Ensamblajes junto al agua del paisaje. Una revisión autoetnográfica desde el archivo fotográfico1

Agueda Fernández Astorga2

Landscape waterside assemblages. An autoethnographic review from the photographic archive

Resumen

El objetivo de esta contribución es reflexionar sobre las formas de vincularnos con nuestro paisaje, desde una perspectiva situada en las propias experiencias junto al lugar que habito, reconociendo el especial vínculo entablado con el agua. En principio, reflexionaré sobre la genealogía del paisaje como visualidad dicotómica de construcción moderna, luego compartiré el abordaje dicha categoría desde el aporte de la teoría de ensamblajes y complejidad social. Por último, mediante la revisión autoetnográfica de mi archivo de prácticas visuales, comparto prácticas y significados que brotan de experiencias recorridas y registradas junto al agua. Como todo quehacer, es un proceso que puede reescribirse, pero que permite la exploración de lo propio como también de las experiencias escriturales y visuales.

Palabras claves: paisaje, autoetnografía, práctica visual.

Abstract

This contribution aims to reflect on the ways we relate to landscape. From a perspective situated on my own experiences along the place I inhabit, acknowledging the special bond with water. Firstly, I will reflect on landscape genealogy, as a dichotomous visuality of modern construction. Secondly, I will share this categorical approach with the contributions of assemblage’s theory and social complexity. Finally, through an autoethnographic review of my visual practices archive, I will share meanings and practices that springs from past and registered experiences alongside water. As any task, it is a process that can be rewritten, but allows the exploration of one’s own, along literary and visual experience.

Keywords: landscape, autoethnography, visual practice,

Introducción

Mediante la presente contribución reflexionamos sobre las formas de vincularse con el paisaje, desde un lugar específico y al mismo tiempo relacional. Es decir que se aborda desde una perspectiva situada en las experiencias corporales que se desarrollan junto al espacio habitado, poniendo especial acento en las prácticas relacionales que permite entablar el agua.

El paisaje que habito y desde donde escribo es La Cañada, localidad que se encuentra dos kilómetros al este de la villa cabecera del departamento Albardón, en la provincia de San Juan. La Cañada al norte limita con Las Lomitas, al este con el departamento Angaco y al sur con el departamento Chimbas, con los que comparte como límite el cauce del río San Juan, que nace en la cordillera andina. Gracias a dicha circulación de aguas, la localidad se caracteriza por la presencia de tierras nutridas y arcillosas que el río con su paso supo sedimentar y que los habitantes desde hace siglos utilizan con diferentes fines. Dicho paisaje está viviendo aceleradas transformaciones fruto del acaparamiento de la tierra y el agua en manos del Estado y de empresas privadas, quienes ponen nuestros bienes al servicio del extractivismo minero y amenazan la diversidad de formas de vidas3 del paisaje. Al mismo tiempo, disminuye la rentabilidad agrícola, aumentan los emprendimientos inmobiliarios y se produce la incorporación de nuevas dinámicas habitacionales. En este proceso de reensamblaje, el paisaje pierde prácticas, artefactos materiales y significados que gestualizan maneras de vincularse caseras/artesanales/autosustentables con el lugar. Estos modos de habitar que perviven disputan a las nuevas propuestas de vivir que se construyen desde las lógicas hegemónicas.

Dentro de esas formas de habitar/vincularse, es el agua el componente del ensamblaje que queremos destacar, el agua que habita y da vida al paisaje. Nombramos el agua, pero sabemos que son innumerables las formas que se relacionan.

Antes de proponer nuestro aporte a la comprensión de los vínculos con el paisaje, realizamos un breve recorrido histórico del concepto para vislumbrar cuáles son sus tensiones y desde qué lugar podemos aportar a la reflexión sobre el mismo. En este sentido, abrevamos de la teoría de ensamblajes y la complejidad social propuesta por DeLanda (2021), que desde el nuevo materialismo colabora en repensar relaciones no dicotómicas ni jerárquicas en la trama paisajística.

Esta investigación se nutre de trabajos que repiensan la relación naturaleza-cultura desde perspectivas relacionales y desde otras ontológicas. Por un lado, la propuesta de Armstrong (2022), que introduce al paisaje la problematización de la noción de cuerpo, para lo que expresa una comprensión relacional desde el estudio específico de objetos de Rapa Nui. Por otro lado, la categoría de paisaje vista desde la crítica feminista cuenta con el trabajo de Jiménez Esquinas (2018), quien desde la etnografía analiza las estrategias neoliberales y patriarcales de gobernanza sobre el paisaje, la población y las economías de la Costa da Morte, que viene a ser un eslabón más en las formas de producción y regularización desde los biopoderes. Es relevante a los fines de esta investigación porque problematiza no sólo el paisaje, sino que lo relaciona con el patrimonio y la gobernanza de las vidas. Por último, Ojeda et al. (2015) colabora en pensar las dinámicas del despojo cotidiano y pone el acento en el acaparamiento del agua y la tierra. Esta investigación me da pie a contar cómo vivo y vivimos la amenaza de no tener más agua para regar nuestros cultivos.

Para urdir la reflexión sobre los vínculos con el agua del paisaje, nos sumergimos en la revisión autoetnográfica del archivo de prácticas visuales. Dentro de dicho andamiaje, seleccionamos experiencias/recorridos/prácticas y significados de los registros junto al agua. A propósito de construir una comunicación similar a un fotolibro comentado, donde el recorrido visual apoya el texto y viceversa.

Horizontes del paisaje, ensamblaje y autoetnografía

Reconocemos que el concepto de paisaje ha sido abordado desde múltiples enfoques: artes plásticas y visuales, geografía, arqueología, antropología, filosofía, arquitectura, entre otros. Nuestro aporte busca integrar perspectivas desde las prácticas visuales y la socioantropología ambiental, para acercarnos a una visión relacional del tema.

El concepto de paisaje es construido en el siglo XV durante el Renacimiento europeo (Andermann, 2008; Curtoni, 2009; Urquijo y Barrera, 2009), en contexto de “paulatino reemplazo de las relaciones feudales por la propiedad privada y la emergencia del sujeto cívico-burgués” (Andermann, 2008, p.6). Es una etapa en la que se produce “una ruptura importante en las formas de representar el espacio, tanto en el plano filosófico como en el plano técnico”(Souto, p.144, 2011). Por ello, surgen prácticas visuales que buscan alejarse de los cánones tradicionales que estaban al servicio del clero o aristocracia y se acerquen a representar sus territorios en proceso de colonización. Las nuevas pinceladas colaboran en la representación del espacio mediante la perspectiva lineal que genera, por un lado, la idea de control visual; por otro, colabora en la creación de un observador distanciado de lo narrado y, por último, consolida la perspectiva como forma simbólica de la modernidad de su apropiación del sujeto y del mundo. Lo representado en la pintura de paisajes es manipulado, se le otorga un rol pasivo, sin voluntad. Este es el germen de la consideración del espacio como mercancía y al mismo tiempo de modernas dicotomías como, por ejemplo: cultura-naturaleza, ciencia-arte, entre otras tantas que habitamos hasta la actualidad.

Luego, durante el Romanticismo, entre los siglos XVIII y XIX el concepto de paisaje comienza a vincularse con la ruralidad y el campesinado, oponiéndose a los paisajes políticos donde se detentan posiciones de privilegio y poder (Curtoni, 2009). Contexto en el que se suma la circulación de las imágenes provenientes de las expediciones científicas y comerciales de pintores viajeros a las nuevas colonias (Urquijo y Barrera, 2009). Durante el siglo XIX, Humboldt (1769-1859), apropiándose de la duplicidad semiótica del concepto paisaje, logra que pase de ser un conocimiento pictórico y poético a ponerse al servicio de la descripción científica del mundo (Souto, 2011). Este es el naturalismo romántico que construye las bases iconográficas de los nacientes estados oligárquicos liberales, exportadores de materias primas (Andermann, 2008).

En el siglo XX, el paisaje comienza a analizarse junto con otros conceptos como el de lugar, espacio, región y área desde las perspectivas de la geografía y antropología. Hasta después de la Segunda Guerra Mundial siguen operando aportes de las ciencias de la tierra, que se caracterizan por ser analíticos y concebidos desde el neopositivismo (Curtoni, 2009). Mediante la integración de variables económicas y matemáticas a la ciencia del espacio, es puesto al servicio de los valores de la sociedad capitalista. Paralelamente, comienzan a gestarse nuevas miradas sobre las variables de interpretación del paisaje, que maduran a finales de siglo en lo que conocemos como giro espacial.

El cambio de paradigma propio del giro espacial impacta fuertemente, desde la década de 1980, en muchas disciplinas sociales y humanas: sociología, antropología, geografía, arqueología, entre otros. Ciencias que se implican en comprender cómo la espacialidad influye en la construcción de significados culturales. Al mismo tiempo, colaboran en la comprensión de los paisajes y los lugares como construcción social antes que entidades preexistentes (Curtoni, 2009).

También en las últimas décadas ha tomado valor la implicancia de las percepciones de las personas que habitan los paisajes, en palabras de Souto (2011, p. 141):

Debemos a la nueva geografía cultural esta creciente atención sobre la diversidad de “formas de mirar” y la consecuente necesidad de considerar los paisajes y territorios desde la perspectiva de sujetos geográfica y socialmente situados […] se está produciendo un cambio tanto retórico como sustantivo en la investigación en geografía humana: un paso desde los estudios referidos a las representaciones del paisaje […] hacia los estudios que se concentran fundamentalmente en las prácticas, la materialidad, las acciones de las personas de carne y hueso. Este enfoque implica un retorno a las perspectivas fenomenológicas que hacen hincapié en la idea de “la persona en su ambiente” o del “ser/estar en el mundo.

La autora referencia la inminente necesidad de enfoques vinculantes de sociedad/ naturaleza respecto de la comprensión del paisaje. En concordancia, Nogué (2007) aporta que en su construcción social cohabitan distintas maneras de mirar y que las mismas se construyen en el marco de un juego “complejo y cambiante de relaciones de poder, esto es, de género, de clase, de etnia, de poder en el sentido más amplio de la palabra” (p.13).

Así pues, no es intención de la presente colaboración encontrar el origen puro y remoto del concepto, sólo rastrear pistas de cómo se ha abordado el paisaje para encontrar nuestro propio espacio de enunciación. Vimos cómo se habla de dicho concepto, como una exterioridad que podemos mirar, analizar, saquear, como una cortina de fondo, como las capas de un espacio de Leonardo Da Vinci que acompaña una figura humana en primer plano. Desde el Renacimiento y la Modernidad, el descubrimiento del paisaje se hace notar como un ente abstracto, sin cargas de connotaciones sobre quienes viven en el lugar. Recientemente, se habla del espacio como un agente de acción, un agente relacional, con voz a ejercitar a escuchar. Por ello, proponemos pensar junto al paisaje habitado, en clave de lo que Haraway propone en cocimiento situado, buscando “dar el carácter de agente/actor a los objetos del mundo” (2021, p. 58).

Para complementar una comprensión vinculante del paisaje, también nos nutrimos de ontologías relacionales que, según Zarallo (2020), son un “proyecto orientado a la reinterpretación de los saberes contemporáneos, buscando la reconexión de la humanidad con la naturaleza y la autoorganización de la vida” (p. 98). Práctica que busca repensar las clasificaciones modernas del mundo, dicotomías que han sido utilizadas históricamente en determinadas jerarquías de poder, como la dualidad entre hombre/mujer, humano/no humano, naturaleza/cultura (DeLanda, 2021; Descola, 2018; Haraway, 2021; Tola, 2016). Abogamos por una comprensión más compleja y relacional del mundo, que moviliza del centro lo humano/el antropocentrismo (Descola, 2018) y pondera otros vínculos que cohabitamos. En este sentido, se intenta “no prejuzgar la identidad de las entidades que componen el mundo en el que vivimos” (Descola, 2018, p. 37).

Profundizamos en la teoría de ensamblajes y complejidad social (DeLanda, 2021) que también colabora en repensar el paisaje desde la perspectiva del nuevo materialismo que considera que el mundo como sujeto activo (DeLanda, 2021; Haraway, 2021) existe independientemente de la mente y tiene capacidades morfogenéticas propias.

Adscribimos a su teoría social, que pretende dar cuenta no sólo de conjuntos humanos, sino también de las relaciones que establecen con otros componentes del acople, como por ejemplo con las plantas, el aire, la tierra, el fuego, el agua, entre otros. Por consiguiente, se crea un modelo ontológico no jerárquico llamado ontología plana, a diferencia de una ontología jerárquica esencialista donde se diferencia entre género, especie e individuo (DeLanda, 2021).

A diferencia del esencialismo en el cual género, especie e individuo forman una jerarquía de categorías ontológicas, la ontología de los ensamblajes es plana: solo singularidades individuales operando a diferentes escalas pueden ser consideradas como existiendo objetivamente. Esto implica que las personas no son las únicas entidades individuales presentes en procesos sociales, sino también las comunidades individuales, las organizaciones individuales, las ciudades individuales y las naciones individuales. En otras palabras, aunque el término ‘individuo’ es en el lenguaje ordinario sinónimo de ‘persona’, en su uso técnico se puede aplicar a toda entidad que nazca, viva y muera. (DeLanda, 2021, p. 42)

De dicha teoría tomó como recursos conceptuales el análisis que hace de los sistemas como totalidad, caracterizados por ser multiescalares, heterogéneos, con condición histórica y donde se reconocen procesos de estabilización y desestabilización de la identidad de un ensamble. Al mismo tiempo, puede estar integrado por componentes que juegan roles variables que van desde lo material hasta lo expresivo, “dichos roles son variables, y un componente en particular puede tener una combinación de roles materiales y expresivos los cuales desempeña ejerciendo diferentes capacidades” (DeLanda, 2021, p. 20).

Es decir que un ensamble incluye distintas formas corporales desde personas, artefactos materiales y significados. Desde dicho anclaje comprendemos que el paisaje como ensamblaje se encuentra integrado por personas, plantas, animales, prácticas, aguas, aromas, alimentos, humedades, tierra, sombras, etc. Especialmente, ponemos atención al vínculo de las personas junto al agua, como un gesto específico que se nombra, pero que no soslaya otros cientos de formas que pueden manifestarse. A su vez, el paisaje nombra un lugar que se construye fruto de una compleja urdimbre de relaciones entre diversas entidades vinculadas y se expresa en el presente como un todo integrado, heterogéneo y preñado de dinamismos constantes. En este sentido, nos aceramos a la propuesta de Andermann (2008), quien propone pensar el paisaje-ensamble, o imagen movimiento, sin necesidad de buscar un origen, sino que apostando en la construcción de la historicidad del paisaje, dotándolo de futuridad.

Simultáneamente y debido a que somos cuerpxs4 construyendo conocimiento/ formando parte del paisaje, recurrimos a la reflexibilidad de la autoetnografía que busca “visibilizar cómo nos posicionamos y participamos las personas en el proceso de construcción de conocimientos, con todo el cuerpx que siente, percibe, pulsa y registra” (Calixto, 2022, p. 65). También es una forma de enunciación política, nos sitúa como sujetxs/personas que “podemos dar cuenta de nuestra propia historia y experiencia, que puede revisarse analíticamente y generar conocimientos; es decir, transitar de ser sujetas cognoscibles a ser sujetas cognoscentes” (Escobar, 2022, p. 142). Desde este enfoque construimos una visión parcial y situada que intenta aportar una mirada desde adentro respecto del vínculo que ensamblamos junto al agua del paisaje.

La estrategia metodológica a la que recurrimos es la autoetnografía que colabora en la torsión interior necesaria en la práctica de investigación, para posibilitar un conocimiento crítico (Murillo y Pisani, 2020). Es decir, pensar desde la duda, desde la pregunta ante los formatos civilizatorios que atraviesan nuestras cuerpxs/paisajes, apostando a construir sentidos y espacios que movilicen las lógicas de competencia y discriminación.

El producto pretende acercarse al lenguaje de fotolibro comentado. En el ejercicio trabajamos las relaciones que establecemos junto al agua que recorre/nutre/da vida a nuestras tierras cañaderas a través de nuestros canales/surcos de riego/cauces de río. Mediante la colaboración de fotografía y texto, comparto formas de habitar el paisaje desde el vínculo con el agua: alimentos, juego, alegría, nutrición, resistencias, luchas, políticas. Las técnicas que me han permitido compartir la propuesta son la exploración de mis archivos fotográficos, un recorrido por vivencias y memorias junto al canal, los haceres cotidianos junto al agua: riegos de la tierra por cunetas, bañarse en el agua del riego, marchas por el agüita pura de San Juan, entre otros.

El proceso de creación autoetnográfico es introspectivo (Luévano, 2016), especialmente recorro los datos del archivo fotográfico desde donde voy hilando los vínculos que establecemos junto al agua. Dicha colección por el momento es de acceso personal, se construye desde 2011 hasta la actualidad, encontrándose en constante crecimiento. Actualmente, integra un total de diecinueve mil fotos entre digitales y analógicas. El mismo está organizado cronológicamente, en carpetas y subcarpetas, que van desde año, mes y fecha específicas de tomas fotográficas. Estas últimas carpetas cuentan con descripción temática, lo que permite hacer búsquedas según lugar, tipos de vegetación, personas, actividad, entre otros criterios.

Del archivo fotográfico seleccionamos fragmentos visuales que ilustren y que permitan describir y denotar experiencias tanto personales como sociales. Contamos sobre experiencias de habitar el lugar propio, donde regamos formas colaborativas de habitar con seres humanos y no humanos. En la autoetnografía y recorrido por espacios de memoria (geográficos y corporales), reconocemos diálogos junto a otrxs seres. La militancia en la asamblea Agüita Pura para San Juan es madre del diálogo, desde donde contamos que queremos seguir regando las tierras sanjuaninas, queremos un río libre y sobre todo sano, aguas que nos permitan seguir viviendo.

Sobre las formas de vincularse con el agua

Las formas de vincularse son una mirada, una estrategia para contar, se pueden desamarrar y reensamblar, son una visión parcial. Responden en principio a una lectura que hacemos del espacio habitado. Un paisaje donde no existen “interiores” ni “exteriores”, dado que se concretan y realizan en prácticas siempre vinculares (Fernández Astorga, Iturrieta, Furlani Caballero y Silva Furlani, 2021, s/d). Entendemos que el paisaje se estabiliza gracias a los elementos centrales −agua, fuego, aire, tierra−, y en agradecimiento a esos cuatro elementos nacen, crecen y se reproducen cientos de formas de vidas que lo modelan.

Nos preguntamos: ¿Qué nos motiva a relacionarnos? ¿Qué relaciones ensamblamos junto al paisaje habitado/cotidiano? Nuestras relaciones mediadas por el deseo y no-deseo, mediadas por el gusto, por la necesidad, por el alimento, por la cercanía, la alegría, el abrazo, el malestar. Relaciones marcadas por ritmos, soles, lunas, alimentos, proxémicas. La relación que destacamos es la que construimos junto al agua como escenario de relaciones de vida. San Juan, el don del río, es al agua junto a quien nos asentamos para desarrollar la vida. Desde distintos horizontes temporales, es el agua el principal componente al que nos ensamblamos para vivir. Las relaciones dependientes que tenemos junto al agua son las que asientan y también movilizan.

Formas de vincularse con la tierra, madre del agua

La Figura 1 muestra una vista general de La Cañada, donde se denotan componentes materiales como el canal de riego llamado Juan Domingo Perón o como se lo conoce en Albardón, “El quita penas”. En el mismo circulan aguas que nacen en la cordillera y que bañan los cultivos de parral, alfalfal, entre otros. Enmarca la fotografía el cerro Villicúm y un cielo soleado característico del invierno cuyano. La foto se ha tomado desde el canal de calle General Acha, un punto alto de observación. De una vista panorámica pasamos a un plano con mayores detalles (Figura 2), donde tomo un registro de mi sombra en un día de riego de cultivos. Riego que hacemos con anchada, abriendo y cerrando piqueras (partes de la tierra que permiten o no el paso del agua). Además del agua y de su madre la tierra, se observan plantas de menta (Mentha Lamiaceae), zapallos de tronco (Cucurbita pepo), entre otros.

Como anticipamos, La Cañada (Figura 1 y 2) es un rincón junto al río San Juan. Un cauce movido, saqueado, embalsado, apresado, un río que hoy no corre libre. En dicha localidad hoy regamos por una trama heterogénea de surcos, piqueras, acequias y canales que cíclicamente se mueven por anchadas, compuertas, personas, árboles, sombras y soles. También en torno a ellos reflexionamos sobre las relaciones que establecemos con-junto al agua que recorre/nutre/da vida a nuestras tierras cañaderas a través de nuestros canales/surcos de riego. Expresado, en colaboración de fotos, formas de habitar el paisaje desde el vínculo con el agua: como alimento, nutrición, juego, alegría, limpieza, cuidado, salud, protección.

Imagen

Como componente expresivo, compartimos que queremos seguir “echando el agua” (expresión que remite a nuestra práctica de riego) a nuestra tierra (Figuras 1 y 2) con aguas sanas y criando alimentos nutritivos, por eso ensayamos una autoetnografía antiextractivista y en búsqueda de la autosustentabilidad/soberanía. Queremos resaltar la dimensión de las interrelaciones que se fermentan entre agua, tierra, animales, vegetales, aire, como ejercicio que intenta evaporar binarismos sectarios (naturaleza/cultura). Poner en valor los ejercicios de lo que nos rodea, de las frutas que cocreamos/pateamos en nuestro paisaje.

Visualizamos la necesidad de regar (Figura 2), de hacer que el agua pueda llegar a más seres de la tierra que habitan el paisaje. ¿Qué tierras se riegan y cuáles no? ¿A qué seres les llega agua? ¿Qué trayectorias recorren las plantas? ¿Por qué sólo se riegan las plantas que tienen valor productivo? ¿Qué muertes lloramos? ¿Quiénes crecen al costado de la acequia de forma espontánea? ¿Quiénes resisten porque no son regadas en suelos productivos donde sí llega el agua? Recorrer calles, callejones, huellas que acompañan canales, acequias o surcos permite ver las plantas que resisten a andamiajes productivos (puede leerse en las plantas vivas junto al canal de la Figura 1 y 2). Estos últimos suelen ser quienes determinan la circulación del agua y deciden qué vidas son posibles.

El agua que riega nuestro valle nace y colabora con cientos de cauces permanentes e im-permanentes, glaciares, vegas, rocas, guanacos, jarillas, lluvias, quebradas, quinchamalíes, pastos, etcéteras… que poco a poco se amuchan y dan forma al río San Juan (Figuras 1, 2, 3, 4, y 5). Esa agua que en su curso superior reúne al río Los Patos (sur) con el Río Blanco y luego juntos se abrazan al Río Castaño, dando vida al valle de Calingasta. Luego, en su sinuoso juego, sigue bajando por amplias quebradas, pasando por Pachaco (Figura 5) y llegando a los embalses actuales que desde su administración deciden cómo se seguirá moviendo el agua y como consecuencia genera nuevos paisajes.

Imagen

Cultivar la tierra es la cultura que nos interesa activar, observar lo que nos une (Figuras 2, 3, 4 y 5) como humanos y junto a todos los seres que habitamos. Conociendo el origen de nuestros alimentos, no sólo podemos desentrañar una vasta red de negocios/corporaciones/huella de carbono, el espacio del agronegocio, también podemos volcarnos hacia nuevas formas de nutrición de nuestro paisaje, hacia la autogestión del alimento que es la salud. Quizás, sea un puntapié para crear espacios colaborativos/participativos/vivos y contribuir a transformar/cuestionar lógicas coloniales, mercantiles, neoliberales que nos sujetan.

Formas de vincularse con el cuidado del agua

Como advertimos en la introducción, al escribir nos conmueven los procesos de desestabilización del paisaje (DeLanda, 2021), el avance del acaparamiento/despojo de la tierra y el agua (Jofré, 2020), la urbanización desmedida sobre tierras nutridas, la transformación de las formas de vida/habitar hacia vidas cada vez más dependientes del consumo y lejos de la soberanía/autosustentabilidad que sí nos permite vivir alrededor de colaboraciones entre y junto a vecinxs/frutales/chacras/cría de animales/paisajes nutritivos. Formas de vivir que no juzgamos como mejores que otras, pero que sí se encuentran amenazadas por el despojo del acceso al agua y la tierra.

Nuestro paisaje “del kuyum/San Juan”, preñado de dinamismos constantes, es un ensamble, una forma de habitar junto al agua del río que marca las líneas de circulaciones, de vidas, de existencias. ¿Por qué ya no corre agua por el río San Juan? ¿Cómo son las relaciones con el agua? ¿Cómo son nuestros vínculos con ella? ¿Qué hacemos con ella? El agua que no corre es la que se embalsa desde hace un siglo, agua que construye los paisajes para el desarrollo (Andermann, 2008). En principio, puesta al servicio del plan estatal agrario/viñatero y que en la actualidad se transforma en un proyecto extractivo minero.

Respecto del extractivismo se expresa la Figura 6 y 7, tomada en marcha realizada por las calles de Jáchal y ceremonia junto a su río cianurado, actividad realizada en el marco de la Segunda cumbre latinoamericana por el agua para los pueblos, encuentro de movimientos sociales en resistencia ante la amenaza y el estrago extractivista (del 18 al 20 de abril de 2019 en San José de Jáchal). Desde nuestros lugares viajamos a distintos encuentros y lugares de resistencia para tramar diálogos y pensar juntos nuevas posibilidades. Por ello, viajamos a Jáchal, convocados en el espacio/carpa permanente de la Asamblea Jáchal No Se Toca.

Imagen

La Figura 6 y 7 me recuerda la frase “vendrán por el agua” que solía escuchar entre las palabras de mi madre, quien me enseñó a hablar, quien me enseñó a “luchar”. Y es que es el agua la voz de la vida junto a la que habitamos en este lugar que se fermenta luna a luna entre el miedo/angustia que brota de la amenaza de no tener más agua para regar los cultivos, producto de las cortas de agua de riego cada vez más prolongadas. Entre el dolor que lxs hermanxs de Caucete, Jáchal (Figura 6 y 7), Guanacache, Mogna, Valle Fértil, Valle del Tulúm no tengamos agüita pura beber. Entre todo eso emerge la tranquilidad que nos da ver a los vecinxs, hermanxs, chañares (Geoffroea decorticans), chilkas (baccharis salicifolia) y paicos (Dysphania ambrosioides) chapoteando en los canales llenos de alegría y paz (Figura 1, 2, 3, 5 y 8).

Imagen

El mensaje de diferentes asambleas ambientales nacionales −“vienen por el oro, vienen por el agua, vienen por todo, pero siempre te dirán que sólo te traen desarrollo”− es señal de que nuestras tierras nutritivas son sumergidas históricamente al extractivismo colonial; donde las formas de agua/vida del paisaje son modeladas según intereses de quienes necesitan vender, extraer; quienes siguen viendo a la “naturaleza” como un recurso y no como una madre que debemos abrazar y cuidar. ¿Necesitamos el oro? ¿O necesitamos agua? Somos junto al paisaje, no operamos aislados, somos ese ensamble interrelacional de vidas.

¿Qué nos expresan las Figuras 8 y 9? Nos recuerda que es a comienzos del siglo XX cuando empieza el acaparamiento del agua mediante la construcción de una serie de embalses, canales, hijuelas, surcos, que distribuían el agua para el servicio agrícola, principalmente de exportación viñatera. Dicha intervención generó transformaciones profundas al construir paisajes desarrollistas y las sequías del curso inferior del río San Juan, dejando progresivamente sin agua a sectores que hoy se conocen como 25 de Mayo y Guanacache. Cuenta Escolar (2021) que “las lagunas que antes solían ser un solo mar se secaban, mientras el monte desaparecía y el ganado moría de sed” (p. 235). Mientras, por otro lado, se destinaba el agua a la creación de los espacios de siembra en el Valle del Tulum, que son los que hoy regamos y nuevamente se ven amenazados.

También en tiempos de Perón (década de 1950) se construye el dique José Ignacio de la Roza, luego en 1980 se inaugura el embalse de la quebrada de Ullum. En las últimas dos décadas se ensamblan al cauce del río San Juan dos fiques por un lado, Caracoles (2008) y Punta Negra (2015), embalses que generan energía eléctrica, discursos de atractivo turístico y supuesto mejor manejo de las aguas para riego y consumo humano. El agua que llega a La Cañada, Albardón, es la que recorre esas compresiones y libertades. Igualmente me pregunto ¿Cómo viven quienes se asientan en el curso inferior del río San Juan? ¿Cómo se nutren/viven quienes ya no reciben el agua que se encuentra embalsada? Ensambles y reensambles junto al agua han permitido la transformación del paisaje; se irriga el área de viñateras para exportación, mientras se seca el curso inferior del río San Juan.

El paisaje transformado por las consecuencias de emprendimientos mineros, que “alteran notoriamente la disposición del agua, de cultivos, de prácticas turísticas y agropecuarias, y hasta lo que parece inmutable y eterno, ¡la montaña misma!, también puede ser entendido como expresión de procesos económicos que transcurren en diversas escalas” (Souto, 2011, p. 172). Poner atención a dichas amenazas que transforman el paisaje y sus vidas en mercancías es lo que intentamos cuestionar. El componente del ensamble-paisaje “agua” no es un recurso que merece ser puesto a disposición de empresas, todo lo contrario, es un bien común que merecemos todos los seres humanos y no humanos que habitamos el paisaje.

Con todo lo expresado, vemos cómo las diferentes intervenciones sociales han generado procesos de ensambles y reensambles del paisaje. Tanto la proyección y producción vitivinícola como la actual transformación del uso del agua para nuevos proyectos extractivos ha generado en La Cañada, Albardón, y en todo San Juan, importantes ensambles y reensambles que privilegian particulares formas de vida. Es decir, en principio del siglo XX se irriga el valle viñatero mientras se seca Guanacache y hoy, un siglo después, se comienzan a secar los viñedos y se pone el agua a disposición de otros servicios. Progresivamente, la configuración de nuevos paisajes genera la amenazas de otros.

Un gesto inacabado

A través del texto presentamos la genealogía del concepto paisaje, que nos permitió conocer su horizonte histórico y proponer nuestro aporte a dicha problemática, partiendo de una perspectiva situada en los recorridos del agua en San Juan, reconstruidos desde el archivo visual/fotográfico.

Esto nos permitió observar que el paisaje ha sufrido transformaciones que lo estabilizan y desestabilizan, se encuentra en constantes cambios/reensamblajes. Observamos que los paisajes cañaderos, albardoneros, sanjuaninos, se encuentran desde hace más de un siglo al servicio de proyectos desarrollistas que modifican las formas de habitar.

Por otro lado, la reflexibilidad autoetnográfica permitió comentar el recorrido visual desde la dimensión connotativa de lo que evocan las fotografías, con especial atención a las memorias propias de quien escribe y en vínculo con las historias socioambientales que traman. De esta manera, aportamos a abrir líneas de comprensión del paisaje desde las propias biografías de quienes lo habitan.

La exploración autoetnográfica es un ejercicio que estamos modelando y como tal se encuentra en proceso teórico/práctico. Sobre dicha dinámica metodológica, espero profundizar en futuros escritos. Considero que ha sido valioso poner en valor la propia voz y experiencias en el proceso de construcción de conocimiento.

Durante el texto fue un gran desafío la incorporación de las imágenes, por la organización con el lenguaje textual y por el espacio que ocupan. Sin embargo, es un recurso que queremos seguir explorando, por el potencial de los archivos fotográficos como camino de construcción de conocimiento y exploración.

La teoría de ensamblajes nos permitió pensar el espacio desde enfoques vinculantes, repensando la moderna escisión naturaleza-cultura mediante el intento de mover del centro las jerarquías humanas en la conformación del paisaje. Es decir, correr la comprensión de los hechos sociales centrados en personas para comprender los vínculos que se establecen entre los distintos componentes del paisaje: agua, personas, cordilleras, marchas, hijuelas, etc.

Queda pendiente seguir nombrando los cientos de vínculos que se ejercitan en la cotidianeidad de las vidas, ya que el nuestro es un pequeño gesto que pretende aportar a nombrarnos como entidades que queremos seguir viviendo junto con todas las relaciones que se fermentan en el paisaje.

Bibliografía

Acosta, M. y Cuba, E. (2016). Agitando lo cotidiano. Una conversación sobre el desafío Ⓐnarquista frente al sexismo en el lenguaje. LL Journal, 11(2).

Armstrong, F. (2022). Paisajes corporales y ontología(s). Una propuesta desde los objetos e imágenes antropomorfas de Rapa Nui. Boletín de la Sociedad Chilena de Arqueología, 52.

Andermann, J. (2008). Paisaje: imagen, entorno, ensamble. Orbis Tertius, XIII(14).

Curtoni, R. (2019). Arqueología, paisaje y pensamiento decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica. En R. Barberena, K. Borrazzo y L. Borrero (eds.) Perspectivas actuales en arqueología argentina. IMHICIHU.

Calixto Rojas, A. (2022). Pulso autoetnográfico: La urgencia de un enfoque afectivo para la antropología social. En A.B. González Marín et al. (eds.) Etnografías afectivas y autoetnografía "Tejiendo Nuestras Historias desde el Sur”. Serie de publicaciones autogestivas (1ª ed., pp. 57-69). Investigación y diálogo para la autogestión social.

DeLanda, M. (2021). Teoría de los ensamblajes y complejidad social. Tinta Limón.

Descola, P. (2018). ¿Existe la naturaleza? Un enfoque antropológico. Libros del CCK.

Escobar Colmenares, L. (2022). Cuando escribir duele. La autoetnografía como proceso de malestar y liberación. En A.B. González Marín et al. (eds.) Etnografías afectivas y autoetnografía "Tejiendo Nuestras Historias desde el Sur (1ª ed., pp. 141-142). Investigación y diálogo para la autogestión social.

Escolar, D. (2021). Los indios montoneros: un desierto rebelde para la Nación Argentina (Guanacache, siglos XVIII-XX). Prometeo Libros

Fernández, A., Iturrieta, Y., Furlani, L. y Silva, N. (2021). Investigar junto a los lugares propios. Una apuesta colaborativa situada. I Encuentro de Etnografías Colaborativas y Comprometidas en Argentina. ICES. Regional Mendoza. [Obra inédita]. (Reproducción autorizada).

Haraway, D. (2021). Conocimientos situados: La cuestión científica en el feminismo y el privilegio de la perspectiva parcial (1988). En D. Valdés Vargas, P. Cometa Stange, L. Cáceres Díaz y S. Sotomayor Van Rysseghem (eds.) Lastesis. Antología Feminista (pp. 27-63). Debate.

Jiménez, G. (2017). Tesis: Del paisaje al cuerpo una crítica feminista de la patrimonialización del encaje en la Costa da Morte. Universidad del país Vasco. País Vasco.

Jofré, I. (2020). Los caminos de servidumbre megaminera y narrativas del despojo en los procesos de patrimonializacion neoextractivistas del Qhapac Ñan. En I. C. Jofré y C. Gnecco (eds.) Políticas patrimoniales, violencia y despojo en Latinoamérica. Editorial de la Universidad Nacional del Centro de Buenos Aires (UNICEN).

Luévano, M. (2016). Comprendiendo lo sociocultural desde la autoetnografía. V Encuentro Latinoamericano de Metodología de las Ciencias Sociales (ELMeCS) Métodos, metodologías y nuevas epistemologías en las ciencias sociales: desafíos para el conocimiento profundo de Nuestra América Mendoza, FCPYS-UNCUYO. 1-12.

Murillo, S. y Pisani, A. (2020). Algunas reflexiones para comenzar a pensar una investigación en clave arqueológica (Material de cátedra para el Seminario “Cuestión Social, gobernabilidad y construcción de subjetividad”). Manuscrito no publicado. Facso-UBA.

Nogué, J. (2007). La construcción social del paisaje. Biblioteca Nueva.

Urquijo, P. y Barrera, N. (2009). Historia y paisaje. Explorando un concepto geográfico monista. Andamios, 5, 227-252. Recuperado de https://lljournal.commons.gc.cuny.edu/cuba-v11-216/

Ojeda, D., Petzl, J., Quiroga, C., Rodríguez, C. y Rojas, G. (2015). Paisajes del despojo cotidiano: acaparamiento de tierra y agua en Montes de María, Colombia. Revista de Estudios Sociales, 54, 107-119. DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res54.2015.08

Souto, P. (2011). Territorio, lugar, paisaje: prácticas y conceptos básicos en geografía. Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras Universidad de Buenos Aires.

Tola, F. (2016). El “giro ontológico” y la relación naturaleza/cultura. Reflexiones desde el Gran Chaco. Apuntes de Investigación del CECYP, (27).

Zarallo, D. (2020). Ontología relacional: una herramienta para superar la imagen de mundo. Ekstasis: revista de hermenéutica y fenomenología, 9(2), 80-101.


  1. Recibido 17 de octubre de 2023. Aceptado 20 de marzo de 2023.↩︎

  2. Licenciada en Historia de las artes plásticas. Doctoranda Ciencias Sociales-FACSO. Becaria Conicet - Unidad IDIS-FAUD-Faud. UNSJ. ORCID: 0009-0002-8854-4784. Contacto: aguedafernandezastorga@gmail.com↩︎

  3. Vidas en plural y no vida en singular es intencional. Pretende marcar la pluralidad de formas de habitar y ser en el mundo.↩︎

  4. Si bien no es ocupación central de la investigación la problemática lingüística o sociolingüística, aclaro que propongo la “x” como morfema que desafía el sesgo androcéntrico de la lengua (Acosta y Cuba, 2016) y que considero aporta a la transformación de experiencias de las relaciones sociales. Debido a su dificultad de pronunciación, invito a lxs lectorxs a leerlo como “e” y/o como sostenga su propia percepción del otrx.↩︎