolingüísticas que apuntan a la vergüenza étnica y el autoodio, por la (no) implementación de políticas públicas que se hagan eco de la asimétrica relación entre las lenguas hegemónicas y las subalternizadas; entre otros problemas que, con el avance de las nuevas derechas a nivel mundial, tienen cada vez más vigencia.
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*Sofía de Mauro es Doctora en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Se desempeña como Profesora Adjunta del Seminario de Variación Lingüística y de Lingüística 1 en la Escuela de Letras, Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC.
Hemos seleccionado a estos dos autores por diversos motivos. En primer lugar, por la novedad de la realización del evento citado de gran envergadura en Buenos Aires, organizado por Elvira Arnoux, al que asistieron especialistas reconocidos en materia de políticas lingüísticas. Por su parte, nos interesa reconocer la novedad de la perspectiva glotopolítica que propone Arnoux hacia los años 2000. Sobre Hamel, valoramos su rol destacado en las políticas lingüísticas sobre lenguas indígenas americanas y su trabajo en torno a los derechos lingüísticos como derechos humanos.↩︎
Para otras críticas al multiculturalismo cfr. Estudios Culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo (Jameson y Žižek, 1998).↩︎
En Argentina, según el último censo, 1306730 personas se reconocen indígenas o descendientes de indígenas; hay más de cincuenta pueblos reconocidos formalmente y más de mil ochocientas comunidades, según el registro del INAI.↩︎
Recomendamos la lectura de la crítica que hace Roberto Bein (2020) del concepto de comunidad lingüística, en particular, en la DUDL.↩︎
Está claro que muchxs autorxs que ubicamos dentro de la sociolingüística crítica postulan, justamente, un descentramiento de la lengua, para pensar, en todo caso, en repertorios lingüísticos o comunicativos más amplios. En este momento, traemos a esta autora por su lectura crítica sobre los derechos lingüísticos.↩︎
Notemos que en inglés no podemos diferenciar lenguaje de lengua como lo hacemos en castellano, por lo tanto, Fill escribe “the ecology of language(s)” (2018).↩︎
Agradezco las conversaciones sostenidas con Belisario Zalazar sobre esta articulación y, en especial, las lecturas y sugerencias atentas y cariñosas de Martín De Mauro Rucovsky para la elaboración de esta sección del artículo.↩︎
“Por «conocimientos situados» la autora entiende aquellos saberes connotados por las experiencias particulares (de género, raza o clase) de quienes los generan y construyen” (nota al pie escrita por el traductor, p. 20). Es importante recalcar acá que no se trata del simple “contexto” o de la “situación” de emergencia de ese conocimiento. Agregamos, además, que es un modo de criticar la objetividad “neutra” y desinteresada de la producción científica masculinista. Se propone como una figura metodológica para resituar la producción de conocimiento interesado y no-inocente.↩︎
Rodríguez Garavito y Baquero Díaz (2020) identifican la manera en la que “las industrias extractivas y los derechos indígenas se han ido globalizando de manera simultánea”, es decir, la “colisión entre dos proyectos transnacionales”. Así, en lo que ellos denominan como el “superciclo extractivista” para América Latina, los diferentes gobiernos (tanto de izquierda como de derecha) “promovieron decididamente las industrias extractivas, apostaron su suerte a la de los precios de las materias primas y se enfrentaron a los movimientos ambientalista e indígenas” (p. 31).↩︎
Agradezco la amabilidad de Swintha Danielsen de enviarme una copia del libro cuando aún estaba en prensa.↩︎
La lengua guarayu pertenece a la familia tupí-guaraní, es hablada por aproximadamente nueve mil personas, pero es “uno de los idiomas más amenazados del mundo” y del país (Danielsen et al., 2024, p. 9).↩︎