1. Introducción
La propuesta de este trabajo se nutre de dos antecedentes o actividades previas. Una referida a la publicación titulada ‘Reflexiones sobre el diseño de políticas públicas en tiempos de (pos) pandemia: una aproximación a través de tópicos conceptuales’ publicada el año 2021 por la Revista Tlalli. Y la segunda actividad se refiere a una ponencia expuesta en X Encuentro del CeRPI y VIII Jornada del CenSud [i] coordinada en el año 2021 por el Instituto de Relaciones Internacionales (I.R.I) en la Universidad Nacional de La Plata (Argentina).
Ambas actividades nos permitieron avanzar con las (re) lecturas del artículo y la ponencia, tratando de capitalizar las sugerencias, aportes y debates emergentes en todo el recorrido de reflexión y producción académica. Cabe aclarar, que a partir de la irrupción y consecuencias del COVID–19 se desató una proliferación de trabajos impulsados por diferentes espacios académicos y reflexivos (Jornadas, Congresos y Dossiers) que convocaron a distintos investigadores/as a pronunciarse sobre el tema.
En relación al artículo ‘Reflexiones sobre el diseño de políticas públicas en tiempos de (pos) pandemia: una aproximación a través de tópicos conceptuales’ nos centramos en el abordaje de la pandemia a través de un recorrido conceptual de temas que tenían un vínculo ceñido con la problemática: “Por un lado, analizamos categorías y conceptos filosóficos de utilidad para comprender y abordar las conflictividades territoriales y las desigualdades sociales que, aunque preexistentes, la pandemia acentuó o develó” (López y Margueliche, 2021, p.8). Entre los tópicos seleccionados para ese artículo nos propusimos trabajar con las categorías de: lugar (Massey, 2012), planificación y el diseño (Heidegger, 1994; Ingold, 2012) y la movilidad urbana cotidiana (Jirón y Mansilla, 2013). Y en segunda instancia, consideramos dos representaciones espaciales relevantes en los ámbitos de la gestión de las ciudades. En primer término la dicotomía centro y periferia, y en segunda instancia la dupla movilidad e inmovilidad de las personas (López y Margueliche, 2021).
Por su parte en la ponencia expuesta en el Congreso antes mencionado se trabajó con la articulación y vinculación entre dos dimensiones: ‘El espacio y la movilidad’ ya que la gestión sobre la pandemia se focalizó sobre estas dos categorías pero de manera escindida, o por lo menos consideremos que no se profundizó sobre ellas de manera crítica y articulada.
Por otro lado, recurrimos a una metodología que articuló lecturas teóricas – analíticas, con estadísticas e implementación de algunas políticas públicas. Esta triada metodológica fue proporcionada por diferentes organismos y autores/as para dar testimonio de los impactos producidos por el COVID-19. Por último, para sobrellevar la ausencia de trabajo de campo (propio) se recurrió a lecturas que permitieron contextualizar la situación regional – local; y a través de un análisis teórico-conceptual buscamos un diálogo casuístico.
La crisis sanitaria ocasionada por el COVID–19 y su rápida (re) conversión en pandemia, puso en jaque a todos los Estados y por ende movilizó a sus políticas y acciones. Es decir, la pandemia impuso una necesaria mesa de trabajo ampliada, en donde el diseño, implementación y acciones se vieron superpuestos en tiempo y espacio.
Por ello, la pandemia irrumpió en la gran mayoría de los países bajo situaciones de gran vulnerabilidad y fragilidad económica y social. Como así también encontró a los sistemas sanitarios debilitados o desmantelados ya que los recursos habían sido transferidos al sector privado, dejando al sistema de salud fuertemente precarizado. Pero esta debilidad estructural en el sistema sanitario no fue potestad sólo de los países en desarrollo. Por el contrario, estas carencias sanitarias la padecieron también países de Europa Occidental y Estados Unidos. Por lo cual, la pandemia no sólo desnudó las desigualdades preexistentes en el ámbito social y demográfico, sino que además expuso las malas administraciones de las políticas públicas de los Estados.
Desde el día 30 de enero del año 2020 la Organización Mundial de la Salud [OMS] decretó que el brote del nuevo coronavirus representaba una emergencia de salud pública de importancia internacional (Ernst et al., 2020), el 11 de marzo del mismo año se declara al COVID-19, como una pandemia. En la República Argentina a través del Decreto N° 297/2020 se declaró el Aislamiento, Social, Preventivo y Obligatorio [ASPO] en donde se dispuso que todas las personas que habitan o transitoriamente se encuentran en el país debían permanecer en sus domicilios habituales, reduciendo las movilidades cotidianas. Más adelante se estableció el Distanciamiento Social, Preventivo y Obligatorio [DISPO] el cual se centraba sobre la recuperación del mayor grado de normalidad posible en cuanto al funcionamiento económico y social, pero con todos los cuidados y resguardos necesarios, y sosteniendo un constante monitoreo de la evolución epidemiológica para garantizar un control efectivo de la situación (Argentina.gob.ar).
Si bien el modus operandis del virus no hizo distinciones a la hora de provocar afecciones de salud en los cuerpos de las personas, por el contrario sus efectos y consecuencias se cumplieron diferencialmente en un orden de desigualdades preexistentes (López, 2020 citado en Acuña Ortigoza, 2021).
Cabe aclarar, que tanto el aislamiento social como la reducción o inmovilidad de las personas tuvieron una directa relación con el espacio y la movilidad afectando y modificando las formas de vida de las personas. Por ello, la propuesta de este trabajo se centra en debatir y comprender esta relación (espacio y movilidad) y cómo se articularon con las consecuencias de la pandemia. Cabe recordar que la pandemia y sus efectos cobraron una clara inflexión ya sea tanto en el despliegue de políticas públicas, como así también en las falencias y desnaturalización de problemas preexistentes en las ciudades y en los diferentes barrios de las periferias más pobres. Dentro de esas problemáticas socio-territoriales preexistentes podemos destacar las de tipo habitacionales, acceso o precariedad de los servicios básicos, accesibilidades, entre otras. Estas problemáticas mencionadas no eran novedosas ya que una gran parte de las sociedades venían sobrellevándolas antes de la pandemia.
En este sentido, el artículo busca desarrollar un análisis de la pandemia a través de categorías provenientes de las Ciencias Sociales que nos permitan comprender la reconfiguración que se fue gestando en el espacio sin caer en los análisis meramente espacialistas. El trabajo no busca proponer dispositivos de gestión, sino por el contrario aportar categorías que abonen a ello a posteriori.
No obstante, se desarrollará un trabajo de corte conceptual – analítico a través de un abordaje relacional entre el espacio y las movilidades; dos dimensiones interpeladas por la pandemia.
Este tipo de abordaje se centrará en dos momentos articulados. En primer lugar, en la incorporación de conceptos que nos permitan repensar la problemática ocasionada por el COVID–19 en el espacio. En segundo plano, tratar de comprender la dinámica de la pandemia a través del paradigma de las movilidades.
La propuesta busca hacerse un lugar en una problemática de características globales y que en ese sentido muchas veces se diluyen dando una lectura meramente descriptiva.
2. La pandemia en América Latina y el Caribe
Antes de ingresar en el abordaje del espacio y las movilidades debemos acercar una breve descripción de la situación de la pandemia en la región Latinoamericana.
La aparición de una pandemia en un escenario mundial desmanteló los servicios públicos de salud como consecuencia del impacto y rápida proliferación del virus. Lo llamativo de esta crisis sanitaria, es que los países centrales, líderes [ii] en diferentes rubros globales (económico, militar y tecno – científico) pasaron también a ser líderes en contagios, visibilizando en el rubro de la salud fuertes carencias y asimetrías al acceso de la misma. Otro tanto le correspondió al mundo en desarrollo, y en particular América Latina y el Caribe [iii] , relocalizándose primero en la subregión suramericana para ir abarcando sucesivamente todo el espacio regional (Acuña Ortigoza, 2021).
Lo que sostiene Acuña Ortigoza (2021) es que en América Latina existen desigualdades en tensión heredadas (preexistentes) a la pandemia. En ese sentido, la debilidad estructural de sus sistemas de salud afectada por años de desinversión, transferencias de capital y privatizaciones tornaron un escenario ideal para la proliferación de este virus ya que los Estados no contaban con capacidades y competencias sensibles y flexibles para contener el impacto de la pandemia.
Para Filgueira et al. (2020) la pandemia en la región ha generado una triple crisis combinada y asimétrica: sanitaria, económica y social.
En este sentido existe una crisis de la salud que el COVID–19 evidenció cuantitativa y cualitativamente, siendo la región junto a Estados Unidos el centro de la pandemia. En segundo lugar, la crisis económica se ha agudizado y profundizado fuertemente. Por lo cual presenciamos un doble shock (oferta y demanda) estrechamente relacionado con fuertes interdependencias y procesos internos asimétricos. A ello debemos sumarle, la caída de la recaudación, aumento del gasto lo cual ejerció una presión sobre el déficit fiscal y el endeudamiento. Y por último, el riesgo de corte en las cadenas de producción y en las cadenas de pagos (Filgueira et al., 2020).
Por último, cabe destacar que el abordaje regionalista de la pandemia, requiere de una metodología que pueda relevar estas situaciones comunes en territorios diferentes. Es decir, para abordar una región tan extensa, compleja y diversa como América Latina a través de los impactos y políticas implementadas en la pandemia se requiere una metodología de abordaje que sustancie una propuesta comparativa.
En este sentido, podemos identificar diferentes tipos de respuestas estatales de los países de la región latinoamericana frente a la pandemia.
Malamud y Núñez (2020) como se citó en Fernández (2021) identifican que la reacción de los países de la región fue rápida, ya que se centraron en primer término en evitar el colapso del sistema sanitario como en otras partes del mundo. Y por ello las autoridades fueron conscientes de los particulares desafíos regionales que implican los sistemas sanitarios con menos equipamiento y la menor capacidad del Estado de establecer redes de seguridad social eficientes, sobre todo en el poco tiempo que tuvieron. Como consecuencia, los gobiernos estudiados han optado por un 'amplio repertorio de medidas' que pueden dividirse en drásticas, intermedias y parciales (Fernández, 2021).
Para llevar adelante este análisis Ratto y Azerrat (2021) proponen el uso de una metodología mixta: análisis cuantitativo y cualitativo. En primer término, el estudio estadístico permite clasificar las trayectorias de las medidas implicadas por los países en estudio. Y a posteriori, de dicha clasificación, los/as autores/as realizan una reconstrucción cualitativa de los distintos contextos de los países del Cono Sur, con el fin de comprender la relación entre los diferentes tipos de estrategias políticas y sus respectivas consecuencias sociales, políticas y económicas. También abogan por dos enfoques. Un enfoque desde la política comparada [iv] donde poder visualizar ante la misma pandemia, las respectivas estrategias políticas divergentes y sus políticas públicas. Para esta comparación, se fomenta aprovechar las similitudes histórico – contextuales de los países. El segundo enfoque se refiere al de las políticas públicas, para identificar las capacidades de los Estados de dar respuestas a los problemas generados por la pandemia (Ratto y Azerrat, 2021).
En este trabajo la idea no es incorporar los resultados cuantitativos relevados en la pandemia, sino tratar de establecer las complejidades que implica identificar los datos y sistematizarlos en un contexto de políticas de gestión.
Lo cierto es que la pandemia en la región encontró puntos de convergencias en referencia al sistema y estructura de salud, pero evidenció divergencias en la implementación de las políticas públicas, haciendo hincapié en el rol del Estado. Pero a lo largo del diseño e implementación de políticas públicas para contener y/o mitigar los impactos de la pandemia pudimos reconocer que la categoría espacio y movilidades colisionaron. En primer término por cuestiones estructurales preexistentes, y por el otro; por las propias representaciones que colonizan las agendas de la gestión territorial.
3. Marco teórico
3.1 El espacio como categoría
En los últimos años, se reorienta el análisis espacial a nuevos escenarios de estudio como son ‘los espacios íntimos’ donde podemos encontrar los espacios domésticos, la geografía del cuerpo, etc. Y por el otro lado nos encontramos con los espacios denominados ‘Espacios comunes’ como pueden ser los barrios. En ambos estudios y espacios hace falta un estudio y pesquisa para revelar las formas y significados para sus habitantes (Vanzella Castellar y Moreno Lache, 2014).
Para Vanzella Castellar y Moreno Lache (2014), el giro espacial permea categorías urbanas y rurales, como así también las formas de vida en estos espacios socialmente complejos y sustancialmente diferentes. Por ello, estos escenarios urbanos se complejizan y multiplican contextos que antes no eran considerados para su abordaje y análisis. Por otro lado, cabe remarcar que con este giro espacial se visualiza el poder de la ciudad (Vanzella Castellar y Moreno Lache, 2014).
“(…) descubrir más espesura y profundidad en otros espacios estudiados con anterioridad pero sólo analizados en unos niveles y no en toda su densidad” (Lindón & Hiernaux, 2010 citado en Vanzella Castellar y Moreno Lache, 2014, p. 5).
Esta última cita, más allá de proponernos nuevas características, demanda aprehender e interpelar al espacio, no sólo desde la perspectiva geográfica, sino que se encuentra en estrecha relación y diálogo con otras ciencias sociales ampliando el panorama analítico de la comprensión socio espacial. Es decir, cómo las personas habitan, vivencian y representan su lugar en el mundo.
Por su parte, Montañés (1999) retoma las propuestas de dos geógrafos. El primero se refiere a la ‘Metamorfosis del espacio habitado’ de Santos (1996; 2000) y la segunda obra ‘Postmodern geographies’ de Soja (1989). Para Santos el espacio es una realidad relacional de cosas y relaciones; y está formado por dos componentes que interaccionan continuamente. La primera se refiere a la de ‘configuración territorial’ (expresión de lo material y su distribución de las cosas) y la segunda a la dimensión social u organización del espacio donde además se suman otras dimensiones como la de poder.
Por su parte, para Soja (1989) la espacialidad es un producto social y reconocible, parte de una ‘segunda naturaleza’ incorporado como socialización y transformación de los espacios.
(…) las relaciones socio-espaciales, expresadas como configuración espacial, son producidas por los determinantes de la producción y se encuentran dominadas por relaciones sociales antagónicas, donde la circulación del capital, y en particular los bienes inmuebles —que conforman un “segundo circuito” del capital—, así como la reproducción, asociada con el consumo de valores de uso por parte del Estado son factores fundamentales para explicar el desarrollo urbano. La interacción social, en este marco, está dominada por relaciones sociales antagónicas, y la sociedad se encuentra estratificada y altamente diferenciada en sus formas de organización, atravesada por fisuras, contradicciones y patrones de desarrollo desigual. (Gottdiener y Feagin, 1988 citado en Marcos y Mera, 2009, p.2)
En este sentido, podemos comprender el escenario en el que se configura el espacio y sus diferentes dimensiones. Entre ellas, nos interpela las relaciones sociales dominantes donde logran configurar el espacio, dominarlo y controlarlo. Imponen sus intereses y modelizan el espacio bajo sus beneficios particulares. Entre ellos podemos mencionar, al capital financiero, a los agentes inmobiliarios, a los sectores privados de la salud, etc. Estos agentes hegemónicos generan dos exclusiones; la primera referida al acceso a los servicios y bienes, y la segunda se centra en la generación de desigualdades para perpetuar una estratificación social y altamente diferenciada que retroalimenta a la primera exclusión. La dinámica de estas relaciones sociales enmarcadas en un contexto de desigualdades y antagonismos, logran generar una configuración territorial determinada y una organización espacial atravesada por fuertes contradicciones y patrones de desarrollo desigual (Inclusión y exclusión).
3.2 Las movilidades
Para la geógrafa Gutiérrez (2012) en la actualidad asistimos a una hiper-movilidad donde las barreras espacio temporales cambian permanentemente. La autora aclara que este contexto se ha visto fuertemente redefinido a partir de numerosas actividades. Entre ellas, menciona la modificación en los modos de vida, la disponibilidad y uso del tiempo, las nuevas formas de trabajo, la localización de las viviendas, el ocio, la educación, y las relaciones familiares, entre otras (Gutiérrez, 2012).
Gutiérrez (2012) sostiene que es difícil articular un cuerpo teórico metodológico aplicado a esta reflexión. Por su parte, la geografía del transporte se basa en la observación de la relación entre transporte y territorio, pero sin superar el sesgo ‘espacialista’, ni el esclarecimiento del vínculo entre transporte y movilidad. La ‘movilidad urbana cotidiana’ es entendida como la suma de los desplazamientos realizados por la población para acceder a bienes y servicios en un territorio determinado. En este sentido la movilidad sería la ‘performance’ en el territorio pero su interpretación no se agota en dicha materialización. Por ello, el transporte es importante para conocer la movilidad, pero no logra condensar la mediación entre sociedad – territorio. Por lo cual, Gutiérrez (2012) pregona ‘humanizar’ la mirada sobre la movilidad y el transporte. Es decir, hacer foco en el sujeto y sus necesidades, viajes o deseos. Las movilidades son mucho más que un vector que une dos puntos diferentes en el territorio.
Por su parte, Jirón y Mansilla (2013) plantean el concepto (proceso) de ‘espesura’ para referirse a la experiencia del tiempo-espacio. Dicho concepto permite identificar las diferentes barreras de accesibilidad y cómo estas se conjugan para dar cuenta de la complejidad que las personas enfrentan para acceder a las oportunidades de la ciudad. También permite visibilizar las diferentes estrategias que emplean los sujetos y las diversas formas de exclusión urbana que a partir de ellas se desprenden (Jirón y Mansilla, 2013).
El concepto de espesura es usado por los/as autores/as como una metáfora que les permite dar cuenta de las densidades de estas barreras en la movilidad de la vida cotidiana. Y aclaran que cuando las barreras se encuentran concentradas, entrelazadas y muy juntas unas de otras, generan que la movilidad se torne más pesada y difícil de resolver. De esta forma, la experiencia espacio-temporal de la movilidad cotidiana urbana no siempre es fluida, ya que se encuentra condicionada por diversos factores. Así, cuando la espesura de las barreras de accesibilidad es más significativa, es posible identificar diversas configuraciones que remarcan en la experiencia de viaje la exclusión social (Jirón y Mansilla, 2013)
Por último, Jirón y Mansilla (2013) acercan algunas características de la categoría de ‘espesura de accesibilidad’. En primer lugar permite dar cuenta de una combinación de barreras que implica mucho más que su simple sumatoria de obstáculos u oportunidades de las personas en un momento dado del viaje. Así, cuando la espesura de las barreras de accesibilidad es más significativa, es posible identificar diversas configuraciones que remarcan en la experiencia de viaje la exclusión social.
La segunda característica de las espesuras de accesibilidad está vinculada a la multiplicidad de las barreras, dando cuenta los diferentes modos en que los sujetos deben enfrentar cotidianamente diversas configuraciones de barreras que inciden sobre la espesura de la movilidad.
La tercera característica está vinculada a la multiescalaridad, ya que explica el modo en que las barreras de accesibilidad pueden abarcar diferentes escalas espacio-temporales, otorgando diversas espesuras a la accesibilidad.
Por último, también esta espesura deber ser analizada a través de la situación socio-económica y de género, ya que las movilidades también están potenciadas o condicionadas por estas variables y dimensiones.
3.3 Pensar el espacio y las movilidades en la pandemia
Massey (2012) con su sentido global del lugar y específicamente con la ‘geometría del poder’ nos permite encontrar un punto (fuerte) de convergencia entre el espacio y la movilidad. Massey ha trabajo sobre las relaciones entre espacio y poder, sobre las conexiones entre lo local y lo global, y sobre la responsabilidad de determinados centros de poder sobre otros espacios. El espacio es una construcción social pero hay mucho más que eso en su análisis. Para la autora las distribuciones espaciales y la diferenciación geográfica pueden ser el resultado de los procesos sociales, pero también afectan al funcionamiento de esos procesos. Por lo cual, lo espacial no es sólo un resultado, sino también parte de la explicación. Por ello, Massey propone reconocer las causas sociales de las configuraciones espaciales actuales ya que nos permite comprender cómo se construyen, reproducen y cambian de una manera que necesariamente implica distancia, movimiento y diferenciación espacial (Massey, 2012).
En este sentido, la ‘geometría del poder’ de la compresión espacio-temporal refiere a los diferentes grupos sociales e individuos que están situados de manera desigual en los flujos e interconexiones que abogan, limitan u obstaculizan los desplazamientos. Esta idea tiene que ver no solo con quien se mueve y quién no, sino además con el poder en relación a los flujos y al movimiento. Es decir, los diferentes grupos sociales tienen distintas relaciones con esa movilidad, la cual es siempre diferenciada. Por lo cual algunas personas tienen más capacidad de movimiento que otras. Mientras algunos actores sociales logran generar flujos y movimientos, otros en cambio no cuentan con esas capacidades quedando sujetas a la inmovilidad (Massey 2012).
Por su parte Chaves y Segura (2021) trabajan sobre las experiencias de movilidad y los modos de habitar en la periferia del Área Metropolitana de Buenos Aires en la República de Argentina. En ese trabajo y en base a la composición de diferentes investigaciones abordadas por distintos especialistas se destaca un trabajo desde los actores que habitan y vivencia sus entornos cotidianamente. Es a partir de esta propuesta que surgen ideas dicotómicas como ‘quedarse y salir’, el ‘malestar en la ciudad’, ‘vivir adentro’ o ‘vivir afuera’. Es decir, que cuando nos acercamos al territorio desde una perspectiva social y con metodologías cualitativas (entrevistas, observación participante, cartografía social, etnografías, etc.) podemos encontrar insight relevadores. Este tipo de producciones e indagaciones nos posiciona frente a un análisis situado y contextualizado y de esta manera nos permite comprender cómo los actores no sólo viven y habitan la ciudad sino también cómo la sufren y padecen.
Por su parte, Hernández et al. (2021) plantean la comprensión del uso del espacio y el tiempo en la configuración de posicionamientos sociales.
Las condiciones socioeconómicas de las personas están relacionadas con la localización de su vivienda –pero no son determinadas por ella–, así como con las características del espacio residencial, la ubicación en la trama urbana, la disponibilidad de transporte o la accesibilidad que desde allí se tenga a los lugares de trabajo, de trámites, los servicios educativos, de salud, y espacios recreativos entre otros. (Chaves, 2014 en Hernández et al., 2021, p. 89)
Las distintas formas en que los sectores populares han resuelto a lo largo de la historia y en distintas localidades de la Región Metropolitana de Buenos Aires el acceso al suelo y la vivienda son claves para comprender la pluralidad en las formas de habitar (Hernández et al., 2021). Es decir, que si logramos identificar las formas de hacer ciudad y de habitarla por parte de los diferentes agentes sociales podemos acercarnos a comprender los obstáculos que generan las ciudades a la hora de moverse y desplazarse para llegar a los servicios y bienes que la ciudad contiene.
Otra propuesta interesante para explorar los efectos de la pandemia desde la perspectiva de los habitantes la encontramos a través de una investigación colectiva [v] que los autores Segura y Pinedo (2022) exploran a partir de la categoría de la ‘imaginación geográfica’ en las políticas públicas, los medios de comunicación y los/as habitantes de las heterogéneas periferias urbanas de cada una de esas ciudades intermedias de la Argentina. Por el concepto de ‘imaginación geográfica’ los autores se refieren al proceso por medio del cual una persona puede comprender el papel que tiene el espacio y el lugar en su propia biografía de vida, relacionarse con los espacios que ve a su alrededor y darse cuenta de la medida en que las transacciones entre individuos y organizaciones son afectadas por el espacio que los separa (Harvey, 2007 citado en Segura y Pinedo, 2022).
La emergencia disruptiva en la vida cotidiana de la pandemia y de las políticas públicas implementadas para su control, como el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio [ASPO], el Distanciamiento Social Preventivo y Obligatorio [DISPO] y la instalación contingente de ‘cercos sanitarios’, ‘retenes’, ‘controles’, etc., no sólo desplegaron una imaginación geográfica específica sobre las relaciones entre ‘aislamiento’, ‘distanciamiento’, ‘cuidado’ y pandemia, sino que impactaron en la imaginación geográfica en la vida social. (Segura y Pinedo, 2022, p. 2)
¿Ahora cómo juega el espacio y la movilidad en la pandemia? Como sostiene Massey no sólo el espacio y la movilidad están relacionados sino que además configuran y forman parte de procesos de desigualdad y exclusión. La pandemia en un primer momento afectó fuertemente y perpetuó sus consecuencias en los sectores más marginados. En Argentina una de las políticas se sustentó en la denominada ‘cuarentena comunitaria’. Ésta en un primer momento hacía referencia a la posibilidad de levantar el aislamiento (en algunas zonas rurales o pueblos pequeños) en los que no se hubieran detectado casos positivos de coronavirus, permitiendo la circulación interna de los habitantes dentro del área estipulada. Pero más adelante esta propuesta de aislamiento se replicó también a otros barrios de Buenos Aires. Podemos mencionar como ejemplo el caso de Villa Azul en el municipio de Quilmes donde el gobierno (en sus diferentes jurisdicciones) dispuso este tipo de aislamiento. Se trató de un aislamiento comunitario estricto que rigió por el término de quince (15) días luego de que se detectaran más de cincuenta (50) casos de coronavirus en el asentamiento. En este tipo de situación, se consideraba contacto estrecho a todos los habitantes del barrio. Esa clausura de la villa se llevó adelante y se operativizó por medio de las fuerzas de seguridad. También el gobierno lanzó ‘El Barrio cuida al Barrio’ frente a la pandemia del COVID-19. A través de este programa promotores y promotoras comunitarias recorrerían su barrio para poder realizar un acompañamiento específico a grupos de riesgo [vi] , difundir medidas preventivas y distribuir elementos de seguridad e higiene. En este contexto, los barrios requirieron de una atención comunitaria para poder cumplir con el aislamiento social y obligatorio. Por eso, desde el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, a través de la Secretaría de Economía Social se puso en marcha este Programa de Emergencia Sanitaria.
Esta situación de Villa Azul, evidenció muchas falencias preexistentes. Lo primero estuvo en que la política de aislamiento y control fue diferencial según los sectores sociales. Lo segundo es que el lema de ‘quedarse en casa’ sólo fue posible para un pequeño grupo de personas que contaban con ciertas condiciones socio-económicas favorables y entornos dotados de servicios y equipamientos. Lo tercero fue que la pandemia desnudó los problemas de distribución de bienes y servicios, accesibilidad y conectividad de las personas y los espacios.
Por ello, en base a esta selección de autores/as pudimos avanzar bajo los siguientes postulados:
- La relación del espacio y las (in) movilidades desde las relaciones de poder;
- La desigualdad en la distribución de los flujos de movilidad de las personas en el espacio;
- La desconexión entre los lugares y la accesibilidad a servicios;
- La representación, percepciones e imaginarios (urbanos) de las personas en relación a su entorno y a la pandemia.
- Comprender la desigualdad no sólo en la morfología urbana, sino en relación a la movilidad.
4. La movilidad y la pandemia: ¿Una cuestión de género?
En primer lugar, debemos comprender la estructura desigual de inserción de las mujeres y diversidades en el campo laboral. Cómo así también en las desigualdades, obstáculos y desafíos que las mujeres deben afrontar a la hora de vivir en las ciudades.
Es por ello, que las desigualdades estructurales y el impacto de la pandemia fueron claves a la hora de impactar negativamente sobre esta población.
El Informe Especial COVID-19 N⁰ 9: ‘La autonomía económica de las mujeres en la recuperación sostenible y con igualdad’ de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, 2021) deja bien en claro el impacto y retroceso en la ocupación y en las condiciones laborales de las mujeres en América Latina y el Caribe. Según este documento, la tasa de participación laboral de las mujeres se situó en 46% en 2020, mientras que la de los hombres en 69% (en 2019 alcanzaron un 52% y un 73,6%, respectivamente). Estos números se explican en parte por la contundente salida de las mujeres de la fuerza laboral, quiénes, por tener que atender las demandas de cuidados en sus hogares, no pudieron retomar las actividades ni la búsqueda de empleo. Por otro lado, la CEPAL desagrega estos datos porpaíses de la región (Figura 1) donde se mantiene la tendencia diferencial en la Tasa departicipación laboral y Tasa de desocupación por sexo.
Figura 1.
América Latina y el Caribe (14 países): indicadores generales del mercado laboral, por sexo, segundo trimestre de 2020ª.
Fuente: Comisión Económica para América Latina y el Caribe, 2021
Las mujeres de la región fueron parte decisiva de la primera línea de respuesta a la pandemia. Un 73,2% de las personas empleadas en el sector de la salud son mujeres que han tenido que enfrentar una serie de condiciones de trabajo extremas, como extensas jornadas laborales, mayor riesgo de exposición al virus, entre otras cuestiones. Todo esto en un contexto regional en el que persiste la discriminación y brechas salariales entre los géneros (Bárcena, 2020 en Naciones Unidas, 2021)
Este contexto de desigualdades antes descriptas se agrava más aún si nos adentramos en el análisis de las movilidades por género. Por ello, retomar las experiencias y estudios sobre cómo se ven afectadas las mujeres ante la pandemia a través de las movilidades en el espacio son centrales. Ya que permiten desnaturalizar procesos cotidianos e invisibilizados que sufren las mujeres en la movilidad cotidiana. Cabe aclarar que en el contexto de pandemia, los impactos sufridos por las mujeres se vieron tanto en la movilidad como en la inmovilidad producto del rol que tuvieron que asumir.
La situación en la República Argentina revela un desigual acceso a la movilidad entre mujeres y varones, que se acentuó con la pandemia del COVID-19. Considerando datos de la Encuesta Permanente de Hogares [EPH] podemos observar que las tasas de actividad en 31 aglomerados urbanos, es mayor en varones que en mujeres. Por otro lado, se destaca que aquellas mujeres que trabajan [vii] son las que también se ocupan de los quehaceres domésticos, cuidado de niños/as y/o apoyo escolar. Es decir, que tienen un rol predominante en el ámbito doméstico aún estando insertas en el mercado laboral. (Gutiérrez y Pereyra, 2019).
Ahora bien, estos patrones de género con respecto al trabajo doméstico y (re) productivo, tiene sus consecuencias en la movilidad cotidiana, que se pueden relacionar con el concepto de espesuras en la movilidad antes visto, donde las mujeres son quiénes sufren la imposición de más barreras con respecto a sus pares masculinos. Por ejemplo, según los datos de la EPH, ellas viajan mayormente a pie o en transporte público, mientras que los varones tienen una mayor movilidad en auto. Como consecuencia, las mujeres “(...) convergen en perfilar un patrón de género, con una movilidad más lenta, con menor flexibilidad y/o autonomía, sea por razones de cobertura física, horaria o de dependencias.” (Gutiérrez y Pereyra, 2019, p. 156).
Según Díaz Muñoz y Jiménez (2007), las mujeres son un grupo social vulnerable a factores espacio-temporales, como la distancia y las condiciones del viaje, la disponibilidad y el transporte público.
Estos aspectos que demuestran una desigualdad entre varones y mujeres, fueron potenciados por la pandemia del COVID-19. Retomando un estudio realizado por el Ministerio de Mujeres y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET, 2020), llamado ‘El impacto del COVID-19 en la vida de las mujeres’ demuestra que aquella vulnerabilidad estructural como variable histórica, se exacerbó con la emergencia sanitaria. El estudio se basó en la realización de unas 2135 encuestas a mujeres que residen en las ciudades argentinas, y expuso una sobrecarga de trabajo, no sólo el remunerado (que se vio aún más precarizado) sino también de los domésticos (como el cuidado de los hijos/as y las actividades educativas).
Las movilidades de las mujeres en la pandemia entonces, se vieron incrementadas en las desigualdades estructurales de género, y caracterizadas por el cuidado e higiene del hogar, sumado al ordenamiento del espacio, con escasez en muchos casos en la dotación de servicios e infraestructuras que “(...) condicionan la movilidad cotidiana y refuerzan problemas de equidad de género y de inclusión social, en un círculo vicioso que retroalimenta la desigualdad” (Gutiérrez y Reyes, 2017, p. 161). Además de que se acentuaron las violencias en los hogares, que según el estudio, fue de 84,6% (CONICET, 2020).
Es por todo ello, que el género también es una variable que debe ser puesta en consideración junto con el espacio y las movilidades ya que nos aporta otras condiciones de desigualdad que van más allá de la accesibilidad y conectividad. Si bien, esta temática requiere mayor profundidad de análisis, consideramos importante traer a la discusión la temática de género en el análisis de la ciudad y los desplazamientos a través de la misma.
5. Conclusiones
La pandemia transformó las relaciones entre lo público y lo privado tanto como conceptos y como prácticas sociales. En este sentido, la revalorización de lo público - estatal se manifestó en el valor social que se les otorgó a las tareas de cuidados, educativas, de salud y de producción del conocimiento científico, resignificando la centralidad de la regulación estatal en la gestión de los servicios considerados prioritarios en estos tiempos excepcionales (acceso a telefonía, internet y televisión como servicios públicos) y de esta manera intentó transformar (o al menos buscó) la visión individualista (consumidor-cliente) desde la cual este tipo de consumos suelen ser pensados. Es aquí donde la figura de los Estados fueron centrales, y a pesar de los buenos resultados en relación a contener los impactos de la pandemia, tuvieron que dirimirse con la consiga mediática entre: Salud vs Mercado.
En este sentido, los efectos de la pandemia exacerbaron las desigualdades, emergentes y preexistentes, trasladando al espacio público las posibles salidas a la crisis con dos visiones en disputa, un cauce colectivo mediado por lo público y otra individualista, pensada como el derecho a tener derechos siempre individuales (Vázquez y Vommaro, 2020 citado en Acuña Ortigoza, 2021).
La idea del aislamiento y cuarentena preventiva, colisionó fuertemente con las realidades socio económicas y sanitarias, pero también con la actual configuración de nuestras ciudades en estrecha relación con el derecho a la ciudad. Si bien, en Argentina la gran mayoría de los medios centraba la mirada en la disputa de los derechos individuales, lo cierto fue que la ciudad como espacio colectivo se desmembraba en una postal urbana donde los problemas estructurales se potenciaban con la pandemia.
Por otro lado, la cuarentena fue transitando etapas secuenciales y regresivas durante el año y medio de la pandemia en la república Argentina. Pero más allá de las modificaciones en las estrategias (cuarentena total, cuarentena administrada o cuarentena comunitaria) las políticas públicas del Estado argentino tuvieron que salir a suplir muchas de las carencias que la pandemia puso en emergencia sobre la mesa. Pero con poco tiempo para deliberar sobre las ausencias existentes en materia de planificación, el Estado tuvo que abordar la pandemia en un marco de pensamiento en acción dejando un nulo margen para la reflexión.
Por ello, la propuesta de analizar la relación del espacio y las movilidades no como categorías en sí misma sino en estrecha y clara vinculación, nos permitió abrir el debate de cuáles problemas son producidos y potenciados por la pandemia, mientras otros son heredados y estructurales.
Como hemos consignado en párrafos anteriores la propuesta no se centró en el análisis de las políticas pública en sí, por el contrario el análisis de las categorías seleccionadas buscaron abonar a un espacio de reflexión sobre las mismas.
Pero si pudimos describir el rol de las políticas públicas durante el COVID–19. Esta descripción nos tiene que permitir capitalizar las acciones de los Estados, sus estrategias y obstáculos para reactualizarlas en las necesidades actuales. Ya que aunque finalizada la pandemia (al menos en los términos e impactos iniciales) las desigualdades y necesidades de la población persisten. Y son los Estados que deben seguir diseñando y planificando acciones integrales para dar respuestas a las demandas multidimensionales de las poblaciones.
Lo cierto, es que más allá de la pandemia consideramos que retomar el análisis de nuestras ciudades desde las movilidades y el espacio puede abrir nuevas propuestas de estudio. Como así también aportar nuevas lecturas al diseño, a las estrategias y a las políticas públicas de intervención. Pero vislumbrando ambas dimensiones (espacio y movilidades) podemos pensar a la ciudad en un contexto más amplio, contemplando las desigualdades urbanas más allá de lo morfológico – estructural. En coincidencia con Gutiérrez y Reyes (2017) debemos poner en relación a los distintos factores que hacen a las desigualdades socio-espaciales, como aquellos vinculados con la distribución territorial de los usos del suelo, las infraestructuras, el género, los servicios urbanos y de transporte, integrándolos en una dinámica de conjunto. Para de esta manera abonar a una metodología multidimensional y evitar análisis sesgados.