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https://doi.org/10.30972/clt.278727
CLRELyL 27 (2025). ISSN 2684-0499
Instituto de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades – Universidad Nacional de Salta
jesivara17@gmail.com
Instituto de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades – Universidad Nacional de Salta
marciamanino3c@gmail.com
Recibido: 01/05/2025 - Aceptado: 03/07/2025
Resumen
Este artículo explora la representación de la servidumbre en la obra de una autora salteña del siglo XX. A través del análisis de personajes femeninos que ocupan el rol servil, operamos en el análisis de la construcción de imaginarios simbólicos a través de la selección de ciertos términos como “sirvientas”, “indias” y “chinitas” que funcionan como categorías representativas de dinámicas de subordinación y racialización en el contexto social de la época. Asimismo, estos imaginarios simbólicos se alimentan a causa de la presencia del paternalismo en la configuración de estas representaciones, puesto que la servidumbre se presenta bajo una lógica de tutela y dependencia que naturaliza las jerarquías sociales y refuerza los lazos de dominación. A partir de un enfoque interdisciplinario que combina la crítica literaria con los estudios de género, se argumenta que estas figuras no solo cumplen un rol narrativo, sino que también revelan tensiones ideológicas y estructurales en la construcción de la identidad regional del noroeste argentino.
Palabras clave: Zulema Usandivaras; servidumbre femenina; literatura regional; narrativas de mujeres; moralidades subyacentes
Abstract
This article explores the representation of servitude in the work of a 20th-century author from Salta. Through the analysis of female characters who occupy servile roles, we analyze the construction of symbolic imaginaries by selecting certain terms such as “servants,” “Indians,” and “chinitas,” which function as representative categories of dynamics of subordination and racialization in the social context of the time. Furthermore, these symbolic imaginaries are shaped by the presence of paternalism in the configuration of these representations, since servitude is presented under a logic of tutelage and dependence that naturalizes social hierarchies and reinforces ties of domination. Using an interdisciplinary approach that combines literary criticism with gender studies, we argue that these figures not only fulfill a narrative role but also reveal ideological and structural tensions in the construction of the regional identity of northwestern Argentina.
Keywords: Zulema Usandivaras; female servitude; regional literature; women's narratives; underlying moralities
Introducción
La literatura salteña del siglo XX1 refleja los imaginarios, tensiones y contradicciones de una sociedad en transición y, como señala Iparraguirre (2009), las jerarquías sociales propias de su tiempo. Sin embargo, pocos estudios han analizado cómo se construye literariamente la figura de la servidumbre –particularmente femenina– en estas narrativas. Este silencio crítico no es casual: responde a un canon que privilegió voces masculinas y discursos que han naturalizado la opresión de clase y género (Moyano, 2018; Poderti, 2000).
En el ámbito de la producción literaria, la novela funciona como un dispositivo crítico que revela los conflictos y tensiones latentes en el cuerpo social (Iparraguirre, 2009). Como síntoma cultural, este género literario hace visible aquello que aún no se manifiesta plenamente en la esfera pública, plasmando mediante estrategias narrativas las inquietudes y contradicciones propias de su tiempo. Así, la novela no sólo documenta la realidad inmediata, sino que anticipa –a través de sus representaciones simbólicas– las transformaciones sociales, culturales y políticas en gestación.
En este contexto, la obra de ficción se constituye como un espacio de exploración y crítica, donde las contradicciones estructurales y las aspiraciones colectivas encuentran voz. El texto literario como archivo cultural, además de documentar el pensamiento dominante de una época, junto a los imaginarios simbólicos (Williams, 2009) resulta un espacio vital para el debate y la comprensión de las dinámicas de un tiempo histórico. Asimismo, a menudo advierte los cambios, las crisis y los pensamientos colectivos que moldearán el futuro.
Cabe destacar que la crítica literaria tiene el trabajo fundamental de deconstruir la conexión entre conocimiento, verdad y poder para entender mejor la crítica y las investigaciones literarias (Moyano, 2021). Las escritoras del siglo XX fueron ignoradas y silenciadas por esa misma crítica, que, controlada por un círculo de académicos, actuó como juez autoritario al decir qué voces merecían reconocimiento. Como advierte Poderti (2000), este silenciamiento sistemático de voces femeninas en la historia literaria del noroeste argentino refleja y evidencia el sistema patriarcal y las relaciones de poder que estructuran el orden social de una época. Sin embargo, es necesario señalar antecedentes como el de Juana Manuela Gorriti, reconocida como la primera novelista nacional, y, en el siglo XX, el surgimiento de voces como la de Zulema Usandivaras, quien publicó La esposa en 1989. Esta obra marca un punto de inflexión, ya que abre el camino a una nueva generación de escritoras –como Liliana Bellone, Gloria Lisé y Teresa Leonardi, Ana Gloria Moya– reivindicadoras del lugar de las mujeres en la literatura salteña, desafiando los discursos hegemónicos y proponiendo nuevas representaciones de género.
Este artículo propone analizar la producción narrativa de Zulema Usandivaras, una figura que se destaca por sus recurrentes intentos de romper con los cánones de la época, en el contexto literario salteño de finales del siglo XX. Su producción emerge en un campo cultural dominado por dos aspectos claves, por un lado, la narrativa androcéntrica vinculadas a las élites políticas locales y por el otro, la lírica como escrito feminizado2 y circunscrito al discurso religioso propios de la oligarquía salteña (Lastero, 2023). Como señala Moyano (2018) estas últimas eran escritoras conformistas que dialogaban y reforzaban los mandatos patriarcales poniendo voz a textos que representaban tradicionalmente a la mujer como esposa y madre.
Zulema Usandivaras (1915-2013) formada en las aulas de la Escuela Sarmiento y la Escuela Normal, forjó su trayectoria como escritora colaborando en periódicos y revistas. Sin embargo, su producción literaria sólo alcanzaría reconocimiento editorial a fines de los años ochenta, cuando publica por primera vez La esposa, un texto de prosa clara y lenguaje cercano al lector por la presencia de regionalismos y modismos del noroeste al situar geográficamente el relato, describiéndolo junto con prácticas y costumbres típicos de la región, sumado al lenguaje oralizado en los diálogos. La protagonista es una joven adinerada, elemento importante que le sirve para visibilizar la opresión de las mujeres, principalmente en el contexto de familias de la élite salteña.
Esta estrategia discursiva inaugurada por Usandivaras marcó el camino a escritoras posteriores para desarrollar mecanismos de legitimación alternativos3 que, como analiza Poderti (2000), desarticularon los códigos del discurso hegemónico. Se trató de un contexto en el que las voces de las mujeres latinoamericanas se preocupan por sobrevivir en un campo cultural que tiende a reforzar la dominación masculina (Bourdieu, 2000), donde los hombres detentan el poder de la palabra con la implicancia que ello tiene al momento de considerar el poder de lo discursivo.
A partir de lo expuesto, retomamos la noción de escenas de lectura de Unzueta (2005) como marco analítico para estudiar estas producciones literarias, ya que permite examinar no solo los textos como artefactos culturales, sino también su entramado con las prácticas históricas de escritura, publicación y recepción. Esta perspectiva resulta fértil para nuestro estudio porque proporciona los mecanismos mediante los cuales la literatura participa en la formación de identidades colectivas, en particular aquellas vinculadas a narrativas nacionales y regionales. Asimismo, posibilita trascender las fronteras rígidas entre ficción y no ficción al destacar su interdependencia discursiva, y contextualizar las obras dentro de dinámicas culturales más amplias que las dotan de significado. Así, las escenas de lectura emergen como una herramienta crítica para explorar tanto la agencia textual como las condiciones materiales que configuran su interpretación.
Metodología
Este artículo emplea un enfoque de análisis literario con la finalidad de operar en las representaciones de la servidumbre en la narrativa salteña del siglo XX. La exploración que a continuación presentamos se centra en la obra de la autora salteña Zulema Usandivaras. Específicamente, recuperamos tres de sus prominentes obras que datan de la época. En primer lugar, La Esposa (publicada en 1989), una novela cuya protagonista, Manuela, oficia de una mujer de clase alta, obligada a contraer matrimonio desde niña, cuyo espíritu rebelde se contrapone a los cánones de la época. En esta narrativa sobresale el rol transgresor de la heroína femenina de clase alta, quien se resiste a encajar en una sociedad patriarcal y conservadora. Aunque la presencia de la servidumbre –tanto peones como sirvientas– ocupa un papel secundario, es relevante la representación en torno a esta figura. La relación que se establece entre estos personajes y la protagonista es de carácter ambivalente: por un lado, se configura como un vínculo de complicidad, pero, por otro, se mantiene dentro de un marco de jerarquía y poder.
En segundo lugar, La casa de los abuelos (publicada en 1994) es una obra autobiográfica en la que la autora adopta el rol de narradora testigo para relatar costumbres, lugares, hábitos, valores e idiosincrasia de la época. A través de recuerdos evocados desde la infancia, se construye un tono marcadamente nostálgico por una vida pasada, repleta de elementos que invitan a la reflexión sobre entramados y complejidades de la sociedad salteña de aquel tiempo. En el relato de la escritora, perviven los recuerdos de los llamados “sirvientes”, quienes solían formar parte del hogar de sus abuelos. Desde la perspectiva del recuerdo, describe la presencia de la servidumbre –particularmente, las “muchachas” y “chinitas”– detallando su procedencia y las tareas que se les asignaban. Con un tono que oscila entre lo condescendiente y lo paternalista, la autora evoca algunas escenas del pasado y relata anécdotas protagonizadas por Mercedes y Ramonita, a quienes presenta como “la servidumbre de sus abuelos”.
En tercer lugar, La Señora Silenciosa (publicada en 1997) narra la historia de una criada que pierde el habla por algún acontecimiento desconocido en el valle de Salta. Romualda, la protagonista, sufre los actos más injustos hasta que su vida da un vuelco al casarse con un extranjero enigmático que la convierte en la señora de la casa. Sin embargo, su pasada condición de sirvienta la persigue en una sociedad conservadora que no perdona el ascenso social de una mujer. Esta novela tiene la particularidad de presentar a la sirvienta –observadora y testigo de los secretos que resguardan la imagen de las familias adineradas–, como protagonista, aunque pronto su rol subordinado dentro de la jerarquía social se transforma. No obstante, si bien recupera su voz y logra ascender socialmente, los prejuicios y la mirada condenatoria de su entorno persisten, imponiendo un desafío constante tanto para ella como para su hija.
A partir de las obras mencionadas, nos centraremos en los personajes femeninos que representan “la servidumbre”, siguiendo la línea que proponen Rossi y Campanella (2018) en su libro Los de abajo, donde se exploran las dinámicas de poder y las relaciones de subordinación desde la perspectiva de los marginados y oprimidos. Por otra parte, la perspectiva teórica con la que dialoga este análisis es la crítica literaria de Raymond Williams, quien proporciona herramientas conceptuales para examinar las relaciones entre literatura, cultura y sociedad. Williams (2009) nos permite analizar cómo la literatura refleja y es moldeada por las estructuras sociales, así como las ideologías y los imaginarios simbólicos que subyacen a las relaciones de poder. Asimismo, creemos que las representaciones que se desprenden de estos textos literarios en torno a la servidumbre se constituyen como elementos residuales puesto que tienen que ver con elementos que todas las culturas incluyen de su pasado y que en el presente ocupan lugares variables en el proceso cultural. Por lo tanto, las novelas que analizamos en este artículo ponen en evidencia la necesidad de un abordaje desde una perspectiva interseccional (Collins, 2000) ya que los personajes que nos interesa visibilizar dan cuenta de la subyugación no solo por ser mujeres, sino también por ser sirvientas y, en algunos casos, indígenas.4 La triple condición de vulnerabilidad se da en el espacio del noroeste argentino desde la época de la colonia y es un elemento residual5 en la actualidad, que se configura como una matriz de dominación (Collins, 2017).
Moralidades cruzadas: la servidumbre como sostén del honor de clase
La esposa es la novela más reconocida de la autora. Narrada desde una voz omnisciente, la historia tiene como eje a Manuela, una mujer de clase alta perteneciente a la aristocracia salteña. La autora construye una heroína que, desde su posición privilegiada, enfrenta las restricciones impuestas por el mandato de ser esposa y madre, evidenciando la opresión de género dentro de la élite. Sin embargo, en los márgenes de esta historia se delinean otras figuras femeninas que padecen una doble subordinación: la de clase y la de género. Las sirvientas, aunque retratadas desde un tono a veces condescendiente, aparecen como mujeres que no tienen posibilidad de decidir sobre sus destinos, y cuya función dentro del relato es sostener el orden social.
Una primera escena de lectura que pone en evidencia esto es el momento en que, luego de que Manuela sufre la muerte del esposo y queda nuevamente a cargo del padre, emprende un viaje al interior para visitar la casa de campo de su difunto esposo. Allí tiene un encuentro sexual con un empleado llamado Policarpo, quien resulta ser el hijo de la sirvienta encargada y el patrón. El foco lo vamos a poner en Encarnación, la sirvienta encargada de la casa que siente en Manuela la competencia, lo cual la lleva a adoptar una actitud defensiva para proteger su lugar. En principio parece una mujer empoderada, sin embargo, es la sirviente que cedió a los caprichos del patrón y recibe como consuelo la responsabilidad de la casa y un puesto de trabajo para el hijo no reconocido. Es decir que el patrón no le dio ninguna seguridad a una mujer, sirvienta y madre en una sociedad en la que esas tres condiciones representan fuertes cargas, puesto que la única dueña es la joven esposa que ahora visita la estancia de su pertenencia.
Es en este contexto donde aparece “Jovita”, la criada quien se encarga de Manuela en su llegada a la estancia. Esta mujer es quien carga con las decisiones inmorales de la patrona, pues hacen creer a todos que tuvo al hijo de Manuela y Policarpo para cubrir la moral de la Manuela, la patrona. La sirvienta no decide sobre su cuerpo, mucho menos sobre su vida:
Fue una noche terrible. Al amanecer, Manuela, al borde de sus fuerzas, dio a luz a un varón. A la mañana siguiente ya corría la noticia por toda la casa: la Jovita había tenido un hijo. ¿Quién diría la muy trompeta? ¿Quién sería el padre? ¿Qué le iban a sacar a esta mulata? (Usandivaras, 2017 p. 65)
En esta escena de lectura se visibiliza la crueldad y el egoísmo de la patrona, quién se adjudica el derecho de decidir sobre la vida de las sirvientas. Aunque en el desenlace la Jovita se le impone a la patrona y logra alejar al hijo de la progenitora –que al final en su afán de redimirse le da la tierra al chico– se encuentra siempre en una posición de subyugación. Al igual que Encarnación, la condición social y de género determinan sus vidas incluso a los caprichos de los patrones.
Claramente estas escenas no son el marco principal de la historia, pues el foco está siempre en Manuela y la odisea de su vida como mujer en un entorno de clase alta. Sin embargo, su estatus y su condición social le posibilitan ciertas batallas que la empoderan en menor medida, ya que no deja de ser una mujer víctima del patriarcado de la élite salteña. Usandivaras retrata una jerarquía social bien definida, donde las diferencias de clase son evidentes. La narrativa muestra cómo las mujeres de diferentes estratos sociales enfrentan diversas dificultades, y cómo su posición económica influye en su calidad de vida y oportunidades. Las interacciones entre las clases altas y bajas son complejas y a menudo están cargadas de tensiones. Observamos que la sociedad en La esposa es un microcosmos de tensiones entre la tradición y la búsqueda de modernidad para las mujeres, donde se entrelazan clase, género y relaciones familiares.
La señora silenciosa también tiene como protagonista a una mujer, en este caso una sirvienta llamada Romualda. Desde el primer párrafo se advierte el tono de denuncia respecto a la condición de vida de estas mujeres:
A la muda le acomodaron el niño por la noche mientras dormía soñando con voces que no podía contestar. No era sorda. La mudez le había quedado de “un susto” cuando pequeña y no la pudieron curar. Los padres la dieron para que sirviera en la casa grande. Al principio la frecuentaban, pero poco a poco, la fueron olvidando. (Usandivaras, 2011, p. 13)
En esta primera escena, el narrador omnisciente nos revela a la sirvienta como una figura que, además de no tener voz, es víctima de los moralismos de la élite. La niña Sarita tuvo un hijo fuera del matrimonio y, para evitar que ese hecho afecte la reputación de la familia e impida un futuro casamiento, la solución es transferir la maternidad a la criada. Esta lógica, que también aparece en La esposa, responde a prácticas comunes en las familias de élite del noroeste argentino, donde las criadas eran utilizadas como depósito de secretos y vergüenzas desde el resguardo moral y funcional de la estructura familiar.
A este respecto, Allemandi (2017) en su estudio sobre el servicio doméstico en Buenos Aires a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, plantea desde una perspectiva histórica, que esto fue un rasgo propio de la época, ya que las criadas eran configuradas desde un discurso moralista, higienista y de control social. Aunque su análisis se centra particularmente en la provincia de Buenos Aires, esto nos permite trazar continuidades en las formas en que las figuras femeninas subordinadas –y particularmente las sirvientas– son silenciadas, instrumentalizadas y absorbidas por los mandatos de la familia de élite en una época determinada.
Las tensiones sociales y culturales ponen en evidencia las hipocresías de una sociedad que promueve ciertos valores –como la honra, la castidad y la decencia– mientras que muchos de sus miembros no los cumplen. Los integrantes de la sociedad se comportan de manera contradictoria e incongruente, lo que genera un ambiente de doble moral que afecta de manera desigual a los sujetos, y en mayor medida a quienes ocupan posiciones sociales subalternas.6
Una escena temprana de La señora silenciosa ilustra con claridad esta dinámica. Don Antonio –un extranjero, comerciante, viudo y de reciente radicación en el pueblo– advierte la existencia de Romualda y decide que quiere casarse con ella. La joven no decide, es él quien solicita autorización a los patrones quienes, a su vez, no le consultan nada acerca de su futuro:
Le sedujo la apariencia de la mujercita y, haciendo balance de pro y contras, llegó a la conclusión de que le convenía por esposa. Hacía tres años que era viudo –dijo cuando se instaló en el pueblo– y se le estaba tornando insoportable la soledad. ¿Quién iba a acompañarlo allí entre gente tan rústica donde casi no había mujeres, o estaban casadas, o juntas con los pobladores de la finca, o emigraban a la ciudad? (Usandivaras, 2011, p. 16)
De este modo, Romualda pasa de ser propiedad de la familia a pertenecer a su futuro esposo, sin mediación de su voluntad. Sin embargo, las injusticias que sufre la protagonista no acaban con el matrimonio, pues antes de irse de la casa le quitan al niño del cual se encariño y a quien cuidó resignada y en silencio. Aunque su vida parece mejorar tras las nupcias–tiene una hija y se convierte en patrona–, su ascenso es constantemente puesto en cuestión por el entorno. Su pasado como sirvienta y su origen indígena representan la letra escarlata en una sociedad que no tolera la movilidad social desde abajo: “Se le están subiendo los humos como si se hubiera casado con la hija de Sánchez García y es apenas la criada y por añadidura muda” (Usandivaras, 2011, p. 44)
Este tipo de expresiones refuerza la mirada prejuiciosa de una clase que reserva el privilegio y el honor para los suyos, y descalifica a quienes provienen de otros sectores, aun cuando hayan adquirido nuevos roles. Así, la narrativa revela que el cambio de estatus no implica la eliminación del estigma: la servidumbre sigue siendo, simbólicamente, su lugar asignado. La condición de “muda” de Romualda, consecuencia de un trauma infantil, se convierte en una de las formas más visibles de su diferencia. Esta característica, lejos de ser tratada con empatía, se convierte en objeto constante de murmuración en el pueblo, especialmente a partir de su casamiento con un hombre con poder económico y su ingreso al mundo público –eventos sociales, embarazo, maternidad– tras haber vivido bajo el régimen de lo doméstico y lo privado:
–No sea que el chico salga mudo también.
Pero Romualdita no ha sido muda de nacimiento, ha sido consecuencia de un susto.
–¿Vos creés en eso del susto?
–Claro, he visto muchos casos.
–¡Qué raro! ¿Y cómo no la lleva a un médico de la ciudad, él que tiene tanta plata?
–Tal vez no quiere, qué mejor que una mujer que no habla –dijo uno de los hombres– y se ha puesto linda la Romualdita.
–Vean pues, ahora todos se van a prendar de la muda –dijo una mujer. (Usandivaras, 2011, p. 22-23)
Esta escena coral, donde se enfatiza la voz colectiva, expone con crueldad el juicio hacia Romualda. Usandivaras logra evidenciar, una vez más, su postura crítica frente a los machismos de la época, que reducían a la mujer a un mero objeto de satisfacción sexual, negándole cualquier capacidad de aporte intelectual o social.
Es tan intenso el alcance del hermetismo cultural en el valle salteño que no solo ella paga las consecuencias de su origen, pues la hija también debe cargar con los murmullos de las voces prejuiciosas. Por ello, la migración a la ciudad se manifiesta en la narrativa como una cuestión de necesidad. Respecto a esto último, ambas obras –La señora silenciosa y La esposa– reparan en esta particularidad de la época en la que las personas de la élite viajaban constantemente o se instalan en Buenos Aires como centro de la cultura y la economía. Queda en evidencia la dicotomía campo-ciudad que Usandivaras describe a la perfección colocando, de este modo, a Salta como una sociedad conservadora, católica y extremadamente hipócrita en contraposición de la capital del país:
Las chicas eran pretenciosas, formaban estrechos corrillos en los recreos y había cierta resistencia a admitir a Margarita entre ellas, no tanto por ser hija de un gringo recién venido que parecía ser emigrado de la aristocracia italiana o “vaya a saber uno de qué aristocracia”, decían. Pero la madre… nadie ignoraba el pasado de Romualdita, tan humilde. Prejuicios que se transmiten a la nueva generación de aquellos cerrados señores. (Usandivaras, 2011, p. 54)
En contraste, La casa de los abuelos –al ser un texto autobiográfico– adopta un tono íntimo y nostálgico, alejándose de la crítica frontal a la sociedad tradicional que caracteriza a las otras obras. Aquí, la narradora reconstruye su memoria afectiva mediante un viaje emocional al pasado, revelando tensiones familiares y herencias culturales no resueltas, pero desde una mirada que parece añorar ciertos rasgos del mundo previo a la modernización. La casa opera como símbolo ambivalente: refugio de un orden perdido y, a la vez, epicentro de conflictos silenciados. La provincia ya no es solo un espacio de hipocresía, sino también un escenario donde la llegada de la modernidad –con su inevitable ruptura de tradiciones– genera una melancolía sutil.
De “Chinitas” a Sirvientas: la domesticación de lo indígena
Otra de las obras prominentes de Usandivaras, La casa de los abuelos –ya mencionada anteriormente– constituye una narrativa autobiográfica que preserva las costumbres y tradiciones de la élite salteña a la que pertenecía la autora. En este relato, la mirada clínica de la narradora no sólo documenta las prácticas de su clase social, sino que también expone los complejos vínculos con las sirvientas, revelando las tensiones no resueltas del entorno doméstico.
La primera aparición significativa de estas figuras ocurre durante las escenas de sobremesa en el comedor familiar, donde la narradora destaca cómo las conversaciones se interrumpen sistemáticamente con la llegada de “las domésticas”. Este detalle aparentemente menor resulta revelador: construye a la empleada doméstica como un personaje liminal que merodea y atesora información, un rol que encuentra eco en otras obras de Usandivaras. En La señora silenciosa, la protagonista carga con los secretos familiares a pesar del resentimiento acumulado por las injusticias sufridas; en La esposa, son precisamente las sirvientas quienes custodian los conflictos íntimos de la patrona.
Una escena de lectura particularmente reveladora aparece en La casa de los abuelos cuando Usandivaras describe la dualidad educativa de las jóvenes de élite. En el capítulo VII, la autora contrasta la formación “oficial” –basada en textos europeos, idiomas extranjeros e institutrices importadas– con el conocimiento “folklórico” transmitido por las sirvientas, estableciendo así una jerarquía cultural implícita:
podrían decir que el trasvasamiento comenzaba en la niñez, cuando el elemento autóctono sojuzgado y resignado, ya iniciado en nuestras costumbres desde el día en que desapareció la última rebeldía calchaquí, vinieron para servirnos, bien o mal tratados, según la sensibilidad de sus patrones. […] Estas servidoras, por su mismo desconocimiento de la escritura, tenían la memoria de su tradición, y de los relatos, las coplas y consejos que habían escuchado los labios de los conquistadores… (Usandivaras, 2006, p. 61)
Cabe destacar la expresión “elemento autóctono” empleado en tono despectivo y descrito siempre en contraposición de lo imponente y admirable de lo español. Lo que Mariátegui (2004) identifica como “el espíritu colonial de la instrucción pública”: un sistema que bifurca el conocimiento según jerarquías de clase y etnia. En este sentido, Vara (2023) destaca que Mariátegui veía en esta dualidad la herencia española de un modelo educativo que naturaliza la desigualdad y pone en evidencia un supuesto “trasvasamiento cultural” donde lo indígena es considerado como “folklórico”, haciendo una apropiación selectiva de lo ancestral.
Más adelante, en la misma escena de lectura, la narradora advierte sobre la proximidad del vínculo con las servidoras indígenas cuya “amistad era muy cordial y las servidoras se sentían cómodas” (Usandivaras, 2006, p. 63). Nuevamente la mirada conciliadora entre las culturas. Y acá vale hacer una digresión respecto a las concepciones de identidad propias de la época que naturaliza la autora. Recordemos que el Inca Garcilaso de la Vega (1609) ya marca una línea de pensamiento en el siglo anterior respecto a la idea de mestizaje en Latinoamérica. Esta fusión entre lo europeo y lo indígena se convierte en un tema recurrente en su obra, donde explora la coexistencia de ambas culturas y su influencia en la identidad peruana-latinoamericana. El autor enfatiza su identidad como mestizo, lo cual le permite observar y valorar tanto los aspectos indígenas como los españoles, de este modo, refleja la lucha por encontrar un equilibrio entre las dos identidades y enfrentar el prejuicio. Sin embargo, Cornejo Polar (1995) señala que Garcilaso tiende a idealizar el mestizaje, presentándose como una síntesis armónica entre las culturas indígena y española. Para Cornejo Polar, esta visión es problemática porque minimiza las tensiones y conflictos que resultan del proceso colonial, así como las desigualdades sociales y raciales que afectan a los mestizos. El crítico sugiere que la identidad que propone Garcilaso puede ser vista como acomodaticia, ya que busca establecer un punto de vista que favorezca la integración con el mundo europeo sin cuestionar verdaderamente el sistema colonial y sus implicaciones. Esto resulta en una representación de la identidad mestiza que no desafía las jerarquías de poder, por ello la representación del mestizaje por parte de Garcilaso es demasiado simplificada y homogénea.
En su obra, Usandivaras reproduce –y simultáneamente tensiona– esta visión armonizadora del mestizaje al presentar las relaciones entre patronas y sirvientas. Si bien la autora expone crudamente las jerarquías coloniales de la Salta del siglo XX, no llega a cuestionar estructuralmente la posición subalterna de la “servidumbre”, optando por construir una aparente solidaridad femenina que enmascara las desigualdades de clase y etnia. Esta contradicción se hace particularmente visible en la escena donde describe el proceso de aculturación forzada:
Sin embargo, esta confluencia de culturas no era tan fácil para nuestras madres que tenían que reprenderlas constantemente, corregirles el lenguaje, enseñarles a mirar de frente y, en algunos casos, obligarlas a calzarse. Estas rebeldes eran las más chicas, “las chinitas” juguetonas y desobedientes, que nos daban mucha lástima porque eran reconvenidas con epítetos denigrantes, no solo por las señoras, sino también por las empleadas más viejas ya definitivamente asimiladas a nuestras costumbres y cuidadosas copiadoras de nuestros modales, las que tenían que “remar con estas incivilizadas” … (Usandivaras, 2006, p. 63)
La narradora oscila entre la denuncia y el paternalismo, lo que Lagos (2000) reconoce como “discurso de la integración” que enmascara un paternalismo sustentado en la definición del “indio” o “aborigen” como un menor legal, un incapaz, un ignorante al que sólo se podía integrar brindándole protección (p. 74). Usandivaras (2006) expresa que en ese entonces ella y las mujeres de su edad se preguntaban “por qué las trataban así y qué las hacía diferentes” (p. 64). Con tono condescendiente advierte que “son niñas igual que ellas” (p. 64) y denuncia que “el trabajo que las obligaban a hacer era muy duro” (p. 65). Es evidente que hay un reclamo al trato que recibían las sirvientas, pero no a la imposición de la cultura europea traducida en “buenos modales” y la sumisión de las empleadas mayores. El foco se pone solo en la forma de tratarlas, pero se describe con naturalidad la asimilación cultural.
Desde los aportes de Bourdieu (2016) esto se puede comprender como la imposición de un habitus, por parte de la clase dominante. El habitus se refiere a un conjunto de disposiciones duraderas y transferibles que orientan las percepciones, pensamientos y acciones de los individuos, moldeados por las condiciones sociales de su entorno. En este contexto, las prácticas y valores asociados a los “buenos modales” civilizados son considerados el gusto legítimo, impuesto sobre lo que se percibe como “bárbaro” e incivilizado de las clases subalternas. En otra escena de lectura se describe la jerarquía que hay entre las sirvientas. Las mayores se amoldaron y servían con total sumisión, mientras que las más jóvenes eran las rebeldes. Así, las más cercanas a las patronas y, seguramente, las protectoras de los secretos familiares eran las primeras que, a su vez, se encargaban de domesticar a las más jóvenes, denominadas como “chinitas”.
En definitiva, el análisis de estas obras revela cómo Usandivaras documenta, sin romper del todo con ellos, los mecanismos de domesticación cultural que operan en la servidumbre indígena. La figura de “las chinitas” –niñas rebeldes sometidas a un proceso de aculturación forzada– sintetiza esta contradicción: mientras la autora denuncia el maltrato hacia las sirvientas, naturaliza su asimilación a los códigos de la élite como un destino inevitable. En este sentido, las sirvientas de Usandivaras, atesoran secretos y transmiten tradiciones subalternizadas, personifican así la tensión irresuelta entre memoria indígena y disciplinamiento criollo. Su representación literaria no solo expone las jerarquías de la Salta oligárquica, sino que delata los límites de una crítica que, aunque perspicaz, no logra –o no intenta– desmontar el orden que describe.
Reflexiones finales
Los elementos culturales, las tradiciones locales y la vida cotidiana en Salta de fines del siglo XX, están presentes en los tres relatos. Usandivaras a menudo utiliza estos elementos para dar contexto a las experiencias de sus personajes, mostrando la riqueza cultural de la región y cómo esta influye en sus identidades. El personaje de la sirvienta no es solo un personaje de fondo, sino que aporta profundidad al análisis de las relaciones de poder, la opresión de las mujeres y la lucha por la identidad en un contexto social complejo.
Estas historias muestran que las formas de dominación –como la patriarcal, la racial, la de clase– no operan de manera aislada ya que se entrelazan, se refuerzan y se superponen en una matriz de poder compleja. La interseccionalidad nos invita a comprender la figura de la sirviente como subalterna atravesada por una matriz de dominación (Collins, 2017) en la que confluyen experiencias de opresiones en simultáneo por la pertenencia de género, clase y raza. Creemos que la interseccionalidad es un paradigma complejo y perspicaz que nos recuerda que la opresión no se limita a un único tipo de dominación, sino que varias formas de dominación trabajan y se organizan juntas para crear injusticias, profundamente arraigadas en las disposiciones internalizadas de la Salta del siglo XX, en este caso. Lugones (2008) sostiene que es esencial reconceptualizar la lógica de la intersección que nos muestra un vacío para evitar la separación de las categorías dadas y el pensamiento categorial. Así, podemos comprender la subordinación de la mujer a partir del alcance que el sistema de género impuso a través del colonialismo, pues la colonización fue un proceso que implicó tanto la interiorización de la raza como la subordinación en términos generales.
Los personajes que construye Usandivaras llevan internalizadas ciertas disposiciones, prácticas y maneras de actuar que son resultado del contexto social, cultural y económico de Salta, es decir, de su habitus. La autora salteña visibiliza acertadamente cómo las formas de opresión –patriarcado, clasismo, edad, racismo o marginación cultural– no operan aisladamente, sino que están incorporadas en la forma en que los personajes piensan, sienten y actúan, predisponiéndolos a reproducir ciertos roles o resistencias, que a su vez están enmarcados en una matriz de dominación que colabora en crear injusticias, del mismo modo que señala Collins.
Tal como mencionamos, Williams (2015) advierte que toda cultura está compuesta por un conjunto de relaciones entre formas dominantes, residuales y emergentes. Lo hegemónico, es decir, el sistema vivo de significados y valores que se configura como práctica y como un proceso, en la sociedad salteña es el sistema patriarcal y los discursos religiosos conservadores acompañados de incoherencias en la forma de actuar de los miembros de la comunidad. Sin embargo, este sistema con frecuencia se renueva, se recrea y es resistido, limitado, alterado y desafiado por presiones que no le son propias. De ahí que lo hegemónico y lo contrahegemónico –encarnado en las heroínas que desafían el orden– coexistan en estas novelas como fuerzas en pugna, revelando así la persistencia de ambos en la cultura salteña. Las mujeres de los textos de Usandivaras buscan rebelarse ante el orden establecido, sin embargo, sabemos que esa lucha no es homogénea entre ellas, puesto que la pertenencia de clase es un factor limitante. De este modo, creemos que la denuncia que realiza Usandivaras respecto al lugar que ocupan las sirvientes es un elemento residual del periodo colonial, pues la autora se presenta como la intelectual que le da voz a estos personajes para poner en evidencia los ultrajes que sufrieron por ser sujetos subalternizados, como acto político. Asimismo, el trato a las sirvientas en la obra de Usandivaras puede también entenderse como un elemento residual porque refleja relaciones sociales, culturales y económicas que persisten en el presente, aunque quizás hayan cambiado en forma, apariencia, o haya evolucionado pues todavía refleja las condiciones y mentalidades heredadas del pasado colonial, patriarcal y clasista en la sociedad salteña.
Además, en la cotidianidad de las relaciones laborales salteñas, estos legados históricos se traducen en discriminación étnica y racial hacia las mujeres que realizan trabajos domésticos y de cuidados. La naturalización de estos roles serviles perpetúa relaciones de poder desiguales, donde se entrelazan la dependencia económica, la desvalorización social y la feminización del trabajo de reproducción de la vida. Estas dinámicas no son meros vestigios del pasado, sino manifestaciones activas dentro de un sistema patriarcal que se adapta y persiste en las estructuras sociales contemporáneas.
Retomamos el aporte de Lastero (2023), cuando plantea que las escritoras de Salta crean una literatura que, además de reflejar las problemáticas sociales, culturales y políticas de su contexto, buscan reivindicar la voz femenina y cuestionar las formas tradicionales de representación y poder. Sin embargo, al analizar a la autora que nos convoca la distingue de Liliana Bellone, Gloria Lisé y Ana Gloria Moya quienes forman parte del ámbito intelectual y artístico de la provincia, mientras que Usandivaras pertenece a la alta burguesía. Esto último es clave para comprender la construcción de los personajes de La esposa, La señora silenciosa y La casa de los abuelos, textos en los que las mujeres toman la palabra para denunciar la opresión de género, pero desde un lugar de privilegio social que les posibilita cierto empoderamiento ausente en las sirvientas por su pertenencia de clase y su devenir indígenas. Además, la intención conciliadora –y en cierta forma simplificadora– entre estos dos grupos de mujeres, que parecen convivir en una aparente complicidad, termina por reforzar y reproducir el desconocimiento de las complejas dinámicas de poder en la sociedad salteña. No obstante, Usandivaras marca un antes y un después en la narrativa salteña escrita por mujeres, ya que, junto con las autoras mencionadas, sienta las bases para la proliferación de textos –en su mayoría poéticos– en los que las voces femeninas se alzan como lanzas contra la hegemonía de autores que, aún hoy, dominan el canon literario.
Este marco resulta clave para analizar las novelas de Usandivaras. Sus heroínas encarnan precisamente esas presiones disruptivas al cuestionar las normas de género establecidas. No obstante, su potencial contrahegemónico presenta fisuras significativas: mientras las mujeres burguesas logran cierta agencia discursiva –aunque siempre dentro de los límites que impone el sistema–, las sirvientas indígenas permanecen atrapadas en la doble opresión de clase y etnia. Así, las novelas exponen la paradoja fundamental de toda resistencia: aunque lo hegemónico nunca es total (pues genera sus propias alternativas), sigue determinando las condiciones de posibilidad para el desafío. La rebelión de los personajes femeninos, pues, nunca es homogénea ni definitiva, sino un campo de batalla donde se actualizan las tensiones entre dominación y emancipación.
En suma, el estudio de estas producciones literarias desde la perspectiva de Raymond Williams nos ha permitido identificar significativos elementos residuales7 en la cultura salteña. Estas huellas persistentes se manifiestan tanto en las prácticas discursivas como en las disposiciones intelectuales de la época, revelando una contradicción fundamental: mientras se observan rupturas evidentes en el cuestionamiento al orden patriarcal y en la redefinición del lugar de la mujer en la escritura, persisten inercias estructurales en la reproducción de las jerarquías de clase. Esta tensión entre innovación y conservación –característica de todo proceso cultural–, según Williams (2009) resulta particularmente visible en cómo las narrativas desafían ciertas convenciones de género mientras naturalizan otras formas de dominación social.
Referencias bibliográficas
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Usandivaras de Torino, Zulema. (2011). La señora silenciosa. Salta, Hanne.
Usandivaras de Torino, Zulema. (2017). La esposa. Salta, Hanne.
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Williams, Raimond. (2009). Marxismo y literatura. Buenos Aires, Las cuarenta.
Williams, Raimond. (2015). Sociología de la Cultura. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Paidós.
*Jesica Micaela Vara es Licenciada en Ciencias de la Educación por la Universidad Nacional de Salta (UNSa) y Especialista en Métodos y Técnicas de la Investigación Social por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Es doctoranda en Sociología en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y becaria doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (ICSOH-CONICET). Sus investigaciones se centran en las trayectorias laborales y los procesos de organización colectiva de las trabajadoras domésticas asalariadas en la provincia de Salta.
*Marcia Muriel Manino es Profesora y Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Salta (UNSa). Es doctoranda en Letras en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) y becaria doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (ICSOH-CONICET). Su investigación se centra en las representaciones femeninas en la literatura escrita por mujeres del noroeste argentino, enmarcadas en los Estudios de Género. Participa, además, en proyectos de investigación del Consejo de Investigación de la UNSa (CIUNSA), en el marco del programa “Revisión de tradiciones y emergencias renovadoras en la literatura reciente del noroeste argentino”, dirigido por Carlos Hernán Sosa.
Los estudios de Justiniano (2006) revelan que en el período de transición entre los siglos XIX y XX, Salta presentaba una singular configuración de poder caracterizada por la superposición entre las élites económicas y políticas. El análisis destaca cómo operaba en la provincia un imaginario social basado en la tradición –cuyo valor simbólico frecuentemente excede su sustento material. A través de un riguroso examen de fuentes, se pone en evidencia la persistencia de “la imagen de la Salta nobiliaria, [que] está instalada hasta en el sentido común de los intelectuales y formadores de opinión” (2006, p. 19), demostrando así la eficacia discursiva de este constructo identitario en la configuración del poder local.↩︎
Referentes de estas escrituras fueron Sara Solá de Castellanos, Emma Solá de Solá, Clara Saravia Linares de Arias e Hilda Emilia Postiglioni.↩︎
En palabras de Lastero (2023) a finales del siglo XX y principios del siglo XXI se visibilizó la voz de la mujer salteña a través de la narrativa que pone como centro a la mujer en clave interseccional puesto que se la construye atravesada no solo por la cuestión de género, sino también por la raza, lo social y lo económico. Usandivaras junto a Liliana Bellone, Gloria Lisé y Ana Gloria Moya adquieren importante relevancia en esta transición.↩︎
Las epistemologías feministas decoloniales germinan a partir de estos postulados y “de las prácticas políticas de las mujeres negras, de color, tercermundistas, indígenas, mestizas, chicanas, campesinas, lesbianas, autónomas, entre otras que se sintieron marginadas y excluidas por un feminismo hegemónico-blanco-académico-burgués-occidental que no daba cuenta de sus realidades y vivencias” (Martínez y Agüero, 2020, p. 36).↩︎
Williams (2009) define lo residual como elementos culturales, ideológicos o sociales que permanecen en una sociedad después de haber sido reemplazados o transformados por nuevos elementos, pero que continúan influyendo en la forma en que las personas piensan, sienten o actúan.↩︎
En este artículo, utilizamos la noción de subalternidad o sectores subalternos para referirnos a los grupos marginalizados que se encuentran en condiciones de subordinación –siendo estas últimas las que permean la subjetividad política. Nuestro análisis se centra específicamente en las representaciones de la “servidumbre” del siglo XX en la provincia de Salta, con un rasgo particular: el devenir indígena de estas mujeres. A partir de esto, reconocemos su posición de subalternas. En esta línea, retomamos los aportes de Modonesi (2010) sobre la subalternidad como factor sobredeterminante que combina experiencias de subordinación y subjetivación política, en vinculación indisociable con el antagonismo y la autonomía. Se trata de una noción que permite ampliar y pluralizar la idea de clase trabajadora, obrera o proletaria, al incluir otras formas y modalidades populares.↩︎
Lo residual, por definición ha sido efectivamente formado en el pasado, pero todavía se halla en actividad en el proceso cultural; no sólo, y a menudo ni eso, como un elemento del pasado sino como un elemento efectivo del presente. Por lo tanto, ciertas experiencias, significados y valores que no pueden ser expresados o sustancialmente verificados en términos de la cultura dominante, son, no obstante, vividos y practicados sobre la base de un remanente –tanto cultural como social– de alguna formación o institución social y cultural anterior (Williams, 2009, p. 161-162)↩︎