Artículos Libres
Cecilia Benedetti2
, Marcela Pais Andrade3
, Milena Annecchiarico4
y Josefina Galuchi5
Este trabajo reflexiona sobre la actividad "¿Qué nos representa?" realizada por investigadoras del Instituto de Ciencias Antropológicas (ICA) de la Universidad de Buenos Aires en el parque Rivadavia, durante los festivales Ciencia Paliza II (2019) y Elijo Crecer. Ciencia por Argentina (2024). El objetivo fue, por un lado, visibilizar el quehacer científico en contextos de complejidad política y económica en las gestiones de Mauricio Macri (2015-2019) y Javier Milei (desde 2023). Por otro lado, la actividad buscó reflexionar sobre las construcciones identitarias vinculadas a políticas culturales y patrimoniales con las personas visitantes del stand. A partir de un enfoque etnográfico y participativo, se analizaron las respuestas a la pregunta ¿Qué nos representa? mediante la selección de imágenes de referentes identitarios, tanto legitimados por el Estado como invisibilizados o impugnados por distintos colectivos. Los resultados destacan dos aspectos clave: primero, la necesidad de que la difusión de las ciencias sociales sea pública, sistemática y participativa, para fortalecer la interacción y la formación de cientistas sociales. Segundo, la experiencia evidenció una brecha entre las expectativas iniciales y los hallazgos inesperados surgidos en torno a los temas investigados, revelando nuevas dimensiones de análisis y reflexión.
Palabras clave: ciencia pública, cultura, representaciones identitarias.
This work reflects on the activity "What represents us?" carried out by researchers from the Institute of Anthropological Sciences (ICA) at the University of Buenos Aires in Parque Rivadavia during the festivals Ciencia Paliza II (2019) and Elijo Crecer. Ciencia por Argentina (2024). The aim was, on one hand, to shed light on scientific work within contexts of political and economic complexity during the administrations of Mauricio Macri (2015–2019) and Javier Milei (from 2023 onward). On the other hand, it sought to reflect on identity constructions linked to cultural and heritage policies with visitors to the stand.
Using an ethnographic and participatory approach, responses to the question "What represents us?" were analyzed through the selection of images of identity references, both legitimized by the state and those that are invisible or contested by different groups. The results highlight two key aspects: first, the need for the dissemination of social sciences to be public, systematic, and participatory in order to strengthen the interaction and training of social scientists. Second, the experience revealed a gap between initial expectations and unexpected findings related to the topics studied, uncovering new dimensions of analysis and reflection.
Keywords: public science, culture, identity representations.
La actividad "¿Qué nos representa?", objeto de este artículo, fue realizada por un grupo de investigadoras del Instituto de Ciencias Antropológicas (Facultad de Filosofía y Letras, UBA) en el marco de dos festivales por la ciencia: el festival Ciencia Paliza II en junio de 2019 y el festival Elijo Crecer. Ciencia por Argentina en abril de 20246. Ambos se desarrollaron en los alrededores del monumento a Simón Bolívar ubicado en el parque Rivadavia, en el barrio de Caballito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y tuvieron como objetivo visibilizar la crisis presupuestaria y la deslegitimación de la investigación científica pública en el marco de los gobiernos de la alianza Cambiemos (2015-2019)7 y de La Libertad Avanza (2023 a la actualidad)8.
La puesta en marcha de estos eventos debe comprenderse en el contexto social, político y económico que transita la Argentina en la última década. Asimismo, dicha situación se vincula con las políticas de desfinanciamiento hacia el sistema científico que incluye a las universidades nacionales y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicet), entre otros9. Es de remarcar que, más recientemente, el sistema científico nacional sufrió un impacto significativo con el comienzo de la gestión de La Libertad Avanza y es cuando se profundizaron las respuestas a dicha situación por parte de la comunidad universitaria y científica del país, como la primera Marcha Federal Universitaria el 23 de abril y la movilización del 2 de octubre de ese mismo año, en rechazo al veto y a la Ley de Financiamiento Universitario, conformándose así la segunda Marcha Federal Universitaria. En ese contexto, la edición del festival Elijo Crecer de 2024 reunió aproximadamente 24.000 personas en distintos espacios públicos en todo el país, superando las expectativas de la comisión organizadora. A diferencia de la propuesta de Ciencia Paliza I y II, Elijo Crecer surgió desde un espíritu federal que buscó visibilizar las políticas del gobierno de Milei “desde el Paraná hasta la Cordillera, desde Jujuy hasta Tierra del Fuego”10.
Los festivales Ciencia Paliza de 2019 y el festival Elijo Crecer. Ciencia por Argentina de 2024 son parte de las estrategias de resistencia adoptadas por la comunidad universitaria y científica. En estos festivales se pusieron en acto interesantes respuestas y propuestas creativas frente a la grave situación del sistema científico nacional; participaron profesionales de diversas disciplinas dedicadas a las ciencias, que invitaron al público a conocer los temas que investigan y a informarse sobre las consecuencias de la crisis presupuestaria en el mundo científico. La iniciativa de “sacar la ciencia” al espacio público e incluir formaciones diversas fue central para romper con el estereotipo de que las personas que se dedican a las ciencias trabajan de forma aislada en relación con la sociedad. Las actividades ofrecidas por parte de los distintos equipos y profesionales presentes incluyeron charlas temáticas, juegos, simulacros de laboratorio y otras propuestas dirigidas a las infancias y al público interesado en conocer las diversas tareas, prácticas y situaciones que atraviesa el sistema científico y sus problemáticas. La difusión del evento se llevó a cabo por medio de redes sociales, por canales institucionales y de comunicación como radio, páginas web y periódicos online.
En todas las iniciativas, el Instituto de Ciencias Antropológicas (ICA) de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la Universidad de Buenos Aires (UBA), junto con otros institutos y equipos de investigación, participó con stands y propuestas pensadas para dar a conocer al público sus líneas de investigación.
En ambas oportunidades, desde la Sección de Antropología Social (Seanso) del ICA, las autoras de este artículo llevamos a cabo la performance denominada: ¿Qué nos representa? Si bien hubo algunos cambios en la actividad entre la primera y la segunda edición, como se verá, nos interesa destacar los elementos principales que dieron forma a nuestra propuesta: se trató de un stand participativo que invitaba al público, mediante una dinámica interactiva, a dialogar y reflexionar sobre las políticas culturales y patrimoniales de la ciudad y más en general, del país. Además, tuvo como objetivo dar a conocer −de formas más amenas y creativas− nuestras propias áreas de investigación. La dinámica de la actividad fue ofrecer a quienes participaban un pool de imágenes de referentes identitarios seleccionados por nosotras, algunos legitimados por el Estado −y de amplia difusión− y otros vinculados a colectivos y prácticas invisibilizadas o “disonantes”, como los pueblos originarios, afrodescendientes, migrantes, artistas populares, movimientos sociales, feminismos y LGBTIQ+11. Cada persona podía entonces seleccionar las más representativas o que respondiesen mejor según su criterio a la pregunta “Qué nos representa” y colocarlas en una pizarra a modo de collage o montaje de imágenes.
Reflexionar sobre los resultados de esta experiencia realizada en los dos festivales es el núcleo de este artículo. Para ello, organizamos el texto en tres partes: en primer lugar, nos detendremos a describir la metodología utilizada, destacando la interacción y la participación como dinámicas de trabajo centrales; luego recorremos teorías que comprenden los procesos identitarios en relación con las políticas culturales, el patrimonio y el género que nos sirvieron para pensar nuestra propuesta y los resultados obtenidos; finalmente, reconstruimos los datos de campo sistematizados en diálogo con aquellas perspectivas teóricas y metodológicas que incorporamos a nuestra actividad, lo cual nos permitirá elaborar algunas reflexiones en torno a los significados múltiples del patrimonio y de las identidades experimentadas por los sujetos.
Las dos ediciones de la actividad “¿Qué nos representa?” han sido registradas de diferentes formas: hemos sistematizado la información obtenida mediante un archivo Excel, un registro fotográfico y notas que hemos tomado durante las actividades. Así, nuestro corpus quedó conformado por el relevamiento y la sistematización de 66 intervenciones (32 en 2019 y 34 en 2024)12 −desde donde dialogamos con casi 100 personas−. Las personas que participaron han sido el resultado de un muestreo no probabilístico y al azar, ya que las personas decidían si participar o no a la actividad de manera libre y espontánea. Si bien, en un comienzo, esta actividad no se propuso como un espacio de investigación etnográfico, con la distancia entendemos que relevar el método con el que llevamos la actividad a cabo nos permite pensar otras formas colectivas y participativas para configurar técnicas y/o herramientas a nuestros campos de estudio.
Definimos la actividad “¿Qué nos representa?” como performance, pues nos interesó promover una forma de transmitir nuestras investigaciones de un modo diferente y creativo, entendiendo al festival como un escenario. En este sentido, dialogamos con Richard Bauman (1990), quien define la performance como un acto de comunicación estéticamente marcado que es sometido al escrutinio de una audiencia por el modo en que el acto es realizado. Asimismo, Judith Butler (1990) −refiriéndose a la construcción social del género− afirma que el acto performativo produce la ilusión de una identidad esencial; no obstante, esta identidad es el resultado de una reiteración constante de normas. Al mismo tiempo, la autora entiende a la performance como un acto que no es absolutamente voluntario porque está condicionado por estructuras culturales y políticas que imponen límites y expectativas (Butler, 1990). Recuperando estos aportes, entendemos a cada intervención de los y las participantes en los festivales como una puesta en escena de sentidos de pertenencia colectivas donde las acciones, los discursos y los afectos interactúan para crear y recrear las identidades en relación con el presente, el pasado y el futuro (Smith, 2022).
La performance “¿Qué nos representa?” se propuso generar espacios de reflexión desde una intervención/investigación con perspectiva de género (País Andrade, 2018 y 2021; Palumbo, Vacca y País Andrade, 2022), dialogando con las propuestas de la investigación acción participativa (IAP) de Fals Borda (2015) y Sirvent y Rigal (2014). Estos cruces nos permitieron reconstruir conocimiento colectivo y situado (Haraway, 1995) con las personas que participaron de la actividad en ambos años. Desde el cruce de estas discusiones teóricas-metodologías, para nuestra performance seleccionamos, confeccionamos y compartimos desde nuestro stand dieciocho imágenes impresas, que denominamos postales en 2019 y diecinueve imágenes en 2024. En ellas se mostraban algunos referentes culturales y patrimonios, materiales e inmateriales de la actualidad porteña/argentina, que dialogaban con nuestras líneas de investigación. De esa manera, en 2019 compartimos las siguientes imágenes: 1) Cabildo de Buenos Aires, 2) Espacio Memoria y Derechos Humanos ex ESMA, 3) Pelota de fútbol, 4) Migrar no es delito, 5) Ni Una Menos, 6) Parque Rivadavia, 7) Museo IMPA, 8) Whipala, 9) Defendamos la universidad pública, 10) Cumbia, 11) Murga, 12) Cromañón, 13) Pañuelo Madres de Plaza de Mayo, 14) Folklore , 15) Tango (Gardel), 16) Argentina también es afro, 17) Candombe, 18) Circo. En 2024 actualizamos las imágenes sacando las postales 3, 6, 7, 12, 17 y 18, y agregando: 19) Copa del Mundo Fútbol, 20) Glaciar Perito Moreno, 21) Villa o barrio, 22) Cine Gaumont, 23) Manifestación en defensa del ambiente en el Congreso, 24) Salvemos al barrio, 25) K-pop y 26) Manifestación13.
En cada intervención, una o dos integrantes del equipo −en 2019 fuimos cinco personas y en 2024 fuimos cuatro, una de nuestras compañeras no pudo estar por razones de maternidad− compartían la actividad con el público, mientras las otras observaban y registraban lo que iba pasando. Al acercarse las personas al stand, y como primera parte de la actividad, les preguntábamos ¿Qué nos representa? Y, para responder, las personas eran invitadas a elegir una o varias imágenes que teníamos a disposición y pincharlas en una pizarra de corcho, así se iba confeccionando un panel en el que quedaban visibles las “respuestas” a modo de collage y que luego se desarmaba para dar lugar a la intervención de la siguiente persona y así sucesivamente. La elaboración de la pregunta implicó múltiples reflexiones, especialmente con relación a cómo definir el colectivo al cual refería la actividad con el pronombre “nos”. En este sentido, diversos/as autores/as han señalado la multiplicidad de identificaciones que atraviesan a los sujetos, que incluso pueden ser contradictorias (García Canclini, 1989). Decidimos no definir previamente este aspecto y en cambio utilizar el pronombre “nos”. Al mismo tiempo, elegimos imágenes que considerábamos en principio que podían adscribirse a diferentes colectivos.
En 2019, les proponíamos a cada participante, luego de la producción de su collage, mediante hojas en blanco, dibujar, escribir y/o charlar con nosotras acerca de sus propias reflexiones con respecto a los temas que sentimos nos representan y que no estaban dados en las imágenes compartidas. Las personas por lo general se interesaron en esta propuesta y propusieron sus propios repertorios patrimoniales y culturales. Luego de evaluar la primera experiencia, en 2024 modificamos levemente la performance proponiéndoles que agregaran, si era necesario, alguna imagen extra seleccionando alguna otra postal (nadie lo hizo) y que, adicionalmente, nos contaran sus propias reflexiones, las cuales fuimos apuntando en las hojas (en este caso hubo bastante interacción). En ambas experiencias, la acción participativa y compartida nos permitió generar diálogos, hacer anotaciones y observaciones particulares que nos parecían relevantes a tener en cuenta: edad, género autopercibido, lugar de residencia, a qué se dedicaban, si estaban participando de manera individual o en grupos, etc. Para ir finalizando, al panel confeccionado les poníamos sus nombres y les tomábamos una foto con la “producción final” −desde nuestros celulares− que luego compartimos por la red social Instagram de nuestros grupos de investigación: las fotos de 2019 en el perfil de Cultura Política14, mientras que las fotos de 2024, en los perfiles del Equipo de Antropología de la Cultura y el Patrimonio15 y del equipo de Cultura, Política y Género(s)16. Asimismo, al costado del stand exhibimos un banner con un breve resumen sobre nuestras investigaciones junto con fotos generadas desde nuestras propias etnografías; expusimos también algunos libros producidos en el marco de nuestras investigaciones que podían leer y/o revisar con tranquilidad.
Por tanto, la investigación-acción participativa (IAP) se centró en identificar lo que Fals Borda (2007) denomina “tensiones estratégicas”, es decir, los desafíos que surgen al intentar aplicar el concepto tradicional de praxis en una investigación. De esta forma, el propio proceso performativo que desarrollamos nos permite ir incorporando distintos elementos de reflexión e ir modificando las imágenes que vamos seleccionando para observar las negociaciones y tensiones entre las políticas estatales y las personas que forman parte de esta acción, (re)configurando sentidos, representaciones e identificaciones en términos de cultura y patrimonio en un contexto determinado.
Cabe mencionar algunas cuestiones respecto a la relación entre público y ciencia. Tal como señala Cortassa (2013), dicha relación se ha modificado en el marco de los estudios de Comprensión Pública de la Ciencia. Por un lado, la noción de público como conjunto uniforme se ha fragmentado hacia la idea de pluralidad de públicos o “públicos en particular”, heterogéneos en cuanto a sus características, actitudes y expectativas. Asimismo, debe sumarse la diversificación empírica “producto de la multiplicación de canales, formatos y actividades bajo las cuales circula socialmente el conocimiento científico en la actualidad” (Cortassa, 2013, p. 6). En esta línea, estos festivales −que no sólo apuntan a compartir conocimientos, sino también a realizar demandas sobre la política científica− podrían comprenderse en el marco de dicha diversificación. Por otro lado, se destaca el papel activo de los públicos, que no constituyen sólo receptores de información, sino que dialogan, discuten y debaten con la comunidad científica (Cortassa, 2013). Estos aspectos fueron centrales para nuestra actividad, que se centró en las perspectivas de quienes participaron en el evento −más que en la transmisión de conocimientos antropológicos− y en su involucramiento activo, desde la diversidad de identificaciones, posiciones e intereses.
El concepto de identidad fue central en la elaboración de la actividad. Esta noción ha sido objeto de múltiples debates en las ciencias sociales, aquí sólo mencionaremos algunos aspectos que son relevantes para presentar nuestra perspectiva.
Una de las discusiones fundamentales que atravesó a dicho concepto se refiere a la relación entre las identidades sociales y los referentes que se constituyen como su representación simbólica. Las perspectivas esencialistas sobre la identidad entienden que se define por un conjunto de atributos culturales estáticos que explican la homogeneidad del grupo y demarcan sus límites. Una crítica central en esta línea corresponde a Frederic Barth, quien, desde una perspectiva relacional, explicó a los procesos identitarios étnicos a partir de las interacciones entre grupos −donde se producen los procesos de autoadscripción y adscripción por los otros (Barth, 1976)−, minimizando la relevancia de los referentes culturales en dichas dinámicas. Otros autores plantean que es importante no confundir la crítica al esencialismo con la desestimación de los rasgos culturales que expresan la alteridad de los grupos (Vázquez, 2006). Así, Bartolomé (2006) señala que las identidades étnicas requieren de referentes culturales para constituirse como tal y enfatizar su singularidad, como también demarcar los límites que la separan de otras identidades posibles. En la misma línea, Bonfil Batalla (1992) estableció la teoría del control cultural, problematizando las relaciones de poder y las posibilidades de los grupos para tomar decisiones sobre el conjunto de elementos culturales que consideran propios. Desde otra perspectiva, Comaroff y Comaroff (2011) definen a la etnicidad en tanto identidad cultural como:
un repertorio lábil y laxo mediante los cuales se construyen y comunican las relaciones, a través del cual se torna sensible una conciencia colectiva de la similitud cultural, algo que sirve como referencia para que los sentimientos compartidos adquieran sustancia. Su contenido visible siempre es producto de condiciones históricas que inciden sobre la percepción humana y dan forma a las motivaciones, los significados y la materialidad de las prácticas sociales. (Comaroff y Comaroff, 2011, p. 65).
La centralidad de la dimensión política de los procesos identitarios se expresa asimismo en las discusiones sobre la tensión entre estructura y agencia, entre sujeción y subjetivación en dichas dinámicas (Briones, 2007). En esta dirección, Hall (1996) define a la identidad como “punto de sutura” entre, “por un lado, los discursos y prácticas que intentan ‘interpelarnos’, hablarnos o ponernos en nuestro lugar como sujetos sociales de discursos particulares y, por otro, los procesos que producen subjetividades, que nos construyen como sujetos susceptibles de ‘decirse’” (Hall, 1996). Este enfoque dialoga con la noción de Judith Butler sobre la performatividad de la identidad. Para Butler (1990, 2009), la identidad no es una esencia fija ni una categoría preexistente, sino que se produce y reproduce a través de actos performativos que reiteran normas sociales. Es en esta reiteración donde se manifiesta la posibilidad de subversión: al realizar los actos que constituyen la identidad, es posible también desbordar o distorsionar esas normas, abriendo espacio para resistencias. Butler sostiene que el sujeto no es completamente libre en estos procesos, ya que las normas que subyacen a la performatividad son impuestas por estructuras sociales que delimitan y regulan las posibilidades de agencia. No obstante, la repetición de estas normas nunca es completamente idéntica, lo que permite la posibilidad de desplazamientos y rupturas, una forma de subversión que desestabiliza las categorías identitarias normativas. De esta manera, en el cruce entre las interpelaciones discursivas y la producción de subjetividades señalada por Hall, la performatividad butleriana introduce un dinamismo que evidencia la fragilidad de las identidades hegemónicas y la apertura hacia nuevas formas de subjetivación, más fluidas y contingentes.
La importancia que presentan los Estados nacionales en la configuración de sentidos identitarios ha sido analizada por múltiples autores (Anderson, 1993; García Canclini, 1989; Gellner, 1991; Hobsbawm, 1991; Segato, 2007). Así se han considerado los múltiples dispositivos y mecanismos a través de los cuales la identidad nacional es constantemente creada, afirmada y reproducida, entre ellas, las políticas culturales y patrimoniales. Mientras que en la conformación del Estado-Nación estos dispositivos se centraron en crear homogeneidad frente a la heterogeneidad poblacional que caracterizaba a los territorios que pasaban a integrar las naciones (Anderson, 1993), en las últimas cuatro décadas asistimos a importantes transformaciones en relación con las denominadas políticas de reconocimiento o multiculturales, que apuntan a reconocer la diversidad en los conjuntos nacionales (Albó, 2005; Bartolomé, 2003; Fraser, 2008; Hale, 2014).
Fue relevante en esta actividad entender la política cultural como un conjunto de estrategias y acciones diseñadas desde el Estado, las organizaciones sociales o el mercado para organizar y regular las prácticas culturales en una sociedad (García Canclini, 1987). Desde este enfoque, la política cultural incluye la promoción de las artes y el patrimonio como también las intervenciones en los procesos de producción, distribución y consumo de bienes simbólicos, considerando las dinámicas sociales, económicas y políticas que configuran lo cultural. En la mirada de García Canclini se enfatiza la necesidad de democratizar el acceso a los bienes culturales y de fomentar la diversidad cultural frente a las desigualdades. Siguiendo a País Andrade (2011), quien amplía este enfoque, entenderemos a la política cultural como un campo de disputas y tensiones en el que confluyen múltiples agentes (Estado, sociedad civil, colectivos) con diferentes intereses en torno a las significaciones y usos de la cultura. Por tanto, se resalta en esta perspectiva lo político de las políticas debido a que reflejan relaciones de poder y jerarquías sociales, las cuales deben entenderse en contextos históricos específicos, como también dar cuenta del papel de las políticas culturales en la producción de subjetividades y la configuración de identidades colectivas. En otras palabras, las políticas culturales están atravesadas por tensiones entre lo instituido y lo instituyente, lo oficial y lo emergente; construyen imaginarios y subjetividades, al tiempo que excluyen o invisibilizan otras voces desde donde el carácter normativo y conflictivo de las políticas culturales tiene un lugar central (Vich, 2014).
En este sentido, las políticas patrimoniales han sido centrales para la afirmación de las identidades nacionales. Aunque existen múltiples formas de relacionarse y apropiarse del pasado, así como de elaborar significados en torno a él y desarrollar prácticas de conservación para el futuro, los Estados nacionales han detentado el poder de imponer un discurso patrimonial autorizado frente a otras formas de definir, experimentar y vivir el patrimonio. Esto implicó la construcción de un pasado en común en torno a un conjunto de espacios, bienes, objetos y prácticas que se conforman como herencia para las futuras generaciones, a la vez que la definición de prácticas del recordar legitimadas. Si bien podría pensarse al patrimonio como instancia de unión de la nación, las desigualdades y conflictos sociales son centrales para comprender los procesos patrimoniales. En esta línea, Smith señala que todo patrimonio es disonante, ya que los conflictos en torno a la interpretación y preservación son aspectos fundamentales en su constitución (Smith, 2011). Los diversos sectores que componen la sociedad participan en la conformación del patrimonio de manera desigual, a la vez que sus referentes identitarios tienen diferentes posibilidades para constituirse como patrimonio legitimado y ampliamente reconocido en y desde el Estado (Arantes, 1989; Bonfil Batalla, 2003; García Canclini, 1989; Ribeiro Durham, 1984; Rosas Mantecón, 1998).
La identidad no es simplemente algo "producido" o representado por lugares o instancias patrimoniales, sino que es algo activa y continuamente recreado y negociado a medida que las personas, las comunidades y las instituciones reinterpretan, recuerdan y reevalúan el significado del pasado en términos del contexto social, cultural y las necesidades políticas del presente (Smith, 2020). En esta línea, diversos autores han resaltado el carácter reflexivo implicado en los procesos patrimoniales. De este modo, Kirshenblatt-Gimblett define al patrimonio como producción metacultural: cuando una práctica se vuelve patrimonio, quienes la desarrollan experimentan una nueva relación con la misma, una relación metacultural con aquello que alguna vez fue habitus, conformándose como un medio para reflexionar sobre la cultura (Kirshenblatt-Gimblett, 2024). Cruces señala que el patrimonio constituye un modo de reflexividad de la cultura, entre otros: “sistematiza, objetiva, legaliza y racionaliza una autoimagen preexistente en la sociedad de múltiples formas” (Cruces, 1998, p81). Macdonald destaca que los procesos patrimoniales abren posibilidades para preguntar y reflexionar sobre las formas en que los grupos sociales son representados, sobre cómo desean ser vistos y a la vez una instancia para desafiar dichas representaciones (Macdonald, 2018).
En el mismo sentido que Butler (1990, 2009) define performatividad −que describimos con anterioridad−, Smith entiende al patrimonio como una práctica performativa. Como práctica, es la interacción de acciones y discursos que funcionan para crear o recrear los significados patrimoniales. No es simplemente “una cosa, lugar o sitio”, sino más bien un práctica negociada y afectiva en la que el significado y la narrativa se afirman y se rehacen desde los/as sujetos y por tanto desde sus propios actos culturales, sociales y genéricos. Así, puede entenderse como parte del proceso de afirmar, negociar y disputar reivindicaciones (Smith, 2020).
Por lo dicho, definimos la actividad como performance en dos líneas. Por un lado, recuperamos la noción de Richard Bauman (1990), quien define la performance como un acto de comunicación estéticamente marcado que es sometido al escrutinio de una audiencia por el modo en que el acto es realizado. En esta línea, nos interesaba la forma para comunicar nuestra práctica de investigación, buscando una modalidad que permitiera llegar a un público amplio y al mismo tiempo involucrar a la audiencia en la actividad. También entendimos a la actividad como una puesta en escena de sentidos de pertenencia colectivos, donde acciones, discursos y afectos interactúan para crear y recrear las identidades en relación con el presente, el pasado y el futuro (Smith, 2020). En vinculación a esta cuestión, por otro lado, entendemos a la actividad como performance recuperando los aportes de Judith Butler (1990, 2009), quien afirma que el acto performativo produce la ilusión de una identidad esencial; no obstante, esta identidad es el resultado de una reiteración constante de normas.
“las marchas son para defender derechos,
como universidad pública hay que defenderla
porque todos estudiamos y trabajamos acá”.
Ana (politóloga, 38 años) en el festival de 2024.
Las dos ediciones de los festivales en defensa de la ciencia tuvieron como escenario una plazoleta amplia, ubicada en el corazón del parque, a los pies del monumento al libertador Simón Bolívar, un espacio de rápido acceso desde las principales puertas de entrada al parque y que goza de muy buena visibilidad. Las jornadas comenzaron cerca del mediodía y se desarrollaron hasta la tarde. Las propuestas −tanto de la Facultad de Filosofía y Letras como de otras Facultades− tuvieron una buena afluencia y participación, expresando que las personas se sintieron convocadas y sensibilizadas por la actividad.
Figura 1. Festival 2019, en la que se aprecian las “postales” seleccionadas.
Fuente: Fotografía de las autoras.
Del análisis y sistematización de los resultados obtenidos en las experiencias relatadas, es posible resaltar algunos elementos que resultan especialmente interesantes para el propósito del artículo. En primer lugar, se destaca la prevalencia de mujeres entre las personas que participaron en ambos eventos, que representaron casi el 68% del total17. Respecto de las edades, la participación fue bastante variada, con prevalencia del público joven y adulto: el 54,2% de las personas que participaron tenían entre 15 y 50 años de edad, mientras que el 21,8% es la proporción de infancias y adolescentes hasta 15 años y las personas con más de 51 años de edad, el 17,75%18. En el segundo festival, pudimos relevar las ocupaciones, destacándose en primer lugar las personas que estudian (23% de los/las asistentes) y docentes o profesionales en general (8% y 7%, respectivamente). Las personas participaban individualmente o también en grupo. Las infancias y los/las más jóvenes, por lo general, acompañaban a las personas adultas, por ejemplo: madres, padres, tías, abuelos o también participaban en grupos de amigos/as. Estos datos generales respecto de quienes participaron nos demuestran que la actividad efectivamente no era dirigida a una franja etaria específica o a una audiencia en particular, más bien las personas se acercaban a la propuesta con curiosidad, de forma espontánea o convocadas por alguna persona conocida y evaluaban si aceptar la invitación o declinarla.
Figura 2. Stand en el festival Elijo Crecer (2024).
Fuente: Fotografías de las autoras.
Figura 3. Actividad en pleno desarrollo (2024).
Fuente: Fotografías de las autoras.
Respecto de las imágenes seleccionadas, agrupamos las once imágenes que se emplearon en ambos eventos, como se ve en la siguiente tabla, para poder identificar aquellas más elegidas entre las dos actividades y poder trazar un análisis comparativo sobre las 66 intervenciones realizadas. De esta manera, se destacan tres imágenes que superan el 50% de las selecciones. Estas son: Defendamos la universidad pública (72,7%); Pañuelo Madres de Plaza de Mayo (66,7%); “Ni Una Menos” (57,6%). Sigue en orden de importancia la imagen de la Wiphala con el 42,4% de preferencias. Es posible anotar las variaciones de las imágenes más elegidas comparativamente entre las dos ediciones: en 2019, la imagen Defendamos la universidad pública obtuvo casi la misma cantidad de preferencias que en 2024 (25 y 23 veces, respectivamente), mientras que el Pañuelo de Madres de Plaza de Mayo en 2019 obtuvo 14 selecciones contra 30 de 2024; la imagen Ni Una Menos obtuvo 21 selecciones en 2019 y 17 en 2024; la Wiphala obtuvo la misma cantidad en ambas ediciones, 14.
Tabla 1. Selección de imágenes en cantidades y en % por año.
Fuente: elaboración realizada por las autoras para este artículo.
Si aplicamos un recorte de género y de edad a la sistematización de las imágenes seleccionadas, es posible destacar que las mujeres tuvieron un peso mayor a la hora de seleccionar estas imágenes: la imagen Defendamos la universidad pública fue seleccionada por 34 mujeres y 15 hombres; Ni Una Menos, por 31 mujeres y 11 hombres; Pañuelo de Madres de Plaza de Mayo, por 31 mujeres y 15 varones. Además, la imagen Wiphala también presenta una diferencia significativa en cuanto al género: 23 mujeres la seleccionaron, frente a 6 varones.
Respecto a las imágenes que se usaron en 2019 y no se repitieron en 2024, el Circo (18) fue una de las menos seleccionadas. La Ex Esma obtuvo el 28% de las selecciones, del mismo modo que la imagen que refiere a la tragedia de Cromañón en 2004. El caso del Museo IMPA obtuvo un 18% de elecciones y en menor medida, el Candombe con 12.
Como dijimos en la introducción de este escrito, la actividad fue pensada para difundir nuestros temas de investigación, no como un estudio en sí mismo. Por tanto, la participación no se basó en la selección de personas de acuerdo con determinadas características; en cambio, se centró en quienes se acercaron por iniciativa propia. En este sentido, no podemos considerar que la actividad estuvo guiada por una metodología de investigación definida con anterioridad. De todos modos, la experiencia nos permitió elaborar algunas reflexiones con respecto a los procesos identitarios y patrimoniales de las últimas décadas que desarrollaremos en lo que sigue.
Tal como señalamos, nos interesaba reflexionar sobre cómo las personas que participaron definían el pronombre “nos”. Si bien teníamos expectativas de que este aspecto pudiera referir a identificaciones variadas −en relación con pertenencias locales, géneros, activismos, etc.−, en mayor medida “nos” fue entendido en términos de lo nacional. Aunque en parte ciertos símbolos presentados –como el Cabildo, Folklore, etc.− podrían inducir esta línea, en las charlas con las personas que participaron, lo nacional se constituía como una instancia privilegiada de representación. Al mismo tiempo, algunas personas realizaron comentarios o críticas en relación con la supuesta homogeneidad implicada en esta dimensión identitaria. Otras destacaron la diversidad regional o de sectores sociales implicada en las identificaciones nacionales. Otras preguntaban si la selección debía referir a la ciudadanía “medio” o “promedio”, incluso aclarando que podría no representar los intereses propios.
En principio, podemos pensar la elección mayoritaria de la imagen Defendamos la universidad pública a partir de su contextualización en ambos festivales. Esto indicaría que las personas participantes no eran sólo quienes pasaban por la plaza, sino que también se sentían convocados por la propuesta del festival y apoyaban sus demandas. En esta línea, la universidad pública se entendía como un derecho: blo“las marchas son para defender derechos, como universidad pública hay que defenderla porque todos estudiamos y trabajamos acá”, explicó Ana, politóloga de 38 años, en el festival de 2024. Pero la relación entre universidad e identidad surgía recurrentemente en las conversaciones que mantuvimos, así nos mencionaron que la universidad pública es un “orgullo” o “sello argentino”. Esta relación presentó relevancia en los numerosos conflictos y las protestas universitarias que se desarrollaron en 2024: la defensa de la universidad en términos de “identidad argentina" adquirió relevancia en la opinión pública. En este sentido, la actividad permitió activar sentidos emergentes en torno a referentes que usualmente no son contemplados como parte de lo “identitario”.
Por otro lado, tanto en la experiencia de 2019 como en la de 2024 se repitieron las elecciones en torno a ciertas imágenes: Ni una menos, Wiphala, Pañuelo de Madres de Plaza de Mayo. Encontramos esta recurrencia muy significativa, ya que en los tres casos refieren a identidades y temas que adquirieron una nueva visibilidad en la década de 1980, a partir del retorno de la democracia: los derechos humanos, los pueblos originarios y la diversidad de género. Cabe señalar, asimismo, que ciertas imágenes, como el Cabildo y el Folklore, que se constituyeron como referentes culturales representativos de lo nacional en la conformación del Estado argentino, no fueron las más elegidas.
De esta forma pudimos observar cómo, en el marco de la actividad, la Wiphala fue entendida y seleccionada en representación de los pueblos originarios. A la vez que fueron sometidos militarmente y despojados de sus tierras en la conformación del Estado-Nación, los pueblos originarios fueron históricamente negados e invisibilizados en la conformación de la identidad nacional argentina, basado en el proyecto de una Argentina “blanca”. Si bien se desarrollaron prácticas de patrimonialización en torno a ciertos objetos y representaciones de estos pueblos, las mismas los conformaron como “otros” que no formaban parte del colectivo nacional (Benedetti, , 2014). Posteriormente, las políticas indigenistas estuvieron débilmente institucionalizadas (Bartolomé, 2003; Radovich, 1999). En la década de 1980 se produjeron importantes transformaciones en este ámbito, vinculadas con la emergencia de un modelo multicultural, centrado en normativas y programas orientados al reconocimiento de la preexistencia de los pueblos originarios y sus derechos, aunque sin incidir en la distribución del poder y los recursos (Hale, 2002). Las presiones de los movimientos indígenas han sido centrales para estas transformaciones (Assies, 2006), a la vez que se han articulado con los discursos multiculturales en la agenda de gobernanza global (Richards, 2010). Esto se ha expresado en una nueva visibilidad de los pueblos originarios en relación con los discursos identitarios nacionales y en los procesos patrimoniales. En la actividad, los pueblos originarios fueron reivindicados como “la base de nuestra sociedad”, “de quienes descendemos”, “nuestra historia”, a la vez que se denunció su invisibilización, marginación y las injusticias a las que son sometidos.
La selección de las personas participantes de la imagen que representa al movimiento Ni una menos se torna central para dar cuenta del vínculo entre los logros normativos alcanzados por las mujeres, los movimientos feministas y las colectivas LGBTIQ+19. Desde la primera marcha convocada por el colectivo Ni Una Menos, el 3 de junio de 2015, y la posterior marea verde de 2018, el movimiento feminista argentino logró instalarse con fuerza en la agenda pública, alcanzando una visibilidad sin precedentes para diversos sectores de la sociedad. Para entender la importancia de este movimiento, es crucial analizar los hitos y logros que han marcado su desarrollo. La marcha inicial del 3 de junio de 2015 surgió como respuesta al incremento de feminicidios y de los casos de violencia de género en el país. Esta movilización, que convocó a miles de personas en todo el territorio argentino, logró articular un mensaje claro y contundente: el rechazo absoluto a la violencia machista. A través de esta acción colectiva, el feminismo argentino empezó a consolidarse como un movimiento de amplia participación ciudadana, incluyendo no solo a mujeres cis, sino también a colectivos trans, no binarias y otros sectores marginados por el sistema patriarcal. La marea verde, por su parte, emergió como una expresión masiva de lucha por los derechos sexuales y reproductivos. Este fenómeno alcanzó su auge durante el debate parlamentario de 2018 sobre la despenalización del aborto, un momento clave que polarizó a la opinión pública y movilizó a millones de personas en el país. Aunque el proyecto de ley no fue aprobado en aquel entonces, la marea verde sentó las bases para un cambio cultural profundo, visibilizando la necesidad de garantizar el derecho a decidir sobre los propios cuerpos. Además, reafirmó la capacidad de los movimientos feministas para incidir en el debate público y generar transformaciones sociales significativas.
El impacto de estas movilizaciones no sólo se limitó a la esfera social y cultural, sino que también tuvo repercusiones concretas en el ámbito político e institucional. En diciembre de 2019, tras la asunción del gobierno de Alberto Fernández, se creó el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, una medida que respondió a la demanda histórica de transversalizar la perspectiva de género en la gestión pública. Este organismo se encargó de diseñar e implementar políticas destinadas a erradicar las violencias de género y promover la igualdad de oportunidades, convirtiéndose en un actor clave para el avance de los derechos de las mujeres y diversidades. Otro momento crucial fue la aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en diciembre de 2020. Este hito legislativo representó la culminación de años de lucha colectiva y coordinada entre distintos sectores del feminismo y las colectivas LGBTIQ+. Bajo la consigna de un aborto legal, seguro y gratuito, el movimiento logró superar resistencias históricas y abrir un nuevo capítulo en la garantía de derechos sexuales y reproductivos en Argentina. La ley, además, reconoció la pluralidad y diversidad dentro del feminismo, evidenciando la importancia de construir alianzas amplias y sostenidas en el tiempo. Por tanto, el feminismo en Argentina en la última década se venía consolidando como una fuerza dinámica y multifacética, estrechamente vinculado a las cambiantes condiciones culturales, sociales, políticas y económicas.
Símbolo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, la imagen del pañuelo blanco fue reivindicada como expresión de las luchas de estos movimientos frente a la última dictadura militar (1976-1983) y de defensa de los derechos humanos y de la democracia en Argentina. Incluso, su resistencia era resaltada como la semilla o el legado para otros conflictos o luchas posteriores: una participante la definió como “madre de todas las luchas” (Vanina, 35 años, festival de 2024). Estos aspectos han sido intensamente recuperados como expresiones de la argentinidad; por ejemplo, una mujer declaró que elegía la imagen de las madres “porque soy argentina” (Ximena, 50 años, festival de 2024). Junto a otras organizaciones, fueron centrales en la denuncia de los crímenes de Estado desde la dictadura, pese a la persecución a la que fueron sometidas. Al mismo tiempo, las políticas de la memoria son medulares para la comprensión de la relación entre derechos humanos y democracia en Argentina. Las mismas han atravesado diversas transformaciones y vaivenes desde el régimen democrático iniciado en 1983, expresadas en hitos como el Informe de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas, el Juicio a las Juntas Militares, la creación de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI), la conformación de espacios de la memoria y fechas conmemorativas, entre otras (Crenzel, 2013; Rabotnikof, 2007). El movimiento de derechos humanos ha adoptado diferentes posturas, vínculos y estrategias con relación al accionar estatal; sin embargo, se ha constituido como símbolo de la resistencia civil y de la lucha antidictatorial (Crenzel, 2013).
Estos ejemplos nos posibilitan explorar la idea de que, al menos para ciertos sectores de la sociedad, los referentes identitarios que se han visibilizado en el marco de las políticas culturales y patrimoniales de las últimas décadas −marcadas por la democratización cultural– van cobrando mayor importancia como símbolos de representación colectiva.
Por último, resulta pertinente señalar algunas reflexiones sobre ciertas imágenes incorporadas en 2024, tales como el Cine Gaumont y una protesta frente al Congreso nacional. Por un lado, estimamos que su selección por parte del público estuvo estrechamente vinculada a la coyuntura. Así, por ejemplo, el cine Gaumont presentaba gran visibilidad pública en el contexto del segundo festival debido a las amenazas de cierre, a la vez que había sido objeto de múltiples protestas en su defensa. Podemos pensar en una dirección similar a la imagen de una protesta frente al Congreso de la Nación, atribuyendo su elección a los primeros meses del gobierno de Javier Milei, marcado por las recurrentes manifestaciones en este espacio público. Sin embargo, en las conversaciones con las personas participantes, la relación entre protesta e identidad cobró relevancia. Por ejemplo, una de las participantes comentó que “lucha como algo auténtico de nuestro país, lo que nos diferencia de otros países” (Liliana, 67 años, festival de 2024); un participante destacó asimismo que “siempre estamos manifestando” (Federico, 18 años, festival de 2024). En este sentido, se reiteraba la idea de que la movilización o la protesta se refiere a una práctica que representa la “argentinidad”.
En ambas oportunidades, la actividad fue enriquecedora tanto en el proceso mismo de realización de la propuesta como en términos de los resultados previstos y no previstos a los que llegamos. En este sentido, destacamos dos aspectos.
En primer lugar, la organización solidaria y colectiva de personas vinculadas al sistema científico argentino, lo cual posibilitó la transferencia de conocimiento a un público general interpelado por visibilizar la problemática en un contexto crítico. En segundo lugar, la actividad se caracterizó por la reflexividad dialógica y situada: es decir, no solo nosotras como investigadoras visibilizando nuestras propias prácticas y haceres, sino haciéndolo en conjunto con las personas con las que solemos construir nuestros datos antropológicos.
La propuesta desarrollada nos permitió reflexionar sobre cómo se tensionan y se negocian ciertos referentes patrimoniales e identitarios. La lectura cualitativa de las imágenes más elegidas −Defendamos la universidad pública, Pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo, Wiphala y Ni Una Menos− nos habla de procesos y derechos que se fueron legitimando a largo plazo y pasaron a formar parte del sentido de las aspiraciones colectivas: derecho a la educación, derechos humanos, pueblos indígenas y género. Esto se extiende al derecho a la cultura −a partir de la elección de las postales del Cine Gaumont y de las artes populares− por la resistencia, tensión, reivindicación de identidades y representaciones en peligro. Al mismo tiempo, las personas participantes enfatizaron en la dimensión afectiva y política de los referentes seleccionados.
En noviembre de 2024 propusimos nuevamente la intervención “¿Qué nos representa?” en un evento similar a los dos previos, un festival para la visibilización pública de la ciencia y universidad argentinas20. En esta oportunidad, relevamos una tendencia similar respecto de las respuestas dadas por las personas, ya que las imágenes más elegidas fueron las mismas y el perfil del público asistente al evento también, mayoritariamente femenino, joven y vinculado con el sistema científico argentino. Esta última experiencia realizada nos genera desafíos futuros ante la necesidad de sortear el sesgo relevado en las tres ediciones en que propusimos la actividad –entendiendo el hecho de que las imágenes más seleccionadas están muy asociadas a los públicos presentes. Por lo cual, se nos abre un nuevo camino hacia la reformulación del alcance y de los públicos, pensar nuevas imágenes con otros referentes, ampliar la muestra y abrirnos a nuevos retos. Por otro lado, consideramos como desafío para el futuro la incorporación de nuevos referentes identitarios que movilicen sentidos disruptivos respecto a las selecciones de imágenes que prevalecieron en estas dos experiencias.
Llegando al final de este escrito, nos interesa resaltar el carácter reflexivo que se activó en la performance en torno al patrimonio y la identidad. Ya mencionamos las inquietudes de entender a qué sujetos corresponde “nos” en la pregunta planteada para la actividad. Asimismo, uno de los aspectos inesperados fue que varias personas participantes, al decidir qué imágenes seleccionar, nos plantearon si la pregunta era qué nos representa o qué queremos que nos represente. Estas posibles interpretaciones implican percibir que los procesos de conformación de referentes identitarios o patrimoniales son dinámicos y pueden ser a menudo impuestos, no elegidos, o bien reinterpretados y/o resistidos. En esta línea, lo que “nos representa” puede ocultar o deslegitimar otras formas de identidad o patrimonio como válidas: aquello que queremos que nos represente.
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Recibido el 18 de diciembre del 2024. Aceptado el 07 de abril del 2025.↩︎
Conicet-ICA-UBA. Contacto: ceci.benedetti1@gmail.com. https://orcid.org/0000-0002-2661-8285↩︎
Conicet-ICA-UBA. Contacto: maky2007@gmail.com. https://orcid.org/0000-0003-1164-5691↩︎
ICA-FFyL-UBA. Contacto: milargenta@gmail.com. https://orcid.org/0000-0002-7638-8625↩︎
Conicet-APN-ICA-UBA. Contacto: galuchijosefina@gmail.com. https://orcid.org/0009-0002-8365-3252↩︎
El festival Elijo Crecer. Ciencia por Argentina de 2024 estuvo organizado por diversas personas del ámbito científico y universitario autoconvocadas a lo largo de todo el país. Este evento fue el primer festival federal en defensa de la ciencia y la tecnología, reuniendo más de 50 nodos (https://elijocrecerfest.com/). Por otro lado, el festival Ciencia Paliza II, por la ciencia y la universidad de 2019 fue organizado conjuntamente entre la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) Anteriormente se había realizado el Ciencia Paliza I, pero sin un alcance federal (https://exactas.uba.ar/cienciapaliza/).↩︎
La Alianza Cambiemos fue una coalición surgida en 2015 entre distintas fuerzas políticas del espectro conservador y radical argentino. Se caracterizó por apertura económica y el libre comercio en sintonía con las políticas afines al Fondo Monetario Internacional (FMI). Su candidato, el Ing. Mauricio Macri, fue presidente de la Nación en el período 2015-2019.↩︎
La Libertad Avanza, también conocida como el partido libertario, fue fundada en 2021. Se inscribe en los ideales de la “antipolítica” de la ultraderecha y tiene como principal referente a Javier Milei, presidente de la Nación Argentina en el período 2023-2027.↩︎
Institutos del Conicet se vieron afectados por la reducción de puestos de trabajo, en especial en áreas estratégicas como el personal de limpieza, mantenimiento y seguridad, para su funcionamiento. Además, se redujo y postergó tanto el otorgamiento de becas doctorales y posdoctorales como el ingreso a carrera del investigador/a.↩︎
Frase extraída de la página oficial del festival, véase https://elijocrecerfest.com/↩︎
La sigla LGBTIQ ha sido adoptada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para referirse a las personas lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersex y queer. Agregamos el símbolo + para visibilizar a todo el espectro de identidades de género que pueden existir o percibirse por fuera de las identidades antes consignadas.↩︎
Con intervenciones nos referimos a la participación, individual o grupal, en la selección de las imágenes propuestas y la explicación de su elección. Elegimos el término intervención recuperando la definición de Rosas (2015), quien se refiere a la intervención como tomar parte en un asunto. Al mismo tiempo, el término intervención suele estar relacionado con la acción política, “aunque lo político se entienda más como postura de ruptura y desafío que como posición ideológica o dogmática” (Taylor, 2011, p. 8). Aquí nos interesa destacar la dimensión política de la intervención en tanto la acción está implicada en relaciones de poder, aunque no refiera a un conflicto político explícito.↩︎
Subrayamos que las imágenes seleccionadas están asociadas a los temas de investigación de quienes llevamos adelante las performances, sabiendo que las imágenes representan temas de tensión entre las agendas estatales y lo que legitiman (o no) en diferentes momentos como patrimonio y las demandas de diversos colectivos. La perspectiva situada justamente radica en contextualizar y dar cuenta de esta tensión en dichos contextos. Con esto en consideración, la incorporación de las imágenes en 2024 y la consecuente eliminación de otras respondieron a la actualización de eventos/contingencias que fueron concurriendo durante el período entre 2019-2024: en el caso de la Pelota de fútbol (3), se reemplazó por la Copa del Mundo obtenida por Argentina en 2022 debido al impacto que tuvo dicho evento; el Parque Rivadavia y el Museo IMPA se removieron, y en su lugar sumamos la imagen del Cine Gaumont (22) como representativo del INCAA y los recortes presupuestarios en el ámbito de la cultura llevados a cabo por el actual gobierno nacional; respecto a la selección de expresiones musicales-artísticas, el Candombe (17) y el Circo (18) se sustituyeron por movimientos más recientes como el género K-Pop (25); la defensa del ambiente se tornó un tema vigente en la agenda pública actual, en este sentido incorporamos la imagen del Glaciar Perito Moreno (20) y de una manifestación al Congreso de la Nación en defensa del ambiente (23).↩︎
https://www.instagram.com/culturaypolitica↩︎
http://www.culturaypatrimonio.com.ar/↩︎
http://www.instagram.com/culturapoliticaygeneros↩︎
Si bien el porcentaje de mujeres fue mayor en ambas ediciones, para este trabajo en el análisis de los datos no se realizó un cruce entre género y edad.↩︎
Hay un 6,25% de participantes del que no se registró la edad.↩︎
Desde el retorno a la democracia en 1983, los movimientos feministas han enfrentado múltiples desafíos, tanto internos como externos. Estos desafíos se han expresado en debates sobre el alcance y la dirección de las demandas feministas, así como en la necesidad de articular estrategias que permitan incidir en el diseño de políticas públicas y garantizar el acceso a derechos fundamentales. En este sentido, las discusiones sobre la violencia de género, la desigualdad salarial, los derechos laborales, la educación sexual integral y el acceso a la justicia han sido temas recurrentes en la agenda feminista.↩︎
La Feria en defensa de la ciencia y las universidades se realizó el 16 de noviembre de 2024 en la plaza Houssay, ciudad de Buenos Aires. En este artículo no incluimos los resultados de esta experiencia.↩︎