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https://doi.org/10.30972/clt.278724

CLRELyL 27 (2025). ISSN 2684-0499


HISTORIAS EN TRÁNSITO. NARRATIVAS MIGRANTES DE NIÑOS Y JÓVENES SOLOS EN EL SIGLO XXI

Stories in Transit: Migrant Narratives of Children and Young Adults Alone in the 21st Century

Marina Guidotti*

Institución Universidad del Salvador (USAL)

mguidott@usal.edu.ar; marinaguidotti@gmail.com

Recibido: 30/04/2025 - Aceptado: 11/07/2025

Resumen

Nuestro análisis se vertebra sobre tres ejes –migración, historia presente e intrahistoria– en dos textos literarios que, en diferentes continentes, abordan las realidades de niños y jóvenes migrantes que se desplazan solos hacia sus lugares de destino. A través de un estudio comparativo entre Desierto sonoro (2019), de Valeria Luiselli, y Buscar la vida. Crónica de los niños migrantes atrapados en Melilla (2020), de Sabela González y José Bautista, examinamos los factores económicos, históricos, políticos y culturales que se constituyen en motores para migrar, a la vez que destacamos aspectos familiares, sociales y emocionales que los textos visibilizan en torno a la migración infantil. Asimismo, en consonancia con los planteamientos de Jelin (2002) sobre los marcos sociales de la memoria, analizamos la presencia en las memorias individuales de los migrantes de valores, rasgos culturales y prácticas comunitarias que refuerzan su sentido de pertenencia al grupo.

Estas narrativas, caracterizadas por su hibridez genérica, no solo denuncian las desigualdades, la violencia y la indiferencia que enfrentan sus protagonistas, sino que, al confrontar el archivo oficial con voces tradicionalmente silenciadas, según la noción foucaultiana de archivo (Foucault, [1969] 2002), construyen una contranarrativa que otorga agencia a sujetos históricamente marginados.

Palabras clave: narrativas migrantes; intrahistoria; archivo

Abstract

Our analysis is structured around three conceptual pillars–migration, contemporary history, and microhistory–as we examine two literary texts that, from different continents, explore the lived experiences of children and young people migrating alone toward their destinations. Through a comparative study of Desierto sonoro (2019), by Valeria Luiselli, and Buscar la vida. Crónica de los niños migrantes atrapados en Melilla (2020), by Sabela González and José Bautista, we explore the economic, historical, political, and cultural forces that drive migration, while also foregrounding familial, social, and emotional aspects surrounding child migration, as depicted in the texts.

Furthermore, in line with Jelin’s (2002) framework of the social dimensions of memory, we investigate how migrants’ individual memories reflect values, cultural traits, and communal practices that reinforce their sense of belonging. These narratives–marked by their generic hybridity–not only denounce inequality, violence, and indifference faced by their protagonists, but also, in confronting the official archive with traditionally silenced voices, build a counter-narrative that reclaims agency for subjects historically relegated to the margins, echoing Foucault’s ([1969] 2002) concept of the archive.

Keywords: migrant narratives; microhistory; archive

Historias en tránsito. Narrativas migrantes de niños y jóvenes solos en el siglo XXI

Nuestros esfuerzos ante las personas migrantes que llegan pueden resumirse en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar.

Papa Francisco

Introducción

Frente al discurso histórico tradicional que tiende a objetivar el pasado, las obras Desierto sonoro (2019), de Valeria Luiselli, y Buscar la vida. Crónica de los niños migrantes atrapados en Melilla (2020), de Sabela González y José Bautista, recuperan y resignifican las memorias de la niñez y la juventud migrantes. Estas narrativas revelan cómo un pasado, aunque no vivido directamente por los protagonistas, es reconocido como propio y los conecta con sus raíces. Como sostiene Nora (1998), el lugar de la memoria guarda relación tanto con elementos tangibles como con lo relativo a lo inmaterial y simbólico. Quienes abandonan sus lugares de origen no solo sienten añoranza por los aspectos culturales de sus sociedades de pertenencia y deben adaptarse a las diferencias en cuanto a idioma, creencias y valores en los nuevos destinos de acogida, sino que también recuerdan las situaciones traumáticas del pasado sufridas por miembros de sus comunidades. En este sentido, la conceptualización de Jelin (2002), quien retoma la noción de marcos sociales de Halbwachs ([1925] 2004), es fundamental. Jelin afirma que “las memorias individuales están siempre enmarcadas socialmente. Estos marcos son portadores de la representación general de la sociedad, de sus necesidades y valores” (p. 20) lo que posibilita al individuo reforzar su sentido de pertenencia al grupo. Luiselli, González y Bautista, desde un posicionamiento ético, asumen esta interconexión entre memoria individual y memoria colectiva para recuperar y dar a conocer memorias migrantes, a la vez que denuncian las situaciones vividas por quienes pertenecen a grupos discriminados, excluidos y oprimidos.

En este contexto, a la luz de la noción de archivo foucaultiano (La arqueología del saber, [1969] 2002), exploramos cómo los autores confrontan el archivo oficial con las voces de quienes han sido y siguen siendo silenciados. Esto permite desestabilizar las construcciones discursivas dominantes sobre la niñez y juventud migrantes, a la vez que construir una contranarrativa que otorga agencia a sujetos históricamente marginados.

Las dos obras aquí estudiadas guardan una relación de analogía, ya que abordan la misma temática en el decenio 2010-2020, aunque en distintos continentes y valiéndose de dos formas narrativas diferentes: la novela y la crónica. La novela de Valeria Luiselli, escritora nacida en Ciudad de México (1983), toma como uno de sus ejes de estudio un momento histórico puntual: la crisis migratoria entre México y Estados Unidos en 2014 protagonizada, mayoritariamente, por niños latinoamericanos que se desplazaron sin el acompañamiento de miembros adultos de sus familias. Muchos de ellos fueron regresados a sus países de origen o quedaron atrapados en la burocracia de la administración pública estadounidense; de tantos otros, no se supo su destino.

Los hechos descritos en Desierto sonoro y las historias de vida allí narradas se replican, al otro lado del Atlántico, en las migraciones protagonizadas por niños, niñas y jóvenes provenientes de Marruecos que buscan llegar a la ciudad autónoma de Melilla como vía de acceso a países europeos. Los periodistas españoles Sabela González y José Bautista visibilizan sus calvarios en Buscar la vida. Crónica de los niños migrantes atrapados en Melilla. En 2025, al comenzar a transitar el quinto lustro del siglo XXI, los acontecimientos allí descritos siguen sucediendo; cada día nuevos MENA –menores extranjeros no acompañados– llegan a esta ciudad para intentar alcanzar las costas europeas.

Los temas que plantean estos textos literarios pueden ser abordados desde los estudios de la historia presente y la intrahistoria, dado que los sucesos narrados son contemporáneos a su escritura. Se trata de una historia viva que facilita un acercamiento directo a la experiencia de los sujetos en tránsito. Como afirma Iuorno: “El estudio de la historia presente implica considerar el factor de cambio cultural y político, habida cuenta que es la historia de la cultura de nuestro tiempo” (2010, p. 42).

A esta riqueza se suma, desde lo narratológico, la condición de hibridez genérica, ya que las dos obras combinan la ficción con elementos periodísticos, documentación oficial, testimonios y otros intertextos para referir historias colectivas desde la individualidad de personajes subalternos que representan a comunidades silenciadas, cuyas palabras cobran cuerpo a partir de las investigaciones y el enfoque narrativo elegido por los autores.

En el caso de Luiselli, si bien su novela parte de elementos autobiográficos, hay un borramiento de las huellas de su escritura (Foucault, [1969] 1984) al resguardarse tras las figuras ficticias de la narradora y de la novelista Ella Camposanto, alter ego de la autora. Un fenómeno similar se observa en Buscar la vida, en el que la función discursiva está fragmentada, lo que permite tomar contacto con múltiples voces y decires. Ambas son escrituras innovadoras que, enriquecidas por el uso de diferentes géneros, abordan los complejos procesos de migración que ocurren a uno y otro lado del Atlántico.

La historia de la humanidad está intrínsecamente ligada a las migraciones, lo que ha generado múltiples narrativas sobre las motivaciones que llevaron y siguen llevando a millones de personas a dejar sus lugares de origen en busca de nuevas tierras de acogida. Los discursos de la historia, la intrahistoria y la literatura son fundamentales para comprender los cambios sociales operados por estos procesos migratorios.

Consideramos que los acontecimientos que tienen lugar en las comunidades españolas receptoras de niños y jóvenes que arriban solos a sus costas, descritos en Buscar la vida (2020), pueden vincularse y dialogar con los hechos recogidos y narrativizados en Desierto sonoro (2019). Esto es lo que nos proponemos demostrar por medio de un análisis textual comparativo que, a la luz de las situaciones migratorias actuales en México, Estados Unidos y la zona mediterránea europea –con migrantes provenientes de África, Europa oriental y Asia–, ponga en evidencia cómo estas obras, al construir un archivo de memorias marginales, visibilizan la agencia y las voces de la niñez y la juventud en tránsito.

1. ¿Por qué migrar?

Las motivaciones migratorias son multifacéticas y parten de causas económicas, históricas, políticas, sociales, religiosas, culturales y las relacionadas con la búsqueda de espacios en los que vivir dignamente. Las teorías economicistas predominan en el estudio de las migraciones y las consideran resultado de la escasez de inversión y el exceso de fuerza laboral en el país de origen (Tornos Cubillo, 2006). Postulan que la emigración mejora las condiciones laborales en los países de origen y aumenta los salarios en los de destino, generando así un equilibrio entre una y otra economía. Sin embargo, la realidad contradice esta postulación. Los salarios en Latinoamérica o en África siguen siendo bajos y, en los países de acogida, los nuevos trabajadores –tanto mujeres, las más requeridas por sus trabajos en las áreas de servicios, como hombres– se ganan la vida de manera precaria, sin poder acceder a contratos legales y beneficios sociales de los que gozan los nativos. Los textos de Luiselli y González y Bautista demuestran que las situaciones laborales o económicas en los países de procedencia no mejoran, debido a la falta de nuevas inversiones y la persistencia de economías deprimidas.

Otras teorías, como la histórico-estructural, vinculan las migraciones a la relación entre excolonias y antiguas metrópolis, por ejemplo, Argelia y Francia. Argelia, limítrofe con Marruecos, se independizó en 1962 y cientos de argelinos que buscaron trabajo en Francia llegaron al continente europeo sin poseer visas de trabajo, seguridad social y acceso a la salud, lo que llevó a muchos de ellos a vivir en situaciones de gran precariedad.

Asimismo, no deben dejar de considerarse otras causas relevantes que surgen a partir de los graves conflictos políticos, bélicos y humanitarios que azotan a países africanos, del este europeo y países asiáticos que originan migraciones hacia la comunidad europea. A ellas se suman factores sociales, emocionales, culturales y de arraigo al país de pertenencia que influyen en la toma de decisión de buscar otros destinos. Alejandro Portes (2007, p. 26-27) destaca el papel del capital social en el transnacionalismo migrante. Las redes de apoyo entre pioneros y recién llegados, y el envío de remesas, evidencian cómo las familias y comunidades en origen fomentan la migración y fortalecen los lazos transnacionales. Ejemplos históricos como las migraciones italiana y española hacia países sudamericanos y Estados Unidos demuestran la importancia de las redes comunitarias.

Desierto sonoro se centra en la historia de Manuela quien decide emigrar a Estados Unidos en busca de una mejoría económica que le facilite, en el futuro, tener a sus hijas con ella. Reúne dinero que envía a su madre, quien conforma su red de apoyo, pues se ha quedado al cuidado de sus dos pequeñas hijas de 10 y 8 años. Manuela, al enterarse de las dificultades causadas por la creciente violencia que se vive en México, toma una decisión arriesgada y temeraria: hacerlas cruzar la frontera guiadas por un “coyote” para poder reunirse con ellas.

En Buscar la vida, algunos de los jóvenes marroquíes que ansían llegar a Europa, luego del primer cruce del umbral que es Melilla, buscan la contención de familiares o amigos que emprendieron antes el mismo camino. La concentración de migrantes en ciertos lugares fomenta el tejido de redes transnacionales, a través de las cuales fluye información, capital financiero y humano. Esto crea un espacio social transnacional cuyo objetivo es promover vínculos de solidaridad para contrarrestar las asimetrías que las personas migrantes y desplazadas deben afrontar en su nuevo contexto (Portes, Guarnizo y Landot, 2003).

A las causas políticas y económicas se suman, además, conflictos armados, crisis climáticas, redes delictivas como la trata o el narcotráfico y la violencia extrema. Los textos de Luiselli y González y Bautista se refieren a las múltiples violencias –institucionales, económicas y de género– que enfrentan, especialmente, niños, jóvenes y mujeres migrantes. Con un enfoque ético y comprometido, los autores revelan la magnitud de los riesgos que asumen y cómo deben afrontar la crueldad en soledad y con muy escasas posibilidades de defensa.

Por último, ya transcurrido un cuarto del siglo XXI, las nuevas teorías humanistas ofrecen miradas y enfoques que trascienden lo meramente economicistas y procuran crear nuevas narrativas en torno a la emigración partiendo del hecho de que somos seres históricos, seres relacionales, con derechos y deberes para con nuestros semejantes.

El recorrido hasta aquí realizado permite comprender la denuncia implícita en los títulos de las obras analizadas. Buscar la vida. Crónica de los niños migrantes atrapados en Melilla hace referencia, en primer término, a la necesidad de sobrevivir en el primer puerto de destino, Melilla, para luego, en segundo término, enfocar la narración en esos niños y jóvenes que ven frustradas, la mayoría de las veces, las probabilidades de acceso a países europeos por no contar con la documentación requerida, de ahí su calificación como “migrantes atrapados”. El abandono, la indiferencia y los muros prácticamente infranqueables levantados, no solo en las fronteras europeas, son la respuesta de países que incumplen sus compromisos de acogida de personas refugiadas. Las causas migratorias, ya fundamentadas, se manifiestan dramáticamente en los miles de muertos y rescatados en el Mediterráneo, cuyos testimonios, capturados por González y Bautista en esta crónica, deben ser escuchados.

Asimismo, la novela Desierto sonoro presenta una analogía con la crónica citada, dado que están presentes las barreras físicas, burocráticas y legales; se emprenden caminos plagados de peligros, y todo es más duro aún cuando se trata de niños, lo que termina, muchas veces, en tragedia. La lexía del título, además de ser un oxímoron, alude a un espacio que es físico y también psicológico. Las voces de quienes ya no están, de los que no llegaron o desaparecieron en ese cruce son “escuchadas” por Luiselli para dar prueba de un panorama que se agrava día a día.

¿Estaremos a la altura de las circunstancias? ¿Podrán surgir otras alternativas para menguar el sufrimiento de miles de personas en movimiento? Hablar sobre ello, denunciar y comprometernos son acciones que no debemos soslayar.

2. Dos textos, dos realidades, la misma problemática

En cuanto a lo narrado en Desierto sonoro (2019), es necesario recordar que la historia del muro que separa México de Estados Unidos comenzó a gestarse durante la presidencia de Bill Clinton (1993-2001). La iniciativa formó parte de la política de control migratorio, la llamada “Operación Guardián”, lanzada en 1994.

Luiselli escribe su novela en 2019, 25 años después. La terrible situación descrita por la autora se agudizó con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos (2017-2021), quien hizo de la construcción de un muro fronterizo una de sus principales promesas de campaña en 2016. Bajo su mandato se financiaron la construcción y la mejora de muchas secciones de la barrera existente. Posteriormente, el enfoque cambió, y el presidente Joe Biden ordenó detener la construcción del muro y revisar los contratos y proyectos relacionados con él.

El reelecto presidente Trump (2025-2029), en sus alocuciones no ha dejado de instalar, en el discurso político y social, la idea de la necesidad de continuar extendiendo el muro y endurecer las políticas antimigratorias, señalando la migración como un problema, como una amenaza que atenta contra la identidad del pueblo norteamericano y que solo trae como consecuencias la pérdida de la seguridad y el aumento de la criminalidad. No se detiene a reflexionar sobre el mismo caso estadounidense que comenzó su vida como nación, en parte, gracias a quienes llegaron a sus costas provenientes de distintas nacionalidades. Ingleses, escoceses, franceses y holandeses, mayoritariamente, y otros que en menor escala influyeron, de igual modo en la sociedad, en términos de política y cultura, como alemanes, españoles e irlandeses.

Luiselli se basa en una experiencia escrituraria anterior, Los niños perdidos. Un ensayo en cuarenta preguntas (2016), donde decide narrar los acontecimientos de los que fue testigo en un texto que imbrica testimonios, fuentes visuales y sonoras, documentos publicados, resoluciones judiciales, entre otros, con contenidos autobiográficos, por medio de los cuales ficcionaliza sus propias vivencias y las de las personas en tránsito.

En la entrevista que le realizó Andrés Seoane (19 de septiembre de 2019) sobre el porqué de la reiteración del tema y la elección del género, la autora señala dos aspectos cruciales, a nuestro entender, sobre la génesis de la obra. Por un lado, su involucramiento con el tema de los niños migrantes surgido de su experiencia como intérprete y, por otro, su decisión de plasmar sus vivencias y su investigación en un texto literario a través del cual canalizar su indignación política ante esos hechos.

La novela se estructura a partir de la información personal que la autora y su familia recopilaron durante su travesía por el desierto de Sonora, en el año 2014, rumbo a Arizona. A modo de muñecas rusas, y como estrategia metatextual, en ella se insertan fragmentos en tercera persona de las Elegías para los niños perdidos, atribuidos a Ella Camposanto, seudónimo de Luiselli. En estas Elegías se establece una correlación entre acontecimientos ocurridos en los siglos XIII y XXI. Es de destacar que, al finalizar el libro, en las referencias a “Obras citadas” (Notas sobre las fuentes), la autora detalla los hipotextos de los que se valió para componer las diecisiete elegías incluidas en la novela.

Como ha afirmado Castilleja (2023), la obra se articula a modo de palimpsesto, integrado por mapas, recortes de prensa y revistas, fotografías, documentos legales, listas de palabras, libros y testimonios en audio. Estos y otros elementos reúnen las voces de los apaches –investigadas por el marido– y las voces migrantes, de las que se ocupa la narradora. Luiselli, valiéndose de estrategias narrativas diversas, como el uso de perspectivas múltiples, el collage, la elipsis y la ruptura de la linealidad temporal, va enhebrando su propia historia y la de su familia con los ecos de quienes transitaron esos mismos caminos o buscaron otras fronteras.

La labor de Luiselli en la construcción de este palimpsesto resuena con la conceptualización del archivo de Foucault. Al referirse al tercer rasgo del análisis enunciativo, Foucault afirma que los discursos ya efectuados y que se han conservado por el azar o por la voluntad de ser preservados, “no son en adelante otra cosa que grafismo amontonados bajo el polvo de las bibliotecas […] y su efecto visible se perdió en el tiempo” (2002, p. 208). Sin embargo, esta condición estática es susceptible de modificación cuando tales discursos son recobrados por una lectura activa que recupera sus instancias de enunciación y libera “una especie de memoria que atraviesa los tiempos, significaciones, pensamientos, deseos, fantasmas sepultados” (2002, p. 209). Luiselli se embarca en un proceso de rastreo, recopilación, lectura, desciframiento y análisis de documentos preexistentes que, junto a los nuevos materiales que recolecta en su viaje, forman el corpus de su propio archivo narrativo.

Tomando como base los textos y las declaraciones de Luiselli, Ramírez Rojas (2018) acuña para Desierto sonoro y otros de sus escritos la categoría de “ficciones de archivo” (p. 334), ya que la escritora no presenta los materiales documentales de manera objetiva sino que los emplea como herramientas para explorar temas complejos como la memoria, la identidad, el trauma, la migración y la justicia social. La novela, mediante la interpretación y resignificación de ese material, logra mostrar, ficcionalmente, la crisis migratoria y las trabas de la burocracia legal, con el objetivo de denunciar y propiciar la reflexión de los lectores sobre esos silenciamientos. Siguiendo las palabras de Jelin (2002), la autora se convierte en portavoz del sufrimiento colectivo al recuperar acontecimientos y eventos traumáticos que se relacionan con catástrofes sociales.

Por lo tanto, la construcción de Desierto sonoro como un collage narrativo, junto a la inclusión de intertextos y múltiples perspectivas narrativas, revela cómo Luiselli internaliza el planteamiento foucaultiano al hacer emerger esas instancias de enunciación antes omitidas, para recuperar así la memoria sepultada en torno a la niñez migrante.

La novela se estructura en cuatro partes narradas en primera persona, que alternan la voz de la narradora (partes I y III) con la del hijo de su pareja (partes II y IV). Es un viaje de una familia ensamblada en la que la cuarta integrante es la hija de la protagonista, de cinco años. Las edades son importantes, ya que son muy cercanas a las de las hijas de Manuela, motor central de la trama.

La voz de la enunciación, a medida que avanza el relato, comienza a comprender que su foco de atención debe estar dirigido hacia los niños que están migrando, solos, a Estados Unidos. Se involucra racional y emocionalmente con ellos y se convierte en vehículo y medio para mejorar esas traumáticas experiencias.

Conozcamos el evento que dispara la acción. En el apartado “Tartamudeos”, la narradora relata el encuentro, en el colegio de su hija, con otra madre, Manuela, con la que conversa sobre las dificultades lingüísticas que tienen sus hijos. Este intercambio revela otra realidad vivida por las personas migrantes: quienes dejan sus países de origen difícilmente aprenden a hablar las lenguas ancestrales, y así lo expresa Manuela: “Nuestras madres nos enseñan a hablar, y el mundo nos enseña a callarnos la boca” (Luiselli, 2019, p. 22). Como ya adelantamos, se trata de una madre que ha migrado a Estados Unidos para trabajar y reunir dinero para darles una vida mejor a sus hijas, por lo que se separa de ellas. Ante las situaciones de violencia, inseguridad y escasez de alimentos que se vivían en México, decide solicitar un préstamo y encargar a un “coyote” el traslado de sus hijas a suelo norteamericano. Pero las cosas no suceden como la madre había planeado:

Las niñas llegaron sanas y salvas a la frontera, pero en vez de llevarlas al otro lado, el coyote las abandonó en el desierto en plena noche. Una patrulla fronteriza las encontró al amanecer, sentadas al borde del camino cerca de un puesto de control, y se las llevaron a un centro de detención para menores no acompañados. (Luiselli, 2019, p. 24)

Pienso en todos esos niños, indocumentados, que atraviesan México en manos de un coyote, montados en el techo de un vagón de tren, intentando no caerse, no caer en manos de las autoridades migratorias, ni en manos de narcotraficantes que los esclavizarían para trabajar en los campos de amapola, si es que no los matan. (Luiselli, 2019, p. 55)

En el presente de la historia, las niñas ya habían cruzado a pie la frontera y se encontraban en un centro de detención en Texas. La actitud comprometida de la narradora se pone de manifiesto en la respuesta que da a esta madre desesperada:

Manuela necesitaba a alguien que tradujera sus documentos del español al inglés, alguien que le cobrara poco o incluso nada, para después encontrar a un abogado dispuesto a defenderlas ante una posible orden de deportación. Acepté traducir sus documentos, sin saber en qué me estaba metiendo […]. Después, un día, Manuela me pidió que la acompañara a una reunión con una posible abogada. Nos encontramos las tres en una sala de espera de la Corte Federal de Inmigración, en el sur de Manhattan. (Luiselli, 2019, p. 23)

La sororidad demostrada hacia Manuela y sus hijas la lleva a involucrarse con otros casos de niños que atraviesan circunstancias similares, por lo que se ofrece a ayudarlos con temas legales ante las cortes. A partir de esa realidad, va construyendo otra percepción sobre ellos; describe sus padecimientos físicos y morales, la pérdida que sufren de valores sociales y culturales en pos de adaptarse al nuevo entorno. Como en otras partes de la novela, un fuerte tono crítico pone en evidencia los razonamientos y los sentimientos de quien relata los hechos. Consideramos necesario transcribir un fragmento un tanto extenso, pues nuestras palabras no son capaces de parafrasear el horror padecido por esos niños y niñas:

Yo me había involucrado más en el caso legal que pendía contra las hijas de Manuela. Un abogado de una ONG había aceptado finalmente llevarlo y, aunque las niñas no estaban todavía con su madre, al menos las habían transferido de un centro de detención con alta vigilancia en Texas a un complejo supuestamente más humanitario […]. El caso de esas niñas era uno entre decenas de miles de casos similares en todo el país. En un lapso de seis o siete meses, más de ochenta mil niños indocumentados provenientes de México y del Triángulo del Norte de Centroamérica, pero sobre todo de este último, habían sido detenidos en la frontera sur de Estados Unidos. Todos esos niños huían de circunstancias indescriptibles de abuso y de violencia sistémica, huían de países en donde las pandillas se habían convertido en para-Estados, usurpando el poder y adjudicándose la impartición de justicia. Y esos niños habían venido a Estados Unidos en busca de protección legal, en busca de sus madres o padres, o en busca de otros familiares que habían migrado antes y que quizás los recibirían. No buscaban el Sueño Americano, como suele decirse. Los niños buscaban, simplemente, una escapatoria de su pesadilla cotidiana. (Luiselli, 2019, p. 25-26)

Frente a la situación de las personas en movimiento, se observan dos posturas que la obra literaria recoge para cuestionar el accionar de las reparticiones estatales. Está aquella que juzga a los migrantes como una amenaza, que los ven como representantes de violencias de cualquier tipo –física, de género, psicológica–, como delincuentes o como quienes privan de legítimos trabajos a los nativos, por lo que perciben que hay una brecha insalvable entre “nosotros” y “ellos”; y una segunda posición, que presenta una mirada asistencialista. Para este segundo grupo, los migrantes son víctimas del sistema y necesitan ayuda y compasión. Esta visión paternalista es, también, una forma de ejercer poder sobre los “otros”. Quien narra no elige ni uno ni otro enfoque, sino que adopta una postura de compromiso hacia quienes son calificados por el sistema como subalternos.

El viaje de la familia continúa y la preocupación por Manuela y el paradero de sus hijas sigue presente en el pensamiento de la narradora. Sabe que, en el mejor de los casos, las niñas pueden aspirar a que se les conceda el estatus de refugiadas, pero, paralelamente, corren el riesgo de ser deportadas definitivamente. El tiempo transcurre y toma conocimiento de que les ha sido negado el asilo. Deberían haber llegado a México deportadas, pero se desconoce su paradero.

En la parte I de la novela encontramos la primera referencia al único libro escrito, supuestamente, por la autora italiana Ella Camposanto, cuya traducción al español se atribuye a Sergio Pitol. Lo allí relatado está inspirado, vagamente, en la histórica Cruzada de los Niños, en la que decenas de miles de menores viajaron solos por Europa y, tal vez, más allá, que tuvo lugar en el año de 1212 (Luiselli, 2019, p. 147). Las Elegías van develando las desventuras de esa cruzada de niños, que efectivamente ocurrió, tan similar a los sucesos que viven los hijos de la narradora, quienes participan del viaje familiar y funcionan como contrapunto simbólico de los niños perdidos.

Hacia el final de la primera parte, la voz de la enunciación reflexiona sobre el sentido de su proyecto y comprende que su misión es traer a la historia presente los casos de los niños que no llegan, darles voz a través de una textualidad múltiple.

La historia que tengo que contar no es la de los niños perdidos que sí llegan, aquellos que finalmente alcanzan sus destinos y pueden contar su propia historia. La historia que necesito documentar no es la de los niños en las cortes migratorias, como alguna vez creí […] la historia que tengo que contar es la de los niños que no llegan, aquellos cuyas voces han dejado de oírse porque están, tal vez irremediablemente, perdidas. Tal vez yo también voy a la búsqueda de ecos y fantasmas […] ¿Dónde están, los niños perdidos? ¿Y dónde están las dos hijas de Manuela? No lo sé, pero de esto en cambio estoy segura: si lo que quiero es encontrar algo, a alguien, si lo que quiero es contar su historia, tengo que empezar a buscar en otro lado. (Luiselli, 2019, p. 155)

En este sentido, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que los propósitos de denuncia y de concientización, así como la urgente necesidad de encontrar soluciones son los mismos que persiguen Sabela González y José Bautista en su crónica.

3. La crónica como construcción de archivo y contradiscurso

Planteamos el análisis de Buscar la vida. Crónica de los niños migrantes atrapados en Melilla (2020) desde los parámetros de un género que ha ido mutando en el siglo XXI. Como ya adelantamos, se trata de un texto híbrido que se sustenta en el periodismo de investigación, la recopilación de testimonios directos y la realización de entrevistas, entre otras fuentes, materiales con los que los autores construyen un archivo disidente que llega a los receptores mediado por el uso de un lenguaje que utiliza recursos literarios para desarrollar el relato.

Esta crónica se nutre de la realidad vivida por menores no acompañados que llegan a Melilla, provenientes de Marrueco, y se articula mediante diferentes estrategias narrativas. Entre ellas se destaca un deliberado borramiento autoral que, en sintonía con la concepción foucaultiana de la función autor (1984), permite que el discurso se organice para dar voz a narradores testigo. Este desplazamiento de la figura tradicional del autor facilita que las historias de vida de quienes protagonizan estos hechos sean relatadas, poniendo en evidencia cómo el propio texto construye un espacio para la emergencia de esas realidades. De esa manera, se presentan temas sociales y culturales relevantes, como la niñez y juventud migrante, la desigualdad de oportunidades y la vulneración de sus derechos humanos, al tiempo que se da a conocer el auxilio y contención que les brindan tantas personas involucradas en ayudarlos.

Consideramos que la obra se erige como una respuesta a discursos hegemónicos construidos sobre la migración, los cuales, como señala Foucault, forman parte de formulaciones reiteradas que son presentadas como verdades únicas, sin reconocer la existencia de múltiples lecturas posibles. En relación con esto, el filósofo afirma: “ese sentido primero y último brota a través de las formulaciones manifiestas, ya que se esconde bajo lo que aparece y que secretamente lo desdobla, es, pues, que cada discurso ocultaba el poder de decir otra cosa de lo que decía y envolver así una pluralidad de sentidos” (2002, p. 201).

La búsqueda de la verdad que proponen los autores comienza en el archivo oficial compuesto por informes y documentos policiales, políticos, educativos, sanitarios y periodísticos –cuya orientación política los trasciende– que son referidos con absoluta rigurosidad. Estos materiales, considerados positivos según la noción foucaultiana, instalan la imagen del migrante como “ilegal”, “vulnerable” o “problema de seguridad”, determinando qué se puede decir de él y cómo debe ser tratado. Como adelantamos, en el decir europeo predomina una construcción discursiva que relaciona al inmigrante con la ilegalidad y la delincuencia. Carvajal, Rodríguez-Alarcón y Velasco (2019) sintetizan la imagen estereotípica que está instalada en la sociedad española cuando se piensa en un inmigrante: “Seguramente el perfil que acuda rápidamente a nuestra mente sea el de un sujeto negro, varón, joven y pobre” (p. 11).

Para contrarrestar esta figuración, entendida como la construcción social y discursiva del migrante en términos negativos, González y Bautista emprenden la tarea de generar un archivo alternativo a partir de sus propias investigaciones y la observación directa de las situaciones traumáticas vividas por estos niños y jóvenes. Producen, así, un nuevo conjunto de enunciados sobre la niñez migrante, alejado del archivo oficial y hacen emerger nuevas realidades y subjetividades. Esto posibilita el acceso a un archivo vivo que evidencia cómo los autores se introdujeron entre los intersticios de la sociedad melillense para ofrecer una mirada alternativa al discurso oficial y construir un texto que, como contrapoder, resignifica las experiencias de quienes son considerados subalternos por el poder dominante (Beverley, 2004).

En Europa, las condiciones en que niños, niñas y jóvenes migran solos ya había sido advertida por distintas voces, entre ellas la del Papa Francisco o habían sido plasmadas en el documento elaborado por Save de Children, en 2018. Asimismo, diferentes organizaciones citadas en Buscar la vida, entre ellas PRODEIN –Asociación Pro Derechos de la Infancia, fundada por José Palazón–, Fundación Raíces, Unicef y SJM –Servicio Jesuitas a Migrantes– con sede en Melilla, se ocupan de ayudar a los jóvenes migrantes que allí llegan. La Ciudad Autónoma de Melilla, vinculada a la Corona de España desde 1497, representa más de cinco siglos de presencia española en el norte de África y la convierte en una de las ciudades españolas más antiguas; a ello se suma su valor geopolítico estratégico y el ser un ejemplo de las complejidades que conlleva la interculturalidad.

Los acontecimientos relatados se sitúan en 2018, aunque reflejan una situación de prolongada data que afecta a los migrantes marroquíes en Melilla. Según las cifras, ese año llegaron 1400 niños solos, de los cuales la mitad eran marroquíes. Algunos lograron ubicarse en los centros de acogida La Purísima o La Gota de Leche, este último destinado a albergar a niños y niñas cuyos padres no podían ocuparse de ellos o a los migrantes más pequeños.

La crónica se basa, además de en documentación gráfica y virtual, en entrevistas y testimonios de miembros de ONG; educadores; periodistas y voluntarios, y los propios protagonistas, los jóvenes que llegan a la ciudad en procura de un futuro mejor. González y Bautista se presentan como artífices necesarios para narrativizar los hechos, por lo que van borrando sus huellas para dar protagonismo a los que han sido silenciados, sin dejar de exponer la marginalización de quienes han permanecido en el anonimato hasta que textos de esta naturaleza visibilizan sus vidas. Por estas características, Buscar la vida se inscribe como crónica intrahistórica (Rivas, 2004), a la vez que constituye un ejemplo paradigmático de cómo la positividad del archivo (Foucault, 2002) puede ser interpelada y reconfigurada desde la práctica literaria-periodística.

Uno de los valores del relato reside en mostrar a personas con nombre, con una identidad propia, que representan a los casi doscientos niños que deambulaban solos por las calles de Melilla en 2018, con la esperanza de lograr un permiso de residencia para trasladarse a Málaga, Barcelona, Madrid –los destinos más elegidos– o, en el peor de los casos, al no conseguir la documentación prometida en territorio español, cruzar de manera ilegal hacia el continente europeo. Sus testimonios narrativizados nos permiten adentrarnos en su intimidad, en sus padecimientos y en su lucha diaria. Accedemos a expresiones de su lengua, su cultura popular y la vida cotidiana a ambos lados de la frontera: por un parte, costumbres, comidas y celebraciones marroquíes, lo que constituye, según Jelin (2002) la memoria habitual y, por otra parte, la indiferencia de la sociedad y las pocas expectativas de sobrevivir al no tener las necesidades básicas alimentarias y sanitarias cubiertas.

En cuanto a la estructura narrativa, paratextualmente, la obra se abre con dos epígrafes que corresponden a pensamientos de los autores, los cuales adquieren total dimensión una vez finalizadas las 329 páginas de la edición electrónica utilizada para este trabajo.

Escribe Sabela:

A las noches en vela con Oussama. A los abrazos de Hamza. A la bondad de Salim. Que vuestra lucha por un mundo más justo y empático sea nuestra lucha también, gracias.

Y afirma José:

Por todos los que apagaron su aliento mientras buscaban la vida cuando esta apenas empezaba; por las familias rotas que dejaron atrás; por las personas valientes que luchan y mantienen vivo su recuerdo.

Que el corazón nos duela hasta que tengan alas de nuevo. (González y Bautista, 2020, p. 7)

El Índice anticipa un prólogo de Antonio Rubio, “Mirando atrás y adelante”, quien había formulado duras críticas a la gestión política de la ciudad y denunciado las presiones que sufría la prensa independiente por parte del poder. Le siguen cinco capítulos: “La llegada”, “Centros de acogida”, “La calle”, “¿Dónde están las niñas?” y “Mayoría de edad” (González y Bautista, 2020, p. 9). Como se comprueba, cada capítulo responde a una problemática concreta; esa realidad no puede ser descripta con tropos literarios.

Se incluye, luego, un mapa que sitúa Melilla en relación con Europa y África, paratexto que facilita observar cómo se encuentra enfrentada a las ciudades de Málaga, Granada y Almería, lo que explica su papel como vía de acceso al continente. En ese mismo mapa, en un primer plano, se muestran los 12,3 km cuadrados que constituyen la ciudad autónoma rodeada por la triple valla fronteriza que la separa de Marrueco y un detalle de los principales edificios. Todos estos lugares son referidos en el texto, ya que son los espacios por los que deambulan los protagonistas: la Plaza España; la Plaza de las Cuatro Culturas –así llamada por simbolizar la unión entre las cuatro culturas que conviven en el territorio: la cristiana, la musulmana, la judía y, en menor número, la hindú–; otros edificios gubernamentales, policiales, centros de acogida y educativos contextualizan a Melilla como enclave fronterizo entre África y Europa.

Un nuevo aporte es un glosario de términos legales utilizados por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, como “Situación de desamparo”, “Guarda” y “Kafala” (González y Bautista, 2020, p. 19-20), que se relacionan con los derechos de los menores migrantes según el Código Civil español, en el que se especifica quién debe brindarles cuidado y asistencia. El término “Kafala”, procedente del derecho islámico, implica el “compromiso de un adulto de hacerse cargo del cuidado, la educación y la protección del menor, de igual forma que lo haría su progenitor, y de ejercer la tutela legal sobre dicho menor” (González y Bautista, 2020, p. 20), que concluye cuando el menor alcanza la mayoría de edad.

Los capítulos relatan las vidas de varios jóvenes marroquíes que recalan en Melilla con aspiraciones y sueños de superación que esperan cumplir en Europa. Se focaliza, especialmente, en Wahid, un joven entre niño y adolescente que cruza la frontera desde Marruecos hacia el enclave español:

Wahid se recordaba por qué estaba solo en la calle de una ciudad desconocida, con las zapatillas completamente mojadas […]

Piel tostada y ojos oscuros, profundos, casi negros […] Ese era Wahid, un niño etiquetado como MENA, el acrónimo administrativo de “Menor Extranjero No Acompañado”. (González y Bautista, 2020, p. 21)

El hecho de centrarse en Wahid y en otros jóvenes, que son identificados por sus nombres propios, demuestra una toma de posición de los autores. No los encasillan como unos “otros”, sin nombre ni pasado, ni los ven como una amenaza. La mirada sobre los protagonistas refleja la problemática universal de la migración, lo que nos lleva a los lectores a pensarnos y reconocernos como descendientes de antiguas migraciones, sin importar el lugar de procedencia, y percibirnos como parte de un árbol genealógico intercultural.

La historia de Wahid comienza como la de tantos otros jóvenes que llegan a Melilla con la ilusión de cambiar su destino. Se esfuerza en Fez al trabajar en la construcción para reunir el dinero que le posibilita comprar un billete de tren para llegar al puerto de Nador, desde donde dirigirse a Beni Enzar, uno de los pasos fronterizos entre Marruecos y España y única aduana terrestre abierta las veinticuatro horas que permite el paso de documentados marroquíes para realizar el transporte de mercancías entre ambos países. Y ya allí le aguarda el dormir sobre cartones y esperar la oportunidad propicia para nadar hacia el puerto español sin ser visto por la policía. Su arribo a Melilla es por mar, debe desplazarse con suma cautela, abrazado a un bidón de plástico que lo mantiene a flote para evitar ser descubierto.

Wahid lo logra, pero a diferencia de la oportunidad idealizada, solo encuentra dolor, abandono, maltrato y un deterioro en su salud física y mental, que lo lleva a caer en la droga melillense para los pobres: la inhalación de pegamento. A lo largo del relato, entre denuncias y referencias a otros acontecimientos, se comprueba el deseo del joven, que asegura haber nacido en 2001 –por lo que tiene diecisiete años al momento de la escritura– por conseguir la documentación de residencia mientras es menor de edad. Sabe que debe aceptar ir al centro de acogida La Purísima, pero rápidamente descubre que no puede permanecer en la institución a raíz de los malos tratos de compañeros y celadores.

Es importante destacar que la crónica no solo describe hechos o proporciona datos, sino que también transmite los sentimientos del joven, adentrándose así en su intrahistoria: “Wahid había sentido miedo, aquello no parecía la misma ciudad. Lo primero que pensó fue: ‘Me han traído de vuelta a Marruecos’”. De igual forma, señala cómo el joven comprende lo que está viviendo: “Wahid entendió que seguía en Melilla, en ‘la otra Melilla’, la que queda de espaldas a las prioridades del gobierno” (González y Bautista, 2020, p. 75). Tras ser agredido y golpeado por un celador, se convierte en un chico de la calle, un MENA: “un niño que, al no estar bajo la protección de ningún adulto, se encuentra en situación de vulnerabilidad” (González y Bautista, 2020, p. 24).

Los autores enumeran las estrategias de subsistencia de estos jóvenes de la calle: pedir limosna, ayudar a estacionar vehículos; lavar automóviles, mendigar comida, entre otras.

Vivir en la calle es más que buscarse la vida consiguiendo unas monedas o cocinando en alguna de las cuevas de la playa. También es protegerse y aprender a ser astuto. Algunos aprendían a pedir dinero a los paseantes, otros a que los comerciantes les dieran algunas sobras, otros hacían risky hasta desgastarse. (González y Bautista, 2020, p. 204)

En cuanto a la forma de escapar de Melilla hacia el continente europeo, si no se contaba con la documentación de residencia, la única posibilidad para estos jóvenes era hacer risky. Se trata de un eufemismo para nombrar la peligrosa forma por la que muchos menores optan para tratar de realizar el cruce, ya sea escondidos debajo de los camiones que cruzan en barco al continente europeo, o como polizontes en algunos de los tantos barcos que parten del puerto. Intentan viajar sin ser detectados, con la esperanza de no ser atrapados o deportados nuevamente a Melilla y, de allí, a Marruecos. Los intentos fallidos de hacer risky, la falta de alimento y de descanso adecuado van minando las expectativas de estos jóvenes que caen en el alcohol, el consumo de achís y de pegamento.

El escrito refleja, asimismo, las tensiones políticas entre Marruecos y España en 2018, que afectaban a Melilla y Ceuta. Y entre tantos datos e informaciones políticas, se visibiliza al ser humano, a Wahid: “en medio de la tensión creciente entre dos países condenaos a entenderse, se encontraba Wahid, solo, perdido, temeroso y todavía ilusionado con buscar la vida hasta alcanzar su sueño” (González y Bautista, 2020, p. 130). Este testimonio, estratégicamente ubicado en la mitad del libro, nos permite adentrarnos en el pensamiento de Wahid quien, a través de una analepsis mediada por el verbo “recordar”, recorre aspectos puntuales de su vida: la decisión de abandonar Marruecos, sus sentimientos al llegar a Melilla, la dura experiencia en La Purísima y la primera noche durmiendo a la intemperie en las calles de Melilla,

Finalmente, en uno de tantos intentos de abandonar la ciudad, es atrapado y llevado a la cárcel, lo que termina con su expulsión del territorio español y la prohibición de entrar a territorio Schengen por tres años. Es en ese momento que comienza la decadencia moral del joven:

Wahid había entrado en una etapa de autodestrucción en la que salía por las noches, desaparecía y nadie de la frontera sabía dónde estaba. Este nuevo estado de vida, ligado a su salud inestable, provocaba que cada día su tos se acentuase y le nacieran nuevos granos y manchas por la piel, reflejo de la enfermedad respiratoria que sufría. (González y Bautista, 2020, p. 278)

A pesar de todo, Wahid logra regresar a su casa en Fez, en el mismo tren que lo había llevado a la estación de Beni Enzar. Cerraba, así, de manera circular su periplo de persona en movimiento.

Buscar la vida finaliza con una nueva mención a Wahid. Se trata de la conversación sostenida entre un migrante marroquí que tiene su puesto de frutas y de verduras en la Gare du Midi, en Francia, y otra de las puesteras. Él había obtenido la documentación belga gracias a un “matrimonio blanco”, que le había costado diez mil euros y, al cabo de unos años, pudo divorciarse. Ahora, quiere conseguir un beneficio similar para su hermano menor que está en Marruecos: “él lo necesita, no consiguió llegar como menor a Europa y ahora no puede hacer nada más. Se llama Wahid” (González y Bautista, 2020, p. 317).

La crónica ha integrado las voces de jóvenes migrantes marroquíes y ha hecho emerger sus realidades, subjetividades, memorias y visiones del mundo en relación con sus propios marcos sociales (Jelin, 2002). Asimismo, ha plasmado sus esperanzas, sus vivencias, sus miedos y las duras experiencias personales que debieron vivir. El objetivo que los autores se propusieron fue logrado: gracias a esta crónica, quienes antes fueron descalificados y acallados, ahora adquieren visibilidad y legitimidad.

Conclusiones

Planteamos, al comienzo, trabajar tres ejes: migración, historia presente e intrahistoria alrededor de los cuales vertebramos nuestro análisis sobre dos obras que, en diferentes continentes, abordan las realidades de niños y jóvenes migrantes que emprenden ese camino en soledad.

Tanto Desierto Sonoro (2019), de Valeria Luiselli, como Buscar la vida. Crónica de los niños migrantes atrapados en Melilla (2020), de Sabela González y José Bautista, exponen situaciones extremas que niños y jóvenes que migran solos han vivido y siguen viviendo, en distintos continentes, ya que no cuentan con la compañía física y afectiva de familiares o adultos, y que, además, sufren el abandono de las instituciones en los países de acogida. Son textos que refieren circunstancias puntuales en la historia presente de sus protagonistas, vinculadas con cuestiones políticas, sociales, económicas y culturales que se conectan con sus memorias colectivas. Asimismo, en ambos está presente la denuncia que, mediante un tejido textual elaborado a partir de noticias periodísticas, documentos oficiales, testimonios, archivos fotográficos y sonoros, entre otros, da cuenta de las experiencias vitales de estos jóvenes, sus comportamientos habituales y sus sufrimientos físicos y psicológicos. De igual forma, revelan las violaciones que sufren en materia de derechos humanos y derechos de los niños.

Se trata de narrativas migrantes que nos invitan a reflexionar sobre las formaciones discursivas construidas en torno a la migración a lo largo de los siglos y la evolución de este concepto hasta la actualidad. Tanto Luiselli como González y Bautista se apropian de la noción foucaultiano de archivo, que lo considera no como una colección pasiva de documentos o memoria de una cultura, sino como un sistema activo que rige la aparición y resignificación de los enunciados (Foucault, 2002). Los autores rastrean, leen y decodifican esos enunciados para dar cuenta de lo callado, de lo que la memoria oficial oculta, y así dar cabida a la memoria pública y a las memorias individuales de cada uno de aquellos que debieron abandonar sus lugares de origen. Esta labor, al enmarcar socialmente las vivencias individuales, permite reforzar el sentido de pertenencia de estos grupos, en consonancia con los planteamientos de Jelin (2002) sobre la memoria y los marcos sociales que la configuran.

La novela de Luiselli y la crónica de González y Bautista dan a conocer, mediante la elección de un enfoque híbrido, historias silenciadas por el anonimato al que se somete a los migrantes. Gracias a la recuperación de registros, documentos y testimonios –que son resignificados a la luz de las vidas de cada uno de los protagonistas– los habitantes de los márgenes recuperan identidad y son instalados en el espacio público. Por estas características, las valoramos como obras que recobran elementos de la intrahistoria de los personajes con el fin de lograr un retrato multifacético de la realidad migratoria. Asimismo, se constituyen en contranarrativas que desestabilizan las construcciones discursivas hegemónicas sobre la niñez migrante.

Valeria Luiselli, en Desierto sonoro, al relatar la experiencia personal del viaje que emprendió con su familia, toma como materia narrativa sus propios recuerdos autobiográficos, que va entrelazando con las semblanzas de Manuela y sus hijas, y las de los niños que se dirigieron a Estados Unidos, aunque no todos lograron llegar al destino elegido. Esta forma de acceder a la intrahistoria de la narradora y de los niños migrantes posibilita que todos ellos no queden al margen. La escritura se erige, así, en una forma más de desafiar el borramiento y la invisibilización que impone el discurso dominante.

Las voces subalternas de Manuela y de sus hijas son como las de Wahir, Anouar, Anis, Maher, Samir, Salim, Mohamed y Fatma, los jóvenes marroquíes excluidos que se hacen perceptibles gracias al trabajo de Sabela González y José Bautista. En Buscar la vida, el registro intrahistórico se evidencia, por un lado, en la descripción de la labor de educadores, miembros de diferentes ONG, voluntarios y periodistas que contribuyen, desde sus lugares de trabajo o desde las denuncias e investigaciones que realizan, a transformar, en parte, la realidad de los niños y jóvenes que ven Melilla como un punto intermedio en el duro, largo y anhelado camino hacia Europa. Por otro lado, lo intrahistórico o microhistórico es el marco en que los autores sitúan la exploración de la cotidianeidad de los personajes: su posición subalterna ante la ley, la justicia y el Estado; el registro de una subjetividad que va más allá de sus miedos y esperanzas; y la ayuda desinteresada de quienes no los consideran “otros”. Es la manera de mostrar los momentos compartidos entre todos los que son catalogados y objetivados como MENA: revelar la camaradería y la ayuda que entre ellos se prodigan, relatar los conflictos por la subsistencia diaria y el acompañamiento en la esperanza de poder hacer risky y escapar hacia alguna ciudad española de acogida.

Ambas obras nos permiten reflexionar sobre el presente, sobre hechos ocurridos en este siglo XXI y que, sin una perspectiva de fin, continúan ocurriendo. Las huellas de la memoria del pasado y las expectativas de lo que está por suceder se traslucen en un futuro cada día más incierto, más aún si se es migrante.

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*Marina L. Guidotti es Doctora en Letras por la Universidad del Salvador (USAL), profesora emérita, investigadora y docente. Secretaria de redacción de Gramma. Co-Directora (Siglo XIX) de Ediciones Críticas de Literatura Argentina, Centro de Ediciones y Estudios Críticos de Literatura Argentina (CECLA, USAL). Miembro Correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Miembro del Centro de Estudios de Narratología (CEN). Coautora de las ediciones críticas de Eduarda Mansilla (2007), Lucía Miranda (1860), y de Lucio V. Mansilla (2012), Diario de viaje a Oriente (1850-51) y otras crónicas del viaje oriental. Autora de la edición crítica: Escritos periodísticos completos (1860-1892) de Eduarda Mansilla de García (2015), compilación, introducción y notas. Editora y coautora de la Antología de escritoras de narrativa breve en la Argentina. Siglos XIX y comienzos del XX (EUS, 2022). Directora del proyecto “Territorios, cuerpos y géneros. Fronteras y desplazamientos en las literaturas y el arte de América Latina”, 2025-2026.